jueves, 28 de mayo de 2009

LAS "MAYORDOMAS" DE ALCOCER


Una hermosa pagina de amor a su pueblo y de respeto a las tradiciones que heredaron del pasado, han escrito las mujeres de Alcocer en fechas todavía recientes. Tal y como les señala la costumbre, durante anos y siglos a lo largo de su historia, puntuales en la mañana del domingo siguiente ala festividad del Corpus Christi, cerca de setenta de ellas salieron a la calle vistiendo -emotiva y colorista- la indumentaria de las antiguas "Mayordomas", con el que se solía honrar cada ano hasta hace medio siglo en que dejo de celebrarse, a sus heroicas antecesoras que en plena Edad Media consiguieron ahuyentar alas huestes moras las cuales, siguiendo los retos mortales del Cid Campeador durante su traslado de Valencia a Burgos, venían arrasando vidas y haciendas por aquellos pueblos ribereños que surcan los cauces del Guadiela. En Alcocer como en casi todos los lugares de la comarca, y de Castilla entera, no había varones, estaban peleando en aquel enfrentamiento cruel e interminable a favor del rey o de sus correspondientes señores feudales por tierras lejanas.
Con una imagen de la Virgen sobre sus hombros, con gran valor y con no poco ingenio para adornar sus cuerpos: cintas de colores, baratijas brillantes, flores sobre sus cabezas y mantillas al uso, las féminas -cuenta la tradición- se pusieron en marcha al son de los tambores, intentando recibir por las afueras del pueblo ala caballería mora. No la llegaron a encontrar, puesto que, cobardes en el avance y bajo el temor de que aquella manifestación se tratara de un ejercito organizado que les saliese al encuentro, decidieron dar marcha atrás en tan buena hora, dejando con ello en paz a los pequeños núcleos urbanos sobre los que venia pesando desde hacia tiempo la cruz de la desgracia.
Luego, las mujeres de Alcocer siguieron celebrando el memorial de la gesta; vistiéndose como aquellas bravas compatriotas medievales; saliendo a la calle con la imagen de la Señora vestida como ellas; entonando cánticos de alabanza 0 de agradecimiento a la Madre de Dios, hasta que la costumbre se desvirtuó para convertirse en ofrenda de unas pocas y desaparecer como consecuencia de su calendario festivo.
En marzo de 1980, el todavía boticario de Alcocer, don Federico, hombre de sólida erudición, conocedor de la vida local como pocos y del porque de las cosas, contó el hecho a quien esto escribe. Se saco a la prensa a titulo de anécdota inmediatamente, lamentando su irreparable desaparición con todo lo que ello suponía de perdida en el fonda cultural de los valores heredados de Castilla. Algunos años mas tarde se volvió a insistir, también a través de la prensa, acerca de este asunto, comprometiendo a las mujeres de la villa para que reemprendieran de nuevo el camino de la tradición. Al final, las alcocereñas, con su alcaldesa, Gemma Nieto a la cabeza, aceptaron el reto y se pusieron manos a la obra: reuniones, charlas, pequeñas asambleas recabando información a las ancianas del pueblo acerca del vestido. El resultado quedó patente en la mañana del 28 de junio de aquel año, día de feliz memoria para Alcocer. La bellísima iglesia romanico-gótica de la villa se convirtió, por obra y gracia de sus mujeres en colorido campo de margaritas, sus calles en río de emociones, su ambiente en canto sonoro a la Virgen del Tremedal, su Patrona, vestida como una de ellas. La costumbre, con la raíz historia más antigua que conozco en esta provincia, habçia vuelto a renacer con fuerza.
(Nueva Alcarria, Julio de 1993)


NOTA: Desde entonces, todos los años en la mañana del domingo siguiente a la festividad del Corpus Christi, las “Mayordomas” en numero superior a cien y de todas las edades, vuelven a salir a la calle en Alcocer, dando lugar al espectáculo festivo más bellos y colorista que uno pueda imaginar.

miércoles, 20 de mayo de 2009

LOS COMUNEROS DE GUADALAJARA


La sonada manifestación de protesta conque el pueblo español recibió las primeras acciones de gobierno por parte del heredero de la corona, Carlos I, tras la muerte de sus abuelos los Reyes Católicos, y el cese por edad y por agotamiento del regente, el Cardenal Cisneros, se agravó degenerando en la llamada Guerra de las Comunidades en Castilla y de las Germanías en el reino de Valencia. Salamanca, Toledo, Segovia, Cuenca, Ávila..., son nombres de ciudades sublevadas en contra de los abusos que el nuevo rey y su corte de flamencos intrusos en nuestro suelo, hubieron de imponer a su llegada a España. La derrota de Villalar (23 de abril de 1521) y la ejecución de los tres principales cabecillas castellanos, Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado, marcaron casi el final de tan encarnizadas guerras, que acabarían por cambiar la actitud del joven rey y abrir, a partir de entonces al lado de su pueblo, un nuevo y definitivo periodo de progreso.
La ciudad de Guadalajara se unió muy pronto a la sublevación castellana, bajo la dirección de un reducido grupo de rebeldes disconformes con la política inicial en el gobierno del que luego sería el Emperador Carlos.
Consta que el día 5 de junio de 1520 se organizó un grupo de gentes, trabajadores y artesanos casi todos ellos, que mezclados entre la masa pública se dirigieron al Palacio del Infantado, pidiendo al duque, don Diego de Mendoza, que se uniera a la causa antiimperial extendida por toda Castilla. Figuraban entre los organizadores y dirigentes de la manifestación el carpintero Pedro de Coca, el albañil Diego Medina, un albardero y buñolero apodado Gigante, el presidente de la Audiencia Ducal don Francisco de Medina y Mendoza, el licenciado Juan de Urbina, el caballero Diego de Esquivel y otros nombres distinguidos de la ciudad entre los que no faltaba el conde de Saldaña, don Iñigo López de Mendoza, heredero del poderío familiar mendocino.
Los manifestantes, descontrolados, incendiaron las viviendas de los procuradores que habían asistido por Guadalajara a las Cortes de La Coruña, donde votaron en favor del nuevo plan de obligaciones e impuestos dictados por el Emperador. El altercado tomó caracteres de brutal violencia.
Para mantener el orden, don Diego de Mendoza mandó encarce­lar a los cabecillas; a su hijo y heredero lo deportó a la villa de Alcocer; al presidente de su audiencia le retiró de sus funciones, y, de los artesanos encarcelados, mandó ejecutar a la mañana siguiente a Pedro de Coca, cuyo cadáver fue expuesto para público escarmiento en la Plaza Mayor.
Llegada días después una relativa calma, la ciudad envió a la convención comunera de Tordesillas a tres procuradores: Francisco de Medina, Juan de Urbina y Diego Esquivel, quienes después de la guerra serían considerados como los únicos comuneros de Guadalajara y castigados con la confiscación de todos sus bienes.

(En la imagen el Emperador Carlos I, joven)

