jueves, 17 de diciembre de 2009

"LA TIERRA DE GUADALAJARA", TODO UN LUJO



Con todos los honores, y asistencia de autoridades provinciales, autonómicas, y otras muchas personas relacionadas con la cultura provincial, se presentó en el hotel Intercontinental de Madrid el pasado mes de febrero, coincidiendo con las octavas Jornadas de Gastronomía Guadalajareña que organiza y patrocina la Diputación Provincial en la Capital de España, la voluminosa obra en dos tomos que, con el título general de “La Tierra de Guadalajara”, han escrito -hemos escrito- una serie de autores expertos y buenos conocedores de esta interesante provincia castellana. La editó la empresa Mediterráneo de Madrid, y en ella se recogen en un todo los once trabajos que por separad había venido publicando la referida editorial anteriormente.
“La Tierra de Guadalajara” puede considerarse como la publicación más completa y cuidada que, hasta el momento, se ha escrito sobre Guadalajara. Los temas que en la obra se presentan con amplitud de texto y con la más alta calidad en fotografías (cerca de setecientas páginas en total, de gran formato), son los siguientes, con el nombre anexo de sus respectivos autores:

TOMO I
GuadalajaraPedro José Pradillo
SigüenzaAntonio Herrera Casado
Molina de AragónAntonio Herrera Casado
PastranaEsther Alegre
AtienzaJosé Serrano Belinchón

TOMO II
La AlcarriaRaúl Conde
La Comarca de ZoritaAntonio Herrera Casado
Los Pueblos NegrosRaúl Conde
El Barranco del Río DulceJosé Serrano Belinchón
El Río GalloCarlos Sanz Establés
El Valle del MesaTeodoro Alonso Concha

Las magníficas fotografías que sirven de apoyo al texto, son obra de los siguientes fotógrafos profesionales de la Editorial Mediterráneo:

Álvaro Viloria
Juan José Pascual
Paco Gracia Abril

La presentación de "La Tierra de Guadalajara" que aparece en el tomo primero, es un interesante trabajo sobre la provincia escrito por don Antonio Herrera Casado, Cronista Provincial.
El acto de presentación de ambos tomos en el hotel Intercontinental de Madrid, contó con la presencia de la Consejera de Cultura y Turismo de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, doña Soledad Herrero, y de doña María Antonio Pérez León, Presidenta de la Diputación de Guadalajara, que patrocinó la edición y escribió el prólogo de la obra.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

GALERÍA DE NOTABLES ( V ): FRAY JOSÉ DE SIGÜENZA


Su verdadero nombre fue el de José Martínez Espinosa; nacido en Sigüenza el año 1545. Era hijo natural del sochantre de la catedral don Asensio Martínez de Sigüenza y de una mujer viuda llamada Francisca de Espinosa. Estudió durante dos años en la Universi­dad Seguntina, licen­ciándose en Arte y Teología durante los tres siguien­tes. En 1567 marchó al monasterio segoviano de Santa María de El Parral para vestir los hábitos de la Orden Jerónima. Más tarde pasó a ser catedrático de la Universidad de Sigüenza y prior del monasterio de El Parral. En El Escorial, años después, fue rector, bibliotecario mayor y catedrático de Sagradas Escrituras.
De su obra literaria -uno de nuestros mejores autores clási­cos- merece se destaque la Historia de la Orden Jerónima, Vida de San Jerónimo, Historia del Rey de Reyes, Instrucción de maes­tros y escuela de novicios, Poesías, todo ello en un estilo severo y elegante como corresponde a los genios más represen­tativos de su época. Describió y criticó todo el arte recogido en El Esco­rial, en especial algunas pinturas de Tiziano y el entonces polémico San Mauricio y compañeros mártires del Greco, forma de hacer con la que no estaba de acuerdo, ya que "Los santos -decía- se han de pintar de manera que no quiten la gana de rezar en ellos, antes pongan devoción".
Es, sin duda, el hijo más preclaro de la Ciudad de los Obispos. El Padre Sigüenza murió el 22 de mayo de 1606 a conse­cuencia de un ataque de apoplejía.

viernes, 27 de noviembre de 2009

EN EL TALLER ARTESANO DE HORCHE


Durante la primavera de 1979 mantuve en su casa de Horche una grata conversación con Juan Francisco Martínez, uno de esos artistas naturales que muy de tarde en tarde aparecen de manera insospechada por cualquier parte y que, al cabo del tiempo, resultan ser cabeza de una dinastía de artistas, de una estirpe de hombres y mujeres de valía que tuvo un principio, pero que su final está por ver a lo largo de varias generaciones. Quiero recordar a Juan Francisco, en homenaje a él y a su huella perdurable, con sus propias palabras sacadas de aquella conversación perdida en la distancia de un cuarto de siglo. “Mis principios fueron una cosa imprevista. Después de la guerra faltaron muchos altares en las iglesias de por aquí. Yo era por entonces albañil; pero un albañil hasta cierto punto diferente, porque en el trabajo me gustaba recrearme un poco en los detalles. Me gustaban las cosas terminadas con gusto artístico, algo no muy corriente entonces en un albañil de pueblo. Al sacerdote de Horche, que había encargado un altar para la iglesia, le estafaron y no se lo vinieron a hacer; entonces me lo encargó a mí, que nunca había hecho nada semejante. Lo empecé con yeso, ladrillo, y una ornamentación un tanto elemental. Debió gustar bastante, porque muy pronto me empezaron a caer nuevos encargos.”
Así de sencillos, y de concretos, fueron los orígenes de una industria familiar admirable nacida allá por los primeros años de posguerra. Luego vendría la escayola para un retablo de Chiloeches, después la madera con la ayuda de un carpintero, hasta que los límites comarcales y provinciales resultaron pequeños, de tal modo que el propio Juan Francisco, ya al cabo de su vida laboral y con la ayuda de su hijo José Antonio, pudo ver los trabajos de su taller expuestos en establecimientos de arte tan distantes y tan dispares como las ciudades de Alicante y Santiago de Compostela, por nombrar sólo dos en regiones distintas. Juan Francisco murió a los ochenta años, con Premio Nacional de Artesano Ejemplar, con un taller bien montado, con dedicación exclusiva a la talla de madera, y con la satisfacción de ver incorporados al oficio no sólo a su hijo José Antonio, sino también a sus dos nietos, Álvaro y David, herederos directos -además de la sangre- del gusto por el trabajo y con la esperanza puesta en que la dinastía de artistas no termine en ellos.

Hacía varios años que no había pasado por el taller, en la última ocasión aún vivía el abuelo. He vuelto en fechas recientes y debo confesar que salí de allí impresionado. Ya no son uno, ni tres, las personas que sacan adelante con su trabajo todo aquello. Son cerca de cuarenta, y cerca de cuarenta también las piezas que se acaban cada día en jornadas normales de producción. Las tallas de imaginería, columnas y estrados, junto a los retablos para iglesias que son de alguna manera la especialidad de la casa, ocupan el horario laboral en aquel taller tan meritorio, y tan desconocido para tantos guadalajareños que, siempre bajo mi personal criterio, tal vez sea ésta la industria con más alcance universal de las que tenemos en la Provincia, pues ya no es solamente España en todas sus regiones, sino Francia, Noruega y los Países Nórdicos, Canadá, Estados Unidos, toda la América del Sur, Rusia y los Países Árabes, entre otros muchos lugares dispares de la Tierra, los que disfrutan de los magníficos trabajos de talla elaborados en aquel rincón de la Alcarria. Gran parte de la imaginería adquirida por la Casa Real Española durante los últimos años ha salido de allí, y hasta quinientos retablos están en estos momentos repartidos por toda España. La Hermandad de la Semana Santa Marinera de la ciudad de Valencia los ha nombrado cofrades de honor, como reconocimiento a su aportación artística a la Semana Mayor de aquella ciudad levantina. Honores, méritos, reconocimientos, títulos, avalan en buen número la no demasiado larga historia de “Artemartínez”, y que, dicho sea de paso, honra no solo a ellos, dueños y trabajadores del taller, sino también, y por extensión, a todo un pueblo y a una provincia que no se distingue precisamente por ser amante y propagandista de sus propios valores. El carácter castellano, al que nos apuntamos todos cuantos lo somos, tiene, junto a otras muchas virtudes reconocidas, esa sonora deficiencia ¡Qué le vamos a hacer!
Ignoro si el personal de la casa estaría dispuesto a que el público acuda a los talleres de trabajo y salas de exposición que hay dentro del edificio en cualquier momento, dentro, claro está del horario laboral; pero pienso que sí, a la vista de la amabilidad con la que Álvaro me enseñó y me fue explicando todos los departamentos: talleres de pintura, de talla, de copia, almacenes de trabajos sin concluir, donde el visitante, además de poder admirar los varios cientos de obras acabadas, recibe de paso una lección magistral sobre cómo es y cómo se elaboran los retablos e imágenes que en tantas ocasiones nos han impresionado en catedrales, conventos e iglesias pueblerinas, que el vandalismo de los tiempos ha querido respetar. Nuestra provincia es toda ella un muestrario de ese tipo de piezas de arte, y el taller que hoy nos ocupa una escuela que nada tiene que envidiar a aquellas otras de los siglos del XIII al XVIII, aunque eso sí, teniendo a su favor los medios modernos, si bien, tanto antes como ahora, y así seguirá siendo por años y siglos, el arte en general, y muy en especial éste de la talla, requiere grandes dosis de atención, de paciencia, de oficio y de talento, ingredientes que a lo largo de la Historia sirvieron de base y de sostén a la personalidad del artista.

