La historia
El ciclo vital de hombres y de ciudades se repite impulsado por el tiempo como una rueda que gira. Nos encontramos un año más en el pórtico de las Fiestas Patronales de la ciudad. Guadalajara cambia de aspecto durante unos días y dedica a sí misma y a sus moradores estas fechas míticas del mes de septiembre. Bueno es que los hombres pasen y que las instituciones y las costumbres sigan su rumbo más largo que el nuestro. Las fiestas de la Virgen de la Antigua tienen en la ciudad una estela de siglos. Historia y fiesta; de ello hablamos en el presente reportaje dividido en dos partes debido a su extensión.
Con la fuerza del verano de caída, cuando los habitantes de temporada en nuestros pueblos comienzan a preparar las maletas, si es que antes no lo hicieron, y a dejar en orden los enseres en sus segundas viviendas pensando en el año que viene, ahora más lejano que nunca si se sueña en disfrutar de nuevo las vacaciones con el campo, el arroyo y la montaña tan cerca; cuando se vislumbra a la vuelta de la esquina la soledad de los pueblos en el umbral del otoño como inevitable amenaza, es el momento en el que la capital de provincia se dispone a celebrar sus fiestas mayores con la acostumbrada serie de actos, algunos de ellos particularmente coloristas y multitudinarios, en honor de su Patrona, la Señora por excelencia y Alcaldesa Perpetua, la Madre Común en cuya memoria los pueblos se convierten en ciudad y la ciudad se torna en pueblo al amparo de su patronazgo. Momentos que se repiten con mayor solemnidad y expectación cada año, siguiendo la costumbre que ha llegado hasta nosotros muy unida al hilo de la historia de la ciudad, y continuará -así lo prevemos y lo deseamos- saltándose tan guapamente como hasta ahora lo ha hecho, el complicado murallón del tiempo, generación tras generación, eslabón tras eslabón, en la formidable cadena de los siglos.
No parecen estar muy de acuerdo los autores al señalar con absoluta solvencia el inicio de la devoción a la Virgen de la Antigua entre los habitantes de la ciudad, si bien, todo parece indicar que una gran parte de ellos se inclinan por reconocer cómo ya en la Edad Media los mudéjares guadalajareños veneraban a la Madre de Dios, bajo el título de la Antigua en la iglesia de Santo Tomé, es decir, en el mismo lugar donde está su actual santuario. Ello nos hace pensar que podría ser posible lo que cuenta una vieja tradición, cuando dice que Alvar Fáñez de Minaya, una vez recuperada la ciudad del poder de los moros, lo primero que hizo fue rezar a los pies de una imagen de la Virgen en aquella primitiva ermita. Sí que parece ser cierto, no obstante, que a principios del siglo XVI la devoción estaba consolidada en la ciudad, incluso a nivel popular, y de ello existen documentos que lo acreditan.
Por cuanto a la imagen, no fue la actual la primera que se veneró en su santuario, sino que antes había existido otra, presumiblemente medieval, que le precedió en el culto; siendo ésta que todos conocemos una representación barroca, del siglo XVI según unos, del XVII según otros, de la que tan sólo existen las tallas la cabeza y de las manos, pues el resto del cuerpo es un simple armazón de madera que sirve de relleno y de sostén a la imagen vestida. El título de la Antigua no le viene dado precisamente por la antigüedad de la talla, sino por lo remoto de su devoción en la ciudad, imposible hoy de situar en un momento concreto.
La Real Cofradía de Nuestra Señora de la Antigua, ahora en admirable vitalidad, tiene su principio en el año 1600 según los documentos, formando un todo común con la del Santísimo Sacramento, y siendo su primer prioste un tal Pedro Moreno, vecino de la ciudad y cofrade de la misma.
Como Patrona de Guadalajara lo es desde el mes de diciembre de 1883, tiempo aquel en el que el arzobispo de Toledo, cardenal Moreno, otorgó dicho patronazgo cumpliendo con lo acordado por el Excmo. Ayuntamiento, en pleno de la Corporación celebrado el día 12 de septiembre de aquel mismo año, siendo alcalde de la ciudad don Ezequiel de la Vega.
La coronación canónica de la imagen -sin duda, el acto más solemne del que en toda su historia ha sido protagonista la Patrona de la ciudad- tuvo lugar el 28 de septiembre de 1930, día en el que cuentan cómo Guadalajara vibró de júbilo con motivo de tan importante acontecimiento. Se habían recaudado cerca de 42.000 pesetas de donativos en aportaciones voluntarias para adquirir la corona, aparte de un número considerable de joyas que varios devotos habían entregado para su confección. El acto tuvo lugar en la Concordia, y estuvo presidido por el arzobispo de Toledo, cardenal Segura, que fue quien colocó la corona sobre la cabeza de la imagen entre el aplauso y el entusiasmo de los miles de asistentes, estando presente el obispo de Sigüenza, don Eustaquio Nieto, la Corporación Municipal, la Diputación Provincial, sus Altezas Reales don Luis Alfonso y don José Eugenio de Borbón en representación del Rey, el minustro de Justicia, conde de Romanones, y el pueblo todo en una viva manifestación de fervor y cariño hacia la imagen de su Virgen coronada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario