Y desde el corazón de la Alcarria escapamos —a vista de pájaro, porque le tiempo tampoco da para mucho más— a tierras de Molina. La comarca de Molina es tierra de santos, de cantos y de páramos solitarios donde durante el pasado siglo se dieron las temperaturas más bajas y más extremas de España. La ciudad de Molina, con sus numerosos palacetes, su famoso “Giraldo” sobre la torre de San Francisco, y su castillo de los Señores, dominado sobre el altozano en el que se alza la torre de Aragón el variopinto panorama de su nuevo urbanismo, es la capitalidad de una importante comarca histórica dentro del mapa general de la provincia de Guadalajara.
Las tierras de Molina —Señorío Norte y Señorío Sur— dan para mucho decir por cuanto a curiosidades, leyendas y costumbres se refiere, dadas a conocer convenientemente por los buenos cronistas que tuvo durante los últimos dos siglos. Aquí, en cambio, nos interesa destacar lo menos conocido, lo insólito, aquello que no deja de tener su importancia, pero que pasará al olvido si los que podemos hacerlo no nos preocupamos de llevarlo al papel impreso. Por mi parte, creo haber cumplido convenientemente con ese sagrado deber.
En este paseo por los aires del antiguo Señorío Molinés, planeamos sobre dos villas gemelas, próximas, y, naturalmente, rivales. Es aconsejable conocerlas. Las dos limitan con Zaragoza a la altura de la laguna de Gallocanta. Milmarcos y Fuentelsaz don las dos villas a las que me refiero. Aparte de sus extraordinarias casonas señoriales, interesantes tanto en uno como en otro lugar, fijamos nuestra atención en aquella peculiaridad lingüística que sus hombres, esquiladores de ovejas y músicos casi todos ellos, solían poner en práctica al salir de su tierra, para que los amos y los curiosos que metieran la nariz en su trabajo, quedasen en ayunas de su conversación. Le llaman “La Migaña” en Milmarcos, y “La Mingaña” en Fuentelsaz para distinguirse; pero en realidad eran la misma cosa. Fue una jerga inteligente, que cuajó entre los habitantes de aquellos pueblos, pero que está condenada a desaparecer con las nuevas formas de vivir, y a pasar al olvido sin apenas dejar señal en nuestra cultura. Por lo menos un breve diccionario y algunos textos en “migaña” deberían existir. Algo se ha hecho, pero muy poco, y mucho me temo que sin ayuda de nadie.
El muleto acurva retozón es la frase con la que los esquiladores de Milmarcos y de Fuentelsaz decían en "migaña" que la comida es mala. Dica el vale, que fila navega de manduga, significaba “Mira que cara de burro tiene el amo”. La cimila navega gallardas dianas, servía para decir “La chavala tiene una hermosa pechera”.
Un lucero con amayas de juanrojo
Del Quilache de limes acurvaron,
Trinidad de tarines de rodajos
Y a mochales de manfuros dicaron.
Como han podido comprobar en el anterior cuarteto, la “migaña” también se prestaba a la composición literaria.
Y pasamos por Campillo de Dueñas, el pueblo que ha dado al mundo más de doscientas vocaciones religiosas en los dos últimos siglos. Por La Yunta, que jamás perteneció al Señorío de Molina, sino a la Orden de San Juan, con su curiosa leyenda del “Cristo del Guijarro” unida a su historia y al saber de sus gentes. Por Rueda de la Sierra, el pueblo natal del primer obispo de Madrid-Alcalá, don Narciso Martínez Izquierdo, asesinado a traición en la iglesia de los Jerónimos por el cura Galeote. Y pasaremos también por Canales de Molina, para contemplar in situ, si alguien nos acompaña hasta su escondrijo, la llamada Peña Escrita, todo un enigma de signos grabados en la piedra, de cuyo origen nadie nos ha dado razones convincentes.
Y cruzaremos la carretera, y pasaremos el puente románico sobre el río Gallo, para referirnos al hecho tremendo que ocurrió en el pueblecito de Tierzo, hacia la segunda década del siglo XX, y que sirvió de argumento para el famoso drama La Malquerida, de Jacinto Benavente. Saltamos después a Castilnuevo, junto al río Gallo, lugar hoy prácticamente despoblado, donde es razón de fe que se inspiró Cervantes para situar —con su caserón-castillo en lo más alto— la “Ínsula Barateara” en la que gobernó el bueno de Sancho.
Y concluyo este viaje virtual, un poco a salto de mata por la Guadalajara Insólita, en Orea, el pueblo más alto de la Provincia, a 1500 metros de altura, que no está nada mal; pero con unos parajes y unos paisajes dignos de ser conocidos y de ser disfrutados, como el de la “Fuente de la Jícara”, junto al único pino de seis troncos que existe en España, y con una curiosidad fisiológica registrada en el pueblo, única en el mundo. Nos habla de ella el Padre Nirember en su libro Relaciones Fisiológicas, según el cuál, al ciudadano Roque Martínez, natural y vecino de Orea, le nació un espino cerca del estómago, que cada primavera le solía crecer y se ponía verde. ¡Para que luego digan que en Guadalajara no somos únicos!