jueves, 14 de mayo de 2009

EL "QUIJOTE" DE IGNACIO CALVO


Estar en posesión de un ejemplar completo del famoso "His­toria Domi­ni Quijoti Manchegui" de Ignacio Calvo, fue hasta hoy un privile­gio del que sólo unos pocos pudieron disfru­tar. Quien esto escribe no se contaba entre ellos; tuvo, eso sí, el texto íntegro de la edición de 1922 (editio nova, castigata et alargata) que un alma caritativa -la de Angel Martínez, hor­chano como el autor- le permitió fotocopiar hace media docena de años. Se trata de un clásico en toda regla el "Quijote" de Calvo dentro de la literatu­ra de ingenio, cuyo inmenso valor es justo reconocer.
Quedaba fuera de lugar, el que a estas alturas, desde que se publicó por primera vez en 1905, coinci­diendo con el tercer centenario de la salida al mundo de la primera parte de la inmortal obra de Cervantes, fuera imposi­ble adquirir un ejem­plar en el mercado. Tengo idea de que se hicieron después dos ediciones más, tan restringidas, que no permitieron se viese cubier­to el deseo de sus paisanos y de los que no lo son, de disponer de uno de esos libros y poder disfrutar de su lectura.
Casi cien años después de su aparición por primera vez en el escaparate de unas cuantas librerías de la época, lo tene­mos, por fin, al alcance de nuestras manos y de nuestros bolsillos, en una edición magnífica de Aache, la prestigiosa editorial guadalajareña, que en el corto espacio de una década ha consegui­do entrar por la puerta grande en el complicado mundo de la edición de libros. La magnífica portada de la cuarta edición, recien aparecida, es toda una obra de arte, y de ingenio también, debida a Rafael Pedrós.
El Quijote de Calvo es un trabajo único. Su autor, natu­ral y vecino de la villa de Horche, fue cuando joven estudian­te de Filosofía, de Teología y de Latines en el Seminario de Toledo. Luego "curam misae et ollae", cura de misa y olla, como el se define en la sobrecubierta de su obra ahora reeditada.
Hablando de la génesis del libro, el autor nos pone al corriente de cómo fue. Lo escribió, dice, como castigo para conmutar una pena impuesta, con pérdida de beca incluída, a causa de "una muy celebrada travesura, que no es del caso referir". Concluído el laborioso quehacer, y puesto el fajo de cuartillas en manos del Rector, éste respondió "chascando de risa" apenas acabar de leer el primero de los capítulos: "Sufficit, Calve, jam habes garbanzum aseguratum".
El libro de Ignacio Calvo no se atiene rigurosamente en su distribución de capítulos a lo que es en sí la obra de Cer­vantes, pues si aquellla se compone de 126 capítulos entre las dos partes, ésta nos lo sirve todo en 47, repartidos como al autor le pareció más oportuno entre estas dos frases: "In uno lugare manchego, pro cujus nómine non volo calentare cascos" con la que igual que en el auténtico "Quijote" se comienza, hasta aquella otra: "propter quod ponamus una sillam et sedea­mus cum tranquili­tate, usque diem in quo videamus carnis resurreccionem et vitam eternam. Amén", bastante menos ajusta­da a la versión original que todos conocemos, pero que ahí está, poniendo a su manera el broche definitivo al capítulo con el que acaba.
Resulta un gozo para el lector entretener la vista por cualquiera de las párginas que componen la obra. Aquí el detalle de refinado ingenio, allá la carcajada irreprimible ante tal o cuál situación que, en la pluma desenfadada y astuta del horchano, toma una dimensión novísima. Pasada la aventura -por poner un ejemplo- de los molinos de viento, que el autor coloca en el capítulo ocho de su libro, el doliente caballero de la Mancha se recuesta sobre el santo suelo, encima de unas ramas, a soñar con Dulcinea; Sancho, en tanto, su fiel escudero, "non imitavit eum, qui quidem quomodo habe­bat estómagum repletum en non aquae achico­riae, pasavit totam noctem in aliento suae botae, id est durmien­do, de quo sonno non removerunt nec rayi solis, qui pegabantur in rostro, nec cantum avium, que valdé bulliciosae, salutabat cum amorosis pitorreis adventum novi diei. Dóminus Quijotus habuit necesi­tatem cogendi estiratam piernam Sanchi et dícere: "surge, surge". Sed Panza, per totam contestacionem, dedit unum salva­jem desperezum, agarravit botam et metivit inter pechum et espaldam tragum morrocotudum".
En el capítulo 23, por echar mano al azar a otra situa­ción y a otro momento, se habla de cómo el Caballero de la Triste Figura se internó en el corazón de Sierra Morena para hacer penitencia, deber muy al uso de los caballeros andantes. Ya desde el principio, el capítulo nos deja al señor y al escudero perdidos entre el bosque espeso y los tenebrosos recovecos de la sierra en la oscuridad de la noche, con el hidalgo manchego clavado de rodillas, casi en estado de tran­ce:
"Caballerus derrengatus levavit se de terra et exclama­vit:
- Sanche! Sanche! Quid fecis?
- Rasco me -Contestavit Sanchus- verdugones quod facerunt mihi illi gentes.
- Acasu tu estás malè feritus et sufres acerbos dolores?
- Ego sum in pelota et sufro unum frium tercianerum de patre et señore meo."
Ya casi al final de la obra, satisfecho Don Quijote de la estupenda impresión que le produjo Dorotea, a la que él había considerado como una mujer de mundo, debido a los pésimos informes que por parte de Sancho había recibido acerca de su condición: "audiens verba Dorotea volvit se Quijotus ad San­chum, et cum rostro fiero et imponente, dixit illi:
- ¡Sanchuelo indecente! nunc dico tibi, quòd eres mayor bellacuelus qui existit in Hispania. Dic mihi: quòmodo menti­visti àntea diciendo, quod esta princesa conversa fuit in una muchacha vulgari, quae llamabatur Dorotea? Quòmodo calentavis­ti meam cabezam afirmando etiam, quod gigans degollatus à me erat putuela quae te parivit? Voto a tal! quòd tentatus sum pisandi tuas tripas, et sic fáceret definitivum escarmientum pro ómnibus escuderis mentirosis."