De las obras grandiosas con las que el hombre de a pie puede encontrarse al andar por los caminos del mundo, salidas todas ellas de este taller de la Alcarria, podríamos destacar dentro de nuestro país los retablos mayores de las iglesias de Priego y de San Clemente en Cuenca; de Mondéjar, con pinturas de Pedrós, en Guadalajara; de Vicálvaro y de la Virgen del Puerto en Madrid; de Abengible en Albacete; del santuario de la Virgen de Salobrar en Jaraiz de la Vera (Cáceres), y así hasta varios centenares de ellos, entre los que se contará dentro de poco otro grandioso que se está preparando para la iglesia alcarreña de Albares. Tal vez, y esto dentro de la imaginería, en la Semana Santa de la ciudad de Palencia tendrán ocasión de sacar a la calle un Cristo magnífico, made in Horche; lo he visto prácticamente acabado y así, esperando el momento de los últimos retoques, los ofrezco a los lectores en una de las fotografías que ilustran este trabajo.
Y todo empezó por el empeño y por el saber decir que sí a la oportunidad que ofreció la vida a un hombre inspirado, cuando allá por 1942 Juan Francisco Martínez se atrevió a poner manos a la obra en un altar, sin que hasta entonces hubiera hecho nada semejante. Con ejemplos como éste, aparte de otros más que la vida nos ha llevado a conocer, uno llega a pensar que las grandes obras que en el mundo merecen contar con la admiración del hombre, nunca han sido fruto de la casualidad y en muy pocas ocasiones de la buena fortuna, sino que siempre anda por medio el talento, la osadía y el amor al trabajo en las debidas proporciones. En el caso de esta admirable industria familiar aparecen los tres ingredientes, y tal vez alguno más, como la amabilidad en el trato de la gente que por allí encontré.
(N.A. Octubre, 2003)

sábado, 21 de noviembre de 2009

UNAS HORAS EN GALVE DE SORBE


Estas fechas, mediado el otoño, nos llevan a veces por caminos de añoranza, un fenómeno bastante común del que rara vez conseguimos vernos libres. Llegó la calma a la vida de las personas y el ajetreo propio de las vacaciones se vislumbra a nuestras espaldas bastante lejano. La monotonía del quehacer diario, las largas noches a las que el tiempo nos lleva, sosiego al fin, invitan a remover la mente y a dedicar más tiempo del que de ordinario es habitual a pensar en uno mismo, a perderse en el infinito paraíso de los recuerdos, más florido a medida que uno se aleja hacia los años de juventud.
En el caso de quien esto escribe, uno de esos apacibles rincones en los que echar pie a tierra está precisamente aquí, en este inolvidable lugar de la sierra de Atienza, donde creo haber vivido uno de los años más intensos de mi existencia: el curso escolar 1962-63, donde el destino me llevo a ejercer como maestro en su escuela de niños.
No va a ser fácil mantenerme en la línea objetiva de mis escritos de cada semana sin que los duendecillos del afecto, que suelen habitar en las más ocultas celdillas del corazón se entremezclen, haciéndolas suyas, las ideas que uno quiera expresar en ocasiones como ésta, en lugares como el que ahora estoy donde nada me es extraño, donde en cada esquina, en cada calle o en cada rincón, acude a la memoria la anécdota, la imagen, la situación, de esas que por miles solemos guardar entre los pliegues de la memoria.
Es una limpia mañana de sol en estos parajes de la Transierra. En las praderas pastan uno o dos centenares de vacas rubias, junto a sus ternerillos que las siguen de un lado para otro. No tienen mucha hierba donde pastar después de un verano seco en extremo. Sobre la muela, el castillo de los Estúñiga, vigía por años y siglos del pueblo, de los campos y de las tierras del pinar. Desde el alto del castillo, Galve se muestra a los ojos del espectador como un pueblo limpio, de tejados ocres y rojizos, de casas nuevas, con sus praderas cercadas y sus ermitas alrededor, reclamo ideal para soñadores y para pintores impresionistas.

Galve de Sorbe ha cambiado de aspecto durante el último medio siglo. Ha crecido en sus contornos con nuevos edificios y con nuevas comodidades. La picota (que en Galve son dos); la Plaza Mayor, con el edificio rejuvenecido de las antiguas escuelas, ahora en función de ayuntamiento; la iglesia de la Asunción, con su espadaña altiva, su nido de cigüeñas, y un retablo mayor de recargado barroco, que siempre admiré y en ello sigo; media docena de casonas sólidas, modelo de la arquitectura popular de la comarca a la que pertenecen, con no menos de dos siglos de antigüedad sobre sus dinteles labrados, conservan encendida aún la llama de lo auténtico, lo que diferencia a un pueblo de otro pueblo, y en el caso de Galve anda muy alta la cota a la que hay que llegar para igualarlo. No olvidemos que fue cabecera de señorío, al que pertenecieron doce lugares de esta sierra, hasta su disolución allá por las primeras décadas del siglo XIX. En la actualidad cuenta el pueblo con media docena quizá de establecimientos públicos: Centro Médico comarcal, bares y restaurantes, algún pequeño supermercado, y un hostal en el cruce de carreteras del que el pueblo se siente orgulloso.
- Lo que ocurre es que desde hace ya bastantes años esto se ha ido quedando sin gente. El pueblo ha mejorado mucho en viviendas, eso sí; las hay muy buenas y muy bien acondicionadas; pero la verdad es que cuando pasa el verano, esto se queda solo.
Me lo contaba Mariano Márquez Herrero, uno de los muchos galvitos que hace cuarenta o más años decidieron abandonar su tierra y emigrar en busca de horizontes más prometedores. Mariano tiene su casa en el pueblo y es de los asiduos a ocuparla durante el mayor tiempo posible. Mariano, hombre abierto y cordial donde los haya, lector habitual de nuestro periódico, tiene además en su casa de Galve un estudio de pintor donde pasa muchos de los ratos libres de los que dispone después de su jubilación. La casa de Mariano es un auténtico museo de obras propias.
- Claro; esto me entretiene mucho. Ahora lo tengo un poco abandonado por cosa de la vista.
- ¿Cómo le dio por dedicarse a pintar?
- Pues fue porque cuando me jubilé en la peluquería de señoras, tenía que llenar el tiempo con algo que me gustase; así que, me apunté a uno de esos talleres de pintura que hay en Madrid, y ya llevo hechos más de cincuenta cuadros.
Mariano no tiene preferencias por un tema concreto, lo pinta todo: una Maja de Goya, una plaza de Jadraque, un paisaje nevado del Pirineo, una estampa religiosa del Buen Pastor...
La Plaza Mayor, con el típico rollo gótico de villazgo en su mitad, con la fuente redonda manando sin cesar por sus dos caños laterales, y el edificio soportalado de las antiguas escuelas y ayuntamiento, es la imagen por excelencia, la más representativa de esta interesante villa serrana.

La sólida casa frontal de la plaza, reconstruida después y que ahora es Farmacia, fue en otro tiempo la vivienda de don Mariano Maín, el veterinario y alcalde por aquellos años. En la casa de don Mariano solíamos pasar algunas de las trasnochadas de aquel largo invierno del 62-63, reunidos en tertulia o viendo la televisión. El nutrido grupo de asistentes a la casa de don Mariano estaba formado por las fuerzas vivas del lugar en su conjunto: el boticario, don Salus; el médico, don Segundo; el cura, don Silvano; la maestra, doña Emili, y un servidor, con algún consorte más o familiar de cualquiera de los asistentes. Eran tertulias muy animadas, donde se hablaba de todo, a las que no convenía faltar so pena de convertirse en víctima propiciatoria. Cerrábamos la televisión un par de noches por semana, volviendo a casa después por carriles abiertos entre la nieve o pisando las placas de hielo que duraban meses. Eran costumbres y situaciones trasnochadas que casi cincuenta años después cuesta trabajo creer. Tenían su encanto, qué duda cabe, y a ellas era preciso ajustarse como parte del guión, y someterse en nombre de su majestad la buena convivencia.
Tardes interminables aquellas de los inviernos serranos, que me enseñaron a apreciar la belleza de tantos libros escritos por algunos de los grandes maestros de nuestra Literatura, olvidados en cualquier rincón del viejo armario de la escuela: “Los pueblos” de Azorín; las “Cartas desde mi celda” de Bécquer; “Peñas arriba” de Pereda; “La de Bringas” de Galdós; el “Platero y yo” de Juan Ramón; y “El Camino” de Delibes, como el autor de moda, que alguien me prestó, no sólo me sirvieron de grata compañia durante tantas horas muertas, a la luz débil de una bombilla, pegado a la estufa de leña que todavía guardaba el calor de la tarde, sino que me abrieron un ancho horizonte que en lo sucesivo, y así hasta hoy, ha sido parte fundamental de mi querer y de mi hacer: la literatura, cuyas primeras mieles probé tras esas ventanas del ayuntamiento, en la plaza de la villa, por encima de los arcos, que ahora miro con nostalgia y con cariño.
Quedan muy pocas de las personas con las que conviví durante mi estancia en Galve. Los mayores han ido desapareciendo. Las personas, como producto perecedero que somos mal que nos pese, tenemos fecha de caducidad como habitantes del planeta. Los jóvenes, por otra ley que no es sino el desarrollo natural de la persona, cambian de aspecto con el correr de los años, o se van y echan raíz en lugares distintos. Es el caso que por las calles de Galve -tantos años por medio- uno se encuentra como un extraño, viendo caras desconocidas que intenta, inútilmente, relacionar por el aspecto con los que pudieran ser sus antepasados.
Apenas quedan dos, cuatro familias, que pasado el tiempo siguen viviendo en el mismo lugar en donde vivieron antes. Epifanio Hernández, el Pinfa, es uno de ellos, con una carga de años más sobre sus espaldas, pero que ahí está, manteniendo su personalidad con aquel ímpetu y aquella viveza de cuando lo conocí, familia amiga de la que hoy sólo quedan en el pueblo, felizmente, él y su esposa, la señora Herminia, con los que me ha resultado un grato placer conversar en el portal de su casa hablando, ¡vaya por Dios!, también de recuerdos.
- Sí, don Pepe, sí; la vida se nos ha ido sin darnos cuenta. Y la cosa no tiene solución. ¡Qué tiempos aquellos!
A la salida de Galve de nuevo las praderas, un centenar o dos de vacas rubias pastando las hierbas secas del Rejal, junto al arroyo. El castillo sobre la muela contando las horas, los años y los siglos que han ido pesando sobre sus piedras, fugaces tal vez como el viento que las azota, desde que el Infante don Juan Manuel asentó allí sus reales y levantó la primera fortaleza, hoy un tanto en desamparo.

lunes, 16 de noviembre de 2009

HERÁLDICA MUNICIPAL DE GUADLAJARA


Uno de los volúmenes que con mayor estima conservo en mi biblioteca es precisamente el que hoy presento en el escaparate virtual de este blog, donde los libros no sólo son parte indicadora y esencial de su título, sino también de su contenido.
Se titula este libro “HERÁLDICA MUNICIPAL DE GUADALAJARA”, publicado por Aache en el año 2001, y escrito por Antonio Herrera Casado y Antonio Ortiz García, éste último, autor, además, de la impresionante colección de escudos que ilustran la mitad, cuando menos, de las páginas del libro.
La primera parte del contenido está dedicada a Generalidades de la Heráldica: formas, partes del escudo, timbres, esmaltes y tinturas, y en general a todo aquello que es preciso conocer para interpretar debidamente cualquier pieza heráldica.
La segunda parte del libro se anuncia como “Heráldica de los Escudos Institucionales” . En este interesante apartado se incluyen, con la debida explicación acerca de cada uno, los escudos del Reino de España, el actual y el de los distintos reinos históricos de nuestra nación, así como el de la comunidad autónoma de Castilla-La Mancha, y los correspondientes a las cinco provincias que la integran.
Y en una interesante y bien cuidada tercera parte, que ocupa nada menos que 250 páginas de las 340 que completan el libro, van apareciendo por riguroso orden alfabético, los 121 escudos municipales que de manera oficial existían en la provincia en el momento de la publicación.
Destacable la información escrita, tanto heráldica como histórica de cada uno de los escudos que se recogen en el libro, y tanto o más los magistrales dibujos, a todo color y a toda página, que van apareciendo a lo largo de su abundante contenido.
Un alarde de edición sobre algo que realmente era necesario tener a nuestro alcance. Una publicación, en fin, con la que la bibliografía guadalajareña se ve sensiblemente enriquecida.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

