domingo, 28 de diciembre de 2008

CERTÁMENES NAVIDEÑOS DE RONDAS Y VILLANCICOS


Que el costumbrismo popular en la provincia de Guadalajara ha experimentado un resurgir paulatino, es algo que nadie puede negar. Todo es cuestión de querer y de saber arrimar el hombro, sintiendo la responsabilidad que reclama la recuperación de valores perdidos, más cuando estos han sido el sostén de una buena parte de nuestro pasado, o lo que es lo mismo, la esencia más refinada de nuestra cultura autóctona que se ha ido desvaneciendo a lo largo de la segunda mitad del pasado siglo; décadas en las que el medio rural sufrió el mayor descalabro de toda su historia, llevándose por delante muchos de esos valores que ahora, al menos de una manera testimonial, pero efectiva, se está intentando recuperar.
Hace sólo unas horas que ha concluido con el éxito acostumbrado el Certamen de Rondas Tradicionales Navideñas de la villa de Torija, ya en su decimonovena edición. Días atrás fueron otros los que en Guadalajara capital, Atanzón, Cantalojas, y otros lugares más se han venido realizando a lo largo del mes de diciembre.
Para mi uso, salvo mejor opinión y sin que de modo alguno pudiera servir de agravio comparativo, el certamen de Torija es el que cuenta con la raíz, si no más profunda, sí más desarrollada de todos ellos; sus organizadores se han venido preocupando de que eso sea así, y ahí están los resultados como consecuencia: fiesta declarada de Interés Turístico Provincial, y llamando a las puertas, no sin fundamento, para que se le considere en breve de Interés Turístico Regional; pues cuenta con el suficiente peso para serlo, por la calidad de los grupos participantes (tanto de dentro como de fuera de la provincia) y por la gran cantidad de público que viene asistiendo al mismo en cada edición.
En el certamen celebrado ayer intervinieron diez grupos: siete de la provincia de Guadalajara, dos de la de Madrid, y uno de la de Toledo. Las intervenciones tuvieron lugar , primero en la iglesia parroquial de la Asunción, repleta de público, con un villancico popular por parte de cada grupo: seguidamente fueron las rondas por las calles del pueblo, para concluir con la intervención final de cada uno de los grupos en el polideportivo municipal interpretando un tema libre.
A los centenares de visitantes y al vecindario de Torija se le obsequió -muy buen servicio, por cierto- con caldo y migas en la Plaza Mayor, y con chorizos al vino en la placita de la Picota. Todo un éxito.
Ya en Enero, comenzarán a celebrarse en tantos pueblos más de Guadalajara toda una serie de manifestaciones festivas populares que, como siempre, se abrirá con la botarga de Valdenuño Fernández en la célebre fiesta del Niño Perdido.

martes, 23 de diciembre de 2008

LA NAVIDAD CON EL PINTOR MAYNO


Muy poco tenido en cuenta, y hasta desconocido por muchos, fue el pintor Juan Bautista Mayno, hasta el día en que se descubrió su naturaleza española como nacido en Pastrana en el año 1581, según consta en el archivo parroquial de la iglesia colegiata de esta villa alcarreña. Y todo ello a pesar de su condición como estrella de la pintura dentro del clasicismo español, y de que muchas de sus obras son reconocidas como magistrales, y así se exponen por verdaderas joyas en algunos de los más importantes museos de España y del extranjero.
Fue grande en su tiempo este alcarreño singular, hijo de padre milanés y de madre pastranera. Tanto la crítica, como la historia de la pintura española se encargaron de ponerlo en el justo lugar que le corresponde, en el de los pintores clásicos que podrían servir de modelo a generaciones posteriores. Reproducciones en miniatura de sus mejores cuadros las hemos visto con cierta frecuencia en tarjetas de felicitación y en sellos de Correos, aprovechando esas tiradas especiales que el Servicio pone en circulación temporalmente coincidiendo con las fiestas de Navidad, para lo cual se sirve de obras lleva­das al lienzo por pintores famosos; y Mayno, alcarreño de Pastrana, es uno de ellos; tal vez uno de los hijos más uni­versales que ha dado esta tierra, y para tantos de nosotros también de los más desconocidos y desconsiderados. Todavía recuerdo con dolor, el intento fallido de dar el nombre de "Pintor Mayno", a propuesta del claustro de profesores, a uno de los colegios públicos de Guadalajara, y que los miembros de la entonces todopoderosa Asociación de Padres, apoyados por los ínclitos que a nivel provincial sostenían las riendas de la Administra­ción -pienso que por ignorancia, más que por mala fe-, se encargaron de tirar por tierra a cambio de otro nombre impersonal de los que nada dicen y que todavía conserva, lo que nos privó de colocar en el mundo de la cultura un piloto encendido a perpe­tuidad, que lo situase como merece un ilustre de nuestra tierra. Guadala­jara, amigo lector, sigue en deuda con aquel genio del llamado Siglo de Oro.

