viernes, 27 de marzo de 2009

SEMANA SANTA EN EL SOTILLO


Las fechas que se nos avecinan han ido perdiendo durante las últimas décadas una porción importante de su antiguo contenido, no sólo en el aspecto religioso, que por sí significa la desaparición de toda una serie de valores nobles difíciles de recuperar, sino también en el aspecto costumbrista, unido al anterior de modo inseparable como producto de los años y de los siglos emanado del ambiente rural. Las costumbres desaparecidas fueron el fruto caduco de generaciones pasadas, al que nosotros, los que ahora vivimos, no hemos sido capaces, o no hemos querido mantener por considerarlo intemporal, poco rentable, y ahora nos estamos quedando sin ello como pilar de nuestra cultura autóctona. Hago votos por que jamás nos tengamos que arrepentir, a la vez que invito a quienes les sea posible para que lleven al papel escrito lo que a este respecto su memoria no sea capaz de mantener por mucho tiempo, entre otras razones porque la vida es breve y otros vendrán después que podrían necesitarlo.
Y entrados en tema, pues creo que nunca lo hice, aprovecho la ocasión para felicitar y agradecer su trabajo, al que tituló “Cancionero tradicional de Guadalajara” a María Asunción Lizarazu de Mesa, autora de tres volúmenes que son un verdadero tesoro. Si los pueblos y sus costumbres desaparecen, como está ocurriendo y ocurrirá en lo sucesivo, bueno es que se queden en el papel impreso, o en cualquier otro sistema al que nos lleve la tecnología moderna, como única manera de perpetuarse y de llegar, al cabo de los años y de los siglos, a quienes alguna vez precisen de ello.
Después de este prólogo imprevisto a mi trabajo de hoy, les animo a viajar, como casi siempre por los pueblos de nuestra Provincia. Lo haremos hacia uno de los lugares más escondidos y más interesantes de los que yo conozco: El Sotillo, en la Alcarria de Cifuentes, camino de Las Inviernas, donde la gente, los pocos que ahora son y los que fueron antes, acostumbran beber el agua riquísima de una fuente de seis caños que allí conocen como de “La cabeza del perro”, debido al relieve de una cabeza esculpida sobre un lateral, que más parece de un ternerillo lechón que de un perro, como desde antiguo dicen allí.
Hoy no tomamos por nuestro el pueblo de El Sotillo por el agua de su fuente generosa, ni por los bellísimos parajes que tiene alrededor, sino por algo bien distinto, y que como antes dije, conviene dejar marcado en letra impresa, porque mucho me temo que ya, en estos años primeros del siglo y del milenio, se trate de algo que marchó sin billete de vuelta. Me lo contaron hace quince o veinte años algunas de las mujeres del pueblo, y tal cual a ello hago referencia.
Doña María y doña Marciana Barbas fueron entre algunas más las que me contaron todas estas cosas dentro de la pequeña iglesia que, por cierto, aún tenían a la vista de todos colocada sobre sus andas a la Patrona del pueblo, la Virgen de Aranz. Unas y otras, todas las señoras del lugar que habían acudido como cada tarde del sábado a rezar a la iglesia, me intentaron explicar aquello de los mil Jesuses, de los treinta Credos, de los cantos penitenciales de la Sagrada Cena y del Reloj de Jesús; pero hablando todas al mismo tiempo. Luego de poner las cosas en su sitio y por el debido orden, fue lo primero que me enteré de la costumbre antiquísima que allí tenían de cantar en la noche del Jueves Santo el “Reloj de Jesús”, compuesto por veinticuatro estrofas, una por cada hora del día y de la noche, y que comenzaba con ésta a manera de introducción:

Es la Pasión de Jesús
un reloj de gracia y vida,
reloj y despertador
que a gemir y a orar convida.

