viernes, 26 de septiembre de 2008

RETABLO ARRIACENSE


EL “RETABLO ARRIACENSE” DE VICTOR DE LA VEGA

Existen dos pinturas, obra de la segunda mitad del siglo XX las dos, ambas de propiedad particular, que son pura esencia del alma guadalajareña, pues en ellas se recoge una buena parte de nuestra historia, de nuestros personajes más distinguidos, de nuestro arte y de nuestro paisaje en un alarde de buen hacer, de conocer el pasado de esta tierra, y de lo que todavía es más difícil: saberlo traducir en imágenes y en color verdaderamente memorables. “El Cristo de la miel”, del madrileño Rafael Pedrós, a la que nos hemos referido en nuestros escritos en más de una ocasión; y la segunda, a la que hoy me refiero de manera exclusiva, es el “Retablo Arriacense”, propiedad de la Caja de Ahorros Provincial de Guadalajara, que preside la sala de juntas de la entidad, y que en su día fue adquirida por encargo al pintor conquense Víctor de la Vega, trabajo poco conocido por el gran público guadalajareño, y en el que se recoge un abigarrado conjunto de escenas y de lugares, de personajes históricos a modo de exposición, o retablo, como su nombre indica, donde apenas falta nada de lo que Guadalajara es, y sobre todo, de lo que Guadalajara ha sido.

La pintura que hoy ocupa nuestro espacio está realizada en óleo sobre tabla, mide 3,46 metros de ancho por 1,77 de alto; fue realizada en el año 1977, y reproducida en tamaño 47 por 24 centímetros, en edición numerada y con la firma del autor, por gráficas Heraclio Fournier en 1978, con fotografía de Fernando Nuño.
El contenido del cuadro es denso; pues en el recortado espacio de seis metros cuadrados aparecen centenares de motivos diversos, en su mayor parte perfectamente reconocibles. Allí encontramos, ocupando los ángulos inferiores y en lugares preferentes, a los poetas medievales Juan Ruiz, Arcipreste de Hita; Iñigo de Mendoza, Marqués de Santillana, y al pintor Juan Bautista Maino, los tres en pleno trabajo. Alvarfáñez de Minaya, al frente de una mesnada de guerreros por tierras de la Alcarria, ocupa así mismo un espacio distinguido como reconquistador de muchas de nuestras villas y ciudades, incluida la propia capital. Una repleta comitiva de personajes a caballo de la nobleza guadalajareña aparece en un primer plano de la escena; en ella encontramos una vez más al Marqués de Santillana, ahora como guerrero, al Cardenal González de Mendoza, a la reina doña María de Molina; tropel en el que se advierten otros personajes del Renacimiento: la Princesa de Éboli y su esposo Ruy Gómez de Silva, el “Doncel” Vázquez de Arce, entre varios más. Y de la era moderna, el Dr. Layna Serrano, sentado junto a un grupo de colmenas, leyendo plácidamente a la sombra de un pino; meleros del campo de la Alcarria, segadores de mieses, artesanos, pecheros, músicos, niños que juegan al corro, pajes y otros individuos a pie, en un escenario natural formado por algunos de los accidentes paisajísticos más notorios de la provincia: el Pico Ocejón, el cerro de Hita, los impresionantes cortes verticales del Barranco de la Hoz, el embalse de Entrepeñas, las Tetas de Viana...
Y monumentos, una cumplida representación de los muchos monumentos que enriquecen a esta provincia castellana. Quizá las iglesias románicas, los históricos castillos y los palacios, sean con los personajes a los que nos acabamos de referir, los motivos más interesantes en los que detenerse al contemplar el cuadro. Castillos de Molina, de Atienza, de Jadraque, de Cifuentes, de Galve, de Zorita, de Guijosa, de Pioz...Iglesias de Sigüenza (la Catedral), de Guadalajara (San Ginés y Santa María), las románicas de Campisábalos, de Carabias, de Saúca, de San Bartolomé de Atienza. Los palacios del Infantado en Guadalajara y de Medinaceli en Cogolludo; picotas, pairones molineses; son nombres memorables que se pierden entre un sinfín de motivos más y que harían esta relación interminable. En la parte superior, como sellando cuanto allí se dice en imágenes, tres ángeles tenantes sostienen el escudo de la provincia.

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