LA AEROSTACIÓN EN IMÁGENES
De las distintas actividades de tipo cultural que tan a menudo se vienen celebrando en Guadalajara, hace un par de semanas asistí a una que me interesó especialmente. Se trataba de presentar al público asistente el “Catálogo digitalizado de la Sección de Aeronáutica de la colección fotográfica Latorre y Vegas, elaborado por los técnicos del Centro de la Fotografía y la Imagen Histórica de Guadalajara, con el asesoramiento de don Carlos Lázaro Ávila, historiador especialista en temas de aerostación y aviación, y que fue presentado por don Antonio Montero Romero”, transcrito al pie de la letra el programa de mano.
El tema de la Aerostación en General, y muy en particular el de la Aerostación en Guadalajara, me ha interesado desde que en el otoño del año 87 pasé un par de horas, en extremo agradables, escuchando en su propia voz y revisando algunos álbumes de fotografías antiguas, que él me iba enseñando en su casa de Azuqueca, con el general Vives Camino, un nombre ilustre, siempre unido al de su padre el general Vives Vich, fundador de la Aeronáutica Española, ahora en primera línea de actualidad al conmemorarse el primer centenario de la aviación en España.
El de la ciudad de Guadalajara, porque las cosas del destino son así, es un nombre marcado con letras mayúsculas en la todavía breve historia de la Aviación, un dato desconocido para tantos de los que aquí somos, como tantos otros datos más de nuestro pasado que la gente ignora, deficiencia que no parece importarnos en exceso, lo que no deja de tener su pinta de gravedad, sobre todo si se tiene en cuenta que de nuestro pasado, tanto cultural como histórico y humano, es de lo que podemos vanagloriarnos con cierto fundamento, y que por ende conviene hacerlo saber a los miles de ciudadanos que durante los últimos diez años se han venido incorporando a nuestro vivir diario.
Desde la aparición más que curiosa de las fotografías que integran la colección Latorre y Vegas, el compromiso de Guadalajara con la Aviación y el de la Aviación con Guadalajara es mucho mayor, pues al decir de los entendidos que tomaron la palabra en el acto de presentación del legado, estas fotografías han venido a confirmar la importancia de nuestra ciudad y de sus instalaciones pretéritas, ya centenarias, en los misterios del vuelo.
La cosa fue así de sencilla: dos economistas de nuestra ciudad, Alejandro Latorre uno, y Luis Vegas otro, con su equipo de trabajadores y de máquinas para la construcción, se disponen a vaciar una vivienda antigua de la calle Benito Chavarri para adaptarla a las necesidades de su nuevo destino. En algún rincón del viejo inmueble hay una cesta de mimbre con álbumes de fotografías polvorientos y placas de cristal impresas en su interior. Dudan sobre qué hacer con ello. No saben de qué son ni de cuando son debido a su mal estado. Deciden, por fin, salvarlas de la piqueta y dejar todo aquello, tal y como apareció, en un pasillo de sus despachos, donde ha debido pasar varios años ocupando un espacio. Se interesaron en que el fotógrafo de la Diputación, Alfonso Romo, amigo de uno de los dueños, les orientara más o menos acerca de lo que aquello era y de lo que podría llegar a ser con el debido tratamiento. Los dueños donan todo aquel material a la Diputación, y enseguida Alfonso Romo con el asesoramiento de Carlos Lázaro, van dando valía y clasificando tanto fotografías como clichés, limpiando negativos muy pacientemente, para hacerles llegar en las debidas condiciones al Centro de Fotografía Histórica de la entidad provincial, conde Celestino del Amo, De Pedro, y el propio Carlos Lázaro, delicada y concienzudamente culminaron la labor de catalogar, informatizar, y crear una ficha individual para el millar y medio de fotografías de las que consta la colección, a la que se conoce y se conocerá en lo sucesivo con el nombre de sus donantes, Latorre y Vega.
Sobre quien fue o quienes fueron los autores y primeros dueños de tan importante riqueza gráfica, no hay duda de que lo fueron los hermanos Fernández Palacios, vecinos de Guadalajara y ya desaparecidos, como por la antigüedad de su obra cabría suponer.
El control al que se han sometido las fotografías es riguroso. Se trata al cabo de un tesoro gráfico de extraordinario valor. Tan sólo para su publicación, y previo documento firmado como recibo, se hace entrega de alguna copia en el departamento que dirige Plácido Ballesteros en la Biblioteca de Investigadores. La calidad de las imágenes es buena o muy buena, a pesar de los pesares, como podrá comprobar el lector en las tres que ofrecemos en este trabajo a título de muestra, aunque susceptibles de ser mejoradas todavía con los medios técnicos actuales al alcance de todos.