Una manera seria, acorde con las circunstancias y con el momento, que las buenas mujeres del lugar empleaban por tradición para entrar con las debidas disposiciones en el Viernes Santo.
Sin que nadie del pueblo, ni aun los más ancianos, pueda dar noticia del cuándo y el porqué de su origen, fue costumbre en El Sotillo que el día de Viernes Santo, bien por la mañana o bien por la tarde se rezaran los treinta y tres credos que manda nuestra señora la Tradición sin volver la cabeza por nada del mundo, y en caso de hacerlo, por descuido o por cualquier otro motivo, había que empezar de nuevo. Jamás había oído hablar de nada semejante hasta el día que estuve allí por primera vez, y la verdad, me cogió de sorpresa. Procuraré llevarlo al conocimiento de nuestros lectores, aprovechando las mismas palabras con las que me lo contó doña Marciana Barbas aquella tarde del mes de octubre de 1985. Ella lo dijo así: «Pues es muy fácil de entender. Nos juntamos unas cuantas mujeres, nos vamos a un camino por el campo, y nos rezamos treinta y tres credos sin mirar atrás. Cuando éramos chicas, venían los mozos a seguirnos y nos tiraban piedras. Entonces, siempre había alguna que no aguantaba sin mirar y nos costaba empezar otra vez. Antes de cada credo se dice: Satanás, en mí no has tenido parte, ni tienes ni tendrás. Treinta y tres credos he rezado sin volver la cabeza atrás.»
Estas costumbres en la Semana Santa del pueblecito alcarreño de El Sotillo, deberían esperar para ser completas hasta el día de la Cruz de Mayo, cuando las mujeres volvían a reunirse de nuevo para rezar los mil Jesuses. La cuenta, para no perderse, la llevaban valiéndose de un rosario. Veinte vueltas a las cincuenta cuentas del rosario diciendo “Jesús” y la costumbre estaba cumplida: mil veces justas. Cada cincuenta Jesuses entonaban un canto piadoso y seguían adelante con otros cincuenta. Un canto como éste que transcribo, tomado de viva voz para la ocasión en el mismo pueblo:

¿De dónde vienes, mi buen Jesús
tan triste y desconsolado?
Vengo recién azotado
y de espinas coronado,
acuestas traigo la Cruz.

No hay duda de que la Semana Santa, como la Navidad y algunas fiestas locales con raigambre y tradición en muchos de nuestros pueblos, varias de ellas con un riquísimo fondo sobre el que investigar en busca de su origen y sentido, son piezas de un extraordinario valor cultural, y en ocasiones también literario si se tiene en cuenta el ambiente primitivo en el que debieron de nacer. Preferimos dejar a un lado tan hondos caminos para el estudio e insistir, en cambio, acerca de la urgencia por conservar lo que tenemos y aquello otro que nos sea posible recuperar. Se ha hecho mucho durante los últimos años en ese sentido, ciertamente. Etnólogos, costumbristas y escritores, se marcaron la tarea de extraer del fondo del arca con olor a alcanfor la letra y el espíritu de muchas de nuestras tradiciones ya olvidadas, y lo hicieron bien; pero no es suficiente. Confiamos en que las generaciones jóvenes, más desarraigadas del medio rural, pero mejor preparadas para hacerlo, retomen el testigo usando como base lo que ya hay, y empleen algunas de sus horas de ocio en indagar y en recuperar cuanto todavía quede escondido en el ambiente pueblerino de sus mayores y sea susceptible de ser sacado a la luz. Seguro que se llevarán muchas satisfacciones,

lunes, 16 de marzo de 2009

LA BATALLA DE GUADALAJARA (y IV)


(IV)

Durante los días del 18 al 23, la suerte en el correr de los acontecimientos mostró, no obstante, su cara y su cruz a las tropas republicanas; su cara, porque cuando en la mañana del día 18 preparaban un fuerte ataque en la carretera de Francia, se encontraron con que no tenían enemigo con quien luchar, pues las fuerzas voluntarias habían retrocedido sin haber sido vistas hasta la línea imaginaria Argecilla-Cogollor, en donde habían recibido desde su mando central la orden de retirarse; y su cruz, porque a la vista de la flojedad mostrada por las tropas franquistas, se montó un ataque violentísimo por parte de todas las Brigadas Internacionales, desde el norte de Brihuega hasta la carretera de Francia, al que la División Littorio respondió sacrificándose hasta el heroísmo, dando como resultado, después de dos días de lucha despiadada, que la ganancia de terreno por parte de los brigadistas no compensó con el número de bajas que se produjo en sus filas.
Mientras tanto, y a la vista del fracaso habido en las tropas nacionales a las que servían de apoyatura desde el valle del Henares, a la División Soria se le creó una situación más que comprometida que debería solucionar con urgencia. Habían quedado sus líneas muy avanzadas, ya por el valle del Badiel; pero ahora, con toda el ala izquierda al descubierto al haber tenido que abandonar los voluntarios su posición por la carretera del Francia, su seguridad estaba comprometida temerosamente. A pesar de la grave situación en la que se encontraban, pensó Moscardó no ceder un paso, pero cumpliendo órdenes tajantes del general Mola retrocedió hasta quedarse a la altura de las Divisiones voluntarias, dejando libre todo el valle de Muduex y Utande, que el ejército gubernamental volvió a ocupar sin mayores complicaciones.
El empeño de las tropas nacionales se había visto frustrado, dejando en la estacada por fuerza mayor a miles de personas entre muertos y heridos en el corto espacio de una semana. La guerra es así. Aunque los autores no se ponen de acuerdo al fijar la cifra de caídos, tanto en un lado como en otro, podríamos hablar de 1.500 muertos por cada ejército y 3.000 heridos tanto en un bando como en el otro. La cifra de prisioneros, redondeando e igualando también como parece que se desprende de los diferentes documentos consultados, anduvo en torno a los 300 en cada parte. Triste balance para una batalla que, como la guerra toda, se pudo y se debió evitar.
Durante los días del 19 al 22 las brigadas gubernamentales tomaron con cierta facilidad algunos de los pueblos de la comarca, tras la retirada de las tropas franquistas. Villaviciosa de Tajuña, Gajanejos y Masegoso fueron recuperados el día 19; no así Copernal y Padilla de Hita, al otro lado, donde los divisionarios de Moscardó repelieron el ataque.
Al final todo quedó igual. La Batalla de Guadalajara tuvo una repercusión internacional extraordinaria, en donde hubo tanto que perder y nada que ganar. Nuestra tierra se vio asolada como consecuencia de los bombardeos, y varios pueblos que sirvieron de escenario a los acontecimientos tardaron décadas en recuperar su imagen y en olvidar las escenas que vieron los ojos de sus hombres y mujeres, testigos inocentes de tanto horror. Al respecto me viene a la memoria lo que hace años me contó un anciano de Hontanares, pueblecito tranquilo y saludable de aquella comarca, que dijo recordar “como si hubiera sido ayer” el dantesco espectáculo de un camión vaciando en mitad de la plaza todo un cargamento de cadáveres, que después serían enterrados en una fosa común.