Nació el pintor, como ya se ha dicho, en la villa de Pastrana, cuando en tiempo de sus primeros duques ésta vivía los más altos momentos de esplendor de toda su historia. Su padre, pintor milanés, fue uno de aquellos artistas que Ruy Gómez de Silva hizo venir a Pastrana para trabajar en sus fábricas de tapices y de sedas, así como en la decoración de iglesias y estancias nobles; se llamó también Juan Bautista, el cuál, acostumbrado a estas tierras donde tomó perspectiva su futuro, por lo mucho que todavía quedaba por hacer en la Pastrana de los de Eboli, casó con Ana de Castro, hija de lugareños de la villa, y de la que nació nuestro hombre, el pintor Mayno, el que nublando con su figura la buena fama de su padre, conseguiría entrar en la historia del Arte Barroco Español como una de sus más destacadas figuras, a pesar de que su obra no fuese tan abundante en cantidad como la de otros artistas de su tiempo, y aun posterio­res, si bien en calidad fue supe­rada por muy pocos, como puede apreciarse a la vista de los testimonios que todavía quedan, y de los que el Museo del Prado será tal vez el más afortunado como poseedor de cuadros de esta singular artista, al que seguirán a distancia los museos de Grenoble, San Petersburgo, y el convento de religiosas de su villa natal.
Como hijo que era de padre italiano, y habida cuenta de que en el mundo del arte desde los inicios del Renacimiento fue Italia la verdadera escuela en cualquiera de sus manifes­taciones, y muy en especial en lo referente a las artes plás­ticas, de las que Florencia, Roma, Venecia y Milán, son a partir de entonces auténticos museos, no debe extrañarnos que su padre lo mandase, desde muy joven, a formarse en la Italia de los grandes maestros de donde él procedía. Allí tuvo con­tacto con la obra de los mayores genios de su tiempo, con la de Caravaggio y Gentileschi, por ejemplo, cuya influencia se habría de notar más tarde en algunos de sus mejores lienzos.
Debió regresar a España hacia 1610, pues un año más tarde, en 1611, cuando el pintor contaba treinta años, queda constan­cia de que trabajó en la catedral de Toledo, y poco más tarde en el convento de dominicos de San Pedro Mártir de la capital toledana, donde pintó el magnífico retablo mayor de su iglesia y tomó el hábito de la Orden de Santo Domingo en el año 1613. Felipe III lo llamó a la Corte en el año 1620, con el encargo de que fuese maestro de dibujo de su hijo, el futuro Felipe IV. Juan Bautista Mayno murió en el convento de Santo Tomás de Madrid en el año 1649.

Sobre algunos otros cuadros de temática palaciega, siem­pre al servicio de la corte del rey Felipe IV y de su valido el condeduque de Olivares, como pudiera ser "La recuperación de la Bahía de Brasil", hoy en el Museo del Prado, destaca en la pintura de Mayno el tema religioso. Fueron varios los encargos que el pintor recibió de iglesias y conventos, desti­nados a la ornamentación de retablos, donde se nos muestra con cierta inclinación al clasicismo, si bien, como nota personal aporta a su obra unos tonos claros que lo dis­tinguen, hasta cierto punto impropios de la pintura de su tiempo.
El retablo del convento de Dominicos de Toledo y el de religiosas de Pastrana, de los que ya se habló, fueron traba­jos realizados durante los años inmediatos a su regreso de Italia. Los lienzos en gran tamaño de la "Adoración de los Pastores" y de la "Adoración de los Reyes", sin duda los más conocidos de toda la obra del pintor, unidos a "La Resurrección" y a "La venida del Espíritu Santo", ambos en el Prado, son obras posteriores en su ejecución, lienzos en los que se deja ver no sólo la inspiración, sino la técnica de un gran maestro.
Durante las fiestas de Navidad nada mejor que recordar a este “ilustre olvidado”, hijo de nuestra tierra, enseña de uno de los periodos de la Historia de España en la que el arte floreció y en la que la Alcarria, por obra y gracia del destino, tuvo tanto que decir. Es justo sacar a la luz con la frecuencia que el hecho merece a nuestros personajes más representativos, de los que Guadalajara no está sobrada precisamente, aunque los pocos que son, como este “glorioso” cuya memoria hoy nos ocupa, llenan sobradamente la página correspondiente a esta tierra en el imaginario “Tratado de personajes ilustres” que han dejado profunda huella en el concierto universal del correr de los siglos.
¡Felices fiestas de Navidad!, y que el mensaje de paz que nos trae la obra pictórica de Juan Bautista Mayno, se aposente en nuestros hogares y en nuestras personas.

