martes, 27 de marzo de 2012

POR LAS CALLES DE LA VIEJA CIUDAD


            El viento de la tarde arrastra las hojas secas que volaron de los árboles a lo largo de la Avenida del Ejército. Por la acera en sombra camina delante de mí una señora con la cabeza liada en una bufanda de colorines. Aunque en seguida anochece, las tardes de invierno en Guadalajara se hacen eternas cuando uno siente la obligación de salir a la calle, pero conviene hacerlo, aunque como en la tarde de hoy tan sólo sea por el capricho de ver, y de soñar, por las viejas calles de la ciudad, tal vez las menos frecuentadas por los caminantes, sobre todo desde que se impuso la moda, o la necesidad, de andar en automóvil.
            Los cientos de pequeñas pirámides de piedra alineadas sobre la fachada del Infantado, reciben a estas horas la última luz del sol poniente. La sólida pelambrera de los dos salvajes que sostienen el medallón heráldico de los Mendozas, sobre la portona principal del palacio, parece más rizada por efecto de las bajas temperaturas. La tarde es seca a pesar de los fríos. Tras los muros se escucha el grito sórdido del silencio, se adivina latir a través de la piedra el corazón arrítmico de los ilustres personajes que vivieron allí, que no fueron pocos y que casi todos dejaron tras de sí una estela de su pasado que ni siquiera el correr de los siglos ha conseguido borrar. Han ocurrido infinitas historias detrás de aquellas paredes venerable, que bien merecerían ser recogidas en un anecdotario, trascendentes unas y frívolas otras, de las que ha llegado noticia hasta nosotros. De todos los acontecimientos que durante su historia se guisaron allí, me quedo con la boda de Felipe II con Isabel de Valois, su tercera mujer; con la muerte en la más lastimosa soledad de la reina doña Mariana de Neubourg, viuda del desdichado Carlos II; con las correrías por el patio de los leones del romántico francés Víctor Hugo, que probablemente llegase a vivir allí siendo niño, y, desde luego, con la improvisada boda de doña Juana de Mendoza, viuda del Adelantado Mayor de Castilla  muerto en Aljubarrota, más conocido par “La rica hembra de Guadalajara”, con don Alonso Enríquez, Hijo del Maestre de Santiago don Fadrique, sin otra razón que argumentar que “para que no se dijese que hombre alguno, fuera de su marido, había osado abofetearla”.
            Pero sigamos adelante. Los relieves del bellísimo patio se dejan ver por un instante desde la calle como un juego fantástico de imágenes en la penumbra, donde la piedra de Tamajón en formas abigarradas, simétricas, gloriosas casi, guarda a perpetuidad el fausto recuerdo de los señores duques que hace más de cinco siglos la mandaron esculpir. Afuera, la estatua en bronce del Gran Cardenal parece proteger, capelo y báculo como enseña, la augusta mansión familiar ocupada hoy en otros menesteres.
            Poco más adelante, sin salir de la Guadalajara renacentista, nos encontramos ante los dos motivos arquitectónicos de interés especial que tan a menudo pasan desapercibidos para los guadalajareños: la iglesia de Santiago Apóstol, antiguo convento de Madres Clarisas cuya fundación se debe a Doña Berenguela de Castilla, y frente por frente al patio enrejado de otro viejo convento, el de la Piedad, al respaldo del palacio de don Antonio de Mendoza (Instituto de Bachillerato), del que resulta sencillamente admirable la portada plateresca de su iglesia, escondida y sombría, en cuya piedra bellamente trabajada se advierte el ingenio de su creador, el gran Alonso de Covarrubias. Cuatro pasos más adelante, ahora en la acera opuesta, nos llama la atención la pomposa fachada de la casa de Correos y Telégrafos, una de las más representativas y elegantes de Guadalajara, centenaria también pese a su magnífico estado de conservación, frente a la que bien vale la pena detenerse.
     