Las tierras de Molina —Señorío Norte y Señorío Sur— dan para mucho decir por cuanto a curiosidades, leyendas y costumbres se refiere, dadas a conocer convenientemente por los buenos cronistas que tuvo durante los últimos dos siglos. Aquí, en cambio, nos interesa destacar lo menos conocido, lo insólito, aquello que no deja de tener su importancia, pero que pasará al olvido si los que podemos hacerlo no nos preocupamos de llevarlo al papel impreso. Por mi parte, creo haber cumplido convenientemente con ese sagrado deber.
En este paseo por los aires del antiguo Señorío Molinés, planeamos sobre dos villas gemelas, próximas, y, naturalmente, rivales. Es aconsejable conocerlas. Las dos limitan con Zaragoza a la altura de la laguna de Gallocanta. Milmarcos y Fuentelsaz don las dos villas a las que me refiero. Aparte de sus extraordinarias casonas señoriales, interesantes tanto en uno como en otro lugar, fijamos nuestra atención en aquella peculiaridad lingüística que sus hombres, esquiladores de ovejas y músicos casi todos ellos, solían poner en práctica al salir de su tierra, para que los amos y los curiosos que metieran la nariz en su trabajo, quedasen en ayunas de su conversación. Le llaman “La Migaña” en Milmarcos, y “La Mingaña” en Fuentelsaz para distinguirse; pero en realidad eran la misma cosa. Fue una jerga inteligente, que cuajó entre los habitantes de aquellos pueblos, pero que está condenada a desaparecer con las nuevas formas de vivir, y a pasar al olvido sin apenas dejar señal en nuestra cultura. Por lo menos un breve diccionario y algunos textos en “migaña” deberían existir. Algo se ha hecho, pero muy poco, y mucho me temo que sin ayuda de nadie.
El muleto acurva retozón es la frase con la que los esquiladores de Milmarcos y de Fuentelsaz decían en "migaña" que la comida es mala. Dica el vale, que fila navega de manduga, significaba “Mira que cara de burro tiene el amo”. La cimila navega gallardas dianas, servía para decir “La chavala tiene una hermosa pechera”.
Un lucero con amayas de juanrojo
Del Quilache de limes acurvaron,
Trinidad de tarines de rodajos
Y a mochales de manfuros dicaron.
Como han podido comprobar en el anterior cuarteto, la “migaña” también se prestaba a la composición literaria.
Y pasamos por Campillo de Dueñas, el pueblo que ha dado al mundo más de doscientas vocaciones religiosas en los dos últimos siglos. Por La Yunta, que jamás perteneció al Señorío de Molina, sino a la Orden de San Juan, con su curiosa leyenda del “Cristo del Guijarro” unida a su historia y al saber de sus gentes. Por Rueda de la Sierra, el pueblo natal del primer obispo de Madrid-Alcalá, don Narciso Martínez Izquierdo, asesinado a traición en la iglesia de los Jerónimos por el cura Galeote. Y pasaremos también por Canales de Molina, para contemplar in situ, si alguien nos acompaña hasta su escondrijo, la llamada Peña Escrita, todo un enigma de signos grabados en la piedra, de cuyo origen nadie nos ha dado razones convincentes.
Y cruzaremos la carretera, y pasaremos el puente románico sobre el río Gallo, para referirnos al hecho tremendo que ocurrió en el pueblecito de Tierzo, hacia la segunda década del siglo XX, y que sirvió de argumento para el famoso drama La Malquerida, de Jacinto Benavente. Saltamos después a Castilnuevo, junto al río Gallo, lugar hoy prácticamente despoblado, donde es razón de fe que se inspiró Cervantes para situar —con su caserón-castillo en lo más alto— la “Ínsula Barateara” en la que gobernó el bueno de Sancho.
Y concluyo este viaje virtual, un poco a salto de mata por la Guadalajara Insólita, en Orea, el pueblo más alto de la Provincia, a 1500 metros de altura, que no está nada mal; pero con unos parajes y unos paisajes dignos de ser conocidos y de ser disfrutados, como el de la “Fuente de la Jícara”, junto al único pino de seis troncos que existe en España, y con una curiosidad fisiológica registrada en el pueblo, única en el mundo. Nos habla de ella el Padre Nirember en su libro Relaciones Fisiológicas, según el cuál, al ciudadano Roque Martínez, natural y vecino de Orea, le nació un espino cerca del estómago, que cada primavera le solía crecer y se ponía verde. ¡Para que luego digan que en Guadalajara no somos únicos!
(En la fotografía, Plaza Mayor de Milmarcos)
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