domingo, 3 de julio de 2011

EL PAISAJE PROVINCIAL

El hecho de que Guadalajara sea una provincia en la que existen cuatro comarcas concretas y bien diferenciadas: la Alca­rria, la Campiña, las Sierras y el Señorío Molinés, nos lleva a pensar, como consecuencia, en paisajes distintos y, a veces, perfectamente contrastados. No es la de Guadalajara una provin­cia desafortuna­da en paisajes, como en apariencia pudiera parecer a quienes viajan por las dos grandes vías de comunicación que la atravie­san: la Carretera Nacional II y el Ferrocarril Madrid-Barcelona. Hay que apartarse a derecha e izquierda de estos importantes caminos para encontrar la sorprendente riqueza paisa­jística que posee.
Las tierras de la Alcarria (Alta y Baja) son ásperas; en ellas se intercalan los campos de labor con los rudos oteros y los vallejuelos por los que suele arrastrar su corto caudal algún riachuelo durante los meses de invierno que, con bastante fre­cuen­cia, se secará en verano. Como vegetación más común en las Alcarrias se cuenta con el cereal que se produce en los llanos, la hortaliza y el mimbre en las vegas de algunos riachuelos, el olivo, el marojo y el carrasquillo en las laderas de los cerros, mientras que en los muchos espacios baldíos de la comarca abundan las plantas aromáticas: tomillo, ajedrea, romero y espliego -éste último pintando el campo con el característico lila de su flor-. En la zona más meridional de la Alcarria, como un anuncio previo de la región manchega que le queda más al sur, el paisaje cambia de decoración presentando grandes extensiones de viñedo, más abundantes en el término municipal y campos cercanos a Mondé­jar.

La Campiña, por lo menos en teoría es tierra llana, aunque nunca falta un cerro y un barranco que la diversifican y le dan un singular carácter. El marrón intenso suele ser el color de las tierras campiñesas, al que acaricia el verde luminoso de los sembrados en primavera y el ocre crudo de las rastrojeras en verano. El paisaje campiñés tiene para sí como momento sublime el de las puestas del sol, encendidas, cárdenas, idílicas. Los fondos plomizos de la Sierra del Ocejón, blancos de nieve en cortas temporadas, imponen a las tierras de pan llevar su nota característica.

Las sierras más importantes son tres: la del Macizo de Ayllón, la de la comarca seguntina y la del Alto Tajo. La más diversa y bucólica de las tres, la del Macizo de Ayllón; la más espectacular, la del Alto Tajo. La serrezuelas que se estiran al borde de los campos sorianos por tierras de Sigüenza (Altos de Barahona, Sierra Ministra), son suaves y de formación anterior a las otras cordilleras y macizos de la provincia. El pino, el quejigo, las hayas, en algunos parajes el boj y en otros la jara, suelen ser por cuanto a vegetación las especies más comunes. No faltan, para deleite de quienes hasta ellas van, barranqueras paradisiacas con solemnes pozas de un agua clarísima y cascadas violentas en el correr de sus ríos, nota incomparable y un tanto desconocida de las comarcas serranas de la provincia.

En el Señorío de Molina predomina el páramo, es decir, tierras llanas, frías e improductivas, en miles de hectáreas de terreno. Las riberas de sus ríos y arroyuelos suelen ser férti­les, aunque el campo molinés en términos generales es pobre y difícil, excepción hecha de los campos trigueros del Noreste, en los términos de Campillo de Dueñas, Tortuera y La Yunta, donde las cosechas de cereal suelen ser importantes. Las sabinas, como ornato paisajístico de grandes superficies molinesas, árbol poco común de hoja perenne, es el que en leguas a la redonda anima los campos del Señorío. Los cortes del Barranco de la Hoz, espectacu­lares y emotivos, rompen en las cuencas del río Gallo lo que aquellas tierras pudieran tener de uniformes y monótonas.

(En la imagen: Paisaje de la Alcarria alta desde el Cerro de Alarilla)