       De paso hacia la iglesia de Santa María de la Fuente ahí tenemos el campanario del palomarcito de San José, perteneciente al convento barroco de las Madres Carmelitas, con los escudos en piedra de Mendoza y Frías, uno a cada lado de la vieja imagen del titular puerta en su hornacina. La campana de Carmelitas tañe a oración cuando cae la tarde, mientras que el ruido de los coches que vienen y que van por la antigua carretera de Zaragoza marcan el contraste entre dos mundos diferentes, que como en pocos lugares están representados aquí por la paz interior de la clausura y por el bullicio del mundo que se manifiesta de puertas para fuera.
            Delante de la fachada del palacio de los Marqueses de Villamejor hay tres cipreses. El ciprés es el árbol de hoja permanente que evoca como ningún otro la esencia de estos atardeceres moribundos del invierno por los que la ciudad vieja parece sentir una profunda devoción. El palacio de los Marqueses de Villamejor, también de la Cotilla, es una de las joyas escondidas del siglo VXIII, de las que todavía quedan, sin contar con ella, otra media docena más repartidas por las calles de Guadalajara en mejor o en peor estado, sólo una muestra de lo que antes debieron ser. Son muy pocos los guadalajareños que conocen en el interior de este palacio donde vivió Romanones, el bellísimo Salón Chino, restaurado recientemente, cuyas paredes están empapeladas con infinidad de figuras orientales, pintadas a mano en el Lejano Oriente, y que para mi uso viene a representar una de las novedades, si no la primera, que un poco como secreto bien guardado aparece en la larga relación de nuestro patrimonio.
            Los aleros, el friso, los cupulinos con los que se rematan los cubos de las esquinas en la capilla de Luis de Lucena, obra magnífica del siglo XVI y único resto de la desaparecida iglesia de San Miguel, significan el punto final de un paseo improvisado por la Guadalajara soñolienta que a estas alturas de la tarde se envuelve entre dos luces. Luis de Lucena fue un sabio humanista del siglo XVI, nacido en Guadalajara, que diseñó, costeó, y dirigió las obras de la iglesia desaparecida y de esta que fue su capilla aneja. Este pequeño monumento se ha restaurado en su interior en fechas relativamente recientes, lo que nos permite poder contemplar los escasos frescos que quedan sobre sus muros, obra de uno de los artistas más brillantes del Renacimiento italiano, el pintor florentino Rómulo Cincinato, traído a España por Felipe II para colaborar con su arte al embellecimiento de El Escorial, quien llegado aquí encontró tiempo para dejar su huella de gran maestro en este sencillo oratorio que ha llegado hasta nosotros, digamos milagrosamente.
            Y más abajo, con su torre difuminada entre las tinieblas, la iglesia concatedral de Santa María de la Fuente, otro de los principales emblemas de la ciudad, con su torre mudéjar y sus portadas de rico sabor moruno. Ahí a un lado, donde antes hubo un banco, luego un colegio, y ahora un establecimiento de usos diferentes, estuvo el más antiguo palacio de los Mendozas, la primera casa solar de la familia en la que nació el Gran Cardenal; y algo más allá, sin salir de la misma plaza de Santa María, los escasos restos de otro palacio, el de los Guzmán, en donde vino al mundo don Nuño Beltrán de Guzmán, fundador de la otra Guadalajara, de la mejicana que es capital del estado de Jalisco, cuyo nombre como el de tantos más nacidos por estos pagos, resultan míticos, como las piedras de la Guadalajara vieja, las que aún están y las que se perdieron, que son las más, sin dejar siquiera razón de su paradero.

(las fotos nos muestran detalles de el Palacio de los duques del Infantado, Iglesia de Santa María de la Fuente, y capilla Luís de Lucena)

jueves, 22 de marzo de 2012

"AMÉRICA TE NOMBRO" de P. Lahorascala


Un importante grupo de amigos nos dimos cita en la tarde de ayer en el salón de actos de la Editorial Aache donde se presentó el libro en pequeño formato "América te nombro", en el que se recoge un interesante manojo de poemas, escritos por Pedro Lahorascala y dedicados al Nuevo Mundo, con el cuál su autor reaparece en los ambientes culturales de Guadalajara, después de una voluntaria temporada de ausencia.