Hoy nos han interesado las fotografías referentes a la Aerostación, todas ellas tomadas en el Polígono de Guadalajara, pero el contenido total del hallazgo abarca mucho más: fábrica de Hispano Suiza, paisajes, ambiente urbano, costumbres, y en fin, todo lo que rodeó el vivir diario de unos buenos aficionados a la fotografía, que tuvieron el bonito gusto de tomar por suya y de perpetuar en sus placas aquella Guadalajara de cien años atrás, aunque por olvido, o por dejadez, o por Dios sabe por qué, no dieron en sacarlas a la luz para la posteridad, deficiencia que la suerte o el ángel bueno de Guadalajara, se ocuparon de subsanar un poco con la colaboración de todos, de donantes y empleados de la Diputación especialmente.
La Historia de la Aerostación, sobre todo en sus inicios, es la mar de interesante. Todo su misterio se basa en el conocido Principio de Arquímedes. Si no estoy equivocado, fueron los franceses Esteban y José Montgolfier quienes el día 5 de junio de 1783 consiguieron despegarse del suelo sobre la barquilla de un globo, ante la enloquecida expectación de la gente que contemplaba la escena increíble en la plaza de Annonay. Dos meses más tarde, animado por el éxito de los Montgolfier, otro físico francés llamado Charles repitió la hazaña, empleando hidrógeno en lugar de aire caliente para elevar la inmensa bola en el Campo de Marte. El 7 de enero de 1785, es decir, a menos de dos años desde las primeras pruebas, lograron consumar con éxito la travesía de Dover a Caláis los doctores Blanchard y Deffies, con medios poco más perfeccionados. Seguido a éstos, y en el cenit de la fiebre de los intrépidos por alcanzar altura, Gay-Lussac salió con su globo del patio del Conservatorio de Artes y Oficios de París, y en seis horas pudo recorrer ciento veinte kilómetros, subiéndole el número de pulsaciones hasta 122 por minuto a consecuencia de la altura. Pero habría de ser mucho después, en 1862, cuando el profesor de Meteorología de Greenwich, Mr. Glaisher, el que alcanzaría los nueve mil doscientos metros por encima del suelo, llegando a encontrar una temperatura tan baja a tales alturas, que perdió el habla, se le empañó la vista, y su cuerpo cayó a tierra exánime tras el intento.
En España se dio cabida a la Aerostación, destinada a operaciones militares, a finales del año 1884, y por Real Decreto de 15 de diciembre de aquel año, se incorporó la tal disciplina al Cuerpo de Ingenieros. De su ser y estar en Guadalajara escribiremos en otra ocasión, aprovechando el primer centenario de la Aviación en España. Asunto en el que nuestra capital tiene tanto que decir, que recordar a los más metidos en edad, y que enseñar a las generaciones nuevas de guadalajareños. Eso será en otra ocasión, Dios mediante. Por hoy, vale.
De las distintas actividades de tipo cultural que tan a menudo se vienen celebrando en Guadalajara, hace un par de semanas asistí a una que me interesó especialmente. Se trataba de presentar al público asistente el “Catálogo digitalizado de la Sección de Aeronáutica de la colección fotográfica Latorre y Vegas, elaborado por los técnicos del Centro de la Fotografía y la Imagen Histórica de Guadalajara, con el asesoramiento de don Carlos Lázaro Ávila, historiador especialista en temas de aerostación y aviación, y que fue presentado por don Antonio Montero Romero”, transcrito al pie de la letra el programa de mano.
El tema de la Aerostación en General, y muy en particular el de la Aerostación en Guadalajara, me ha interesado desde que en el otoño del año 87 pasé un par de horas, en extremo agradables, escuchando en su propia voz y revisando algunos álbumes de fotografías antiguas, que él me iba enseñando en su casa de Azuqueca, con el general Vives Camino, un nombre ilustre, siempre unido al de su padre el general Vives Vich, fundador de la Aeronáutica Española, ahora en primera línea de actualidad al conmemorarse el primer centenario de la aviación en España.
El de la ciudad de Guadalajara, porque las cosas del destino son así, es un nombre marcado con letras mayúsculas en la todavía breve historia de la Aviación, un dato desconocido para tantos de los que aquí somos, como tantos otros datos más de nuestro pasado que la gente ignora, deficiencia que no parece importarnos en exceso, lo que no deja de tener su pinta de gravedad, sobre todo si se tiene en cuenta que de nuestro pasado, tanto cultural como histórico y humano, es de lo que podemos vanagloriarnos con cierto fundamento, y que por ende conviene hacerlo saber a los miles de ciudadanos que durante los últimos diez años se han venido incorporando a nuestro vivir diario.
Desde la aparición más que curiosa de las fotografías que integran la colección Latorre y Vegas, el compromiso de Guadalajara con la Aviación y el de la Aviación con Guadalajara es mucho mayor, pues al decir de los entendidos que tomaron la palabra en el acto de presentación del legado, estas fotografías han venido a confirmar la importancia de nuestra ciudad y de sus instalaciones pretéritas, ya centenarias, en los misterios del vuelo.
La cosa fue así de sencilla: dos economistas de nuestra ciudad, Alejandro Latorre uno, y Luis Vegas otro, con su equipo de trabajadores y de máquinas para la construcción, se disponen a vaciar una vivienda antigua de la calle Benito Chavarri para adaptarla a las necesidades de su nuevo destino. En algún rincón del viejo inmueble hay una cesta de mimbre con álbumes de fotografías polvorientos y placas de cristal impresas en su interior. Dudan sobre qué hacer con ello. No saben de qué son ni de cuando son debido a su mal estado. Deciden, por fin, salvarlas de la piqueta y dejar todo aquello, tal y como apareció, en un pasillo de sus despachos, donde ha debido pasar varios años ocupando un espacio. Se interesaron en que el fotógrafo de la Diputación, Alfonso Romo, amigo de uno de los dueños, les orientara más o menos acerca de lo que aquello era y de lo que podría llegar a ser con el debido tratamiento. Los dueños donan todo aquel material a la Diputación, y enseguida Alfonso Romo con el asesoramiento de Carlos Lázaro, van dando valía y clasificando tanto fotografías como clichés, limpiando negativos muy pacientemente, para hacerles llegar en las debidas condiciones al Centro de Fotografía Histórica de la entidad provincial, conde Celestino del Amo, De Pedro, y el propio Carlos Lázaro, delicada y concienzudamente culminaron la labor de catalogar, informatizar, y crear una ficha individual para el millar y medio de fotografías de las que consta la colección, a la que se conoce y se conocerá en lo sucesivo con el nombre de sus donantes, Latorre y Vega.
Sobre quien fue o quienes fueron los autores y primeros dueños de tan importante riqueza gráfica, no hay duda de que lo fueron los hermanos Fernández Palacios, vecinos de Guadalajara y ya desaparecidos, como por la antigüedad de su obra cabría suponer.
El control al que se han sometido las fotografías es riguroso. Se trata al cabo de un tesoro gráfico de extraordinario valor. Tan sólo para su publicación, y previo documento firmado como recibo, se hace entrega de alguna copia en el departamento que dirige Plácido Ballesteros en la Biblioteca de Investigadores. La calidad de las imágenes es buena o muy buena, a pesar de los pesares, como podrá comprobar el lector en las tres que ofrecemos en este trabajo a título de muestra, aunque susceptibles de ser mejoradas todavía con los medios técnicos actuales al alcance de todos.
Hoy nos han interesado las fotografías referentes a la Aerostación, todas ellas tomadas en el Polígono de Guadalajara, pero el contenido total del hallazgo abarca mucho más: fábrica de Hispano Suiza, paisajes, ambiente urbano, costumbres, y en fin, todo lo que rodeó el vivir diario de unos buenos aficionados a la fotografía, que tuvieron el bonito gusto de tomar por suya y de perpetuar en sus placas aquella Guadalajara de cien años atrás, aunque por olvido, o por dejadez, o por Dios sabe por qué, no dieron en sacarlas a la luz para la posteridad, deficiencia que la suerte o el ángel bueno de Guadalajara, se ocuparon de subsanar un poco con la colaboración de todos, de donantes y empleados de la Diputación especialmente.
La Historia de la Aerostación, sobre todo en sus inicios, es la mar de interesante. Todo su misterio se basa en el conocido Principio de Arquímedes. Si no estoy equivocado, fueron los franceses Esteban y José Montgolfier quienes el día 5 de junio de 1783 consiguieron despegarse del suelo sobre la barquilla de un globo, ante la enloquecida expectación de la gente que contemplaba la escena increíble en la plaza de Annonay. Dos meses más tarde, animado por el éxito de los Montgolfier, otro físico francés llamado Charles repitió la hazaña, empleando hidrógeno en lugar de aire caliente para elevar la inmensa bola en el Campo de Marte. El 7 de enero de 1785, es decir, a menos de dos años desde las primeras pruebas, lograron consumar con éxito la travesía de Dover a Caláis los doctores Blanchard y Deffies, con medios poco más perfeccionados. Seguido a éstos, y en el cenit de la fiebre de los intrépidos por alcanzar altura, Gay-Lussac salió con su globo del patio del Conservatorio de Artes y Oficios de París, y en seis horas pudo recorrer ciento veinte kilómetros, subiéndole el número de pulsaciones hasta 122 por minuto a consecuencia de la altura. Pero habría de ser mucho después, en 1862, cuando el profesor de Meteorología de Greenwich, Mr. Glaisher, el que alcanzaría los nueve mil doscientos metros por encima del suelo, llegando a encontrar una temperatura tan baja a tales alturas, que perdió el habla, se le empañó la vista, y su cuerpo cayó a tierra exánime tras el intento.
En España se dio cabida a la Aerostación, destinada a operaciones militares, a finales del año 1884, y por Real Decreto de 15 de diciembre de aquel año, se incorporó la tal disciplina al Cuerpo de Ingenieros. De su ser y estar en Guadalajara escribiremos en otra ocasión, aprovechando el primer centenario de la Aviación en España. Asunto en el que nuestra capital tiene tanto que decir, que recordar a los más metidos en edad, y que enseñar a las generaciones nuevas de guadalajareños. Eso será en otra ocasión, Dios mediante. Por hoy, vale.
JSB. “Nueva Alcarria” 2003
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