jueves, 5 de noviembre de 2009

UN PASEO POR LA GUADALAJARA INSÓLITA ( II )


Con los pies de la imaginación puestos ahora en la cumbre del Ocejón, el panorama que se observa es bastante similar, aunque diferente, del que acabamos de dejar atrás sobre el Alto Rey. Tal vez, lo que aquí más nos interese sea toda esa cadena de pueblecitos y aldehuelas que la inmensa mole tiene alrededor, acurrucados y medio escondidos al pie como lo más natural del mundo, con sus lomeras de pizarra mate mirando al cielo: Valdepinillos, La Huerce, Umbralejo, Palancares, Almiruete, Zarzuelilla, Valverde de los Arroyos, El Espinar, Campillejo, Campillo de Ranas, Majaelraayo… De cada uno se podrían contar cosas estupendas; pero es todo un camino el que todavía nos queda por andar. Dejemos las alturas y las brisas de la cumbre, y pongamos los pies sobre el suelo en cualquiera de esos pueblos: en Majaelrayo, por ejemplo, buscando en el hombre la sangre de la raza, el infinito valor humano de las gentes de la sierra, representado en un amigo que ya no se cuenta en el mundo de los vivos para seguir gozando de su amistad; murió congelado en una reguera, según me contaron, la última noche de un año que ya pasó. Encarnación Herranz Peinado era su nombre, Encarna para sus paisanos y para sus amigos, entre los que tuve el honor de figurar, tanto de él como de su esposa, la Tía Gabina, y de ese puñado de hijos que tienen repartidos por todas partes.
El Tío Encarna me solía contar, con ocasión de mis visitas a su pueblo, tremendas historias de lobos en los inviernos de la serranía y anécdotas mil referentes a las continuas penalidades de la trashumancia. También de las horas extremas de estrechez en los años del hambre, cuando la necesidad le obligó, con todo el pesar de su corazón, a marchar a Galve una mañana para deshacerse de los cencerros de sus vacas a cambió de un talego de garbanzos. A la vuelta, en plena sierra, se le espantó la mula y le desparramó la mercancía entre los cantos y las estepas del camino. Me decía el buen hombre que fue recogiendo los garbanzos uno por uno mientras le fue posible, y así poder volver a casa con un cocido, o como mucho con dos, pero sin los cencerros de sus vacas que en aquel tiempo eran algo así como un signo de distinción de la familia. Pobre, pero feliz, honrado a carta cabal y amante de dos cosas sobre todas las demás en sus últimos años: su familia y el vinillo tinto de la taberna de la Trini, donde siempre hubo dispuesto un vaso, —de especial medida, todo hay que decirlo— para él. Descanse en paz el Tío Encarna, honroso modelo del hombre de nuestras sierras.
El viaje desde los Pueblos Negros hacia la Campiña se ha de hacer necesariamente pasando por Tamajón, la Capital de la Sierra. En Tamajón siempre están abiertas las puertas de su ermita de los Enebrales. Una tradición manda que no se pueden cerrar, basándose en hechos portentosos. En Tamajón pensó el rey Felipe II construir el palacio, monasterio y panteón, que luego levantó en El Escorial. La causa por la que no lo hizo fue que en su tiempo se detectó en el pueblo una fábrica clandestina de moneda falsa. Las mozas de Tamajón —todo me hace pensar que esto ocurrió en pleno corazón de la Edad Media— compitieron en belleza con jóvenes granadinas en un concurso que ganaron las nuestras, tanto por su belleza como por los adornos que lucían: joyas labradas en su pueblo con piedras y metales preciosos sacados del arroyo de Las Damas que pasa por allí. Mucho ha cambiado la vida desde entonces, entre otras cosas porque las muchachas jóvenes son hoy un artículo de lujo escaso por aquellos lugares, como bien sabemos.
Sierra abajo, nos dirigimos a tierras de la Campiña. Las mayores elevaciones del Macizo van quedando atrás. Nos vamos a detener un instante en Puebla de Valles, para ver la casa-molino de Manolo Sanz, el alcalde del pueblo, construida entorno a un viejo molino de aceite, cuya prensa al uso primitivo, las muelas de granito y demás menesteres, ocupan el centro del salón. Una curiosidad digna de ser vista en aquel palacete con no más de veinte años de antigüedad. Cerca de la casa-molino, hay un olivo milenario debajo del campanario de la iglesia, una especie de santón mitológico con fiesta anual en su honor que el pueblo celebra con júbilo en el mes de marzo.
Y entramos de hecho en la comarca campiñesa. En el actual término de Fuentelahiguera de Albatages, hay una finca particular que llaman Fuentelfresno. Fue pueblo Fuentelfresno hasta los años finales del siglo XVII. Todavía queda algo del muro de la torre entre las encinas. Lo mismo que Retuerta, en la Alcarria de Balconete junto al arroyo Peñón, Fuentelfresno desapareció por problemas propios de tipo social, en su caso por abusos de los prestamistas, que obligaron a sus habitantes a emigrar y entregarles sus casas y sus campos. En Retuerta, la causa de su desaparición fue distinta, allí se debió a las malas condiciones sanitarias de aquella umbría el motivo de su despoblamiento. En ningún caso estos pueblos fueron pasto de las hormigas termitas, ni murieron sus pobladores envenenados en una boda, como en muchos lugares de la Provincia rezan tantos casos más en el decir de las gentes. Fatalidad ésta del despoblamiento que tiene a varias comarcas de nuestra tierra heridas de gravedad, quizás ahora más que nunca. Por lo pronto habría que apuntar en la lista de los pueblos vacíos, una larga docena de ellos, con perspectivas de multiplicarse por dos o por tres en un corto espacio de tiempo.

(En la foto, iglesia de Tamajón) Continuará

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