sábado, 15 de noviembre de 2014

A VUELTAS CON CERVANTES




            Que uno se sienta entusiasta del autor de “El Quijote” es una razón de justicia fácilmente comprensible. Nadie hasta el momento, ni antes ni después, ha dado tanta categoría nuestro idioma como él le dio, y muy pocos han viajado por los caminos de la literatura con la profundidad y con el señorío que él lo hizo. Cervantes, amigo lector, es uno de esos personajes que aparecen de forma casual en las páginas del tiempo, en un lugar determinado y en unas circunstancias muy especiales, y que después vuelven a desaparecer dejando a sus semejantes una huella contra la que no puede el pasar de los siglos, a no ser para reavivar su esplendor, para poner más de manifiesto en el juego de las generaciones su condición de divo.
            Muy poco, pero es posible que algo sí, toque para la azarosa biografía de Cervantes como escenario estas tierras de Guadalajara. Consta que las conoció medianamente bien, que fue amigo personal de uno de los ilustres de su siglo, el poeta Luis Gálvez de Montalvo, cuya obra ensalza en “El Quijote”; que sirvió en Lepanto a las órdenes de un capitán de Guadalajara, don Diego de Urbina, en la galera Marquesa, y que muy probablemente anduvo por aquí siendo niño debido al oficio de su padre don Rodrigo de Cervantes, el zurujano (entre médico y curandero) quien recorrió varias ciudades de España, entre ellas Guadalajara, ejerciendo su quehacer oficial, como así consta en todas sus biografías.
            Pues bien, poco a poco, y sin base alguna de apoyatura dotada de rigor, de hace tiempo a hoy viene cundiendo la idea de que don Miguel de Cervantes, el alcalaíno autor de la más celebrada pieza de nuestra Literatura Castellana, no fue natural de la vecina ciudad del Henares, ni hijo del zurujano don Rodrigo de Cervantes ni nada que se le parezca, en contraposición de lo bien documentado de tantos testimonios de su tiempo, tales como el de su propia partida de bautismo, a la que más adelante nos tendremos que referir, o al acta de su liberación como cautivo de Argel, a la que pertenece la siguiente transcripción: «El 19 de Septiembre de 1580 se rescató a Miguel de Cervantes, natural de Alcalá, de edad de 31 años, hijo de don Rodrigo Cervantes  y de doña Leonor de Cortinas, vecino e la villa de Madrid, mediano de cuerpo, bien barbado, estropeado del brazo y mano izquierda.» Creo que existen varios documentos más en los que apoyarse, y que, dada la evidencia de su origen, ni siquiera vale la pena hurgar en, pues antes muchos otros lo hicieron para llegar a la definida y única verdad acerca de su origen.

            No obstante, la pequeña bola de nieve sigue rodando. Al principio fue sólo un decir, a la vista de una partida de bautismo correspondiente a otro Miguel de Cervantes, hijo de Blas Cervantes Sabedra y de Catalina López, encontrada en la iglesia de Santa María la Mayor de Alcazar de San Juan. Luego -aunque no tomase parte en el pleito dialéctico con opinión personal alguna-, Azorín dejo en boca de los miguelistas de El Toboso, frases como ésta: «¡Pero no será lo que dicen los Académicos, señor Azorín! ¡No lo será! Miguel era de Alcazar, aunque diga lo contrario todo el mundo. Blas también era de allí y el abuelo era de El Toboso.» Expresión rotunda y terminante, pero vacía en absoluto de razón y de argumento sobre el que apoyarse. Son ahora los autores de algunos libros de texto los que omiten el lugar de nacimiento de Cervantes, temerosos, creo yo, de que en tierras de la Mancha se puedan tomar represalias y lo acuse la venta de su producto, al tomar partido en una controversia carente de toda razón de ser, lo que va en perjuicio de la correcta formación de los estudiantes. La Mancha toda, a la que por vocación y por naturaleza me siento vinculado, debe mostrarse satisfecha más que nada con la obra del autor, y por su repercusión universal en favor de aquella tierra incomparable, como aquí lo procuramos, salvando las distancias, con la obra viajera de C.J.Cela; pero de ahí, a regatear algo tan sagrado como la naturaleza de Cervantes, hay una distancia, un trecho que cuando sobre él se hurga, se comete un acto de desconsideración, de ingratitud con la persona hacia la que todos los que hablamos su idioma, todavía más las gentes de la Mancha, deberíamos sentirnos en deuda.
            Tengo sobre la mesa de mi escritorio la fotografía de ambas partidas de bautismo: la de Alcalá (Parroquia de santa María), y la de Alcazar de San Juan, documento que me ha sido de utilidad máxima para disipar cualquier duda en lo que pudiera referirse al lugar de nacimiento de Miguel de Cervantes.
            En la partida alcalaína de la iglesia de Santa María, dice lo siguiente: «Domingo nueve días del mes de octubre año del Señor de 1547, año que fue bautizado Miguel, hijo de Rodrigo de Cervantes y su mujer doña Leonor, fueron sus padrinos Juan Pardo, bautizole el reverendo señor bachiller Serrano, cura de Nuestra Señora siendo Baltasar Vázquez sacristán y yo que le bauticé y firmé de mi nombre el bachiller Serrano.» Aseguran algunos de sus biógrafos que el suyo fue un bautizo sin fiesta ni derroche, un bautismo de niño pobre.
            La partida de Alcazar de San Juan, se conserva en el archivo parroquial de la iglesia de Santa María la Mayor en aquella ciudad manchega. Dice, con letra algo más clara que la anterior, lo siguiente: «En nueve días del mes de noviembre de mil quinientos cincuenta y ocho, bautizó el licenciado señor Alonso Díaz Pajares un hijo de blas Cervantes Sabedra y de Catalina López, que le puso nombre Miguel. Fue su padrino de pila Sánchez de Ortega acompañando Julián de Quirós y Francisco Almendros y las mujeres de dichos.» Al margen del acta lleva una anotación, manuscrita con otro tipo de letra, en la que se lee: «Este fue el autor de la Historia de Dn. Quixote.» Un añadido tal vez de otra época, escrito por mano diferente.

