sábado, 21 de junio de 2008

EL CONDESTABLE


Al referirse a don Álvaro de Luna y a este libro que vio la luz por primera vez en el año 2000, el profesor Criado de Val dejó escrito como conclusión al prólogo el siguiente párrafo: “La oportunidad de José Serrano Belinchón, al escribir una biografía novelada de de don Álvaro de Luna, revela su claro instinto de escritor y periodista, que ha sabido reconocer que es muy difícil encontrar en la Historia española una figura tan moderna y atrayente, tan auténticamente novelesca, como la de aquel gran seductor de amigos y enemigos, que se dejó matar antes que renunciar a su orgullo y a la amistad, que creía perdida, con Juan II.”
“El Condestable” nos pone delante de los ojos una de las páginas más interesantes -y quizá menos conocidas- de la Historia de España: la primera mitad del siglo XV, cuando el reino de Castilla se sostuvo, casi milagrosamente, gracias al contrapeso que el Condestable impuso al gobierno de un rey sin espíritu, incapaz, falto de las cualidades mínimas necesarias para gobernar, y amenazado de manera constante por la embravecida jauría de los nobles, cuyos ejércitos eran en ciertos casos más poderosos que los del propio rey. En este libro se incluyen algunos datos importantes que andaban escondidos en los polvorientos archivos del olvido. Doscientas veinte páginas de lectura amena en un volumen que supuso un pláceme para los amigos de la Historia de Castilla, interesados por aquel periodo feliz con el que se ponía el punto final a la Edad Media.

(el detalle)

“Doña María de Aragón no quedó conforme con la respuesta del Rey; pero como muy pronto el Condestable y los otros caballeros que le acompañaban vendrían a cumplimentar con él y a hacerle la debida reverencia, tuvo ocasión de hablar con don Álvaro de Luna reclamando la intercesión que le tenía prometida; más tampoco así consiguió nada. Ella les dedicó duras palabras y les culpó de la dureza de corazón y del enojo de su hermano el Rey. Cuando se despidió, Juan II salió con ella hasta media legua del campamen­to, si bien, don Álvaro de Luna y otros caballeros la acompañaron hasta más lejos.
Ocurrió por aquellos días que, estando sin levantar el campamento, llegó hasta donde estaba el Rey el duque de Arjona, con un séquito considerable de hombres armados y peones. El duque de Arjona fue uno de los nobles que no acudieron al llamamiento del Rey cuando éste requirió el aporte de sus huestes. Venía deteniéndoos a menudo, dudando, retardando su llegada por el camino. Algunos de sus hombres le aconsejaron que no se presenta­ra delante del Rey; otros le decían lo contrario. El Rey deseaba que llegase, y había previsto algunos refuerzos para evitar que se pasara, como antes lo había hecho el infante don Enrique, al campamento enemigo con la gente de armas que traía; pues algo como eso había oído que pretendía hacer. Cuando llegó a su altura y se postró ante el Rey haciendo reverencia, el Monarca, poniendo una mano sobre su hombro, le dijo:
- ¡Duque, daos por preso!
Era miércoles aquel día, veinte de julio de mil quinientos veintinueve.
Una vez detenido don Fadrique Enríquez, duque de Arjona, el Rey mandó a don Pedro de Mendoza, señor de Almazán, que se hiciera cargo de él y lo encerrara en su castillo hasta que se tomase una decisión acerca de lo que se haría con él en el futuro.
Pasado algún tiempo, el conde de Castro y el infante don Pedro abandonaron el castillo de Peñafiel, que pasó a poder y pertenencia de la corona. El Rey le dio la tenencia del castillo a don Álvaro de Luna, con el encargo de que se llevara preso y encerrara en sus cárceles al duque de Arjona. El Condestable lo hizo según lo mandado, y dejó el encargo de su custodia a Fernand López de Illescas, caballero de toda su confianza.
Allí señaló Juan II el sitio por donde deberían entrar en Aragón, previo acuerdo con el Condestable y con los demás caballeros que ostentaban con él el mando del ejército. Luego mandó levantar el campamento. Hecho el debido acopio de alimentos y de otros enseres, salieron de aquel lugar y acamparon cerca de Medinaceli. Días después se aproximaron a la villa de Arcos, en el valle del Jalón, y más tarde se fueron a Huerta, muy cerca de Ariza en tierras de Aragón.”

1 comentario:

Susana dijo...

Por el prólogo y el detalle parece que este libro promete. Puede ser un buen libro para este verano.