viernes, 19 de diciembre de 2008

ALARILLA A VUELO DE PÁJARO


Permitirse el placer de dar una vuelta por el Cerro de la Muela; es un ejercicio que se debería practicar con cierta frecuencia. La subida en coche, siempre que la pista no esté helada, resulta relativamente cómoda; sólo la fuerte inclinación del pavimento en alguno de los tramos presenta cierto inconveniente fácilmente superable. En las mañanas luminosas y en los serenos atardeceres de la Alcarria, nada hay mejor que contemplar el mundo desde aquella escogida plataforma natural desde donde todo es distinto. Para no pocos barceloneses es verdad de fe que la última de las tentaciones de Cristo de las que nos habla la Biblia (Mat. 4.9) tuvo lugar en el Tibidabo, “te daré”, donde el demonio propuso a Jesús que se postrara de hinojos delante de él y le adorase, y como compensación a tan sublime acto de obediencia le daría todo lo que se alcanza a ver desde allí, con la ciudad al pie y el mar al otro lado. Estoy seguro de que quienes defienden la tal teoría, fruto de la imaginación de algún iluminado, jamás han contemplado el mundo en plácidas tardes de otoño, desde el Cerro de la Muela.
Tan escondido está el pueblo entre los cerros del Colmillo y de la Muela, que no se deja ver hasta que no se está en él. Desde Humanes hay que atravesar el llano del mediodía, cruzar el Henares que pasa por mitad y en cuyas aguas tranquilas se reflejan como en un espejo las tierras y los árboles, y después, dar casi completa la vuelta al cerro de la Muela hasta que nos salga al paso la moderna ermita de la Soledad, como primer anuncio junto al campo antes de subir a la plaza que alcanzaremos enseguida. La distancia desde la capital se cubre, viajando en coche, en no más veinte o de veinticinco minutos, bien dirigiéndose a Humanes por Fontanar y Yunquera, o por Cañizar y Torre del Burgo desde Torija. Desde Guadalajara resulta más cómoda y recomendable la primera ruta.

Alarilla es un pueblo hermoso, que al paso de los tiempos ha ido cambiando en su favor durante los últimos treinta años. Uno piensa que los pocos habitantes que han ido quedando deben de sentirse a gusto allí: lugar tranquilo y de abiertos horizontes, bellísimos alrededores, y resguardado de los perniciosos vientos de poniente por La Muela, su eterno vigía y protector, que allá por la media tarde lo cubre de sombras.
- Y que lo diga usted. Aquí, si queremos que por la tarde nos dé el sol, nos tenemos que ir hasta eso de detrás del juego de pelota. Por las mañanas y al medio día nos salimos a tomar el sol a la plaza, o adonde quiera cada uno.
La plaza de Alarilla tiene en mitad una fuente redonda, con farola sostenida por el rollo concejil que durante muchos años ha servido de asiento a la gente mayor. Junto al rollo se levanta, fino él y burlando las alturas, el típico mayo, como prueba material de que en los pueblos todavía se suelen seguir los viejos mandatos de la costumbre.
Tras el rollo y en la misma plaza queda el edificio del ayuntamiento, con sus órdenes y avisos escritos junto a la puerta, y en frente el angosto callejón de Abrazamozas, ahora me ha parecido más estrecho todavía que otras veces.
Hay mucha gente joven, con equipaje de excursionista junto al juego de bolos, a cuatro pasos de la plaza. Se ve que no son de allí y que han venido al pueblo en grupo numeroso. Desde que hace bastantes años se puso a funcionar la primera pista de lanzamiento en lo alto del cerro, la afluencia de gente joven en Alarilla, sobre todo en los fines de semana, es importante. Una manera al fin de que la vida en el pueblo no vaya desapareciendo paulatinamente, después de la huída de población tan generalizada, que comenzó a mitad del pasado siglo en el medio rural y que ha dejado en nuestra provincia pueblos y comarcas prácticamente vacíos.
Cuentan los más viejos del lugar que el primitivo poblado de Alarilla estuvo en el sitio que dicen El Campanillo, pero que las hormigas lo acabaron destruyendo; que hay unas cuevas por allí en las que nadie ha llegado a su final, y de las que se han sacado piedra, lápidas y enseres, como si fueran restos de alguna extraña civilización desaparecida. Detalles inexplicables de este tipo son muy corrientes no sólo en Alarilla, sino en otros pueblos más de la provincia en todas sus comarcas. Es la voz del misterio, de la leyenda, desaparecida en parte porque nunca nos hemos propuesto llegarla a controlar, pero que no por eso deja de ser una de las piedras claves de nuestra cultura autóctona.
A quienes visitan Alarilla por primera vez les aconsejo que suban hasta el pórtico de la iglesia. Casi con toda seguridad la encontrarán cerrada, pero se trata de un ejemplar curioso de la arquitectura de compromiso que se llevó a cabo en España durante los años de posguerra; en este caso guardando algunos de los elementos que se pudieron conservar de la anterior iglesia destruida, y supliendo otros con formas románicas verdaderamente chocantes. En su interior hay un mural de gran tamaño pintado sobre el ábside, que representa “La Asunción de la Virgen”, obra de un pintor mejicano que cayó por el pueblo hace más de medio siglo.