Entre los corresponsales de guerra llegados a España desde otros países para dar cuenta al mundo de nuestra Guerra Civil, se contó como el más notable de todos ellos a Ernest Hemingway, futuro Premio Nobel y amigo de España, que, aunque afín a la causa republicana, vio con sus propios ojos y pisó “in situ” días después los campos calcinados en donde estallaron las bombas, reventaron los obuses, silbaron las balas y se mezcló con el aire limpio del campo de la Alcarria el último aliento de los moribundos. Su crónica acerca de lo que había visto se publicó en el diario estadounidense The New Republic el 5 de mayo de aquel año, casi dos meses después de la batalla. La crónica de Hemingway es todo un documento cargado de realismo que debe figurar entre los artículos de guerra más importantes del periodismo mundial. Debido a su extensión tan sólo incluyo, como final a esta serie de trabajos sobre la Batalla de Guadalajara, la segunda mitad de dicha crónica, que extraigo de mi libro “Guadalajara en la Literatura” que tuve a bien incluir como pieza de oro entre los grandes autores que a lo largo de la Historia han escrito sobre esta tierra. Hemingway termina su crónica con los siguientes párrafos:
«El autor de estos despachos ha pasado cuatro días estudiando la batalla de Brihuega, recorriendo el terreno con los jefes que la dirigieron, con los oficiales combatientes que tomaron parte en ella, verificando las posiciones, siguiendo las huellas de los blindados, y afirma sin reservas que Brihuega tendrá un lugar entre las batallas decisivas de la historia militar del mundo.
Nada es más terrible ni más siniestro que el rastro dejado por un carro de asalto. Un huracán tropical deja tras de sí un caprichoso trazo de completa destrucción, pero las dos huellas paralelas que el carro de asalto imprime en el barro rojo, conducen a escenas de muerte premeditada peores que las provocadas por un huracán.
Los bosques de encinas situados al nordeste del palacio de Ibarra, muy cerca de un brusco recodo de la carretera de Brihuega y Utande, todavía están llenos de muertos italianos que no han sido recogidos por los sepultureros; las huellas de los carros de asalto llevan al lugar en que murieron, no cobardemente, sino defendiendo posiciones hábilmente preparadas para ametralladoristas y fusileros, en las que fueron descubiertos por los carros de asalto y donde aún yacen. Este bosque de encinas, estos campos incultos, son rocosos y los italianos se vieron forzados a construir parapetos de piedra en lugar de intentar cavar un suelo que no mellaban el pico y la pala.
Y con horrible eficacia, los obuses disparados por los cañones de setenta carros de asalto que acompañaban a la infantería al combate en la batalla de Brihuega, haciendo volar en mil pedazos esos bloques de piedra apilados, crearon una verdadera pesadilla de cadáveres. Los pequeños blindados italianos, armados solamente con ametralladoras, resultaron impotentes ante los más pesados carros blindados gubernamentales, equipados con cañones y ametralladoras, como guardacostas enfrentados a cruceros acorazados.
Aquellos resultados que presentan la acción de Brihuega como una victoria exclusiva de la aviación, con columnas enteras libradas sin combatir a la desbandada y al pánico, se ven rectificados por un estudio del campo de batalla.
Fue una batalla de siete días, duramente disputada, con la lluvia y la nieve utilizando la mayor parte del tiempo los transportes motorizados. El último día, durante el ataque final que rompe el frente de las tropas italianas y las pone en fuga, las condiciones atmosféricas apenas permitían a los aviones levantar vuelo; y ciento veinte aparatos, sesenta blindados y alrededor de diez mil soldados gubernamentales derrotan a tres divisiones italianas de cinco mil hombres cada una. Es esta coordinación entre aviones, blindados e infantería lo que lleva hoy la guerra a una nueva fase. Es posible que esto no les guste, y quizás quieran ver en ello propaganda, pero yo he visto el campo de batalla, los prisioneros y los muertos.»
Uno busca la explicación lógica al porqué de esta batalla después de lo mucho visto y leído, sobre todo a la participación tan numerosa de soldados italianos, nada menos que cuatro Divisiones incluida la Littorio de Bergonzoli. Al cabo uno saca como conclusión, creo que no muy descaminada, que el Duce (Benito Mussolini) quiso apuntar en su haber la toma de Madrid en la Guerra de España, un enfrentamiento entre compatriotas con ideologías diferentes que a él ni le iba ni le venía lo más mínimo, y mucho menos a los miles de italianos que dejaron allí sus familias y aquí sus vidas. La Batalla de Guadalajara vista desde esa perspectiva fue un producto de la ambición. Mussolini vio a priori la victoria conseguida con su apoyo militar, y con ella la toma de Madrid, y con la toma de Madrid el final de la guerra, y con el final de la guerra vio a Franco convertido en su fiel servidor. Nada resultó ser así.
Después de los sesenta y seis años que se cumplen por estas fechas, la Batalla de Guadalajara no deja de ser más que una página luctuosa en nuestra historia que debemos conocer, por lo menos para dar solidez a nuestra conciencia de horror a todo cuanto suponga violencia, venga de donde venga, pues la Historia, aunque nos siga costando trabajo reparar en ello, sigue siendo maestra de la vida.

