jueves, 23 de agosto de 2012

MONUMENTOS RELIGIOSOS DE SOLANILLOS DEL EXTREMO


No es tarea fácil, a veces demasiado difícil, ponerse delante del folio en blanco con intención de convertir en letra y en palabra legible lo que se tiene escondido en los rincones del pensamiento, y más aún cuando la fuente es lo más parecido a un sequedal por falta de conocimientos. Es éste uno de esos momentos tan poco gratificantes para el que escribe, habida cuenta de que la verdad preconcebida, descubierta por sí mismo o estudiada en los papeles -que siempre conviene llevar como equipaje en los archivos de la memoria- no se corresponde con la realidad de las cosas que se comprobarán después a través de los ojos.
Digo todo esto pensando en el asunto que me ha de ocupar hoy en relación con los lectores del periódico, y que no es otro que el de informar acerca de los monumentos religiosos que hay en el pueblo de Solanillos, de su iglesia sobre todo, que hasta el último viaje tan sólo conocía de haberla visto desde la plaza del pueblo a la que sirve como motivo principal al tenerla de fondo, y de lo muy poco que pude conseguir con relación a ella escrito por estudiosos que nos precedieron, años o siglos atrás.
El aspecto exterior de la iglesia y lo que veremos dentro son un puro contraste. Ni lo uno ni lo otro se ajustan a la realidad de lo que hoy es la iglesia de Santiago en aquel pueblo importante de la Alcarria de Cifuentes. La sólida presencia exterior decepciona un poco cuando se atraviesa el umbral desde la plaza y uno se encuentra con la nave única, no demasiado grande, de una iglesia desnuda de todo motivo ornamental, muy en contradicción, por cierto, de las notas que de ella poseía, sacadas del magnífico trabajo que sobre éste, y sobre otros muchos monumentos de la provincia de Guadalajara, nos dejó a su muerte como legado común don Juan Catalina García, aquel investigador ilustre que cien años atrás dedicó una buena parte de su vida a tan delicado menester.

Entre don Juan Catalina y nosotros hay un punto negro en el tiempo que conviene considerar, pues lo disloca todo: la Guerra Civil, incivil que también se ha dicho, que entre muchos desastres más que trajo para nuestro país en general y para la provincia de Guadalajara en particular, se debe contar con la brutal tragedia de habernos dejado sin una parte más que considerable de nuestro arte religioso, tan maltrecho y expoliado en ocasiones anteriores, desdicha que en la iglesia de Solanillos se palpa setenta años después.
El citado cronista habla en su Catálogo monumental de Guadalajara al referirse a esta iglesia alcarreña “del retablo mayor churrigueresco” y de que “además hay en él las estatuas de San Pedro y de San Pablo, cinco lienzos de muy flojo pincel de autor no conocido, y en la parte de arriba tres no mejores”. Todo eso, además de la imagen de Santiago Apóstol que ocupaba el sitio preferente del retablo, es decir, la hornacina central. Habla así mismo de otros “seis retablos del siglo XVI y principios del siguiente”. Pues bien, nada de eso existe después de la contienda. Los volúmenes de la nave están vacíos, y en pequeñas repisas vemos sobre los muros algunas imágenes posteriores que, mal que bien, fueron adueñándose con el tiempo de la devoción popular de las buenas gentes de Solanillos durante todos estos años.