Pero la novedad en Alarilla -aunque después de tanto tiempo en uso, ya no lo sea tanto- es para quienes no lo conocen el acontecer deportivo que, casi todos los días del año en los que el tiempo lo permite, tiene lugar en la explanada que corona el Cerro de la Muela y en el espacio libre más próximo. No sé si la palabra correcta sería “parapentódromo” para referirse al sitio desde donde se lanzan al espacio los aficionados al deporte del parapente; en el diccionario de la R.A.E. no figura como tal, aunque pienso que alguna vez debería tenerse en cuenta, a la vista del importante incremento que esta actividad deportiva ha llegado a tomar entre los jóvenes amigos del riesgo, e incluso entre la gente mayor. Lo cierto es que en una tarde cualquiera de fin de semana, el Cerro de la Muela se puebla de coches y de practicantes de este deporte, acompañados por lo general de sus familias, que cuando menos pueden disfrutar, como así es, del saludable ambiente de la altura, a lo que hay que añadir la panorámica completa que se divisa desde allí en todas las direcciones: el bello espectáculo de la Alcarria Alta al caer la tarde, con su diversidad de ocres y de sienas, punteado con el verdioscuro gris de los olivos, y abriendo el horizonte en completa claridad hasta los altos de Trijueque, con el cerro de Hita en mitad como principal referencia; y al norte y noreste las montañas serranas que en la lejanía comanda el Ocejón, con el cerro del Colmillo a nuestro lado, y los pueblos, como blancos caseríos aquí y allá, siendo el más cercano a nosotros el propio Alarilla, ahí a nuestros pies por debajo de las peñas, a estas horas de la tarde tomado por las sombras.
Y aquí, bajo las rocas que sostienen la cruz de piedra, cuentan los que lo conocieron que había un refugio en tiempo de guerra, con habitaciones encaladas de un blanco riguroso, donde poderse librar de los bombardeos y servir de observatorio sobre un espacio amplísimo; pero que terminada la guerra se tuvo que tapar, se terraplenó la puerta para evitar ser ocupado por gentes ambulantes.
Hoy, todo aquello es un lugar para el disfrute, adonde los más arriesgados acuden en infinidad de ocasiones a lo largo del año, y que si en sus inicios llamó la atención a las gentes de la comarca, ahora no es otra cosa que un elemento añadido, pero imprescindible, en el paisaje general de esta comarca, tan singular y tan diversa, testigo de la unión en plena vega de dos de nuestros ríos más importantes: el Henares, que viene de tierras de Sigüenza, y el Sorbe, portador de las ricas aguas que bajan de la sierra.
En tardes en las que el tiempo acompaña, el altiplano de la Muela toma cierto aspecto festivo. Entre los deportistas, que con el aire que allí se recoge a los cuatro vientos intentan elevar su voluminoso paraguas de colorines; sus familias, con niños incluidos que juegan a placer; y los curiosos, que a veces suben a pie desde el pueblo, y otras en vehículos para evitar la escalada, aquello toma un ambiente la mar de atrayente y familiar, que como no podía ser menos, aprovecho para recomendar a nuestros lectores. No olvidando que en la noche del cinco de enero, Sus Majestades los Magos de Oriente se permiten bajar hasta la vega colgados en parapente con todo su séquito, rodeados de bengalas encendidas y de luz en medio de la oscuridad de la noche, dando lugar a un espectáculo emotivo y único que nadie debería perderse.