         Intervinieron el editor, Antonio Herrera Casado, quien glosó la figura del autor del libro, su tendencia poética, su personalidad y sus temas preferidos: la mujer y la tierra. Después fue el propio autor el que intervino, que, luego de presentar el libro y de explicar los motivos que le llevaron a escribirlo, nos leyó varios de los poemas que se recogen en él.

         Pedro Lahorascala es poeta, es periodista, es un experto narrador, y es, sobre todo, un autor prolífico con clara tendencia a la literatura en verso, quien en sucesivos momentos de su vida en activo y bajo diferentes títulos, ha ido sacando a la luz 22 volúmenes en forma de libro hasta el día de hoy. Publicaciones que comenzaron en 1956 con "Romería de horizontes", y se cierran con este "América te nombro", presentado a la prensa y a los amigos hace sólo unas horas.

         Pedro es un escritor en actividad permanente, cuya labor literaria le ha sido reconocida con prestigiosos premios, tales como el “Hucha de plata” de poesía en 1966, el “Ciudad del Doncel” de narrativa en 1983, el “Tamarón” de periodismo en 1989, y así hasta una docena de ellos en las diferentes manifestaciones literarias donde la poesía, como forma de entender y de manifestarse en la vida, tiene su presencia, es decir, en todos los géneros.

         “A Serrano Belinchón, Pepe amigo, que compañeros fuimos” me dice en la dedicatoria del libro. Gracias Pedro, y lo seguimos y lo seguiremos siendo. Siempre es un honor contar con amigos de tu categoría, profesional y humana. Felicidades.   

miércoles, 14 de marzo de 2012

SOBRE "LA AFRENTA DE CORPES"

            Hemos entrado en tiempos -bienvenidos sean- en los que parecen importar las reliquias del pasado, tan olvidadas por años y por siglos. Los escenarios por los que en la España interior sucedieron cosas notables, bien como acontecimientos reales registrados por la Historia, o bien como fruto de la imaginación donados a perpetuidad por juglares y novelistas, según la época, comienzan a perfilarse como posibles rutas turísticas, válido complemento a ese despertar del llamado turismo rural que, poco a poco, parece que se va consolidando como un presumible soplo de esperanza tan necesario para el sostenimiento de la mayor parte de nuestros pueblos. En Guadalajara, y en general en toda Castilla, van surgiendo las llamadas “casas rurales”, preparadas para satisfacer la necesidad de contacto con la naturaleza del que, por imposición de la vida moderna, carecen tantos miles de semejantes nuestros condenados a vivir en esos hormigueros sin horizontes en los que a veces se convierten las grandes ciudades.
            Pues bien, una de esas rutas turísticas en las que los expertos se han puesto a trabajar, ignoro sin con mucha o con poca fortuna, es en la conocida como “Ruta del Cid”, que comprende los parajes y lugares de la de la geografía española que conocieron de las hazañas y de las desdichas del héroe castellano que, un poco la historia y un mucho la leyenda, han convertido en señera de nuestra mitología particular.

            Don Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, fue en su tiempo, y desde luego muchos siglos después, una rareza de la Historia, más un mito que un héroe -que también lo fue, y de los de más talla-. La ristra de virtudes humanas que el pueblo le ha venido atribuyendo a lo largo de casi diez siglos, han hecho de él un ser de ficción, un personaje de leyenda, hasta el punto de haberse llegado a deshumanizar su figura por capricho de la imaginación. La literatura nos ha dibujado una imagen irreal del Campeador, hasta el punto de ponernos a veces en la tesitura de no saber si elegir la Historia o inclinarse por la Literatura para saber de él. La mayor parte de la gente que tiene una idea de su figura, la ha adquirido a través de los textos que se recogen en el famoso “Poema de Mío Cid”, producto de un juglar, de nombre desconocido para más inri, cuya copia ha llegado por fortuna hasta nosotros, y figura hoy merecidamente como el principal monumento de nuestra literatura naciente, si bien prevalece en él, como es fácil imaginarse, la leyenda al uso, la exaltación al héroe, por encima del rigor histórico. Con todo ello tiene relación lo que hoy comentamos en este trabajo.