Y así, de principio a fin, siguiendo siem­pre a su manera la inmortal novela de cervantes, sin faltar con ello a lo fundamen­tal, y mucho menos al mensaje que con ella quiso dejar al mundo el laurado autor alcalaíno, lo que acre­cienta el mérito de todo el trabajo -pienso que injustificada­mente olvidado- de nuestro admirable Calvo, horchano por nacimiento, y presbítero por voca­ción y por estudios, pues ha de quedar constancia de que entrelí­neas en su original versión de "El Quijote", se adivina un firme soporte cultural sobre el que se apoya el armazón de la obra.
"Historia Dómini Quijoti Manchegui", rareza editorial de extraordinario interés hoy a nuestro alcance. Autor, editor, ilustrador, en fin, de la edición última, todos ellos al debido nivel. Una obra con alma, y con corazón, pues uno nota cómo se le siente latir cuando el libro se tiene sobre las manos.
(Artículo publicado en “Nueva Alcarria” en el mes de enero del año 2000)

domingo, 10 de mayo de 2009

EN EL MONASTERIO DE BUENAFUENTE


Siguiendo el propio instinto, uno sintió hace no mucho la necesidad de visitar Buenafuente, el antiguo monasterio cisterciense de a orillas del Tajo, allá por las más pintorescas serrezuelas del Bajo Señorío Molinés. Conocía con anterioridad el solitario paraíso de Buenafuente por haber estado allí en alguna otra ocasión por diverso motivo.

En este monasterio suelo encontrar para mi uso, concentrada y espiritualizada entre sus muros, la imagen viva, por encima del tiempo y de las mil circunstan­cias que lo condicionan, del viejo Señorío de los Laras. En la soledad del vallejuelo en donde asienta, es fácil adivinar desde las encrespadas atalayas del Villar de Cobeta, los ires y venires de los primeros "grandes" de Molina; la hierática y solemne compostura de sus mujeres, cuyos nombres por todos conocidos, destellan en el lejano oropel del pasado; los sones acerados de las espuelas y de las corazas, con fondo de maitines a las del alba, en el remoto despertar de los canónigos de San Agustín, aquellos que vinieron desde Francia; las voces blancas durmiendo el crepúsculo de las primeras monjitas de Casbas, las mismas sobre las que cayeron en oportuna lluvia de estrellas un numero infinito de donaciones, de limosnas y de regalos sin cuento, por parte de reyes y de señores, hasta convertir el monasterio en un rico y poderoso feudo. Es la Historia de Molina y de las tierras de Molina convertida en piedra labrada de viejo cenobio, en legajo inmaterial donde palpita, a poco que uno se de cuenta, el corazón y el alma molinesa.

He tenido ocasión de volver a contemplar en solitario, gozando a un tiempo todos los sentidos por el impacto medieval del recinto, la iglesia monasterial de severo románico francés, en donde la penumbra y el silencio de las piedras y de las imágenes del retablo musitan a gritos en los oídos del alma, teniendo por detrás como un continuo casi desde que el mundo es mundo, el soniquete estremecedor de la fuente milagrosa, de la Buena Fuente que mana en la oscuridad por debajo del coro.
En una hornacina oculta entre rejas, se advierte al cabo de un rato de silencio y de penumbra, el severo cofre en el que desde hace solo unos años, se conservan -así me lo han contado- los escasos restos que todavía deben quedar de dos de las Señoras de Molina, madre e hija, doña Sancha Gómez y doña Mafalda Pérez de Lara, esta ultima cuñada a la sazón del rey Fernando III el Santo de Castilla. Las dos enterradas bajo las baldosas de la iglesia en el siglo XIII, cambiadas de lugar en 1765, y ­vueltos a recuperar sus despojos en la anterior década para ocupar, según mandan los tiempos, un sitio mas acorde en el interior de un nicho, mínimo y discreto, en el muro lateral izquierdo, por detrás de la puerta de entrada.

Finalmente, al margen su incalificable servicio a los hombres de hoy a través de su misión rural, es toda una reliquia del pasado digna de ser más visitada, más conocida, más querida. Con ocasión de un viaje todavía reciente a otras tierras de España, alguien me hablo con entusiasmo y con sorprendente documentación acerca de Buenafuente, de este valioso rincón molinés tan rico en significados, y comprobé como aquel foráneo anónimo, lo conocía con detalle mucho mejor que el guadalajareño medio, mejor inc1uso que los propios molineses, y eso pudiera ser en este tiempo nuestro materia de un apremiante examen de conciencia, de noble autocrítica, de sincera y profunda medita­ción.