En el año 2000, durante cuatro semanas sucesivas publique en el diario “Nueva Alcarria” de Guadalajara un estudio, más o menos detallado, sobre una tradición, con apariencias de leyenda, tratándose, no obstante, de una realidad palpable y debidamente documentada, cuya razón primera fue mostrar al público lector todo cuanto se sabe acerca de las llamadas “Brujas de Pareja”, un pueblo de la Alcarria donde cuentan que existieron las “brujas”, una singular especie de mujeres sobre las que la justicia volcó todo el rigor del que fue capaz, de manera exagerada, injusta e injustificada, y que en nuestros tiempos recibimos con espanto, con cierto olor a fábula, a relato increíble, pero basado en los sólidos pilares de un pasado cierto.
Tiempo después de haber aparecido en “Nueva Alcarria”, el texto íntegro volvió a publicarse en el tomo 32-33 de “Cuadernos de Etnología de Guadalajara” que periódicamente edita la Diputación Provincial, y que ahora, en páginas consecutivos, vuelvo a poner a disposición de todos, con algunas fotografías como cabecera de la actual villa alcarreña donde ocurrieron los duros sucesos que aquí se refieren.
Tiempo después de haber aparecido en “Nueva Alcarria”, el texto íntegro volvió a publicarse en el tomo 32-33 de “Cuadernos de Etnología de Guadalajara” que periódicamente edita la Diputación Provincial, y que ahora, en páginas consecutivos, vuelvo a poner a disposición de todos, con algunas fotografías como cabecera de la actual villa alcarreña donde ocurrieron los duros sucesos que aquí se refieren.
* * * * *
LAS BRUJAS DE PAREJA
La cultura, cuando está debidamente orientada, suele dar al traste con la superstición y con las malas creencias. Cuando la formación humana de un país se viene abajo, la superstición brota sobre la piel de la sociedad inevitablemente como la roña sobre la piel de un cuerpo al que no se cuida. La Real Academia de la Lengua define a la superstición como «Creencia extraña a la fe religiosa y contraria a la razón». El hombre siente una necesidad vital de creer, de creer en algo que ni ve ni comprende, y cuando ese algo no llega hasta él por los razonables caminos del convencimiento, el hombre se levanta sus propios "algos", y así comienzan a aparecer en su corazón y en su mente las supersticiones, tantas veces perniciosas y acarreadoras de desgracias como ahora veremos.
Durante la Baja Edad Media y una buena parte de los siglos XVI Y XVII, el fantasma de la superstición apareció con fuerza en la España de nuestros antepasados. Fueron famosas, pues la literatura se encargó de que lo fueran, las brujas de Trasmoz a pies del Moncayo, y las de Barahona en los páramos sorianos que lindan a nuestra provincia por el norte.
El Santo Oficio tenía, entre otras, la delicada misión de salir al paso de estos abusos; pero cometió al juzgarlos tantos errores, que siglos después la sociedad quiso en varias ocasiones pedir cuentas por tan tremendos castigos como se impusieron a personas inocentes, más que nada porque no se volviesen a repetir, por lo menos de forma tan arbitraria. Cuando el látigo inquisitorial dejó de restallar sobre aquellos pozos de ignorancia, fue el pueblo llano, ignorante también y no menos malintencionado que los presuntos reos, quien se tomó por su mano la justicia, llegándose a cometer, incluso sobre clanes familiares completos, crímenes horribles. Léanse sino algunas de las ultimas "Cartas desde mi celda" de Bécquer para caer en la cuenta, donde se da noticia de aquella carcoma social que entre las gentes ignorantes de nuestro país, roía y envenenaba la vida de los pueblos.
El libro titulado "Brujería y Hechicería en el Obispado de Cuenca" escrito por Heliodoro Cordente, nos relata cómo la Ansarona, la Quiteria de Morillas y sus hermanas, fueron castigadas con todo rigor por el Santo Oficio; mas a pesar de eso, pocos años después de la muerte de todas ellas, volvió a cundir el miedo a las brujas entre algunos vecinos de la villa de Pareja. Fueron inculpadas en esta ocasión las hijas de La Morillas (Ana de Roa y María Parra), a las que el vecindario consideraba hechiceras como lo fue su madre.