            Según el “Poema de Mío Cid”, don Rodrigo de Vivar atravesó a todo lo largo nuestras sierras del norte de la provincia, y de su viaje al destierro por aquellos caminos se dan en el libro datos más que suficientes; se habla de lugares, y se vuelve a insistir en ellos en el viaje de regreso. El tercer cantar del Poema se titula “La afrenta de Corpes”, y en él se da cuenta del vil comportamiento de los Infantes de Carrión, sus propios yernos, apaleando y dejando malheridas a sus mujeres en el Robledal de Corpes.

Posición A
            Tengo delante de mí bastante documentación acerca de este hecho que da lugar a la tercera parte del Poema; datos contradictorios que no consigo encajar. La tradición va por un lado, la toponimia por otro, la literatura por un tercero, y la historia por otro bien distinto, que como las vacas flacas del relato bíblico se come a las demás razones, pero siempre dejando en la mente y en la conciencia la chispa fatal de la duda.
            La toponimia y la tradición oral están a favor de Robledo de Corpes, pueblecito de nuestra provincia en la sierra de Atienza, como posible escenario donde aquellos lamentables hechos tuvieron lugar. Hace algunos años, un hombre sensato y muy en su sano juicio, natural y vecino de Robledo de Corpes, me aseguró que el apaleamiento de las hijas del Cid por sus maridos tuvo lugar en los declives fragosos de una dehesa cercana al pueblo a la que llaman la Lanza; añadiendo el recto informador que unos pastores que andaban por aquellos contornos las intentaron reanimar dándoles a beber agua fresca tomada de una fuente en sus propios sombreros.
            No hace mucho anduve por aquel lugar, convertido hoy en saludable merendero, con una fuente, en efecto, de agua fresca, que han conducido para que mane desde un pequeño muro de piedra.
Posición B
            Una revista interesantísima, que años atrás publicaba la Diputación de Soria, en su número 22 dedicó varias páginas al paso del Cid Campeador por tierras de aquella provincia. En relación con el asunto que nos ocupa -la fuerza de la tradición vuelve a tener su sitio, con el aval de la lógica en su favor conocido el itinerario- transcribo lo que en el citado trabajo se dice, y que presentan con la fotografía de una piedra recordatoria, muy antigua, incrustada en el muro, a ras de suelo frente al ábside románico de su iglesia en el pueblo soriano de Castillejo de Robledo: “La afrenta de Corpes, según una tradición medieval premostratense de la Vid, se sitúa en el entorno de la ermita de la Virgen del Monte, en Castillejo de Robledo, con camino de ida y vuelta desde San Esteban de Gormaz, bien por el Soto de San Esteban, bien por Aldea de San Esteban, Miño de San Esteban y Valdanzo”.
          Como consecuencia de haber leído aquel trabajo busqué la ocasión de visitar el pueblo soriano de Castillejo de Robledo y, efectivamente, di con la piedra recordatoria del hecho, y le hice unas fotografías que ofrezco también aquí a los lectores.
 