domingo, 14 de diciembre de 2008

LOS MARANCHONEROS EN LA OBRA DE GALDÓS


Los eruditos de Atienza y los más viejos del lugar aseguran que el autor de los "Episodios Nacionales" pasó en la Villa Realenga algunas temporadas; incluso dicen, que ya durante sus últimos años, la mujer que le atendía como sirvienta era natural de allí. No consta el dato, que yo sepa; pero lo que no deja lugar a dudas es el conocimiento profundo de la villa serrana, de sus tradiciones, de sus costumbres y pormeno­res, por parte del ilustre novelista canario. Léase, si no, el segundo "episodio" de la cuarta serie que nos dejó come herencia y que se titula "Narváez"; seguramente quedará convencido de que la tal afirma­ción es cierta; pues casi la mitad de la obra transcurre en Atienza, donde el autor coloca en viaje de luna de miel al prota­gonista, Pepillo Fajardo, natural de Sigüenza e hijo a la sazón de una atencina distinguida con casa solar en la Plaza del Merca­do.
Pues bien, en el largo relato de costumbres y tipos de su tiempo que se esconden en la obra completa de don Benito Pérez Galdós, y sin salir del ya mencionado "episodio", el escritor cuenta con detalles interesantísimos la llegada a la villa de los maranchoneros, tratantes de mulas como sabido es, que, extraído literalmente a manera de documento veraz de lo que el propio Galdós dejó escrito, dice así:
«La soledad de Atienza se alegró estos días con la llegada de los maranchoneros. Son éstos habitantes del no lejano pueblo de Maranchón, que, desde tiempo inmemorial, viene consa­grado a la recría y tráfico de mulas. Ahora recuerdo que el gran Miedes veía en los maranchoneros una tribu cántabra de carácter nómada, que se internó en el país de los "Antrigones y Vardu­lios", y les enseñaba el comercio y la trashumancia de ganados. Ello es que recorren hoy amabas Castillas con su mular rebaño, y por su continua movilidad, por su hábito mercantil y por su conocimiento de tantas distintas regiones, son una familia, por no decir raza, muy despierta, y tan ágil de pensamiento como de músculos. Ale­gran a los pueblos y los sacan de su somnolen­cia, soliviantan a las muchachas, dan vida a los negocios y propagan las fórmulas del crédito: es costumbre en ellos vender al fiado las mulas, sin más requisito que un pagaré cuya cobran­za se hace después en estipula­das fechas; traen las noticias antes que los ordinarios, y son los que difunden por Castilla los dichos y modismos nuevos de origen matritense o andaluz. Su traje es airoso, con tenden­cias al empleo de colorines, y con carreras de moneditas de plata, por botones, en los chale­cos; calzan borceguíes; usan sombrero ancho o montera de piel; adornan sus mulitas con rojos bordones en las cabezadas y pretales, y les cuelgan cascabeles para que, al entrar en los pueblos, anuncien y repiqueteen bien la errante mercancía».
Luego, el autor se extiende pintando otros detalles muy importantes sobre el cómo y el porqué de aquellos nómadas de la mercadería; sobre su amistad y familiaridad con los mismos por parte de los atencinos residentes, fruto, tal vez, de una rela­ción antiquísima que se vendría transmitiendo impecable de padres a hijos. Dice más adelante:
«Todo Atienza se echó a la calle a la llegada de los maran­choneros con ciento y pico de mulas preciosas, bravas, de limpio pelo y finísimos cabos, y mientras les daban pienso, empezaron los más listos y charlatanes a dar y tomar lenguas para colocar algunos pares. En mi casa estuvieron dos, sobrino y tío, que a mi madre conocían; mas no iban por el negocio de mulas, sino por llevarnos memorias y regalos de mi hermana Librada y de su fami­lia. (Si no lo he dicho antes, ahora digo que mi hermana mayor, casada en Atienza con un rico propietario, primo nuestro, había trasladado su residencia, en abril de este año, a Selas, y de aquí a Maranchón, por el satisfactorio motivo de haber heredado mi primo tierras muy extensas en aquellos dos pueblos). Obsequia­dos los mensajeros con vino blanco y roscones, de que gustan mucho, se enredó la conversación; y, al referirnos pormenores de su granjería y episodios de sus viajes, vino a resultar que, inespe­radamente, sin que precediera curiosidad ni pregunta nues­tra, tuvimos noticia de la cuadrilla o tribu de los Ansúrez.»
Si se tiene en cuenta que la Literatura es -y así debiera serlo- el reflejo más o menos fiel del vivir de una época, un periodismo activo y efectivo con visos de perpetuidad, un autén­ti­co y sólido documento que se sobrevalora con el paso de los años y de los siglos..., la aportación de relatos de este tipo al mejor conocimiento del pasado no es nada desdeñable, una base a veces firme en la que apoyarse y a la que echar mano siempre que se quiera reconstruir, con cierto rigor, el compli­cado puzle de nuestra historia.
La Literatura castellana en general -ya desde las "jarchas", que vislumbran en plena Edad Media unas nuevas maneras de decir- es en todo tiempo un pozo profundo de saberes guadalajareños. Los autores de éste y de anteriores siglos, han elegido con frecuen­cia las tierras y los lugares hoscos de las cuatro comarcas como escenario ideal en el que asentar y dar movimiento a sus persona­jes creados, cuando no tomaron los aquí ya existentes para hacer­les correr e inmortalizarlos en las páginas de sus libros. Tal es el caso que en este trabajo nos ocupa.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