MONS. ASENJO, ARZOBISPO DE SEVILLA


Con motivo de su nombramiento por el Papa Benedicto XVI como Arzobispo Coadjutor de la sede sevillana, hace un año y por estas fechas, ya se dio la noticia y se hizo el debido comentario en una de las primeras páginas de este blog. El pasado día 5 -una vez aceptada la renuncia en la Santa Sede por motivos de edad, presentada por el que hasta ahora ha sido su antecesor, el Cardenal Carlos Amigo Vallejo- fue la ya esperada designación de nuestro paisano, Mons. Juan José Asenjo Pelegrina, como Arzobispo Titular de aquella archidiócesis, la noticia de mayor relieve que sobre algo tan nuestro se ha producido en la provincia con resonancia nacional. Guadalajara en general, y en particular su ciudad natal, Sigüenza, celebran con especial júbilo este acontecimiento, sin duda uno de los que permanecerán en nuestro historial a través de los años y de los siglos.
No es don Juan José Asenjo el primero ni, por tanto, tampoco el único guadalajareño que ostenta tan alta dignidad en la Iglesia dentro de la dilatada historia de la provincia de Guadalajara. Durante los siglos XVI al XVIII fueron algunos más los que llegaron a ejercer esa misma responsabilidad.
A partir de ahora quedamos a la espera de que se produzca el siguiente paso, el de su previsible nombramiento como Cardenal, es decir, el que le confiera la dignidad suprema de Príncipe de la Iglesia; una ilusión y un deseo por nuestra parte que esperamos ver cumplido en nuestro paisano y amigo, al que sinceramente le deseamos lo mejor en su nuevo compromiso.

UN PASEO POR LA GUADALAJARA INSÓLITA (y IV)


Y desde el corazón de la Alcarria escapamos —a vista de pájaro, porque le tiempo tampoco da para mucho más— a tierras de Molina. La comarca de Molina es tierra de santos, de cantos y de páramos solitarios donde durante el pasado siglo se dieron las temperaturas más bajas y más extremas de España. La ciudad de Molina, con sus numerosos palacetes, su famoso “Giraldo” sobre la torre de San Francisco, y su castillo de los Señores, dominado sobre el altozano en el que se alza la torre de Aragón el variopinto panorama de su nuevo urbanismo, es la capitalidad de una importante comarca histórica dentro del mapa general de la provincia de Guadalajara.
Las tierras de Molina —Señorío Norte y Señorío Sur— dan para mucho decir por cuanto a curiosidades, leyendas y costumbres se refiere, dadas a conocer convenientemente por los buenos cronistas que tuvo durante los últimos dos siglos. Aquí, en cambio, nos interesa destacar lo menos conocido, lo insólito, aquello que no deja de tener su importancia, pero que pasará al olvido si los que podemos hacerlo no nos preocupamos de llevarlo al papel impreso. Por mi parte, creo haber cumplido convenientemente con ese sagrado deber.
En este paseo por los aires del antiguo Señorío Molinés, planeamos sobre dos villas gemelas, próximas, y, naturalmente, rivales. Es aconsejable conocerlas. Las dos limitan con Zaragoza a la altura de la laguna de Gallocanta. Milmarcos y Fuentelsaz don las dos villas a las que me refiero. Aparte de sus extraordinarias casonas señoriales, interesantes tanto en uno como en otro lugar, fijamos nuestra atención en aquella peculiaridad lingüística que sus hombres, esquiladores de ovejas y músicos casi todos ellos, solían poner en práctica al salir de su tierra, para que los amos y los curiosos que metieran la nariz en su trabajo, quedasen en ayunas de su conversación. Le llaman “La Migaña” en Milmarcos, y “La Mingaña” en Fuentelsaz para distinguirse; pero en realidad eran la misma cosa. Fue una jerga inteligente, que cuajó entre los habitantes de aquellos pueblos, pero que está condenada a desaparecer con las nuevas formas de vivir, y a pasar al olvido sin apenas dejar señal en nuestra cultura. Por lo menos un breve diccionario y algunos textos en “migaña” deberían existir. Algo se ha hecho, pero muy poco, y mucho me temo que sin ayuda de nadie.
El muleto acurva retozón es la frase con la que los esquiladores de Milmarcos y de Fuentelsaz decían en "migaña" que la comida es mala. Dica el vale, que fila navega de manduga, significaba “Mira que cara de burro tiene el amo”. La cimila navega gallardas dianas, servía para decir “La chavala tiene una hermosa pechera”.

Un lucero con amayas de juanrojo
Del Quilache de limes acurvaron,
Trinidad de tarines de rodajos
Y a mochales de manfuros dicaron.

Como han podido comprobar en el anterior cuarteto, la “migaña” también se prestaba a la composición literaria.

Y pasamos por Campillo de Dueñas, el pueblo que ha dado al mundo más de doscientas vocaciones religiosas en los dos últimos siglos. Por La Yunta, que jamás perteneció al Señorío de Molina, sino a la Orden de San Juan, con su curiosa leyenda del “Cristo del Guijarro” unida a su historia y al saber de sus gentes. Por Rueda de la Sierra, el pueblo natal del primer obispo de Madrid-Alcalá, don Narciso Martínez Izquierdo, asesinado a traición en la iglesia de los Jerónimos por el cura Galeote. Y pasaremos también por Canales de Molina, para contemplar in situ, si alguien nos acompaña hasta su escondrijo, la llamada Peña Escrita, todo un enigma de signos grabados en la piedra, de cuyo origen nadie nos ha dado razones convincentes.
Y cruzaremos la carretera, y pasaremos el puente románico sobre el río Gallo, para referirnos al hecho tremendo que ocurrió en el pueblecito de Tierzo, hacia la segunda década del siglo XX, y que sirvió de argumento para el famoso drama La Malquerida, de Jacinto Benavente. Saltamos después a Castilnuevo, junto al río Gallo, lugar hoy prácticamente despoblado, donde es razón de fe que se inspiró Cervantes para situar —con su caserón-castillo en lo más alto— la “Ínsula Barateara” en la que gobernó el bueno de Sancho.
Y concluyo este viaje virtual, un poco a salto de mata por la Guadalajara Insólita, en Orea, el pueblo más alto de la Provincia, a 1500 metros de altura, que no está nada mal; pero con unos parajes y unos paisajes dignos de ser conocidos y de ser disfrutados, como el de la “Fuente de la Jícara”, junto al único pino de seis troncos que existe en España, y con una curiosidad fisiológica registrada en el pueblo, única en el mundo. Nos habla de ella el Padre Nirember en su libro Relaciones Fisiológicas, según el cuál, al ciudadano Roque Martínez, natural y vecino de Orea, le nació un espino cerca del estómago, que cada primavera le solía crecer y se ponía verde. ¡Para que luego digan que en Guadalajara no somos únicos!

(En la fotografía, Plaza Mayor de Milmarcos)

domingo, 8 de noviembre de 2009

UN PASEO POR LA GUADALAJARA INSÓLITA (III)


Parada y fonda en los confines de la Alcarria, en Alcocer, cabecera que fue de la histórica Hoya del Infantado, donde estuvieron enterrados hasta el año 1936 los restos mortales de doña Mayor Guillen de Guzmán, la amante del rey Alfonso el Sabio. Es artículo de creencia popular en Alcocer que sus mujeres hicieron huir a una jarca descontrolada de moros, que desde Valencia entraron en tierras de Castilla devastándolo todo, tras la comitiva que conducía hasta la ciudad de Burgos los restos del Cid Campeador. En el pueblo sólo había mujeres y niños. Los hombres, como casi siempre en tiempos de reconquista, estaban en la guerra. Con la imagen de la Virgen, su patrona, sobre unas andas, y todas ellas ataviadas con trajes llamativos, cintas de colores, espejos sobre sus cabezas y otros adornos brillantes al sol, salieron del pueblo tocando ruidosamente tambores y latas, al encuentro de la desvandada morisma. Cuando los hijos de Mahoma vieron tantos reflejos metálicos y tal ruido de tambores, debieron pensar que se trataba de un ejército de choque bien organizado que les salía al encuentro, y huyeron despavoridos dejando en relativa paz a los pueblos de Castilla, en donde aún se lloraba la muerte de Rodrigo de Vivar. Hoy, recuperada del olvido hace sólo unos años, las mujeres de Alcocer, revestidas como sus abuelas del siglo XI, celebran con todo esplendor como recuerdo la fiesta de “Las Mayordomas” el domingo siguiente al día del Corpus.
Al pueblo de El Sotillo, en la Alcarria del Alto Tajuña, conviene acercarse alguna vez en Semana Santa. El origen de la costumbre se pierde en la noche de los tiempos; pero es el caso que la pureza costumbrista, heredada de sus antepasados, se conserva allí con una autenticidad y una entraña sorprendentes, y se seguirá conservando mientras que haya gente mayor que lo ponga en práctica, que, como es fácil suponer, cada vez son menos.
El día de la Cruz de Mayo, es costumbre entre las mujeres de El Sotillo rezar los mil Jesuses, valiéndose de un rosario para llevar la cuenta, al que le dan, justo, veinte vueltas. Repiten la palabra “Jesús” cincuenta veces en cada vuelta y antes de seguir recitan versos como éste:

¿De dónde vienes, mi buen Jesús
tan triste y desconsolado?
Vengo recién azotado
y de espinas coronado
y acuestas traigo la Cruz.

Durante la noche del Jueves Santo, es costumbre que las piadosas mujeres del lugar canten lo que ellas llaman “La Sagrada Cena” y “El reloj de Jesús”, veinticuatro estrofas, una por cada hora del día y de la noche. Como canto introductorio entonan una cuarteta que dice:

Es la Pasión del Señor
un reloj de gracia y vida,
reloj y despertador
que a gemir y a orar convida.

Para la tarde del Viernes Santo se deja en El Sotillo el rezo de los 33 credos, un credo por cada año de la vida de Cristo. Se reza en grupitos de mujeres, paseando por un camino y sin volver la cabeza atrás. A veces —¡qué le vamos a hacer!— los gamberrotes del pueblo, que los hay, los hubo y seguramente que los habrá, les tiran piedras para que vuelvan la cabeza y tengan que comenzar de nuevo.
Es la Semana Santa de El Sotillo, un pueblo chiquito perdido en la Alcarria de Cifuentes, cerca de Las Inviernas.
Y desde allí, sin salir de la comarca alcarreña, nos marchamos a las vegas del río San Andrés, a cuatro pasos de la villa de Budia. En el pueblo de San Andrés del Rey, colgado sobre unas peñas por encima del estrecho vallejo por el que pasa el río, se vive cada amanecida del día de San Juan un hecho memorable, al que los vecinos conocen como “El paso del Marojo”, un rito ancestral a pleno campo, a través del cuál aseguran en el propio San Andrés, en los Yélamos y en el vecino Budia, que se han curado de hernia inguinal cientos de niños.
El acto tiene lugar en un determinado paraje del término, donde previamente se ha rajado un marojo tierno tirando de sus ramas. Un hombre se sube a la copa de un árbol del contorno y anuncia a gritos que el sol está apunto de salir. Cuando el astro inicia su aparición por el horizonte, el vigía lo hace saber a la concurrencia con otro grito. El niño ha de estar completamente desnudo. Mientras el sol va saliendo, un hombre llamado Juan entrega el niño a una mujer de nombre María, pasándolo por entre las ramas del árbol, a la vez que dice: «Este niño ha de sanar la mañana de San Juan. Tómalo, María». La mujer, seguidamente, repite la acción y pronuncia la misma frase con un «Tómalo, Juan». Y así por tres veces. Luego ponen al niño, supuestamente curado, en los brazos de su madre, a la que saludan los asistentes a la ceremonia con otra frase ritual: «Dios y San Juan quieran que el marojo lo sane». Los padrinos, a los que llaman Juanes, cierran la raja que se hizo en el tronco del árbol, la rodean con peladuras tiernas de mimbre y las recubren con barro. Si la herida en el marojo cicatriza, el niño sanará; si no es así, continuará enfermo. Todo depende de la fe de los padres. Al arbolillo cicatrizado se le pondrá el nombre del niño, y quedará exento de que alguna mano despiadada lo llegue a talar.

(En la foto "Salida de la procesión de Las Mayordomas en Alcocer"

jueves, 5 de noviembre de 2009

UN PASEO POR LA GUADALAJARA INSÓLITA ( II )


Con los pies de la imaginación puestos ahora en la cumbre del Ocejón, el panorama que se observa es bastante similar, aunque diferente, del que acabamos de dejar atrás sobre el Alto Rey. Tal vez, lo que aquí más nos interese sea toda esa cadena de pueblecitos y aldehuelas que la inmensa mole tiene alrededor, acurrucados y medio escondidos al pie como lo más natural del mundo, con sus lomeras de pizarra mate mirando al cielo: Valdepinillos, La Huerce, Umbralejo, Palancares, Almiruete, Zarzuelilla, Valverde de los Arroyos, El Espinar, Campillejo, Campillo de Ranas, Majaelraayo… De cada uno se podrían contar cosas estupendas; pero es todo un camino el que todavía nos queda por andar. Dejemos las alturas y las brisas de la cumbre, y pongamos los pies sobre el suelo en cualquiera de esos pueblos: en Majaelrayo, por ejemplo, buscando en el hombre la sangre de la raza, el infinito valor humano de las gentes de la sierra, representado en un amigo que ya no se cuenta en el mundo de los vivos para seguir gozando de su amistad; murió congelado en una reguera, según me contaron, la última noche de un año que ya pasó. Encarnación Herranz Peinado era su nombre, Encarna para sus paisanos y para sus amigos, entre los que tuve el honor de figurar, tanto de él como de su esposa, la Tía Gabina, y de ese puñado de hijos que tienen repartidos por todas partes.
El Tío Encarna me solía contar, con ocasión de mis visitas a su pueblo, tremendas historias de lobos en los inviernos de la serranía y anécdotas mil referentes a las continuas penalidades de la trashumancia. También de las horas extremas de estrechez en los años del hambre, cuando la necesidad le obligó, con todo el pesar de su corazón, a marchar a Galve una mañana para deshacerse de los cencerros de sus vacas a cambió de un talego de garbanzos. A la vuelta, en plena sierra, se le espantó la mula y le desparramó la mercancía entre los cantos y las estepas del camino. Me decía el buen hombre que fue recogiendo los garbanzos uno por uno mientras le fue posible, y así poder volver a casa con un cocido, o como mucho con dos, pero sin los cencerros de sus vacas que en aquel tiempo eran algo así como un signo de distinción de la familia. Pobre, pero feliz, honrado a carta cabal y amante de dos cosas sobre todas las demás en sus últimos años: su familia y el vinillo tinto de la taberna de la Trini, donde siempre hubo dispuesto un vaso, —de especial medida, todo hay que decirlo— para él. Descanse en paz el Tío Encarna, honroso modelo del hombre de nuestras sierras.
El viaje desde los Pueblos Negros hacia la Campiña se ha de hacer necesariamente pasando por Tamajón, la Capital de la Sierra. En Tamajón siempre están abiertas las puertas de su ermita de los Enebrales. Una tradición manda que no se pueden cerrar, basándose en hechos portentosos. En Tamajón pensó el rey Felipe II construir el palacio, monasterio y panteón, que luego levantó en El Escorial. La causa por la que no lo hizo fue que en su tiempo se detectó en el pueblo una fábrica clandestina de moneda falsa. Las mozas de Tamajón —todo me hace pensar que esto ocurrió en pleno corazón de la Edad Media— compitieron en belleza con jóvenes granadinas en un concurso que ganaron las nuestras, tanto por su belleza como por los adornos que lucían: joyas labradas en su pueblo con piedras y metales preciosos sacados del arroyo de Las Damas que pasa por allí. Mucho ha cambiado la vida desde entonces, entre otras cosas porque las muchachas jóvenes son hoy un artículo de lujo escaso por aquellos lugares, como bien sabemos.
Sierra abajo, nos dirigimos a tierras de la Campiña. Las mayores elevaciones del Macizo van quedando atrás. Nos vamos a detener un instante en Puebla de Valles, para ver la casa-molino de Manolo Sanz, el alcalde del pueblo, construida entorno a un viejo molino de aceite, cuya prensa al uso primitivo, las muelas de granito y demás menesteres, ocupan el centro del salón. Una curiosidad digna de ser vista en aquel palacete con no más de veinte años de antigüedad. Cerca de la casa-molino, hay un olivo milenario debajo del campanario de la iglesia, una especie de santón mitológico con fiesta anual en su honor que el pueblo celebra con júbilo en el mes de marzo.
Y entramos de hecho en la comarca campiñesa. En el actual término de Fuentelahiguera de Albatages, hay una finca particular que llaman Fuentelfresno. Fue pueblo Fuentelfresno hasta los años finales del siglo XVII. Todavía queda algo del muro de la torre entre las encinas. Lo mismo que Retuerta, en la Alcarria de Balconete junto al arroyo Peñón, Fuentelfresno desapareció por problemas propios de tipo social, en su caso por abusos de los prestamistas, que obligaron a sus habitantes a emigrar y entregarles sus casas y sus campos. En Retuerta, la causa de su desaparición fue distinta, allí se debió a las malas condiciones sanitarias de aquella umbría el motivo de su despoblamiento. En ningún caso estos pueblos fueron pasto de las hormigas termitas, ni murieron sus pobladores envenenados en una boda, como en muchos lugares de la Provincia rezan tantos casos más en el decir de las gentes. Fatalidad ésta del despoblamiento que tiene a varias comarcas de nuestra tierra heridas de gravedad, quizás ahora más que nunca. Por lo pronto habría que apuntar en la lista de los pueblos vacíos, una larga docena de ellos, con perspectivas de multiplicarse por dos o por tres en un corto espacio de tiempo.

(En la foto, iglesia de Tamajón) Continuará

martes, 3 de noviembre de 2009

UN PASEO POR LA GUADALAJARA INSÓLITA


DEBIDO A LA VARIEDAD TEMÁTICA Y A SU POSIBLE INTERÉS PARA LOS LECTORES CON DESEOS DE CONOCER A FONDO LAS PROVINCIA DE GUADALAJARA, CON USOS Y COSTUMBRES POCO FRECUENTES, TRANSCRIBIRÉ A LO LARGO DE CUATRO PÁGINAS CONSECUTIVAS EL TÉXTO ÍNTEGRO DE LA CONFERENCIA QUE CON EL TÍTULO DE "UN PASEO POR LA GUADALAJARA INSÓLITA", PRONUNCIÉ EN LA CASA DE GUADALAJARA DE MADRID EN LA TARDE DEL 15 DE FEBRERO DEL AÑO 2002, Y QUE COMIENZA AQUÍ:


La provincia de Guadalajara es antigua, como nos lo enseña la geología del terreno; como nos lo explica en dibujos hechos por hombres, con más de 150 siglos de existencia, la cueva de los Casares y algún abrigo más por tierras de la Alcarria y de Molina; como se saca en conclusión de sus fiestas populares, ahora tan en auge. La Provincia de Guadalajara ha de ser, por todo eso, tierra de curiosidades sin cuento, circunstancia que se ve favorecida por su rica variedad en cualquiera de los aspectos que se la considere.
Aun dentro de un todo común, nada o muy poco tienen de parecido por cuanto a su carácter las gentes de la Alcarria Baja con las de Molina o las de Atienza, tampoco su paisaje, y mucho menos sus fiestas, tradiciones y costumbres. Ahora bien, existe una coincidencia que acoge a todos los pueblos y a todos los habitantes de la Provincia con muy contadas excepciones. Desde Campisábalos por el norte, hasta Illana por el sur; desde El Pedregal por el este, hasta Alpedrete de la Sierra por el Oeste, la tal coincidencia no es otra que el espíritu inquieto y aventurero de los guadalajareños, gentes listas y sufridas, amantes de lo suyo, y dadas al folclore por tradición, y a la fiesta de los toros sobre todo en la comarca más meridional, es decir, en los pueblos de la Alcarria. Cristianos viejos con un sentido profundo de su deber, que poco a poco se va perdiendo al hilo de las nuevas corrientes que imperan en los tiempos modernos.
Todo lo dicho hasta ahora, a manera de introducción, nos lleva a pensar que siendo así el carácter de los guadalajareños, las anécdotas y vivencias propias de cada lugar, que de alguna manera marcan la historia particular de cada pueblo, deben ser abundantes, y curiosas, y divertidas —como divertido es en esencia el modo de comportarse de nuestros paisanos—, detalle importante a considerar en ese cóctel que he pretendido componer con la manera de reaccionar en determinadas circunstancias, dentro de la más pura diversidad, las gentes de nuestros pueblos a través de su historia.
Y ahora, vais a permitir que me tire al camino por los senderos de la memoria, e inicie, para mí como para quienes de vosotros queráis acompañarme, una excursión virtual por esa Guadalajara variopinta, pozo de viejas culturas y de rancios saberes que son los de nuestros antepasados, parte importante de nuestra rica y peculiar herencia. Lo haremos, como en los viejos coches de línea, con una docena o poco más de paradas a lo largo de todo el recorrido, que es lo que posiblemente aguante vuestra atención. Nos detendremos donde se nos antoje, donde nos encontremos con algo intrascendente pero que nos llame la atención. Lo demás, lo que nos vayamos saltando al paso, es porque pienso que lo conocemos de sobra.
Contando, claro está, con la experiencia viajera de quien os habla, que si de algo puede presumir es de conocer pueblo a pueblo, linde a linde, fuente a fuente, camino a camino, todos los rincones del medio rural en Guadalajara, (y son 434), pues a ellos he dedicado muchos miles de horas, y he escrito también algunos miles de folios como casi todos conocéis, sencillamente porque desde un principio me engancharon y os debo manifestar que bien ha valido la pena.
Imaginemos que vamos a comenzar nuestro periplo contemplando, en una mañana clara, el espectáculo de nuestras tierras, de nuestros valles y montañas de la sierra norte de la Provincia desde la cima del Alto Rey. La visión resulta impresionante: tierras grises, cielo azul, vallejuelos de verdín, jaral pegajoso en las laderas, una calina hacia el sur donde se adivinan las Tetas de Viana allá muy lejos; pueblecitos con tejados negros o de un ocre fortísimo, reses que pastan en las praderas, las esquilas de un rebaño que se oyen y no se ven, una brisa suave que eriza la piel, y a nuestra espalda —postizos y novedosos— veinte o treinta gigantes de metal terminados en hélices giratorias, por aquella Sierra de Pela en la que cabalgó el Cid Campeador camino del destierro. No son gigantes, ni molinos de viento tampoco, aunque lo parecen, son artefactos de la nueva era de esos que producen energía al soplo del viento. Otra novedad en el paisaje de Guadalajara a la que, parece ser, tenemos que acostumbrarnos.
Acerca del Alto Rey, la montaña sagrada, transcribo un párrafo antiguo que escribió hace casi dos siglos un erudito alemán en viaje por España, el Dr.Kaestner; al que a su vez informó sobre el asunto un cartero de Jadraque, magnífico conocedor de aquellas sierras. El párrafo siguiente está sacado del libro de sus correrías por nuestro país, que en cierta ocasión encontré en alguna parte. Dice así: «Lo mejor para visitar el santuario del Alto Rey, desde Guadalajara, es seguir la ruta de Atienza por Cogolludo. Es indispensable hacer a caballo un buen trecho de camino. No hay posibilidad de hospedarse en las cercanías de la ermita, guardada de noche por un gato, que de día se oculta entre los escombros de unas ruinas cercanas, donde aparece una calavera cubierta con la piel de un hombre muerto.»
Sea como fuere, el Santo Alto Rey de la Majestad queda allí a título de enseña compartiendo esbeltez y leyendas con el Ocejón, nuestra cota más alta. No es mal momento para acercarse hasta el Alto Rey en la mañana del primer sábado de septiembre, romería comarcal hasta la ermita y las praderillas de la montaña. Hay puestecillos de cosas, procesión con las cruces de las parroquias vecinas, y pregón. Sí, pregón de romería que un año me correspondió dar, a viva voz, desde lo alto de unas peñas con la sierra entera por auditorio.

(Continuará)

lunes, 26 de octubre de 2009

GALERÍA DE NOTABLES ( V ): REGINO PRADILLO


Pintor de renombre universal nacido en Guadalajara el 25 de noviembre de 1925. Académico correspondiente de la Real de Bellas Artes de San Fernando. Expuso con éxito en las principales ciuda­des de Europa y de América. Condecorado y galardonado en varios países. La pintura de Pradillo es un soplo de inspiración de su tierra natal y un resumen de la pintura clasicista española en ideal simbiosis con el impresionismo francés. De él escribió el Marqués de Lozoya: "El pintor alcarreño ha sabido captar como pocos la grandiosidad del campo español, con la desnuda arquitectura de sus colinas y de sus alcores, y con la infinita poesía de la llanura, que en los ocasos se enriquece con una gama finísima de ocre y violeta", lo que no deja de ser una visión de su pintura paisajística escueta y exacta.
Regino Pradillo recibió en vida el Premio Nacional de Pintura del Ministerio del Ejército el año 1956; y el “Jesús Aramburu” del Gobierno Civil de Madrid en 1961, entre otros muchos galardones y consideraciones.
Durante la segunda mitad de su vida Regino Pradillo residió en París como catedrático de dibujo y como director del Liceo Español de la capital francesa. Falleció en Guadalajara el 18 de octubre de 1991.

(Del Diccionario enciclopédico de la provincia de Guadalajara)

miércoles, 21 de octubre de 2009

HISTORIA DE GUADALAJARA, DE ALONSO NÚÑEZ DE CASTRO


La Historia de Guadalajara de Alonso Núñez de Castro, importante autor del siglo XVII, es la más antigua que en edición impresa se conoce. De ella se han venido sirviendo en buena parte no pocos de los historiadores posteriores a él. No es ésta, en cambio, la primera Historia de Guadalajara que se ha escrito, pues tenemos noticia de que algunas otras anteriores a ella fueron escritas, tales como los “Anales de de la Ciudad de Guadalajara” de Francisco de Medina y Mendoza, escritos en el siglo XVI y desparecidos hoy para su consulta y consideración, o las Historias de Guadalajara del jesuita padre Hernando Pecha, escrita en 1632, o la del regidor don Francisco de Torres, escrita en 1647, y publicadas años y siglos después.
La que hoy y aquí nos interesa se publicó en 1653 en “las prensas de de Pablo del Val”, con el título de "Historia Eclesiástica y Seglar de la Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Guadalajara", de la que hasta hace muy poco tiempo tan sólo se podía disponer, y por tanto consultar, por parte de algunos privilegiados y en lugares muy concretos y restringidos; pues desde su aparición tan sólo había vuelto a aparecer en cortas reediciones, muy antiguas, alguna de ellas en portugués y publicada en la ciudad de Lisboa.
Por fortuna tengo en mi poder un bellísimo ejemplar de este libro, editado en facsímil, tapas duras con forro de terciopelo en un severo color morado, elegantísimo, en Din A-4, con 418 páginas que es todo un lujo, y que recomiendo a los muchos interesados por la historia de esta tierra que se cuentan entre mis lectores.
La edición de la que hablo salió a la luz el año 2003, y fue publicada meticulosamente en Guadalajara por la editorial AACHE, con el patrocinio del Excmo. Ayuntamiento de la ciudad.

La obra está dedicada por su autor a don Ivan de Morales y Barnuevo, caballero de la Orden de Alcántara, del Supremo Consejo de Castilla, y señor de Romanones y Valdemorales. Su amplísimo contenido y en extremo interesante, se desarrolla a lo largo de los seis libros de los que se compone, según la introducción del mismo libro, de la manera siguiente:

Libro I.- Descripción breve de la ciudad, análisis de su nombre y de su origen, reseña de inscripciones romanas, apoyo de la idea de haber sido ésta la Complutum de los romanos, conquista de la ciudad a los árabes por Alvar Fáñez de Minaya, y referencia biográfica de este personaje.
Libro II.- Establecimiento del cristianismo en Guadalajara, apoyo de la idea de haber sido una sede episcopal con listado de obispos, referencia de mártires, vírgenes, santos y confesores que aquí florecieron, según la propuesta que el autor sigue fielmente de los falsos cronicones.
Libro III.- Organización del municipio, paso de la villa a ciudad, serie de corregidores, personas de la familia real que aquí vivieron. En este libro el autor comienza a recoger y tratar con todo detalle el núcleo de la obra, que no es otro que la historia de la familia Mendoza, tratando de su origen, grandezas, relación de sus figuras más destacadas, biografías de los duques del Infantado y de sus familiares, con anécdotas de entradas y bodas reales en la ciudad.
Libro IV.- Sigue la referencia pormenorizada de las diversas ramas de la casa de Mendoza, anotando biografías y méritos de los individuos más destacados de las casas de Tendilla, Torija, Fresno, Yunquera, etc.
Libro V.- Un largo listado de los más destacados linajes y familias de prosapia en Guadalajara, con amplios y detallados árboles y relaciones genealógicas de todas ellas.
Libro VI.- Otro listado de los ciudadanos aislados, individuos de mérito, y caballeros de las Órdenes Militares, con actividad literaria, militar, política o simplemente aristocrática.

miércoles, 14 de octubre de 2009

TARDE DE OTOÑO EN CANTALOJAS


Fue en la mañana de un domingo de abril del año cincuenta y ocho cuando conocí Cantalojas por primera vez. Era el pueblo de mi primer destino apenas terminar los estudios de Magisterio. La diferencia entre estas tierras serranas y las de mi lugar de origen, en el pórtico de la comarca manchega, era considerable. Todo me pareció distinto en extremo. Llegué a pensar durante los primeros días que no me adaptaría a estar aquí. No había línea de autobús desde Guadalajara. Todas las incomodidades pasan inadvertidas cuando no se han cumplido los veinte años. Una escuela incómoda, sin material adecuado para el trabajo, y cincuenta y dos niños varones de todas las edades con los que calmar aquellos deseos retenidos de sentirse útil a la sociedad. Lo demás fue todo una bonita historia que no viene al caso. Aquí me casé, y aquí paso largas temporadas cada verano con mi familia. Quiero decirte, amigo lector, que con todos los riesgos que ello lleva consigo, hoy voy a hablarte de mi pueblo de adopción.
Cincuenta años después, Cantalojas tiene muy poco que ver con la imagen lóbrega que hayas podido sacar después de lo antes dicho. El tiempo ha conseguido dar la vuelta a todo, nada es lo mismo. Las viejas escuelas a las que asistían un centenar de alumnos entre niños y niñas, fueron sustituidas tiempo después por un sólido edificio de piedra, cómodo, con cumplidos ventanales y mobiliario nuevo. En este momento es posible que la matrícula no llegue a diez alumnos entre niños y niñas. El pueblo superaba entonces los quinientos habitantes, ahora escasamente llegará a los cien como población de hecho, y, como es fácil suponer, la inmensa mayoría son personas de edad avanzada. En cambio, los servicios y las infraestructuras municipales han mejorado de manera tajante: calles limpias (el ganado no entra al pueblo), servicio de agua suficiente en cada domicilio, adaptación a los nuevos tiempos de muchas de las viviendas viejas, mientras que otras nuevas llaman la atención dentro del pueblo y en sus alrededores, donde acoger cada verano a los varios centenares de personas que acuden al lugar de sus mayores en busca del regalo seguro de un clima y de un ambiente difícilmente mejorable.
La popularidad adquirida por Cantalojas dentro y fuera de la provincia, incluso de la región, se debe principalmente al auge que durante las últimas décadas ha tomado a escala regional el hayedo de Tejera Negra, declarado Parque Natural dentro de su término. Una masa boscosa que cada año y por estas fechas atrae a miles de visitantes. La naturaleza en el Hayedo se muestra pura y al descubierto. Es como un escaparate natural de flora y de fauna variadas, rica en especies, donde el haya es la estrella dentro de las clases arbóreas, en tanto que el corzo, la trucha común, y toda una diversidad de aves rapaces, cuentan entre los principales pobladores de este sugestvo paraíso dentro del reino animal.