La muerte de niños en extrañas circunstancias se venía sucediendo con demasiada rapidez. Fueron muchas las personas que testificaron contra ellas, entre las que se contaba Juan Manzano, que acusó a La Roa de haber dado muerte a su hija de pocos meses por motivos de enemistad, y por haber sido ella la primera mujer que vio muerta a la niña y que al punto aseguró que la habían ahogado las brujas. Hubo testigos que declararon ante los tribunales que tanto La Roa como su hermana María Parra, se valían de su fama de brujas para intimidar a la gente del pueblo, sobre todo a las mujeres que estaban a punto de dar a luz, para pedirles dinero y productos de la despensa. Igualmente fueron acusadas de la muerte de varios niños más arrancados del lecho en el que dormían con sus padres.
Cuando los inquisidores supieron de todo esto, mandaron leer públicamente en la iglesia de Pareja un edicto por el que se mandaba que todo aquel que tuviese noticia de brujas lo comunicase al Santo oficio bajo pena de excomunión mayor. El edicto se leyó el día 21 de mayo de 1554, si bien su lectura sólo sirvió para contribuir al aumento de la psicosis colectiva, para que las alucinaciones fuesen a más y con ellas las denuncias.
Juan Toledano, vecino de Pareja, dijo que estando una noche durmiendo con su mujer y una hija de corta edad en medio de ellos, teniendo el candil encendido, vio bajar de la cámara a tres personas con dirección al lecho en el que dormían. El relato de los hechos, copia literal de lo que consta en el archivo de la Inquisición en Cuenca, continúa así: «Y cuando vio que venían hacia él se asentó en la cama y las personas venían vestidas y una dellas dio con la mano en la lumbre del candil y lo mató este testigo asió a su hija y llegaron las tres personas y cree que eran brujas y echaron mano a su hija y trataron de quitársela pero no pudieron...» Acaba acusando a La Roa con el único argumento de la fama de bruja que tenía.
Otra testigo declaró que en abril de 1550, estando durmiendo una noche con su hijo pequeño y con su marido, oyeron pisadas por la cocina y un ruido extraño por el tejado, lo que les llevó a sospechar de La Roa. A la mañana siguiente, la testigo fue a tratar con ella sobre el asunto, y le dijo: «¡Venid acá, señora! ¡Cada noche vienen a mi casa y me quieren matar. No sé quién es, ni tampoco digo que sois vos, mas hago pleito a Dios que si me ahogan a mi hijo y sé que sois vos, vos me lo habéis de pagar y os tengo de dar de puñaladas hasta que se os arranque el alma!».
La Roa negó haber tenido algo que ver con todo aquello; no obstante, según la declaración de la testigo, en su casa no se volvieron a oír más los ruidos nocturnos.
LAS BRUJAS DE PAREJA
La cultura, cuando está debidamente orientada, suele dar al traste con la superstición y con las malas creencias. Cuando la formación humana de un país se viene abajo, la superstición brota sobre la piel de la sociedad inevitablemente como la roña sobre la piel de un cuerpo al que no se cuida. La Real Academia de la Lengua define a la superstición como «Creencia extraña a la fe religiosa y contraria a la razón». El hombre siente una necesidad vital de creer, de creer en algo que ni ve ni comprende, y cuando ese algo no llega hasta él por los razonables caminos del convencimiento, el hombre se levanta sus propios "algos", y así comienzan a aparecer en su corazón y en su mente las supersticiones, tantas veces perniciosas y acarreadoras de desgracias como ahora veremos.
Durante la Baja Edad Media y una buena parte de los siglos XVI Y XVII, el fantasma de la superstición apareció con fuerza en la España de nuestros antepasados. Fueron famosas, pues la literatura se encargó de que lo fueran, las brujas de Trasmoz a pies del Moncayo, y las de Barahona en los páramos sorianos que lindan a nuestra provincia por el norte.