            Teniendo delante de los ojos las fotografías correspondientes a las dos actas de bautismo, enseguida se llega  al conclusión de que el Miguel de Cervantes nacido en Alcalá de Henares y el de su homónimo de la ciudad manchega son personas diferentes, y que el autor de “El Quijote” es el primero de ellos, el que la ciudad de Alcalá Viene honrando desde hace más de cuatro siglos como su hijo preclaro; y el Miguel de Cervantes de Alcazar de San Juan no pasa de ser una pura coincidencia, como posiblemente habrían podido aparecer varios más con el mismo nombre y apellido en otros lugares de España. Si comprobamos las fechas de nacimiento de ambos, el Cervantes de Alcalá contaba con 24 años recién cumplidos en 1571, fecha de la batalla de Lepanto, en la que participó y perdió uno de sus brazos. El de Alcazar de San Juan, según su propia acta de bautismo que tantos manchegos dan por buena, tenía 13 todavía sin cumplir en tan memorable fecha para la Historia; edad impropia como para tomar parte como soldado en los ejércitos de Felipe II, rey de las Españas.

            Como ampliación a ese cúmulo de datos relacionados con el nacimiento de Cervantes, baste decir que la casa de la calle de Imagen número 2, en la que vino al mundo el 29 de abril de 1527, según el calendario antiguo, fue localizada en el año 1941 por el reconocido cervantista conquense don Luis Astrana Marín, y destruida después por orden de la Diputación Provincial de Madrid. En el mismo solar se ha edificado otra que pretende guardar el mismo estilo. De la vivienda original sólo se conserva el pozo.  
(En las fotografías: Fachada de la Casa de Cervantes en Alcalá de Henares; litografía de Miguel de Cervantes; Monumento al "Quijote" en Alcazar de San Juan.    

viernes, 7 de noviembre de 2014

RECORDANDO AL PINTOR RAFAEL PEDRÓS


De los artistas vivos -refiriéndome al arte de la Pintura, naturalmente-, y casi, casi, de los pintores de todos los tiempos, me atrevería a decir que el madrileño Rafael Pedrós, es el que cuenta con el mayor número de cuados repartidos por toda la provincia de Guadalajara. Los nuevos retablos de casi el cien por cien de las iglesias, que durante las últimas décadas han renovado o restaurado sus antiguos monumentos en madera y óleo, que preside los impresionantes presbiterios de tantas de ellas, son obra de Pedrós; aparte, claro está de los muchos más que existen en otras provincias de España, y aun del extranjero. Sin contar con sus pinturas de ambiente no religioso. De esto hablamos hoy.  

Momentos antes de ponerme a este trabajo, dedicado a él y a su obra un poco de manera sucinta, hemos mantenido una amigable conversación telefónica. Hacía tiempo que no lo veía, ni tenía noticias suyas desde las pasadas fiestas de Navidad que, como en él es costumbre, casi todos los años se me adelanta con la acostumbrada e ilustrada felicitación. La última vez que estuvo en casa lo encontré un poco desmejorado, aunque suponía que con los atentos cuidados de Pilar, su esposa, haya podido hacer frente  a los achaques que la edad -Rafael ya ha pasado el umbral de los ochenta-nos viene a recordar que no somos eternos, aunque él sí que lo será en el perpetuo legado de su obra. Lo he encontrado bien, por cuanto a su voz, por cuanto a la vista es otra cosa, según me ha dicho, hasta el punto de no poder conducir el coche, lo que le priva de venir al pueblo, como en ellos era costumbre, muchos de los fines de semana. Buena parte del verano lo han pasado en el pueblo, eso sí, con su hija Marina como conductora y compañera de viaje.
            Rafael Pedrós es pintor, un excelente pintor nacido en Madrid, quien desde la década de los años setenta se afincó en el pueblo alcarreño de Yálamos de Abajo, ribera del río San Andrés, donde a temporadas comparte estancia con la Capital de España. Por su carácter, y porque se siente feliz entre nosotros, a Rafael Pedrós podemos considerarlo como un producto de nuestra tierra, en la que, por otra parte, ya ha dejado para la posteridad una buena muestra de su obra distribuida en diferentes iglesias, ermitas y oratorios, repartidos por toda la provincia, además de en colecciones particulares como se puede ver en algunas de las fotografías que dan categoría y prestigio a este trabajo.
            Datos acerca de su personalidad y de su obra los encontramos en diversos medios, tanto escritos como gráficos, además de la Red, de la que digamos no es demasiado entusiasta, pero que está llena de referencias a su persona, como corresponde a uno de los artistas más distinguidos del último medio siglo. Pedrós figura en muchas publicaciones sobre  arte y sobre artistas de nuestro tiempo, en los Diccionarios de Madrid y de Guadalajara, con referencias y comentarios al hombre y al artista, en tanto que su obra, variadísima por cuanto a temática se refiere, ha encontrado digno acomodo en museos y en colecciones no sólo de España, sino de otros muchos países del mundo, dígase en Francia, Méjico, Japón, Siria o Estados Unidos, entre otros más, a los que llegó en diferentes momentos y por distintas causas  el regalo de su arte.
            No conozco toda su obra; pues los creadores tan fecundos como él lo ha sido,  llevan consigo ese inconveniente a la hora de juzgar con total precisión el valor de su trabajo. No obstante, me atrevería a decir que mucho de lo mejor que ha hecho, de lo más inspirado y de lo más ortodoxo que salió de su paleta por cuanto a técnica y perfección, se encuentra en nuestro país, y de un modo muy particular en Guadalajara y su provincia, de lo que podría servirnos como muestra admirable su famoso “Cristo de la Miel”, en el que se recoge no sólo la escena del Gólgota según los Evangelios, sino por añadidura un algo de la Historia Provincial, con varios de los personajes más importantes que ha dado esta tierra a través de los siglos, representando a aquellos del primer Viernes Santo en Jerusalén, con del campo de Guadalajara como fondo, en una recreación oportuna donde figuran los más destacados detalles paisajísticos que le dan carácter.

            Una inspirada alegoría a la familia de los Mendoza cuenta así mismo entre sus mejores trabajos, tema de carácter histórico-social tan ligado a nuestro pasado, con referencia a la más importante de las familias que pasaron por aquí a lo largo de todos los tiempos, que tendrá su culmen en la recientemente aparecida “Baraja Mendocina”, todo un alarde que en música se podría llamar divertimento, y en pintura sencillamente genialidad, exclusiva de los grandes maestros; y Rafael Pedrós es uno de ellos.
            Durante sus estancias en Yélamos nuestro pintor se dedicó a disfrutar de la vida como él sabe hacerlo: pintando, gozando de la naturaleza, tocando el armonium que guarda en la quietud de su estudio, donde si no recuerdo mal, aparecen toda clase de piezas recogidas y clocadas convenientemente por él a modo de museo. Allí podemos ver varios instrumentos de cuerda, estatuillas de diferentes tamaños y estilos, libros antiguos, pequeños arcones, cuadros de su propia producción e infinidad de objetos, a la vista de los cuales nos resulta fácil adivinar no sólo su exquisita personalidad, sino también los caminos por los que le ha gustado transitar a lo largo de su vida.


            Dentro de la diversidad de motivos que integran la extensa obra de Pedrós, destacan en número los de carácter religioso, sobre todo tomando parte de la estructura final de importantes retablos de iglesias repartidas por pueblos y ciudades de España, entre los que es justo destacar como modelo por su grandiosidad el de la iglesia de Santa María Magdalena de Mondéjar, construido sobre madera policromada en los talleres Artemartínez de Horche, donde aparecen catorce lienzos de nuestro pintor sobre escenas de la Vida, Muerte y Pasión de Cristo, admirable monumento que por sí mismo vale la pena ser conocido. Lo demás de la obra de Pedrós se reparte entre los diferentes géneros relacionados con el Bello Arte: paisajes, bodegones, estampas urbanas, alegorías, retratos, de los que sirvo como muestra algunos ejemplos.
            Una vida dedicada a la pintura casi al cien por cien. Me ha hablado de hasta mil retratos, o tal vez más, de personalidades que ha pintado a lo largo de su vida, y no menos de setenta retablos para iglesias. De su biografía podemos sacar ciertos datos de juventud en los que se habla de su formación en la Escuela Superior de Artes y Oficios de Madrid, del Casón del Buen Retiro, de los museos de Arte Moderno y del Prado, donde pintó y se formó durante diez años como copista, de la italiana Escuela de Siena, en donde se versó en la pintura del Renacimiento, y en fin, lo que unido a su vocación y amor al trabajo, hacen de él un personaje de los que ha de quedar para la posteridad firme memoria. Más en esta Guadalajara en la que él siente como suya y Guadalajara -no dada a mostrarse excesivamente abierta en reconocimientos- también se honra con él.