domingo, 28 de diciembre de 2008

CERTÁMENES NAVIDEÑOS DE RONDAS Y VILLANCICOS


Que el costumbrismo popular en la provincia de Guadalajara ha experimentado un resurgir paulatino, es algo que nadie puede negar. Todo es cuestión de querer y de saber arrimar el hombro, sintiendo la responsabilidad que reclama la recuperación de valores perdidos, más cuando estos han sido el sostén de una buena parte de nuestro pasado, o lo que es lo mismo, la esencia más refinada de nuestra cultura autóctona que se ha ido desvaneciendo a lo largo de la segunda mitad del pasado siglo; décadas en las que el medio rural sufrió el mayor descalabro de toda su historia, llevándose por delante muchos de esos valores que ahora, al menos de una manera testimonial, pero efectiva, se está intentando recuperar.
Hace sólo unas horas que ha concluido con el éxito acostumbrado el Certamen de Rondas Tradicionales Navideñas de la villa de Torija, ya en su decimonovena edición. Días atrás fueron otros los que en Guadalajara capital, Atanzón, Cantalojas, y otros lugares más se han venido realizando a lo largo del mes de diciembre.
Para mi uso, salvo mejor opinión y sin que de modo alguno pudiera servir de agravio comparativo, el certamen de Torija es el que cuenta con la raíz, si no más profunda, sí más desarrollada de todos ellos; sus organizadores se han venido preocupando de que eso sea así, y ahí están los resultados como consecuencia: fiesta declarada de Interés Turístico Provincial, y llamando a las puertas, no sin fundamento, para que se le considere en breve de Interés Turístico Regional; pues cuenta con el suficiente peso para serlo, por la calidad de los grupos participantes (tanto de dentro como de fuera de la provincia) y por la gran cantidad de público que viene asistiendo al mismo en cada edición.
En el certamen celebrado ayer intervinieron diez grupos: siete de la provincia de Guadalajara, dos de la de Madrid, y uno de la de Toledo. Las intervenciones tuvieron lugar , primero en la iglesia parroquial de la Asunción, repleta de público, con un villancico popular por parte de cada grupo: seguidamente fueron las rondas por las calles del pueblo, para concluir con la intervención final de cada uno de los grupos en el polideportivo municipal interpretando un tema libre.
A los centenares de visitantes y al vecindario de Torija se le obsequió -muy buen servicio, por cierto- con caldo y migas en la Plaza Mayor, y con chorizos al vino en la placita de la Picota. Todo un éxito.
Ya en Enero, comenzarán a celebrarse en tantos pueblos más de Guadalajara toda una serie de manifestaciones festivas populares que, como siempre, se abrirá con la botarga de Valdenuño Fernández en la célebre fiesta del Niño Perdido.

martes, 23 de diciembre de 2008

LA NAVIDAD CON EL PINTOR MAYNO


Muy poco tenido en cuenta, y hasta desconocido por muchos, fue el pintor Juan Bautista Mayno, hasta el día en que se descubrió su naturaleza española como nacido en Pastrana en el año 1581, según consta en el archivo parroquial de la iglesia colegiata de esta villa alcarreña. Y todo ello a pesar de su condición como estrella de la pintura dentro del clasicismo español, y de que muchas de sus obras son reconocidas como magistrales, y así se exponen por verdaderas joyas en algunos de los más importantes museos de España y del extranjero.
Fue grande en su tiempo este alcarreño singular, hijo de padre milanés y de madre pastranera. Tanto la crítica, como la historia de la pintura española se encargaron de ponerlo en el justo lugar que le corresponde, en el de los pintores clásicos que podrían servir de modelo a generaciones posteriores. Reproducciones en miniatura de sus mejores cuadros las hemos visto con cierta frecuencia en tarjetas de felicitación y en sellos de Correos, aprovechando esas tiradas especiales que el Servicio pone en circulación temporalmente coincidiendo con las fiestas de Navidad, para lo cual se sirve de obras lleva­das al lienzo por pintores famosos; y Mayno, alcarreño de Pastrana, es uno de ellos; tal vez uno de los hijos más uni­versales que ha dado esta tierra, y para tantos de nosotros también de los más desconocidos y desconsiderados. Todavía recuerdo con dolor, el intento fallido de dar el nombre de "Pintor Mayno", a propuesta del claustro de profesores, a uno de los colegios públicos de Guadalajara, y que los miembros de la entonces todopoderosa Asociación de Padres, apoyados por los ínclitos que a nivel provincial sostenían las riendas de la Administra­ción -pienso que por ignorancia, más que por mala fe-, se encargaron de tirar por tierra a cambio de otro nombre impersonal de los que nada dicen y que todavía conserva, lo que nos privó de colocar en el mundo de la cultura un piloto encendido a perpe­tuidad, que lo situase como merece un ilustre de nuestra tierra. Guadala­jara, amigo lector, sigue en deuda con aquel genio del llamado Siglo de Oro.