Pero es el pueblo lo que pretendí mostrarte en un principio, y a ello voy. Se entra por un ramal de carretera que parte de la Gu-164, no lejos de la villa de Galve, y que acaba junto a las primeras casas. Ya a la entada se anuncia la pista que lleva hasta el Hayedo de Tejera Negra y hasta el camping de Los Bonales, por el camino del río. La Calle Mayor parte desde la misma entrada y continúa más allá de la Plaza. Sentados en el poyo de su casa, el Tío Emilio y la Tía Eulalia leen con atención nuestro periódico, interesándose por las ferias de Guadalajara que ya dieron comienzo en la capital.
- Según dice el papel hay mucha animación este año -me explica el Tío Emilio. Las corridas de toros parecen buenas.
- ¿Con cuál de ellas se queda usted?
- Para mi gusto la mejor es la del domingo. El Juli torea muy bien, y el Fandi es muy valiente poniendo las banderillas. Me veo todas las corridas que ponen en la televisión.
El Tío Emilio tiene noventa y cuatro años, tal vez sea el hombre más viejo del pueblo. De mujeres hay varias que le superan en edad. De vista anda muy bien, pero el oído lo tiene completamente perdido.
- Hace más de cincuenta años que me prohibieron fumar, y ahora no me dejan que tome café. Me ando escapando hasta el hostal y allí me tomo alguno. Yo sé mejor que los médicos lo que me viene bien y lo que me viene mal. Todos los días me doy una vuelta o dos por el pueblo, me leo el papel y veo la televisión si ponen algo que me gusta ¿Sabes? Hay que entretenerse en algo.
En la Plaza Mayor están el ayuntamiento con su juego reglamentario de banderas ondeando en el balcón, la casa rural Castillo de Diempures y el bar El Tejero como principales establecimientos públicos. La Plaza Mayor es el escenario de acción en los grandes acontecimientos festivos, llámense fiestas de San Julián a mediados de agosto o la feria y fiestas patronales de la Virgen de Valdeiglesias, durante los días del diez al doce del mes de octubre.
La feria de ganado de Cantalojas fue por tradición una de las más importantes en esta comarca límite entre las dos Castillas. La feria volvió a recobrar su puesta en funcionamiento después de un periodo no demasiado largo en el que desapareció. La causa no fue otra que la falta de utilidad práctica, habida cuenta que a lo largo de todo el año los compradores de terneros se suelen pasar por el pueblo y se llevan la mercancía en sus propias camionetas. Hoy la feria de Cantalojas consiste principalmente en un concurso y exhibición de ganado, con los consabidos premios anuales de la Diputación Provincial para los mejores expositores, según el jurado.
Es posible que el número de reses vacunas supere en Cantalojas la cifra de quinientas, en tanto que el ganado lanar ha descendido de manera considerable en relación con el número de reses que tuvo hace treinta años, cuando su volumen se cifraba por encima de las dos mil cabezas, sin contar con otro millar de ganado cabrío, que ha ido despareciendo por falta de personal joven que lo cuide.

De todos es conocido el cambio que el medio rural ha venido experimentando durante los últimos treinta años. Cantalojas es posible que sea uno de los lugares que con mayor rigor haya vivido esta experiencia. El pueblo de agricultores y ganaderos que antes fue, ya hace tiempo que abandonó la agricultura definitivamente, quedando tan sólo la cabaña ganadera en mano de unos cuantos propietarios jóvenes, capaces de desenvolverse con ella. La antigua raza de vacuno avileño, aquellas reses de color negro que los campesinos empleaban para los trabajos de labranza y acarreo, ha sido sustituida por otra clase de reses para el engorde, que se crían en el campo durante la mayor parte del año, y cuyo número se ha visto aumentar de manera notoria..
No obstante existe otra puerta abierta como posible salida para la supervivencia, más acorde con lo que reclama la sociedad española actual pensando en el descanso y en los periodos más o menos largos de vacación. Me refiero al turismo rural de tierra adentro, con sus muchas posibilidades y ventajas frente al tradicional turismo de costa, no siempre al gusto de todos.
El turismo rural, aunque lentamente, está adquiriendo cierta importancia en Cantalojas durante los últimos años. La bonanza de la climatología en los meses de verano, la vecindad del bosque, unidas a la riqueza paisajística de sus alrededores, están haciendo que el público de fuera se interese en pasar por aquí. Están proliferando los establecimientos de recepción a posibles visitantes: dos casas rurales, cómodas y con excepcional servicio; un hostal en la salida hacia el Hayedo, dos bares junto a la plaza, un pequeño supermercado, y un edificio nuevo dedicado a apartamentos rurales, quedan durante los doce meses del año dispuestos para el servicio de quienes deseen compartir con los habituales pobladores del lugar, las mil ventajas que la naturaleza en su estado más puro, es capaz de ofrecer.
Junto a la carretera trabaja en su taller de artesanía José Antonio Crespo. Recuerdo cómo siendo muy joven este muchacho trabajaba en una labor apasionante, pero que requería mucho tesón y mucha paciencia. Preparaba cuadros con fachadas de edificios nobles, hechos con piedrecitas de diferentes formas y color, muy interesantes, que luego servirían para colgar. Después ha preferido dedicar su tiempo a la fabricación manual de pequeños muebles, pura artesanía rural, que saca a la venta en tiendas de Atienza, de Sigüenza y de Guadalajara. Completa su quehacer -en ello lo veo ilusionado- en trabajos de apicultura. Ha instalado colmenas en pleno bosque. La miel de la Sierra es menos conocida que la miel de la Alcarria, pero que en calidad, me dice él, no tiene nada que envidiar. Es una miel distinta, miel de brezo y de roble, miel serrana, una esencia más de esta tierra todavía sin descubrir.
Son las seis de la tarde. En el reloj del ayuntamiento suenan a toque de campana las notas del “Himno a la alegría” de un tal Ludwing van Beethoven. Vivir para ver. Los primeros coches que vuelven del Hayedo toman la carretera de regreso sin detenerse. Una docena de buitres en escuadrilla merodean en la altura por debajo de unas nubes blancas. El sol sanguino del otoño comienza a esconderse por la cercana sierra.

domingo, 11 de octubre de 2009

GUADALAJARA, LA CIUDAD DE LAS ROSAS


(DEDICADO A LOS LECTORES DE LA GUADALAJARA TAPATÍA EN NUESTRA FIESTA COMÚN DE LA HISPANIDAD)


Guadalajara, Guadalajara...
Guadalajara, Guadalajara...,
Tienes el aire de provinciana,
hueles a linda rosa temprana...
(Canción popular mejicana)

Voces recias de bravos rancheros mejicanos y acordes de mariachi, acuden a la mente a la hora de tomar la pluma para escribir sobre un tema, entrañable para tantos de nosotros, y sobre el que jamás había escrito ni una sola palabra.
A Guadalajara, en el mundo -lo he podido comprobar-, fuera de nuestras fronteras nacionales la conocen como una importante ciudad americana, capital del estado mexicano de Jalisco, famosa por su actividad y por su largo número de habitantes; y todo es verdad, aunque no nos resignemos a reconocer que Guadalajara, la antigua, la Wad-Al-Hayara que engancha con la Historia como "Río de piedras" -piedras del Henares, naturalmen­te- es la nuestra, la Guadalajara de nuestros pecados y de nuestras ilusiones, sin que ello nos induzca a ignorar que al otro lado del Atlántico hay otra Guadalajara grande, diferente, cosmopolita; pero querida y deseada por los que estamos aquí. Es la Guadalaja­ra tapatía, aque­lla a la que cantó Jorge Negrete con el sentimiento de un charro cabal, cuyo timbre de voz resuena en los oídos de esta Guadalaja­ra nuestra con sabor a algo propio.
La fundaron los españoles en 1532 por expreso deseo de don Nuño Beltrán de Guzmán, guadalajareño de aquí, o arriacense para ser más preciso, que puso la tal misión como encargo a uno de sus capitanes, don Juan de Oñate. En 1539, el emperador Carlos I le otorgó el título de ciudad y el escudo que aún conserva: dos leones rampantes apoyados sobre un pino con tronco de oro sobre campo azul. El obispo don Pedro de Ayala, alcarreño él como el propio don Nuño, consiguió que la sede episcopal se estableciera en la recién creada ciudad de Guadalajara. Era el año 1546.
Hoy, a cuatro siglos y medio de aquella etapa fundacional, Guadalajara guarda con orgullo, y con merecimiento, el apelativo común de la Perla de Occidente, o la Ciudad de las Rosas, en la que se dan, partiendo de los edificios de la primera época colonial y concluyendo con los gustos y los materiales más al día, una extensa variedad de estilos arquitectónicos que la definen como una ciudad moderna, y al mismo tiempo señorial y elegante, en una conjunción perfecta, ajustada, increíble.
Desde su fundación con sólo sesenta y tres cabezas de familia, hasta hoy que anda muy cerca de los dos millones y medio de habitantes, la evolución creciente de la capital del estado de Jalisco ha sido vertiginosa. La metrópoli está integrada por las viejas villas aztecas de Zapopan, Tlaquepaque y Tonalá; la primera de ellas es la sede del más importante santuario mariano de México -después del de Guadalupe, por supuesto-: la Basílica de Nuestra Señora de la Expectación, o de Zapopan, obra del siglo XVI atendida por franciscanos, a la que acuden cada año cientos de miles de fervorosos romeros. Tlaquepaque y Tonalá son famosas por la belleza de su artesanía, principalmente de cerámica, vidrio soplado y papel maché; lo que convierte a la ciudad entera en una tentación, en un abierto paraíso para las compras, dentro de esa Guadalajara única, admirable y admirada.
Pocas ciudades de la vieja Europa son capaces de ofrecer al viajero y al turista tantos atractivos como aquella en donde su acervo cultural, su interés paisajístico y costumbrista, constituyen un foco espléndido de interés sin salir de América Hispana. Las exposiciones, congresos, convenciones y asambleas de alto rango, cuentan en Guadalajara con las mejores infraes­truc­turas como centro más adecuado y moderno que, a tanta distancia, uno pueda imaginar. Por lo que se refiere a estableci­mientos hoteleros, pásmense, cuenta con cerca de trescientos, lo que equivale a una cifra global en torno a las quince mil habitaciones.
En el centro histórico, o casco antiguo de Guadalajara, la ciudad ofrece al recién llegado la imagen severa de su catedral, obra del siglo XVII, con sus dos afiladas torres por enseña; el Teatro Degollado, del siglo XIX, con artística bóveda que decoró Jacobo Gálvez, en la que están representados varios del los personajes del Canto IV de la "Divina Comedia"; el Instituto Cultural Cabañas, construido como casa de misericordia a principios del pasado siglo, a instancias del obispo de Guadala­jara don Juan Cruz de Cabañas, y que actualmente acoge una importante exposición del maestro muralista José Clemente Orozco, quien en la cúpula de la capilla dejó muestra inmortal de su arte con "El hombre de fuego", pintado en 1939; la Barranca de Huentitan, con los parques zoológicos más importantes de toda la América Latina. Y a media hora de viaje en automóvil desde el extrarradio, el lago Chapala, el más grande y el más romántico de los lagos de México.