JUAN BRAVO, COMUNERO DE CASTILLA


Fue uno de los tres comuneros de Castilla ejecutados en la plaza de Villalar el 24 de abril de 1521.
Nació en Atienza hacia el año 1478, hijo de una familia distinguida, pues su madre, María de Mendoza, era hija del conde de Monteagudo y sobrina del Gran Cardenal, y su padre, Gonzalo Ortega Bravo de Laguna, alcaide de la villa de Atienza. Juan Bravo ocupó desde muy joven cargos importantes en la Casa Real, como el de “continuo” para el que fue nombrado en 1499. También sirvió como hombre de confianza durante la regencia del Cardenal Cisneros. Fijó residencia en Segovia en 1504. Contrajo matrimonio en aquella ciudad castellana con Catalina del Río. Cuando enviudó, contrajo segundas nupcias con María Coronel, hija de un adinerado regidor de Segovia, cargo que comenzaría a ocupar tam­bién el propio Juan Bravo en el otoño de 1519. De su primer matrimonio tuvo una hija, María de Mendoza, y del segundo dos hijos varones, Andrés Bravo de Mendoza y Juan Bravo de Mendoza. Desde su cargo en Segovia se negó a admitir en la ciudad a las tropas realistas mandadas por Rodrigo Ronquillo enviado por la Corona.
No conforme con la política que intentó implantar en España a su llegada el joven Carlos I, promovió la insurrección en Segovia contra el rey y contra sus seguidores. Junto a los dirigentes de la misma sublevación en Toledo y Salamanca, Juan de Padilla y Francisco Maldonado, cayó prisionero en la sangrien­ta batalla de Villalar contra las tropas reales, el 23 de abril de 1521, y ejecutado al día siguiente con sus dos compañeros en la plaza pública.
(En la fotografía, monumento a Juan Bravo en la ciudad de Segovia)

sábado, 6 de diciembre de 2008

LAS BRUJAS DE PAREJA (y IV)


LAS BRUJAS DE PAREJA ( y IV )

A resulta de las declaraciones vertidas ante el tribunal por La Roa y por María Parra, fueron detenidas y encarceladas La Machuca y sus tres hijas: Teresa López, Ana Machuca y Maria Rodríguez, así como Juana La Carretera y María de Mingo.
Durante la mañana del día 5 de agosto de 1556, el Provi­sor Briceño sometió a interrogatorio a La Machuca, la cual dijo que era el de Violante su verdadero nombre, pero que le decían La Machuca por haber estado casada con Fernando Machu­ca. Preguntada por el Provisor sobre si era consciente de la causa por la que había sido detenida, contestó diciendo que sí, que a ella y a sus hijas las habían apresado por brujas, y que conocía muy bien cómo La Roa y María Parra las habían acusado con falsedad de hechos que no habían cometido, y que las habían metido en todo aquel embrollo en un intento de acortar su propio cautiverio. Lo mismo que había dicho la madre, así respondieron las hijas, y luego de haber sido amonestadas para que dijesen la verdad se declararon libres a todas ellas.
El día 13 de noviembre del mismo año acudieron al inte­rroga­torio Juana La Carretera y María de Mingo. Las dos mani­festaron ante el Santo Oficio que las hijas de La Morillas les habían levantado aquel falso testimonio por el que penaban en prisión, y que las dos eran inocentes de los cargos por los que se les acusaba. Lo mismo que a las anteriores, a éstas se les dejó marchar libremente.