Posición C
            Pero al margen de toda visión literaria ¿Qué es lo que dice la Historia como documento válido?, ¿Cuál es la opinión de los estudiosos?, ¿Cuál la verdad limpia como contrapunto a esa visión fantástica que bajo toda sospecha nos ofrece el Poema?
            Hace tiempo cayó en mis manos un texto interesantísimo en relación con este asunto; una opinión razonable, un comentario más acorde con la verdad histórica que deseo servir en transcripción literal con la confianza, cuando menos, de que a nadie le pueda resultar descabellado. Lo escribió Víctor de la Serna Espina en Carrión de los Condes, y apareció publicado en “ABC” en mayo de 1953. Éste es el fragmento que entresaco de aquel añejo artículo y que dice así:
            Porque esto es, por lo menos, frontera, lector. Así como Tierra de Campos es Castilla, esto suena a León. Y si nos llegamos a Carrión, más. Porque parece que ya se puede afirmar, conforme a la crítica histórica más severa (en esta materia se habla o de Sánchez Albornoz o de Menéndez Pidal, o de nadie), que lo de la afrenta Corpes es un “bulo” de los castellanos por piques con los leoneses. (Que también los castellanos hacemos las nuestras.) Basta con ver en Carrión de los Condes el sepulcro de uno de los calumniados infantes (hijos o sobrinos de Per Ansúrez, el poblador de Valladolid) para comprender que aquel caballero con la mano en el galón del brial era incapaz, como su hermano tampoco lo era, de cometer la felonía de azotar a unas mujeres desnudas, indefensas, y además bellas y blancas, que eran sus esposas. Total, que por leoneses han sido difamados dos caballeros cuyos sepulcros están en el monasterio de San Zoilo, de Carrión de los Condes, junto al famoso vado donde se decidió la soberanía de Castilla…”

            Hasta aquí, diríamos, el estado de cuestión. Ahora toca decidirse por una o por otra de las tres posturas expuestas. Del poder de la literatura en la mente y en el corazón de los hombres, habla aquella anécdota que me tocó vivir hace algún tiempo, cuando un acérrimo e incondicional caballero de la Mancha, no solo insistía, sino que apostaba doble contra sencillo, defendiendo el inútil argumento de que Don Quijote había nacido en Argamasilla de Alba, y que él en persona había llegado a conocer y a tratar en aquel pueblo a gentes de la misma familia del famoso hidalgo; no de un posible personaje en el que se pudo inspirar Cervantes, sino del mismo Don Quijote en carne y hueso. Esto, como también lo otro, permíteme amable lector, suena un poco a disparate. La literatura de creación se alimenta de la fantasía; la historia, cuando se es fiel a ella, es otra cosa, aunque por desgracia y para mal nuestro, cuenta, contó y contará en todo tiempo con desaprensivos manipuladores.            
(Las fotografías muestran aspectos de Robledo de Corpes (sitio de la Lanza) y de Castillejo de Robledo  en la provincia de Soria)

viernes, 2 de marzo de 2012

QUIENES FUERON LOS BORLAF EN LA SIERRA NORTE


             “El Origen de los Borlaf” es el título de un libro extraño que habla de algunos pueblos de nuestra Sierra Norte; de un libro que en varios detalles se sale de la línea más o menos habitual en que se publican la inmensa mayoría de los de su especie, los libros que habitualmente manejamos. Me ha parecido excepcional por cuanto a su forma, por cuanto a su contenido, y hasta quiero pensar que también por cuanto a la idea inicial que condujo al autor a su publicación. Un libro, en fin, al que he creído conveniente dedicar mi acostumbrado espacio semanal de nuestro diario, por lo que tiene -aunque no sea su primera finalidad- de reconocimiento y promoción indirecta de cuatro de ellos, entre algunos más que se mencionan dentro de su denso contenido, y que no son, salvo uno de ellos, Tamajón, de los que más presencia suelen tener en los medios de información, incluidos los provinciales. Cardoso de la sierra, Colmenar de la Sierra, Valdepeñas de la Sierra y Tamajón, son esos pueblos.
            Un libro original por cuanto a su tamaño en Din-A4, es decir, en el tamaño corriente que puede tener folio de uso ordinario, con 253 páginas de bien trabajado texto. Extraño también por cuanto a su contenido, pues se trata de un trabajo de investigación en torno a un apellido nada común: Borlaf, sobre cuyo origen y todo lo que pueda existir referente al mismo: lugares, personas, cifras, le ha interesado, y de qué manera, a un incipiente escritor manchego (es su primer libro) Diplomado en Derecho Tributario y Asesoría Fiscal, residente en la villa toledana de Quintanar de la Orden, de nombre Pablo Agustín Mota Moreno Bustos Borlaf, quien con no poco esfuerzo ha preparado un trabajo meritorio, que nos presenta acabado de salir de la imprenta y que ha tenido la gentileza de enviarme como testimonio de gratitud, ya que entre sus páginas figuran íntegros algunos de mis escritos sobre esos mismos pueblos, que en la década de los años ochenta fueron apareciendo en “Nueva Alcarria” dentro de la sección Plaza Mayor, tan popular en su tiempo, y no menos hoy en la Red, donde el número de visitas se aproxima a las doscientas mil.
 