Dicen que las riberas del lago Chapala se hicieron para soñar en claras noches de luna. Gozan las tierras de Chapala de un clima inmejorable, y de unos paisajes a los que ni siquiera alcanza la imaginación. Hay que vivirlos y soñarlos en tardes de encendido sol cuando el astro se esconde al otro lado de las colinas y de las palmeras, y adormecerse después junto a sus aguas mansas, rizadas, brillantes con fulgor de lentejuelas durante la noche en calma de aquellas benditas tierras. Por más de trescientos kilómetros se extiende su ribera. Son decenas, cientos quizá, los pueblecitos que cunden a su alrededor, pueblecitos habitados por hábiles artesanos del barro o del metal, por gentes humildes que viven de la oferta de lo que hacen sus manos, de los deliciosos platos típicos de la región que sirven a quienes van de lejos. Chapala, a media hora en automóvil desde la capital del estado de Jalisco, sigue siendo aquel "rinconcito de amor donde las almas pueden hablarse de tú con Dios" como, quiero recordar, decía aquella vieja balada para cantar en sus orillas.
A una y a otra Guadalajara las separan las aguas del occeano, las separan también el paso inapelable de los siglos. Muy poco en común tienen entre sí, aparte del nombre y del reflejo histórico de su origen. Tal vez no fuera malo recordarse mutuamente, los arriacenses de aquí y los guadalajarenses de allá, con algún acto, aunque sólo fuera simbólico cada año con motivo, por ejemplo, del día de la Hispanidad. Las gentes -y más en estos tiempos que corren en que los valores del espíritu andan un tanto a la deriva- tendemos a ser olvidadizos. Acabar con el lazo espiritual que une a las dos Guadalajaras sería un error irreparable, una ofensa grave a nuestro pasado y al de la ciudad hermana, una injusticia de la que la Historia deberápedirnos responsabilidades.

jueves, 8 de octubre de 2009

DICCIONARIO ENCICLOPÉDICO DE GUADALAJARA


Como indica su título, este libro es un “diccionario” porque consta de unas dos mil entradas que van apareciendo en sus páginas por riguroso orden alfabético; es “enciclopédico” porque abarca todo tipo de palabras y de temas diferentes que conviene conocer para hacerse una idea lo suficientemente completa de esta tierra y sus infinitas particularidades; y es “de Guadalajara” porque todas sus entradas guardan relación con esta provincia castellana, incorporada a la comunidad autónoma de Castilla la Mancha.

Por su utilidad, extensión y variado contenido, alguno de sus comentaristas la ha dado en llamar la "Biblia de Guadalajara", siendo, por tanto, uno de los libros de mayor utilidad que se han escrito hasta ahora con relación a esta tierra.

Personajes, pueblos y ciudades, aldeas y despoblados, costumbres y fiestas populares, acontecimientos históricos, montañas y ríos, parajes, flora y fauna, literatura, curiosidades, patronazgos, gastronomía…, todo cuanto se pueda interpretar como temática propiamente guadalajareña -salvo involuntario olvido-, aparece en sus páginas con la extensión que requiere cada asunto o motivo, entre las tres líneas la entrada de menor extensión, y las dos páginas de texto las de un contenido más amplio.

Una primera edición de Aache se agotó al poco de salir. Una segunda, corregida y aumentada, publicada por el diario “Nueva Alcarria” en fascículos coleccionables, con centenares de fotografías a todo color, ha mejorado a la primera al menos por cuanto se refiere a su contenido, pues se ha visto ampliada con más de doscientas entradas.


(el detalle)


OCÉN, Virgen de

Con este nombre se venera en Hortezuela de Océn y otros pueblos de su comarca a una imagen de la Virgen. Su ermita queda sobre un alto pedregoso, en el lugar mismo en el que en otro tiempo existió un poblado llamado Océn y restos de una antiquísima fortaleza. La fiesta patronal de Nuestra Señora de Océn se celebra el último domingo de Mayo.


OCENTEJO

El pueblo de Ocentejo, uno de los más pintorescos y más ricos en valores paisajísticos de todos los del Alto Tajo, dista de Guadalajara 100 km. Tiene una población de derecho de 46 perso­nas. Su altura sobre el nivel del mar es de 859 metros, en tanto que la extensión de su término en kilóme­tros cuadrados es de 30,3. Como núcleo de población, Ocentejo está situado en un valle que ya habitaron los celtíberos, como lo demuestra la necrópolis del Castillejo; también los romanos, de cuyo paso se han encontra­do lápidas mortuorias en su término. Fue villa en posesión de la familia conquense de los Carrillo de Albornoz, y durante la Guerra de la Independencia en él se instaló la Junta Provincial de Guadalajara, que vio cómo los soldados de Napoleón volaban el puente más importante sobre el río que existía en su término.

A mediados del siglo XX, y debido a lo escabroso de sus tierras, sirvió de refugio al "maquis", residuo del ejército republicano que, a manera de guerrillas, sembró de pánico aquellas serranías después de la Guerra Civil.

Sobre un risco que hay en el mismo pueblo queda el recuerdo de un pequeño castillo, que en tiempos debió pertenecer a la familia de los Albornoz. Aguas arriba y a relativa distancia está el famoso Hundido de Armallones, así como las antiguas salinas de la Inesperada.


OCHAÍTA GARCÍA, José Antonio

Inspirado poeta del siglo XX nacido en Jadraque el año 1905. Cultivó el periodismo, el teatro y el ensayo, siendo autor de la letra en muchas de las coplas y canciones más conocidas de la posgue­rra española: Cuatro farolas, Eugenia de Montijo, El Porropopero, entre otras.
Impresionaba Ochaíta al auditorio en los recitales de sus poemas, que venían a ser verdaderos torrentes líricos de amor a las tierras de Guadalajara. Murió sobre un pequeño escenario junto a la puerta de la Colegiata de Pastrana durante las fiestas del Carmen de 1973, en el momento en que recitaba la frase "tengo la Alcarria entre mis manos", de su poema "Manos nuevas para mi tierra vieja". José Antonio Ochaíta fue cronista oficial de la ciudad de Guadalaja­ra. De sus libros de versos publicados conviene destacar Turris Fortísima, Desorden, y Poetización de Jaén.


OLIVA, Cerro de la

Se encuentra este altiplano en la margen izquierda del río Tajo, a 1500 metros de distancia aguas abajo de la villa de Zorita de los Canes. Es famoso porque sobre él fue construida hacia el año 578 la ciudad de Recópolis por el rey visigodo Leovigildo, y allí quedan sus ruinas ahora en periodo de excavación. También se le ha conocido por el Mesetón de Rochafrída.

martes, 6 de octubre de 2009

GALERÍA DE NOTABLES (IV):SEGUNDO PASTOR



Todos recordamos a don Segundo Pastor Marco como un eminente guitarrista nacido en Poveda de la Sierra (Guadalajara) el 23 de junio de 1916. Magnífico ejecutante de los compo­sitores clásicos, especialmente de Tárrega, de Turina y de Grana­dos, y excelente compo­sitor de música para guitarra, considerado entre los cuatro grandes de nuestro siglo XX.
Segundo Pastor, hombre amable y con personal gracejo, fue querido por todos los públicos que le escucharon. Fue catedrático honorario de la Universidad de Oswego en los Estados Unidos, condecorado por el gobierno de Venezuela, académico de las Artes y las Letras de Cuenca y presidente de la Sección de Música de la Institución "Marqués de Santillana" de la Diputación de Guadala­jara, entre otros muchos honores y títulos. Viajero incansable por Europa y América, donde dio conciertos memorables como el que sirvió de estreno a su obra Suite de Flandes, con la Orquesta de Conciertos de Nueva York en 1977.
De su importante producción para guitarra cabe destacar La Leyenda del Júcar, Homenaje a la Alcarria, Piezas descriptivas de la Ciudad Encantada, Homenaje a Chopín y Tríptico del Doncel.
Segundo Pastor era hijo adoptivo de la ciudad de Cuenca, en donde estudió el Bachillerato, la carrera de Magisterio y pasó una buena parte de su juventud.
Falleció en Madrid el día 9 de noviembre de 1992.
(Del "Diccionario Enciclopédico de la provincia de Guadalajara")

jueves, 1 de octubre de 2009

LA ALCARRIA DE ALONSO ZAMORA VICENTE


Nadie lo hubiera dicho hasta que el campo de la Alcarria, sus pueblos y sus gentes, fueron descubiertos por importantes autores de un pasado más o menos reciente. Antes lo habían hecho entre algunos más Iriarte y Jovellanos, luego Cela, y muy poco después, como siguiendo los pasos del Nóbel gallego, por un tramo muy preciso de su recorrido en aquel primer viaje que le dio fama, lo hizo otro insigne, Alonso Zamora Vicente, como en una fugaz asomadilla por las afueras de Madrid.
Fue una tarde de abril del año sesenta y uno, enésimo aniversario de la muerte de Cervantes. Zamora Vicente dedicó unas cuantas horas de aquel domingo a recoger material por nuestros campos y por nuestros pueblos con el que dar forma y feliz remate a uno de los más bellos artículos de su obra Libros, hombres, paisajes, y al que dio el sugerente título de Naciente primavera, sin duda, una de las páginas más hermosas que hasta el momento hallaron inspiración en la piel ruda de la comarca alcarreña. Comarca alcarreña he dicho, y he dicho bien; pues el relato arranca en una de las otras Alcarrias, la de Madrid, cuando el autor se sorprende en Nuevo Baztán, el pueblo que mandó construir el banquero Goyeneche, ministro que lo fue de Luis I, y levantado según los gustos palaciegos por José de Churriguera. Loeches es la siguiente villa alcarreña de la que habla el autor, impresionado ante la tumba del Condeduque de Olivares que se conserva en el convento de Dominicas y que él mandó construir a propio encargo.
Uno, que siente veneración por ese puñado escogido de artistas de la palabra y maestros del idioma, que han vivido y escrito en nuestra lengua a lo largo de todo el siglo XX, coetáneos nuestros, por tanto, se honra en sacar de la penumbra un poco de lo por ahí perdido, y que considera merece figurar con todos los honores en ese imaginario volumen dedicado a esta “tierra de las buenas letras”, que los guadalajareños de ahora, y más todavía los que vengan después, debieran conocer y, ¡qué decir!, también recrearse en su lectura. Escribe Alonso Zamora Vicente:
«La Olmeda, Fuentenovilla, Escariche, Hontova, Escopete... Pueblos diminutos, árboles que abren con pasmo sus yemas, frutales en flor. Los labriegos queman los pastizales viejos para obtener el renuevo y llega hasta el coche el perfume de la retama ardiendo y el crepitar de las varas. Entre mimbreras agudas corre, despacio, el Tajuña. Los caseríos se escalonan por las lomas, trepando de espaldas, y la gente se asoma a los portales, gritando a los chicos palabras inexpresivas. En un cruce de caminos, un sacerdote lee su breviario, sentado en los escalones de un altarcillo. En el suelo, a pocos pasos, un hombre viejecito, acostado en el tronco de un olmo, las manos cruzadas sobre la cayada, se espanta, de vez en cuando, las moscas que le acosan y se limpia un ojo que llora, pertinaz, con el revés de la manga. Pasa un rebaño, los campos se van inundando de hondura, sosegándose, endurecida paz de la tarde improrrogable y ya descendiente. En las eras redondas, escalonadas por las cuestas, con un chozo de piedras en el borde, la gente, endomingada, baila, pasea, corretea, juega al corro, ríe provocativamente. Vistos desde arriba, sol de través, la alegría multicolor de las faldas brilla en las ruedas de mujeres, espejea opulenta entre el amarillo limón de la tarde mediana. Una campana voltea, rápida, y la estela de un reactor se incendia en lo alto. Grandes nubes estrechas se deshacen sin sombra sobre los campos intensos. Los ribazos aparecen repletos de romero en flor, de argomas, de tomillos. Zumban las abejas escondidas en las ramas y el aliento oloroso de las matas se estremece, abierto, generoso, a cada sacudida.»