“Nueva Alcarria” Guadalajara, Febrero-marzo 2003.

lunes, 9 de marzo de 2009

LA BATALLA DE GUADALAJARA ( III )


El día 11 caía Trijueque en manos de los grupos más avanzados de la 3ª División de Voluntarios. La Primera, al mando del general Rossi, acude con toda prisa a Brihuega para efectuar el relevo de tropas. En el mando nacional se marca como objetivo principal la toma de Torija, que sobre el papel, y peor aún sobre el terreno, no habría de resultar nada fácil. La toma de Torija suponía que la 3ª División avanzase por la carretera de Francia, y que la 2ª, situada en las posiciones ya dichas al sur y suroeste de Brihuega, se apoderase del palacio de Ibarra, del palacio de Don Luis y de toda la zona de encinas que hay entre uno y otro palacio. Una vez conseguido eso, sería posible acercarse con relativa facilidad hasta Torija, donde las fuerzas del CTV podrían ser mucho más potentes al unirse en un solo punto los efectivos de las dos Divisiones.
Las condiciones del terreno seguían siendo pésimas para la batalla. El temporal de agua, de viento y de frío, restaba capacidad física y anímica en las tropas por ambos bandos. En el ejército franquista la situación era todavía peor, ya que no le fue posible recibir ayuda de la aviación nacional por encontrarse embarrada en los aeropuertos de tierra en Almazán, y los carros de combate sólo podían caminar por carretera, pues a pleno campo se clavaban y se quedaban inmóviles en el barro arcilloso. Trijueque volvió a pasar en cuestión de horas a manos del ejército republicano; el batallón Garibaldi con guerreros italianos, más otros tres más de la 15 Brigada Internacional, escondidos sus hombres entre las encinas, ocuparon la zona boscosa junto a la carretera de Brihuega, obligando a una buena parte de los efectivos de la 2ª División que acudían a tomar Torija cumpliendo órdenes, a refugiarse y a hacerse fuertes en el palacio de Ibarra, donde llegó a darse el caso (en la guerra vale todo) de que los republicanos, haciendo uso de octavillas impresas y de enormes altavoces que se oían por todo el campo, invitaron, previo pago, a rendirse a los soldados italianos allí atrincherados, ofreciéndoles, además de poner su vida a salvo, la cantidad de cincuenta pesetas para todo el que se pasase al ejército enemigo, y cien si lo hacían provistos de armamento. La lucha entre súbditos italianos encuadrados en ambos bandos fue cruel, sangrienta e ineficaz, tanto para unos como para otros.
La División Soria de Moscardó seguía su paseo de triunfo en acción paralela. Tomó Cogolludo y bajó hasta Espinosa, pasando por Hita hasta Torre del Burgo. Bien es cierto que los efectivos republicanos con los que Moscardó se fue encontrando al paso estaban visiblemente menguados, pues las tropas gubernamentales se habían concentrado en su gran mayoría en el frente abierto contra las tres divisiones de voluntarios italianos.
El día 12, las divisiones motorizadas del CTV fueron prácticamente eliminadas de la contienda cerca de Brihuega por la aviación rusa al servicio del ejército republicano, que operaba desde aeropuertos de Madrid y de otros en Guadalajara, que, aunque improvisadas, contaban por lo menos con pistas de cemento desde donde los aviones podían despegar. En este día, y no lejos de Brihuega, se produjo la muerte del general Luizzi, jefe del Estado Mayor del Cuerpo de Voluntarios.
El grueso de la batalla, según los indicios y la situación de los ejércitos contendientes, parecía lo más lógico que tuviese por escenario los campos embarrados próximos a Trijueque, pero no fue así. Por una parte el batallón de la Fiame Nere que había ocupado el palacio de Ibarra, y por otra los tres batallones del ejército republicano que se habían ocultado en el bosque que rodea a este palacio, fueron el fulminante que hizo estallar la más potente explosión del choque hasta aquel momento.
Los tres batallones de brigadistas escondidos entre la espesura del bosque recibieron el día 13 la orden de asaltar el edificio. La aviación al servicio de las fuerzas gubernamentales comenzó a bombardear de manera impetuosa a las fuerzas enemigas que se habían ido infiltrando en vanguardia. El hecho de no encontrar resistencia por parte de la aviación franquista, debido a no poder despegar de su aeropuerto en la provincia de Soria, aumentó su confianza. Cuentan los cronistas, siempre con información de primera mano, que el heroísmo con el que lucharon los italianos refugiados en el palacio de Ibarra fue digno de pasar a la historia. Dos compañías pertenecientes a batallones próximos se desgajaron en auxilio de los sitiados, pero todo fue inútil. El enfrentamiento con todas las de perder por parte de los atrincherados dentro del edificio, llegó hasta la lucha cuerpo a cuerpo. «Cuando los contraatacantes entraron el Palacio de Ibarra -dice uno de aquellos cronistas-, reconquistado tras dos días y medio de lucha encarnizada, varias docenas de cadáveres de bravos dieron testimonio del valor con que los voluntarios italianos habían honrado su fama y su orgullo de combatientes». Un acto aislado de heroísmo colectivo que costó muchas vidas y que no aportó gran cosa al resultado final de la batalla, y mucho menos de la guerra que aún duraría dos años más.