En vista del buen resultado obtenido ante el Santo Oficio por las demás mujeres, Ana La Roa solicitó una nueva audiencia para desdecirse de todo lo que había dicho en sus anteriores comparecencias. Le fue concedida nueva audiencia, y en ella manifestó que todo había sido mentira, una farsa inventada por su hermana por miedo al tormento y para que las dejasen en libertad como lo había prometido el alcaide de la prisión: «e que lo dixo de puro miedo al tormento y de las cosas que le dezían los criados y el ama del provisor...» Después manifestó que ella y su hermana habían sido penitenciadas y azotadas por la Inquisición antes de todo aquello, que ayunaron a pan y agua todos los viernes durante un año, y que cumplieron hasta el último día todas las penitencias que les impusieron:
«... e que dizen mucho de su hermana e de ella las malas gentes que las quieren mal e las tienen sobre ojos especial­mente por lo de antes de su madre e que nunca tal hizo y sus confesio­nes eran mentiras... e que dará buenos testigos abona­dos de su vivienda e cristiandad e que el provisor nunca se los quiso rescibir...»
El fiscal presentó contra ella una acusación el día 30 de marzo de 1557, cuyos capítulos tenían como base las declara­ciones de los testigos y las suyas propias. Tanto la acusada como su letrado defensor negaron rotundamente los cargos expresados por el fiscal.
Cinco meses después, el 23 de agosto de 1557, La Roa solicitó una cuarta audiencia que le fue concedida. En ella aportó como novedad que todo cuanto había dicho fue por "per­sua­sión e inducimiento" de su hermana María Parra, con la que solía estar en contacto dentro de la cárcel, que le había dicho cómo el Provisor había prometido que las pondría en libertad si declaraban.

El proceso de Ana La Roa termina ahí. Incompleto, por no haber quedado noticia escrita de la sentencia; aunque todo hace pensar que sería azotada y desterrada como lo fue su hermana María Parra, de la que queda escrito que el 7 de febrero de 1558 también se desdijo de sus confesiones anterio­res, arguyendo que todo fue una farsa para librarse de las torturas, y del presidio, según le había prometido el Provisor si declaraba.
El conjunto de inquisidores que habrían de calificar los hechos, oídas una por una a todas las acusadas, acordaron por unanimidad que María Parra recibiese cien azotes por las calles de la ciudad montada en un asno "desnuda de cintura hasta la cinta, con una soga al pescuezo y a voz de pregone­ro", y que fuese desterrada a perpetuidad del Obispado de Cuenca y que no quebrantase el destierro bajo pena de cuatro­cientos azotes. La sentencia se leyó en la Plaza Mayor de la ciudad de Cuenca el día 5 de mayo de 1558, ante el numeroso público que acudió a presen­ciar el auto de Fe.

martes, 2 de diciembre de 2008

LAS BRUJAS DE PAREJA ( III )


LAS BRUJAS DE PAREJA ( III )