El libro           

            Pues bien, abrir este libro es perderse en una selva de información, muy variada, donde abundan las referencias históricas, geográficas, costumbristas, etnológicas, nociones de genealogía y heráldica, medicina, un todo, en fin, y sobre ese todo, el brillo de una estrella movediza: el apellido Borlaf, que el autor sigue de un lugar a otro, como los Magos de Oriente siguieron la estrella hasta el final, con parada en la comarca serrana de Guadalajara, para contarnos, por ejemplo, que en Colmenar de la Sierra nació en 1902 su abuela materna, doña Lucía Borlaf Buchó -cuya estupenda fotografía al uso de la época aparece en la portada del libro-, entre una serie de firmas de otros tantos familiares nacido en diferentes pueblos de aquella sierra, dos de las cuales pertenecen a sus antepasado más directos, don Ventura Borlaf Álvarez, nacido en Colmenar de la Sierra en 1873, y don Emeterio Borlaf Merino, nacido en el mismo lugar, bisabuelo y tatarabuelo del autor respectivamente. Su madre, doña Nieves Moreno Borlaf, y sus tías, Cecilia y Natividad, habían nacido en Tamajón, pueblo al que se menciona con frecuencia a lo largo del libro y por el que su autor parece sentir un especial interés, al cabo es por una parte el lugar de sus raíces.
            Las anécdotas y curiosidades con referencia a los miembros de esta familia durante los tres últimos siglos, se suceden sin interrupción en la primera parte del libro. Así hemos podido saber que la atleta olímpica Isabel Mozun Borlaf, es hija de Paula Borlaf, nacida en Colmenar de la Sierra; que un famoso químico, don Calixto Borlaf Vázquez, nació en el propio Colmenar en 1885; que don Cándido Borlaf Merino, maestro y corresponsal de prensa en la primera década del siglo XX, nació en La Huerce; que don Mariano Borlaf Herrera, licenciado en farmacia, hijo del cirujano don Vicente Borlaf, nació en Valdepeñas de la Sierra en 1870; y como dato más actual, aparece el nombre de Pilar Borlaf González, una de los 1.824 heridos que se registraron en el terrible atentado de los trenes de Madrid el 11 de marzo de 2004. Aunque no parece que el apellido se encuentre en periodo de extinción, los Borlaf en España son 126, y con las variantes Borlaz y Borlaff, su número sólo es de 248 personas.
            Se compone este libro de tres apartados en una primera oferta: Nociones básicas (de Genealogía y Heráldica), Los Borlaf en España y Los Borlaf en el mundo. En la segunda, esos apartados son dos: Ayer y hoy de los pueblos de los Borlaf, y Los árboles de los Borlaf. Los títulos de cada uno de estos apartados nos dan idea de cuál es su temática, destacando por su extensión el titulado:

Ayer y hoy de los pueblos de los Borlaf

            Aquí se incluye, prácticamente en su totalidad, información del pasado de los cuatro pueblos principales relacionados con este apellido, partiendo de la segunda mitad del siglo XVIII; pues en él aparece la copia literal del conocido “Catastro del Marqués de la Ensenada”, en el que cada pueblo, villa o ciudad de España, respondieron a una serie de preguntas relativas al momento actual de cada uno de ellos, por cuanto a posesiones, actividades económicas, monumentos, actividades profesionales, y todo cuanto sirviese para llevar un control riguroso de cada lugar, y su consiguiente repercusión en las arcas reales.
            Otra referencia posterior al pasado de estos pueblos, la del “Diccionario Madoz”, figura íntegra en el libro. De la “Guía Arqueológica y de Turismo de la Provincia de Guadalajara”, publicada en el Taller Tipográfico de la Casa de Misericordia en 1919, se incluye lo referente a Tamajón y a Colmenar de la Sierra; y como final, en representación del pasado reciente, la copia literal de los reportajes que durante la década de los años ochenta del pasado siglo, publiqué en “Nueva Alcarria”, bajo el título de Plaza Mayor, a los que antes se ha hecho referencia.


            Son esos pueblos, en primer lugar Tamajón, que como todos los demás muy poco tiene que ver en la actualidad con lo que fue antes, sobre todo en número de habitantes. No obstante se trata del pueblo más importante de toda aquella sierra en una extensión más que considerable. Durante los últimos años el cambio habido en Tamajón ha sido importante, sobre todo por cuanto se refiere a restaurantes, casas rurales y otros servicios pensando en el turismo, como puerta de entrada que es a una de las comarcas más características de la provincia: los Pueblos Negros.
            El segundo de ellos es Colmenar de la Sierra, uno de los pueblos de la provincia incluidos en ese grupo que no hace mucho carecían de entrada con vehículo a motor desde dentro del territorio provincial, había que llegar hasta él desde Montejo de la Sierra en la provincia de Madrid. Ya hace años que se construyó el puente sobre el río Jaramilla y hay paso, por carretera medianamente aceptable, desde Campillo de Ranas. El espectáculo visual por cuanto al paisaje es grandioso en sus entornos. Formó parte del señorío de los Mendoza, y fue muy deseado por su importante cabaña ganadera y riqueza forestal. Pueblo ideal para el veraneo.
            De El Cardoso de la Sierra, debemos decir que se encuentra en ese mismo grupo de pequeños municipios de difícil acceso desde el resto de la provincia, por la misma razón ya apuntada en cuanto a Colmenar. A su ayuntamiento pertenecen gran parte de los pueblos vecinos. Se encuentra en los límites con la provincia de Madrid, muy cerca del nacimiento del río Jarama. Su altura sobre el nivel del mar es de 1275 metros., Se encuentra rodeado de las mayores elevaciones de la provincia y por extensión también de la comunidad autónoma.
            Valdepeñas de la Sierra está situado más al sur de la sierra que acoge a los anteriores, digamos que en los límites con la Campiña guadalajareña, también próximo a la provincia de Madrid, en tierras de Uceda muy cerca del Jarama ya en su curso medio. En urbanismo, comodidades y servicios, ha cambiado mucho durante los últimos veinte o treinta años. Lugar de veraneo, como los anteriores. Como su homónimo de la llanura manchega, salvando las distancias, fue pueblo que en otros tiempos se distinguió por sus viñedos desaparecidos por la filoxera -creo que  en el año 1917-, de los que no queda nada, salvo alguna tinaja de barro, con más de un siglo de antigüedad, abandonada extramuros. La portada protogótica de la iglesia, nos da idea de su antigüedad.
            Es posible que a algunos de nuestros lectores, de dentro o de fuera de la provincia, les pueda interesar esta publicación reciente. En ese caso pueden dirigirse al autor en la dirección siguiente: borlaf@castillalamancha.es

(Las fotografías nos muestran: indicadores en el cruce de caminos, la portada del libro, y una calle de Tamajón)