Mientras tanto, la División Littorio del ejército italiano que comandaba el general Anibale Bergonzoli, avanzó desde Sigüenza hacia la línea de combate, a fin de impedir la efectividad de los contraataques del ejército republicano en el sector de Trijueque, pero sin haber tomado en consideración lo suficiente el estado del terreno, imposible para la lucha después de una semana completa de lluvia intensísima, por lo que tuvieron que limitarse a ocupar en todo momento el firme de la carretera de Francia en su intento de aproximarse a la línea de combate. Las consecuencias del mal estado del terreno las sufrieron enseguida, pues todo vehículo que se salía del asfalto se quedaba inmóvil dentro del barrizal, por lo que en la carretera se formó un embotellamiento de hombres y de camiones, de cañones y de cisternas para el servicio, de parques y de cocinas, que nada más pudieron hacer que emplearse en su propia defensa, ya que las Brigadas Internacionales se encontraban muy bien situadas, y en condiciones, si no óptimas, si muy favorables para impedir el intento y forzar el repliegue de este sector de reserva de la 3ª División hasta entonces un tanto alejado del conflicto.
La nueva situación creada obligó a aumentar por uno y otro lado el número de efectivos, y así, mientras que la 1ª División acudía con varios batallones en auxilio de la Littorio, por el bando enemigo se incorporaron nuevas fuerzas de refresco, tales como la Brigada Internacional número 77, traída desde Albacete en misión de apoyo.
Los voluntarios del CTV resistieron con tenacidad, pero tuvieron que abandonar su posición a la vista del importante número de bajas sufridas y de armamento perdido. La situación había cambiado por completo en el corto espacio de dos jornadas. Resultaba utópico pensar en un avance hacia Guadalajara como estaba previsto ante la realidad del momento. Lo más aconsejable era pensar en una retirada “honrosa”, ya que habían sido muchos más de los debidos los actos de heroísmo, las muertes gratuitas, y los campos de la Alcarria estaban saturados de tanta sangre mezclada con el agua incesante del temporal. Aunque, dada la proximidad y el ímpetu del ataque enemigo, hasta el despegue del frente por abandono resultaba complicado. Los italianos hubieron de esperar hasta que cerrara la noche para replegarse, después de haber dejado atrás envuelto en el fango parte del material y del equipo de supervivencia que llevaban. Lo mismo hicieron los que habían quedado vivos en el palacio de Ibarra, reconocida la derrota a mano de sus compatriotas los brigadistas del batallón Garibaldi.
La División Soria de Moscardó seguía avanzando en su intento, y aunque suponía un peligro para el ala izquierda de las Brigadas Internacionales, su presencia por entonces en las vegas de Torre del Burgo no dejaba de ser un peligro remoto.
Durante las dos jornadas siguientes no cesaron de sonar los clarines de retirada para las fuerzas franquistas del Cuerpo de Tropas Voluntarias. La entrada en escena, aunque demasiado tarde, de la División de Moscardó, hizo posible restaurar la situación después de que el ejército nacional hubiese perdido casi todo en aquel frente. La recuperación de Brihuega quedaba pendiente en intención para los republicanos y con ese fin fueron tomando medidas, tomando posiciones sobre el terreno recuperado, acumulando nuevos efectivos para un ataque en exceso violento que se produciría poco después sobre la Villa de los Jardines.
El relato de los hechos que supusieron la vuelta de Brihuega al mando gubernamental lo tomo literalmente de los apuntes de campaña que Hans Kahle, comisario de la Brigada Internacional número 12, dejó escritos, y que con referencia al “Día del bombardeo” que todavía recuerdan los brihuegos de más edad, debió de ocurrir más o menos así:
«En la tarde del 18 de marzo -escribe Hans- aniversario de la Comuna de París, se dio la orden de ataque. Se pusieron en marcha sesenta tanques a la orden de las Brigadas internacionales que debían atacar. Una flota de ochenta aviones bombardeaba copiosamente, veinte minutos antes de comenzar el ataque, las líneas enemigas. Los puntos decisivos de resistencia del enemigo han sido anulados por el fuego preciso y destructor de nuestra magnífica artillería. Muy sorprendido y evidentemente nervioso, el adversario tentaba en mano su suerte con un ataque de flanco en dirección a Brihuega, que se estrelló contra el fuego, y el contraataque de los Batallones “Thaelemann” y “Edgar André”, de la 11 Brigada internacional. ¡El camino de Brihuega estaba libre! Muy avanzada la jornada, los batallones de “El Campesino” y de la 12 Brigada se apoderaban, por asalto, de Brihuega, último punto de apoyo de los fascistas».
El relato transcrito del comisario Hans tal vez peque de parcial, sobre todo por provenir de la mano que lo escribió, juez y parte; no obstante, y después de haberlo contrastado con otras fuentes, no resulta en nada exagerado, sino que muy por el contrario a mi parecer se quedó corto, pues nada dice de las 56 piezas de artillería que completaban la escena (a no ser que estuvieran incluidos en los sesenta tanques que se citan), ni de la segunda pasada sobre el cielo de Brihuega de 15 aviones que dejaron caer sobre la villa y sus tierras cercanas cerca de cuatrocientas bombas, ni de los efectivos que desde posiciones próximas intervinieron en la toma a fuego, tales como la brigada Lister por el este y la División anarquista de Cipriano Mera por el oeste, según se puede leer en otros autores.
Una vez que la villa de Brihuega había sido recuperada por las fuerzas del ejército gubernamental, el cuerpo de voluntarios se vio obligado a abandonar lo antes conseguido y volver sobre sus pasos a fin de evitar un posible aislamiento de tropas, con las previsibles consecuencias. Ante la realidad final, y con los resultados sobre el terreno obtenidos tras los duros enfrentamientos de los últimos días, las tres Divisiones italianas del CTV, más la División Littorio, recibieron orden de retirada. Algunos destacamentos cubrieron el franco izquierdo a lo largo del río Tajuña, con el fin de facilitar el retroceso. La retirada de voluntarios por la carretera de Francia fue más lenta, aunque simultánea.

domingo, 1 de marzo de 2009

LA BATALLA DE GUADALAJARA ( II )


La aviación disponible, italiana también casi toda ella, era de trece aviones de bombardeo, cincuenta y uno de caza, y doce aviones de reconocimiento. Los hombres al servicio del ejército nacional pudieron ser los correspondientes a una Brigada fuerta en la División Soria, españoles en su mayoría, y unos 30.000 entre las cuatro divisiones del CTV, casi todos italianos.
Por cuanto al ejército republicano tuvo en principio un dispositivo provisional de unos 7.000 hombres, pertenecientes a la CNT casi todos ellos, al mando de Cipriano Mera. Cuando la batalla tomó mayores proporciones, aquel dispositivo inicial se vio incrementado hasta quedar de la manera siguiente:
- La ya dicha División Guadalajara al mando de Cipriano mera, con once batallones de 500 hombres cada uno, cubriendo el frente por el Henares y los valles de Jadraque, con el fin de frenar el avance de la División Soria.
- La 11 Brigada internacional Thaelemann, alemana, al mando de Ludwig Reen.
- La Brigada Lister del “Campesino” y las internacionales 12, 15 y 35.
- El batallón italiano Garibaldi, con la presencia de algunos otros que llamaron “Spartacus”, “Pasionaria”, “Comuna de París”, “Largo Caballero”, entre varios más cuyos nombres apenas se citan.
Contaba este ejército con 86 tanques, 30 aviones de bombardeo, y 90 más entre los caza y los aviones de observación, tanques y artillería con unos 30.000 hombres en total, por referirnos a una cifra aproximada.
La ofensiva comenzó en la madrugada del día 8 de marzo con un alarde de artillería que duró cuarenta minutos. La División Soria que mandaba Moscardó avanzó por caminos paralelos a la carretera de Francia desde Sigüenza hacia Taracena, con los cerros de Jadraque en mitad difíciles de salvar con pocos hombres. Fue un choque duro que hizo ceder por su base el ala izquierda del ejército republicano. La baterías de la División Soria acallaron muy pronto el fuego de las ametralladoras enemigas situadas en lugares estratégicos. Todo parecía confirmar lo que se pensó en principio, es decir, que la toma de Madrid no ofrecería excesivas dificultades al ejército franquista. En tanto la Segunda División voluntaria, la Fiamme Nere, situada con todos sus efectivos en la comarca de Torremocha del Campo, emprendía su avance a primeras horas de la mañana en medio de una niebla intensa que iría cambiando poco después en chubascos intermitentes de agua muy fría.
Se cumplieron, pues, los fines propuestos por el ejército nacional en aquel primer encuentro, por lo menos hasta la hora del medio día. La defensa republicana situada por tierras de Mirabueno, Almadrones y Las Inviernas, se desarticuló, y los voluntarios italianos se filtraban por todas partes, viendo cómo por delante de ellos los soldados enemigos se retiraban llevándose consigo todo su armamento pesado. La temperatura había descendido a tres grados bajo cero a media mañana y los aguaceros se habían convertido en temporal cerrado, haciendo de los campos y de los caminos un inmenso fangal.
Esa misma mañana comenzaron a verse en el frente republicano tanques rusos en cantidades con las que no se contaba, lo que hacía pensar en un plan de contraofensiva previsto por el mando de Madrid. A primeras horas de la tarde fueron apareciendo algunos aviones de observación, seguidos de cuatro escuadrillas de caza y de otras dos de bombardeo, procedentes de los aeropuertos republicanos de Madrid. Los soldados voluntarios esperaron pacientes una refriega aérea que no se llegaría a producir, pues los aviones legionarios del mando nacional no pudieron despegar de los improvisados aeropuertos de la provincia de Soria a consecuencia del barro, situación adversa de tal importancia, que no sería el motivo menor por el que el resultado final de la batalla fue el que fue y no otro.
Debido al mal tiempo y a sus consecuencias para el enfrentamiento, no era posible planear por una y otra parte el despliegue de tropas tal y como la situación requería. Mientras que la División Soria seguía su avance por las vegas del Henares, y las tropas del coronel Marzo de la misma División tomaban Cogolludo, las otras dos de voluntarios italianos en el ejército nacional, siempre a lo largo de la carretera de Francia (Nacional II) tenían que concentrarse de forma precaria con hombres y materiales en muy poco espacio, pues hombres y maquinarias de guerra se estorbaban unos a otros sin atreverse a salir del asfalto debido al mal estado del terreno a causa del barro, hasta el punto que el mando del Cuerpo de Tropas Voluntarias, Mario Roatta, pensó al caer la tarde en una parada en el combate y en una nueva orientación de las tropas, habida cuenta de que ya desde el primer día las cosas no apuntaban tan fáciles como en un principio se pensó.
Como resultado al final del día, se había producido un avance de los soldados del general Coppi en veinte kilómetros por la carretera con dirección a Madrid, algunos menos por la de Almadrones a Brihuega, a lo que se habría de añadir la toma de dos municipios de Hontanares y Alaminos.