Luego dijo que en otra ocasión fueron a matar a la cria­tura de Quiteria, mujer de Juan de Cifuentes, vecina de Sace­dón; pero como ella no quería ir, su hermana La Roa le obligó con amenazas. Cuando llegaron a la casa de Juan de Cifuentes los encontraron acostados, y untaron los pies de él y de su mujer «con el ungüento que se echaban ellas para echarles sueño...y esta declarante por la cabezera de la cama asió al dicho niño y lo sacó de entre su padre e madre e le puso la mano debaxo de la barbilla y le apretó la boca y lo ahogó: e también le ayudó su hermana la cual le sacó al niño por el sieso cierto unto para hacer el ungüento...»
Acabado el anterior relato María la Parra siguió contando cómo había sido la muerte del hijo de La Obispa, esposa de Tomás Obispo, vecino de Sacedón. «...y esta declarante e la dicha su hermana le sacaron al dicho Tomás de Obispo e a su mujer de su cama a un niño pequeño e lo ahogaron tapándole las narices e la boca e apretándole la barbilla e ahogado se lo dexaron en la dicha cama».
Después de todo aquello continuó dando cuenta de otro crimen más; ahora el de la muerte de otra niña que era hija de Mateo López, vecino de Sacedón, a la que ahogaron entre su hermana y ella por el mismo sistema que a los niños anterio­res. Así se hace constar en el acta antes de tomar declaración a La Roa: «Y que estas tres criaturas ahogaron en espacio de cuatro meses poco más o menos e q´esto es lo que pasa y es la verdad por el juramento que hecho tiene e no firmó porque dixo que no sabía escribir.»
Meses después, el día 20 de junio de 1556, Ana La Roa pidió también audiencia ante el Santo Oficio para declarar que tres años atrás, encontrándose sola un día en su casa de Pareja, entró un hombre "que iba muy aderezado y parecía un caballero" y le ordenó que fuese a casa de La Machuca, en donde se encontraría con otras mujeres a las que les quería hablar. Ella así lo hizo.
Estando en casa de La Machuca, Ana La Roa dijo que con ellas estaba también su hermana María Parra acompañada de Juana La Carretera, María de Mingo, La Machuca y tres de sus hijas, y allí le informaron que aquella noche iban a ir al campo de Barahona. Pasaron allí toda la tarde, y una vez anochecido, una de ellas sacó el ungüento que llevaba en un recipiente de barro y untó a todas:
«... e aquella misma noche salieron de casa de La Machuca e parescía a esta declarante que la llevaban en peso y llega­ron a un campo que decía el campo de Barahona e como llegaron vido que estaba allí un cavallero que era el diablo que tiene dicho que la fue a llamar a su casa e llegados al dicho campo comieron pan e se regocijaron y el dicho cavallero les dixo que no le dexasen a él ni le desamparasen e q´el les haría mucho bien e vido que el dicho cavallero andava retocando con las dichas Machuca e sus hijas e María de Mingo e Juana La Carretera vecina de Sacedón e María Parra su hermana e les dixo a todas que fuesen a matar algunas criaturas y esta declarante no quería sino venirse a su casa e se fueron en peso hasta la villa de Pareja.»
El Provisor Briceño, luego de escucharla con atención, le dijo que sus declaraciones carecían de fundamento, por lo que le rogó dijera la verdad; más La Roa insistió diciendo que era la verdad todo lo que había dicho.

Días después de aquel su primer contacto con el Provisor, el día 15 de julio, La Roa volvió a pedir audiencia para ser escuchada por el representante del Santo Oficio. Allí manifes­tó que diez años atrás, estando en casa de La Machuca con la dueña de la casa y con María de Mingo, las tres a una sola voz llamaron al demonio con estas palabras para ir al campo de Barahona: "Satanás veni e yremos con vos y haremos todo lo que nos mandaredes"..."e vino como cavallero bien aderezado", y les pidió que renegasen de Jesucristo, de la Virgen y de los Santos, y que después le entregasen sus almas:
«...y aviendo renegado esta declarante e las dichas Machuca e María de Mingo besaron al dicho Satanás en el culo e después desto el dicho Satanás tuvo acceso carnal con esta declarante en la dicha casa de La Machuca de la manera que un hombre tiene acceso con su mujer e también vio que tuvo acceso el dicho Satanás con las dichas Machuca e María de Mingo e también comieron e bebieron e siendo muy de noche que no se acuerda la hora que sería aquella misma noche la dicha Machuca sacó cierto unto en una escudilla y con ello se untó esta declarante en los braços y en las piernas y también se untaron La Machuca e María de Mingo e como fueron untadas salieron de la dicha casa e con ellas el dicho Satanás en el ávito que tiene dicho e a esta declarante le paresce que yva en el ayre e así fueron fasta que llegaron a un campo que el dicho Sata­nás dezía era el campo de Barahona e como llegaron después de aver baylado e olgado comieron pan en vino que les truxo el dicho Satanás el qual también comía e allí se ponía el dicho Satanás unas vezes como asno negro e otras como hombre e como ovieron comido baylaron e se regocijaron e de la manera que fueron así tornaron. E que desta manera fueron dos veces al campo de Barahona e que el unto con que se untaban era de sapos e de huesos de finados e de unto de criaturas.»
Después de todo esto contó cómo había sido la muerte de la criatura de Gil Herrero, vecino de Pareja, si bien manifes­tó que en este crimen ella no había tomado parte. El Provisor le preguntó si todo lo que acababa de confesar lo había hecho por temor al tormento o porque la dejasen libre. Ella mantuvo la declaración hecha en todos sus términos, añadiendo que no lo hacía por temor a las torturas ni por ninguna otra causa a la que pudiera temer.
(Hay al margen una nota en la que se hace constar la contradicción en la que había incurrido La Roa en sus dos declaraciones, ya que una dijo que los hechos habían ocurrido hacía tres años y en la siguiente que hacía diez).
(Continuará)