Me sirvió de guía un hombre del pueblo, don José Cortijo, quien por razones de edad y por sus años de servicio al municipio, incluso desde el puesto de alcalde en otro tiempo, bien puede considerarse una compañía autorizada como para poder cubrir, llegada la ocasión, cualquier servicio extra.
- Supongo que celebrarán como fiesta mayor la de Santiago Apóstol; pues lo veo muy presente en la vida del pueblo, y seguramente que también en su pasado –le pregunto.
- No; aquí celebramos como fiesta mayor la del Santo Cristo, que es en el mes de septiembre. Hace años sí que se celebraba como fiesta mayor la de Santiago, pero hubo que cambiarla a otra fecha porque siempre nos pillaba en plena recolección. El día de Santiago se celebra como titular de la parroquia, pero solo ese día como una fiesta cualquiera.
La imagen del Santo Cristo, cuyas fiestas se celebran con gran pompa en el mes de septiembre, según me acaba de explicar mi acompañante, es una escultura bellísima que guardan y veneran en una capillita lateral que hay por los bajos del coro, al lado de la estupenda pila bautismal de piedra antigua, que para mí es con mucho la pieza más interesante a considerar en la iglesia de Solanillos.
-Las imágenes son nuevas. Aquí no quedó nada. Aparte de la iglesia tenemos en el pueblo dos ermitas, una dedicada a la Virgen de la Soledad y la otra a Santa Bárbara. Si quiere nos podemos acercar a verlas.

Por el camino hacia las ermitas, una en cada extremo del pueblo, tuvimos tiempo suficiente de hablar largo rato del pasado y del presente de Solanillos. Del pasado por cuanto al pueblo como antigua posesión del Común de Atienza, ya en el extremo de sus pertenencias tantos siglos atrás, de donde le viene al pueblo el curioso apelativo de “del Extremo” que tanto llama la atención a quienes desconocen el motivo; y del presente hablamos de las últimas realizaciones en beneficio del vecindario: del polideportivo con piscina, de la plaza de toros, y del hostal rural inaugurado recientemente, hace tan solo unos meses, que ha dado al pueblo cuando menos un respiro de novedad, y esperamos que algo también de vida.
-Ahora, cuando volvamos a la plaza -me dice José Cortijo- podemos pasar a verlo. Es el mejor restaurante y el mejor hotel que hay en toda la comarca. Tiene doce habitaciones y funciona muy bien, con televisión y cuarto de baño en cada una.
-Eso siempre es un buen regalo para los pueblos. Yo creo que el único futuro que tienen es el saber explotar su tranquilidad y la pureza de ambiente que regala el campo. Desde hace algún tiempo se está viendo cierto interés por lo rural de cara al turismo. La gente se va hartando de las playas y de los problemas de masificación que llevan consigo; por eso es una prueba de sentido común que los pueblos, tan saludables y tan tranquilos como éste, sepan aprovechar el paso de la ola. La mayor parte de las casas rurales que hay por la provincia están dando bastante buen resultado.
-Sí, yo creo que algo sí que nos ayudará de ahora en adelante. Cuando esto se vaya conociendo un poco más, la gente no dejará de venir. El restaurante es un éxito.

Pudimos ver de cerca las dos ermitas. La de la Soledad, más antigua y con ábside semicircular de muchos siglos, se atiene al modelo tardorrománico de tantas más como podemos encontrar en cualquiera de nuestras comarcas; y la de Santa Bárbara, más al gusto popular de las ermitas castellanas del siglo XVII, con su tejadillo previo y sus columnas para sostenerlo, está a la entrada del pueblo, junto a la carretera, frente al polideportivo y a los tiernos jardinillos que hay al lado del frontón y de la piscina, que para mí, como ya expliqué en otro de mis viajes todavía recientes, son la verdadera novedad de Solanillos.
Alrededor del pueblo, a un lado y a otro, el paisaje más auténtico del campo de la Alcarria, con sus particularidades, sus asperezas y sus encantos.

(En las fotografías: “Detalle de la plaza de Solanillos con la iglesia de Santiago al fondo e Interior de la ermita de la Soledad)



miércoles, 8 de agosto de 2012

LAS SIETE MARAVILLAS DE GUADALAJARA (y III)


(Continuación)