Y Pastrana, la Villa de los Duques y de Teresa de Jesús para dorar el viaje de unas horas de abril por tierras de la Alcarria. Va entrando la tarde. La sombra de aquellos personajes que dejaron entre el Albaicín y el barrio de San Francisco su huella perpetua, toma en la prosa de nuestro autor matices diferentes, como un aroma nuevo, al que no estamos acostumbrados quienes leemos, y quienes escribimos. Sujeto, verbo y complementos, así y por ese orden, es el incomparable estilo de lo sencillo, el secreto de la prosa magistral de un genio de las buenas letras:
«Pastrana trepa por la loma desde el borde de un arroyo, zigzagueando los callejones estrechos y empinados, asomándose a respirar hacia el valle por los pretiles de piedra. El viejo palacio ducal, residencia de la princesa de Éboli, está medio arruinado. La fachada noble, italianizante, se abre frente al valle, donde unos pinos adolescentes tienden su pompa al sol derretido del atardecer. Ruido de carros, alguna moto impaciente que sube por la travesía. Grupos de labriegos conversando plácidamente, severo el gesto y acordada la voz, por los ángulos de la gran plaza. Las mujeres, enlutadas, sentadas junto a los portales en sillas bajas de enea, charlan, tejen, suspiran, llaman a grandes gritos a los niños que juegan por las esquinas mientras devoran enormes trozos de pan empañado en vino con azúcar. Por los cobertizos, el sol se corta, rígido, y llena de negra intimidad el interior, con sus altares pequeños de la Virgen de la Soledad o del Cristo de los Azotes. La fuente suena entre las paredes blanqueadas de la plazuela, llenándolo todo con su voz fresca y repetida.
La Colegiata, donde está enterrada la princesa, surge limpia, recién restaurada, y ofrece al visitante el prodigio de su museo, en el que sobresalen los espléndidos tapices del siglo XV, que representan la conquista de Arcila. Un seminarista joven, sonriente y locuaz, acompaña a los visitantes, haciendo comentarios acertados ante cada objeto del museo. Asombra esta riqueza oculta en el campo de la Alcarria, paños, orfebrería, escultura, pintura, documentos, recuerdos de Santa Teresa y de la princesa de Éboli, cuyas vidas coincidieron fugazmente en este lugar. Prodigio del lugarón castellano, de enrevesado callejero, donde un escudo en un chaflán o encima de una puerta pregona la pasada grandeza. Pueblo del color de la tierra que trepa montaña arriba, cotidiana lección de empeño de vivir.
El regreso, cayendo la tarde, pueblos y más pueblos, adormilados en el alcor, ya morado del crepúsculo. Corros de niños juguetean, cantando, a la entrada de los caseríos, y las primeras luces comienzan a encenderse, y los barrancos se van envolviendo en una frágil niebla blanquecina, acobardada. Vuelven de su paseo las parejas de enamorados, abrazados en el aire súbitamente frío, y un silencio poblado va dominando los recodos, donde ya solamente los carteles indicadores dan fe de lo pasado, hecho súbita nostalgia. Armonía viva del domingo, campo adentro, vestida de su propia gloria transitoria y floreciente. Primavera en el camino, un precario perfume de romero en la memoria».

Y se acaba la tarde. Las sombras de la noche van cubriendo los campos y las casas en las que vive la gente; al cabo aparece la ciudad que lo devora todo. Madrid, el “rompeolas de todas las Españas” que firmara García Sanchiz con frase rotunda y verdadera. Atrás la Alcarria, con sus pueblecitos escalonados en la solana al borde de un arroyo, soñando, quien sabe si en tiempos de grandeza que jamás volverán, o en un porvenir incierto, sin largos horizontes, porque la historia, amigo lector, es un personaje que viaja por la vida sin billete de vuelta.

(En la fotografía, un aspecto de la Plaza de la Hora de Pastrana)

miércoles, 23 de septiembre de 2009

LA SIMA DE PAREDES


Junto a la carretera que sirve de entrada al pueblo de Paredes de Sigüenza, muy cerca del límite con la provincia de Soria, en los llamados Altos de Barahona, uno se encuentra con el increíble socavón que en el pueblo llaman “la Sima”. La sima de Paredes surgió por sorpresa en medio de un barbecho acabado de labrar hace por ahora cuarenta años, fue en la tarde del 7 de agosto de 1979. Es un pozo inmenso, un hundimiento del terreno completamente redondo y del tamaño de una plaza de toros, lleno de agua salitrosa cuya profundidad debe oscilar entre los veinticuatro metros, según unos, y el fondo desconocido, según los más. Una peligrosa irregularidad del terreno cuya presencia tiene atemorizado, no sin razón, a parte del vecindario; no tanto por el progresivo rehundimiento de sus bordes como por la posibilidad de una nueva manifestación en cualquier otro lugar del término, incluso en el mismo pueblo.
Se trata de una torca, muy similar a las varias que existen en el término municipal de Cañada del Hoyo (Serranía de Cuenca), y que se han venido produciendo a lo largo de los siglos como consecuencia del continuo desgaste del terreno al que han dado lugar las corrientes de agua subterránea, que terminan por producir un hundimiento instantáneo en la superficie del terreno, casi siempre de forma circular, y con una anchura y profundidad considerables.

martes, 15 de septiembre de 2009

GUADALAJARA EN LA HISTORIA


Las tierras de Guadalajara, seguramente que a consecuen­cia de su situación geográfica como lugar de paso, quizá por el sosiego y la tranqui­lidad de los abrigos y solanas que existen en muchos de los parajes que la integran, contaron con la presencia del hombre desde tiempos muy remotos. Como muestra ahí quedan las pinturas rupestres de la Cueva de los Casares en las proximidades al pueblo de Riba de Saelices, los diversos restos arqueológicos encontrados en tantos lugares de su geografía, y, por añadidura, una importante riqueza costumbris­ta que habla, muchos siglos después de su existencia, de antiguas civilizaciones y de lejanas formas de vivir por parte de los hombres que asentaron sobre su suelo.
Quisieron los azares de la vida que fuera en este retazo de la Meseta Castellana donde se desarrollasen no pocos de los aconte­cimientos que llegaron a determinar en más de una ocasión el rumbo de la Historia, o al menos que se contara entre sus moradores con personajes de primerísima magnitud en el ahora y aquí del tiempo en que les tocó vivir; personajes influyentes y lugares casi míticos que, de algún modo, honran y engalanan la nutrida relación de nombres propios del pasado dignos de tomarse en consideración.
Ya en los albores de la Historia puede decirse que la provin­cia de Guadalajara quedó repartida entre unas cuantas familias celtíberas extendidas por la Meseta, y así nos encontra­mos con tribus arévacas ocupando las sierras norteñas, a los lusones por las llanuras y agrios páramos del Alto Ducado, a los olcades por la comarca más meridional de la Alcarria, y a los carpetanos y oretanos por todo lo demás.
La romanización, en términos generales, no fue instantánea ni fácil para el pueblo invasor como en otros tantos lugares de la Península; pues, si bien el centro y la zona sur se incorpora­ron muy pronto a las nuevas maneras y aceptaron la cultura y costumbres romanas de buen grado, no así lo hizo la comarca septentrional de las sierras de Sigüenza y de Atienza, que tarda­rían muchos años más en incorporarse. En cualquier caso, la civilización romana en lo que ahora entorna el marco de la provin­cia, quedó muy de pasada; sí, en cambio, dejaron huella material de su estancia, sobre todo por lo que se refiere a vías de comuni­cación (La Vía Augusta cruzaba por el Valle del Henares), siendo en los lugares más próximos a su trayecto en donde se han hallado más vestigios procedentes de la Hispania de los césares.
De tiempos visigodos queda poco recuerdo, si bien lo que todavía se conserva puede considerarse de una importancia suprema, y con ello nos referimos a la ciudad de Recópolis, allá en el Cerro de la Oliva muy próximo a la vieja villa de Zorita, ciudad fundada por el rey Leovigildo en honor a su hijo Recaredo.
La estancia de los musulmanes en España tampoco habría de dejar demasiado poso por estas tierras. Sólo las poblaciones más importantes de la provincia tienen en su particular historia algún que otro relieve musulmán. En cambio, sí que en Guadalajara nacieron personajes importantes de la España mora: literatos, historiadores, teólogos, filósofos..., en tanto que muchos pueblos conservan su topónimo con clara resonancia árabe: Alboreca, Almonacid, Alcuneza, Albalate, Almoguera, nos pueden servir de ejemplo. Molina tuvo sus propios reyezuelos moros y, por tanto, una presencia e influencia musulmana más intensa.
Llegó el gran impulso para una buena porción de estas tierras a partir de la segunda mitad del siglo XV y durante todo el XVI. La presencia de la familia Mendoza y la gran repercusión que tuvo en todo el reino, fue definitiva para el desarrollo de Guadalajara capital y de otras zonas de la provincia sobre las que extendieron directamente su influencia, cuando no su dominio durante casi dos centurias. Varios son los palacios y blasonadas casonas que hablan aún como testigos mudos de aquella hegemonía mendocina. Fue, sin duda, la hora de Guadalajara también en el aspecto cultural, como pionera y como impulsora del nuevo estilo del Renacimiento.
El siglo XVII, coincidiendo con los reinados sucesivos de los tres últimos Austrias, fue el de la decadencia de España, circunstancia todavía más penosa para estos lares alcarreños que sufrieron como pocos en sus carnes el dolor del abandono y de una destrucción continua y sistemática. Guadalajara pierde por enton­ces a la familia Mendoza, que se va diluyendo poco a poco y tomando asiento definitivo en la cercana Madrid. La provincia se despuebla y con ello se aboca al siglo XIX, el de la francesa­da y el expolio artístico de su legado; el de las Guerras Carlistas que tan nefastas consecuencias tuvieron en tantas villas y pueblos del mapa provincial.
El siglo XX, ya en su segunda mitad, ha recogido a la mayor parte de los habitantes de la provincia en torno a la capital y a sus industrias instaladas en sus dos polígonos. La provincia de Guadalajara se ha ido quedando desierta en el corto espacio de dos décadas, con la esperanza -fundada o no- de resurgir de nuevo a la sombra de las fuentes de energía enclavadas en su suelo, circunstancia que puede favorecer su proximidad a Madrid.
(En la fotografía un aspecto de las excavaciones en la ciudad visigoda de Recópolis)