El Santo Oficio tenía, entre otras, la delicada misión de salir al paso de estos abusos; pero cometió al juzgarlos tantos errores, que siglos después la sociedad quiso en varias ocasiones pedir cuentas por tan tremendos castigos como se impusieron a personas inocentes, más que nada porque no se volviesen a repetir, por lo menos de forma tan arbitraria. Cuando el látigo inquisitorial dejó de restallar sobre aquellos pozos de ignorancia, fue el pueblo llano, ignorante también y no menos malintencionado que los presuntos reos, quien se tomó por su mano la justicia, llegándose a cometer, incluso sobre clanes familiares completos, crímenes horribles. Léanse sino algunas de las ultimas "Cartas desde mi celda" de Bécquer para caer en la cuenta, donde se da noticia de aquella carcoma social que entre las gentes ignorantes de nuestro país, roía y envenenaba la vida de los pueblos.
El libro titulado "Brujería y Hechicería en el Obispado de Cuenca" escrito por Heliodoro Cordente, nos relata cómo la Ansarona, la Quiteria de Morillas y sus hermanas, fueron castigadas con todo rigor por el Santo Oficio; mas a pesar de eso, pocos años después de la muerte de todas ellas, volvió a cundir el miedo a las brujas entre algunos vecinos de la villa de Pareja. Fueron inculpadas en esta ocasión las hijas de La Morillas (Ana de Roa y María Parra), a las que el vecindario consideraba hechiceras como lo fue su madre.
La muerte de niños en extrañas circunstancias se venía sucediendo con demasiada rapidez. Fueron muchas las personas que testificaron contra ellas, entre las que se contaba Juan Manzano, que acusó a La Roa de haber dado muerte a su hija de pocos meses por motivos de enemistad, y por haber sido ella la primera mujer que vio muerta a la niña y que al punto aseguró que la habían ahogado las brujas. Hubo testigos que declararon ante los tribunales que tanto La Roa como su hermana María Parra, se valían de su fama de brujas para intimidar a la gente del pueblo, sobre todo a las mujeres que estaban a punto de dar a luz, para pedirles dinero y productos de la despensa. Igualmente fueron acusadas de la muerte de varios niños más arrancados del lecho en el que dormían con sus padres.
Cuando los inquisidores supieron de todo esto, mandaron leer públicamente en la iglesia de Pareja un edicto por el que se mandaba que todo aquel que tuviese noticia de brujas lo comunicase al Santo oficio bajo pena de excomunión mayor. El edicto se leyó el día 21 de mayo de 1554, si bien su lectura sólo sirvió para contribuir al aumento de la psicosis colectiva, para que las alucinaciones fuesen a más y con ellas las denuncias.
Juan Toledano, vecino de Pareja, dijo que estando una noche durmiendo con su mujer y una hija de corta edad en medio de ellos, teniendo el candil encendido, vio bajar de la cámara a tres personas con dirección al lecho en el que dormían. El relato de los hechos, copia literal de lo que consta en el archivo de la Inquisición en Cuenca, continúa así: «Y cuando vio que venían hacia él se asentó en la cama y las personas venían vestidas y una dellas dio con la mano en la lumbre del candil y lo mató este testigo asió a su hija y llegaron las tres personas y cree que eran brujas y echaron mano a su hija y trataron de quitársela pero no pudieron...» Acaba acusando a La Roa con el único argumento de la fama de bruja que tenía.
Otra testigo declaró que en abril de 1550, estando durmiendo una noche con su hijo pequeño y con su marido, oyeron pisadas por la cocina y un ruido extraño por el tejado, lo que les llevó a sospechar de La Roa. A la mañana siguiente, la testigo fue a tratar con ella sobre el asunto, y le dijo: «¡Venid acá, señora! ¡Cada noche vienen a mi casa y me quieren matar. No sé quién es, ni tampoco digo que sois vos, mas hago pleito a Dios que si me ahogan a mi hijo y sé que sois vos, vos me lo habéis de pagar y os tengo de dar de puñaladas hasta que se os arranque el alma!».
La Roa negó haber tenido algo que ver con todo aquello; no obstante, según la declaración de la testigo, en su casa no se volvieron a oír más los ruidos nocturnos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario