lunes, 16 de marzo de 2009

LA BATALLA DE GUADALAJARA (y IV)


(IV)

Durante los días del 18 al 23, la suerte en el correr de los acontecimientos mostró, no obstante, su cara y su cruz a las tropas republicanas; su cara, porque cuando en la mañana del día 18 preparaban un fuerte ataque en la carretera de Francia, se encontraron con que no tenían enemigo con quien luchar, pues las fuerzas voluntarias habían retrocedido sin haber sido vistas hasta la línea imaginaria Argecilla-Cogollor, en donde habían recibido desde su mando central la orden de retirarse; y su cruz, porque a la vista de la flojedad mostrada por las tropas franquistas, se montó un ataque violentísimo por parte de todas las Brigadas Internacionales, desde el norte de Brihuega hasta la carretera de Francia, al que la División Littorio respondió sacrificándose hasta el heroísmo, dando como resultado, después de dos días de lucha despiadada, que la ganancia de terreno por parte de los brigadistas no compensó con el número de bajas que se produjo en sus filas.
Mientras tanto, y a la vista del fracaso habido en las tropas nacionales a las que servían de apoyatura desde el valle del Henares, a la División Soria se le creó una situación más que comprometida que debería solucionar con urgencia. Habían quedado sus líneas muy avanzadas, ya por el valle del Badiel; pero ahora, con toda el ala izquierda al descubierto al haber tenido que abandonar los voluntarios su posición por la carretera del Francia, su seguridad estaba comprometida temerosamente. A pesar de la grave situación en la que se encontraban, pensó Moscardó no ceder un paso, pero cumpliendo órdenes tajantes del general Mola retrocedió hasta quedarse a la altura de las Divisiones voluntarias, dejando libre todo el valle de Muduex y Utande, que el ejército gubernamental volvió a ocupar sin mayores complicaciones.
El empeño de las tropas nacionales se había visto frustrado, dejando en la estacada por fuerza mayor a miles de personas entre muertos y heridos en el corto espacio de una semana. La guerra es así. Aunque los autores no se ponen de acuerdo al fijar la cifra de caídos, tanto en un lado como en otro, podríamos hablar de 1.500 muertos por cada ejército y 3.000 heridos tanto en un bando como en el otro. La cifra de prisioneros, redondeando e igualando también como parece que se desprende de los diferentes documentos consultados, anduvo en torno a los 300 en cada parte. Triste balance para una batalla que, como la guerra toda, se pudo y se debió evitar.
Durante los días del 19 al 22 las brigadas gubernamentales tomaron con cierta facilidad algunos de los pueblos de la comarca, tras la retirada de las tropas franquistas. Villaviciosa de Tajuña, Gajanejos y Masegoso fueron recuperados el día 19; no así Copernal y Padilla de Hita, al otro lado, donde los divisionarios de Moscardó repelieron el ataque.
Al final todo quedó igual. La Batalla de Guadalajara tuvo una repercusión internacional extraordinaria, en donde hubo tanto que perder y nada que ganar. Nuestra tierra se vio asolada como consecuencia de los bombardeos, y varios pueblos que sirvieron de escenario a los acontecimientos tardaron décadas en recuperar su imagen y en olvidar las escenas que vieron los ojos de sus hombres y mujeres, testigos inocentes de tanto horror. Al respecto me viene a la memoria lo que hace años me contó un anciano de Hontanares, pueblecito tranquilo y saludable de aquella comarca, que dijo recordar “como si hubiera sido ayer” el dantesco espectáculo de un camión vaciando en mitad de la plaza todo un cargamento de cadáveres, que después serían enterrados en una fosa común.

Entre los corresponsales de guerra llegados a España desde otros países para dar cuenta al mundo de nuestra Guerra Civil, se contó como el más notable de todos ellos a Ernest Hemingway, futuro Premio Nobel y amigo de España, que, aunque afín a la causa republicana, vio con sus propios ojos y pisó “in situ” días después los campos calcinados en donde estallaron las bombas, reventaron los obuses, silbaron las balas y se mezcló con el aire limpio del campo de la Alcarria el último aliento de los moribundos. Su crónica acerca de lo que había visto se publicó en el diario estadounidense The New Republic el 5 de mayo de aquel año, casi dos meses después de la batalla. La crónica de Hemingway es todo un documento cargado de realismo que debe figurar entre los artículos de guerra más importantes del periodismo mundial. Debido a su extensión tan sólo incluyo, como final a esta serie de trabajos sobre la Batalla de Guadalajara, la segunda mitad de dicha crónica, que extraigo de mi libro “Guadalajara en la Literatura” que tuve a bien incluir como pieza de oro entre los grandes autores que a lo largo de la Historia han escrito sobre esta tierra. Hemingway termina su crónica con los siguientes párrafos:
«El autor de estos despachos ha pasado cuatro días estudiando la batalla de Brihuega, recorriendo el terreno con los jefes que la dirigieron, con los oficiales combatientes que tomaron parte en ella, verificando las posiciones, siguiendo las huellas de los blindados, y afirma sin reservas que Brihuega tendrá un lugar entre las batallas decisivas de la historia militar del mundo.
Nada es más terrible ni más siniestro que el rastro dejado por un carro de asalto. Un huracán tropical deja tras de sí un caprichoso trazo de completa destrucción, pero las dos huellas paralelas que el carro de asalto imprime en el barro rojo, conducen a escenas de muerte premeditada peores que las provocadas por un huracán.
Los bosques de encinas situados al nordeste del palacio de Ibarra, muy cerca de un brusco recodo de la carretera de Brihuega y Utande, todavía están llenos de muertos italianos que no han sido recogidos por los sepultureros; las huellas de los carros de asalto llevan al lugar en que murieron, no cobardemente, sino defendiendo posiciones hábilmente preparadas para ametralladoristas y fusileros, en las que fueron descubiertos por los carros de asalto y donde aún yacen. Este bosque de encinas, estos campos incultos, son rocosos y los italianos se vieron forzados a construir parapetos de piedra en lugar de intentar cavar un suelo que no mellaban el pico y la pala.
Y con horrible eficacia, los obuses disparados por los cañones de setenta carros de asalto que acompañaban a la infantería al combate en la batalla de Brihuega, haciendo volar en mil pedazos esos bloques de piedra apilados, crearon una verdadera pesadilla de cadáveres. Los pequeños blindados italianos, armados solamente con ametralladoras, resultaron impotentes ante los más pesados carros blindados gubernamentales, equipados con cañones y ametralladoras, como guardacostas enfrentados a cruceros acorazados.
Aquellos resultados que presentan la acción de Brihuega como una victoria exclusiva de la aviación, con columnas enteras libradas sin combatir a la desbandada y al pánico, se ven rectificados por un estudio del campo de batalla.
Fue una batalla de siete días, duramente disputada, con la lluvia y la nieve utilizando la mayor parte del tiempo los transportes motorizados. El último día, durante el ataque final que rompe el frente de las tropas italianas y las pone en fuga, las condiciones atmosféricas apenas permitían a los aviones levantar vuelo; y ciento veinte aparatos, sesenta blindados y alrededor de diez mil soldados gubernamentales derrotan a tres divisiones italianas de cinco mil hombres cada una. Es esta coordinación entre aviones, blindados e infantería lo que lleva hoy la guerra a una nueva fase. Es posible que esto no les guste, y quizás quieran ver en ello propaganda, pero yo he visto el campo de batalla, los prisioneros y los muertos.»
Uno busca la explicación lógica al porqué de esta batalla después de lo mucho visto y leído, sobre todo a la participación tan numerosa de soldados italianos, nada menos que cuatro Divisiones incluida la Littorio de Bergonzoli. Al cabo uno saca como conclusión, creo que no muy descaminada, que el Duce (Benito Mussolini) quiso apuntar en su haber la toma de Madrid en la Guerra de España, un enfrentamiento entre compatriotas con ideologías diferentes que a él ni le iba ni le venía lo más mínimo, y mucho menos a los miles de italianos que dejaron allí sus familias y aquí sus vidas. La Batalla de Guadalajara vista desde esa perspectiva fue un producto de la ambición. Mussolini vio a priori la victoria conseguida con su apoyo militar, y con ella la toma de Madrid, y con la toma de Madrid el final de la guerra, y con el final de la guerra vio a Franco convertido en su fiel servidor. Nada resultó ser así.
Después de los sesenta y seis años que se cumplen por estas fechas, la Batalla de Guadalajara no deja de ser más que una página luctuosa en nuestra historia que debemos conocer, por lo menos para dar solidez a nuestra conciencia de horror a todo cuanto suponga violencia, venga de donde venga, pues la Historia, aunque nos siga costando trabajo reparar en ello, sigue siendo maestra de la vida.

“Nueva Alcarria” Guadalajara, Febrero-marzo 2003.

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