La lección que el primer día de batalla dejó para ambos ejércitos contendientes fue la de que con la improvisación y las excesivas confianzas en asuntos tan comprometidos como es una guerra, no se va a ninguna parte; eso por cuanto al ejército nacional. A los republicanos les sirvió la jornada para ver luz a lo largo del túnel, pues ante la situación creada restauró sus efectivos formando el IV Cuerpo del Ejército, con tropas escogidas al mando del teniente coronel Jurado.
La lluvia torrencial y las bajas temperatura arreciaron sobre la Alcarria desde la madrugada. Con las primeras horas del día 9 las columnas comenzaron a moverse. Aun contando con las inclemencias del tiempo, o precisamente por eso, en ambos ejércitos se pensó que la jornada podría ser decisiva. Era mucho lo que unos y otros se jugaban en aquel enfrentamiento que, al cabo, habría de resultar más sangriento que efectivo pensando en el posible final de la guerra. El mando de la División Soria de Moscardó, digamos que paralelo y un poco al margen del escenario principal de la batalla, seguía su marcha ocupando campos y pueblos por el valle del Henares de manera ordenada y regular.
El mando nacional mientras tanto, arriba, en la carretera de Francia, da la consigna de ocupar la carretera de Almadrones a Masegoso y dirigirse con la mayor rapidez posible hacia Brihuega, lo que suponía que las divisiones 2ª y 3ª del Cuerpo de Topas Voluntarias asumiesen la orden desde las primeras horas de la mañana y se apartasen hacia la izquierda con un objetivo único: la toma de Brihuega. Los ánimos en el ejército franquista subieron de tono en este día con relación al anterior, ya que los pueblos de Almadrones, Cogollor, Masegoso y toda la faja de tierra que forman los llanos y vegas situados al norte del Tajuña fueron tomados con facilidad, mientras que el ejército republicano seguía replegándose con menos orden, por lo menos en apariencia, que lo había hecho durante el día anterior.
La posición de las tropas gubernamentales en este segundo día de batalla fueron las siguientes: la División Lister, en la que estaban recogidas la 11ª Brigada Internacional alemana Thaelemann, la Brigada del Campesino, otra Brigada vasca y la Primera Brigada Comunista, se fue situando en la carretera de Francia, entre los pueblos de Trijueque y Torija. La División Lacalle se instaló en el frente del Henares, y la División anarquista de Cipriano Mera, con la Brigada Luckastel, el batallón italiano Garibaldi y la Brigada 72, se distribuyó la labor de bloqueo de la zona en dos frentes: en la carretera de Brihuega a Torija las primeras, y en un tramo de la carretera de Masegoso a Cifuentes la Brigada 72.
Aunque es cierto que a las tropas italianas del CTV les resultó la jornada como lo más parecido a un paseo militar, cometieron el grave error de no inspeccionar a su paso las zonas de encinar que había junto a la carretera ni las cotas altas cercanas a Brihuega. Llegada la noche Brihuega había sido ocupada por la 3ª División italiana Penne Nere, en tanto que una buena parte del ejército defensor republicano quedaba en los puntos más elevados que rodean a la villa, a un lado y al otro de la vega del Tajuña.
El mando republicano dio órdenes en Guadalajara para que el repliegue se diera por concluido, para que se organizase el frente y las tropas se preparasen para el contraataque. La reacción se debió producir contra las dos alas del Cuerpo de Ejército Voluntario en el sector de Brihuega: en los llanos de Torija por el norte, y en los altos de la vega del Tajuña por el sur. La villa quedaba en medio.
Las tropas de la 3ª División consiguen volar el polvorín del ejército rival y los voluntarios entran con sones de triunfo en las calles de Brihuega al clarear el día, incluso avanzan en ataque hasta más allá de las afueras; pero cuando empiezan a abrirse paso por la zona boscosa que hay a mano derecha con intención de adueñarse del palacio de Ibarra, se ven sorprendidos por los primeros contraataques, violentos y bien dirigidos, que habían sido ordenados horas antes por el mando republicano de Guadalajara. La sorpresa obligó a detenerse a las líneas atacantes. Poco después se repetirían los contraataques, y aunque de forma lenta, el ejército republicano fue ganando algunas posiciones. Al mismo tiempo (una de arena y otra de cal) llegaba hasta los batallones de voluntarios la noticia de que Moscardó había ocupado todos los pasos de la comarca de Jadraque, incluido el pueblo, y seguía avanzando por aquellos altiplanos al sur de Miralrío, lo que venía a decir en tal momento que el flanco izquierdo del ejército republicano se encontraba prácticamente derrotado.
Mientras tanto en el sector de Trijueque, donde los italianos se habían situado formando cuña junto a la carretera, la resistencia del ejército enemigo fue tan dura que el mando voluntario vio necesario aumentar el número de sus efectivos para repeler el ataque, lo que obligó a las tres Divisiones del CTV a adelantar posiciones. El número de bajas italianas y la densidad y el orden apreciado en el fuego enemigo, nada tenían que ver con la aparente flojedad mostrada por el ejército republicano durante los días anteriores.

(Cintinuará)