La Casa de Piedra de Alcolea del Pinar es el resultado del tesón sin límites y del trabajo de un campesino humilde, don Lino Bueno, que se vio en la necesidad apremiante de buscar cobijo para su numerosa familia, y no tuvo otra mejor idea que la de ahuecar, dejar vacía por dentro, una enorme peña de arenisca que le donó el ayuntamiento y habilitar vivienda en su interior. Concluyó su obra este buen hombre, trabajando con la ayuda de su mujer durante los ratos libres que le dejaban las faenas del campo, que solían ser las horas de la noche sin fronteras, alumbrándose con velones de cera y candiles de aceite. Veintiún años de duro trabajar le llevó el conseguirlo; pero al final, pudo ver su insólita proeza concluida. El resultado -cualquiera se lo puede imaginar- una vivienda incómoda e insuficiente, apretada para los quince hijos que hubo en el matrimonio, para la burra y para las gallinas que, lo mismo que las personas, también pudieron vivir bajo techo. Dos plantas, con escalera en la roca para subir y bajar, cocina, pasillo de entrada, comedor, despensa con vasares -todo de piedra-, dormitorio en el piso de arriba con amplio ventanal y balcón a la calle… Ahí está todavía la Casa de Piedra, tal como la dejó al morir aquel héroe de la mitología guadalajareña, del que algunos hijos, muy ancianos, siguieron viviendo dentro, al arrullo del buen nombre y del recuerdo de sus padres.


Dos reyes de España, con un intervalo de medio siglos, pasaron por la Casa de Piedra para conocer aquella obra increíble: Alfonso XIII en el año 1928, y Juan Carlos I con la reina doña Sofía, en la primavera de 1978. Uno piensa que, sabida por todos esta maravillosa historia de trabajo, la Casa de Lino Bueno sigue siendo uno de los principales motivos de interés que tiene la provincia, y que por ello merece estar aquí.


Los Jardines de Brihuega dan un sentido especial a la ciudad donde se instalaron y a toda la Alcarria también. Si algún día llegasen a faltar del altillo de la Real Fábrica en donde se encuentran, la Alcarria sería diferente, menos hermosa.

Los datos que acerca de los Jardines de Brihuega me ha sido posible recoger, aportan como ideas básicas que los terrenos fueron adquiridos hacia el año 1840, después de la Desamortización, por el ilustre brihuego don Justo Hernández Pareja, quien, a instancias de su esposa doña Ana, accedió a convertir todo aquello en jardín, desde donde se dejara ver la maravilla de la vega del Tajuña con todos sus contrastes. Un lugar que rezuma la calma y las esencias todas del campo de la Alcarria en cada puesta de sol; algo duradero que legar a las generaciones futuras, y un bello rinconcito sin parangón donde vivir en soledad las románticas noches de Brihuega.


Hay noticia de que su fundador consultó, antes de emprender los trabajos de acondicionamiento, con expertos jardineros italianos y con otros de la Francia de los Luises, a fin de convertir aquellas tierras altas extramuros en algo sublime, en algo que escapara por mucho de las sendas de la mediocridad. El resultado fue óptimo, no pudo ser mejor. Pasado el tiempo, los Jardines se fueron convirtiendo en un símbolo imperecedero de Brihuega y de toda la comarca alcarreña.

Si se considera la influencia francesa en la España del XVIII, y aun en momentos posteriores, no debe de extrañar al visitante el gusto versallesco -salvadas las distancias- del sitio, en donde han crecido al amparo de sus cuidadores, las plantas del boj y del aligustre, los laureles, los cipreses y las palmeras de abanico, dibujando románticos pasadizos contorneados de flores, y arcadas vegetales hasta las que asciende, limpia y vitalizadota, la brisa de la vega, el soplo de la historia, y se vislumbra a sus pies el antojo orográfico de aquellas tierras cambiantes según las horas del día.

No sé. Hubiéramos seguido más. La lista de pequeñas y de grandes maravillas resulta infinita en esta Guadalajara de nuestros pecados; pero fue mi propósito de partida el señalar únicamente siete, cifra tópica en esta clase de medidas, y ahí están, reclamando la atención de quienes tienen la responsabilidad de cuidarlas, y de los posibles viajeros que las ignoren y que a partir de ahora las deseen conocer. Mi misión de sacarlas a la luz, creo que con lo dicho se puede dar por terminada.