Nació el pintor, como ya se ha dicho, en la villa de Pastrana, cuando en tiempo de sus primeros duques ésta vivía los más altos momentos de esplendor de toda su historia. Su padre, pintor milanés, fue uno de aquellos artistas que Ruy Gómez de Silva hizo venir a Pastrana para trabajar en sus fábricas de tapices y de sedas, así como en la decoración de iglesias y estancias nobles; se llamó también Juan Bautista, el cuál, acostumbrado a estas tierras donde tomó perspectiva su futuro, por lo mucho que todavía quedaba por hacer en la Pastrana de los de Eboli, casó con Ana de Castro, hija de lugareños de la villa, y de la que nació nuestro hombre, el pintor Mayno, el que nublando con su figura la buena fama de su padre, conseguiría entrar en la historia del Arte Barroco Español como una de sus más destacadas figuras, a pesar de que su obra no fuese tan abundante en cantidad como la de otros artistas de su tiempo, y aun posterio­res, si bien en calidad fue supe­rada por muy pocos, como puede apreciarse a la vista de los testimonios que todavía quedan, y de los que el Museo del Prado será tal vez el más afortunado como poseedor de cuadros de esta singular artista, al que seguirán a distancia los museos de Grenoble, San Petersburgo, y el convento de religiosas de su villa natal.
Como hijo que era de padre italiano, y habida cuenta de que en el mundo del arte desde los inicios del Renacimiento fue Italia la verdadera escuela en cualquiera de sus manifes­taciones, y muy en especial en lo referente a las artes plás­ticas, de las que Florencia, Roma, Venecia y Milán, son a partir de entonces auténticos museos, no debe extrañarnos que su padre lo mandase, desde muy joven, a formarse en la Italia de los grandes maestros de donde él procedía. Allí tuvo con­tacto con la obra de los mayores genios de su tiempo, con la de Caravaggio y Gentileschi, por ejemplo, cuya influencia se habría de notar más tarde en algunos de sus mejores lienzos.
Debió regresar a España hacia 1610, pues un año más tarde, en 1611, cuando el pintor contaba treinta años, queda constan­cia de que trabajó en la catedral de Toledo, y poco más tarde en el convento de dominicos de San Pedro Mártir de la capital toledana, donde pintó el magnífico retablo mayor de su iglesia y tomó el hábito de la Orden de Santo Domingo en el año 1613. Felipe III lo llamó a la Corte en el año 1620, con el encargo de que fuese maestro de dibujo de su hijo, el futuro Felipe IV. Juan Bautista Mayno murió en el convento de Santo Tomás de Madrid en el año 1649.

Sobre algunos otros cuadros de temática palaciega, siem­pre al servicio de la corte del rey Felipe IV y de su valido el condeduque de Olivares, como pudiera ser "La recuperación de la Bahía de Brasil", hoy en el Museo del Prado, destaca en la pintura de Mayno el tema religioso. Fueron varios los encargos que el pintor recibió de iglesias y conventos, desti­nados a la ornamentación de retablos, donde se nos muestra con cierta inclinación al clasicismo, si bien, como nota personal aporta a su obra unos tonos claros que lo dis­tinguen, hasta cierto punto impropios de la pintura de su tiempo.
El retablo del convento de Dominicos de Toledo y el de religiosas de Pastrana, de los que ya se habló, fueron traba­jos realizados durante los años inmediatos a su regreso de Italia. Los lienzos en gran tamaño de la "Adoración de los Pastores" y de la "Adoración de los Reyes", sin duda los más conocidos de toda la obra del pintor, unidos a "La Resurrección" y a "La venida del Espíritu Santo", ambos en el Prado, son obras posteriores en su ejecución, lienzos en los que se deja ver no sólo la inspiración, sino la técnica de un gran maestro.
Durante las fiestas de Navidad nada mejor que recordar a este “ilustre olvidado”, hijo de nuestra tierra, enseña de uno de los periodos de la Historia de España en la que el arte floreció y en la que la Alcarria, por obra y gracia del destino, tuvo tanto que decir. Es justo sacar a la luz con la frecuencia que el hecho merece a nuestros personajes más representativos, de los que Guadalajara no está sobrada precisamente, aunque los pocos que son, como este “glorioso” cuya memoria hoy nos ocupa, llenan sobradamente la página correspondiente a esta tierra en el imaginario “Tratado de personajes ilustres” que han dejado profunda huella en el concierto universal del correr de los siglos.
¡Felices fiestas de Navidad!, y que el mensaje de paz que nos trae la obra pictórica de Juan Bautista Mayno, se aposente en nuestros hogares y en nuestras personas.

viernes, 19 de diciembre de 2008

ALARILLA A VUELO DE PÁJARO


Permitirse el placer de dar una vuelta por el Cerro de la Muela; es un ejercicio que se debería practicar con cierta frecuencia. La subida en coche, siempre que la pista no esté helada, resulta relativamente cómoda; sólo la fuerte inclinación del pavimento en alguno de los tramos presenta cierto inconveniente fácilmente superable. En las mañanas luminosas y en los serenos atardeceres de la Alcarria, nada hay mejor que contemplar el mundo desde aquella escogida plataforma natural desde donde todo es distinto. Para no pocos barceloneses es verdad de fe que la última de las tentaciones de Cristo de las que nos habla la Biblia (Mat. 4.9) tuvo lugar en el Tibidabo, “te daré”, donde el demonio propuso a Jesús que se postrara de hinojos delante de él y le adorase, y como compensación a tan sublime acto de obediencia le daría todo lo que se alcanza a ver desde allí, con la ciudad al pie y el mar al otro lado. Estoy seguro de que quienes defienden la tal teoría, fruto de la imaginación de algún iluminado, jamás han contemplado el mundo en plácidas tardes de otoño, desde el Cerro de la Muela.
Tan escondido está el pueblo entre los cerros del Colmillo y de la Muela, que no se deja ver hasta que no se está en él. Desde Humanes hay que atravesar el llano del mediodía, cruzar el Henares que pasa por mitad y en cuyas aguas tranquilas se reflejan como en un espejo las tierras y los árboles, y después, dar casi completa la vuelta al cerro de la Muela hasta que nos salga al paso la moderna ermita de la Soledad, como primer anuncio junto al campo antes de subir a la plaza que alcanzaremos enseguida. La distancia desde la capital se cubre, viajando en coche, en no más veinte o de veinticinco minutos, bien dirigiéndose a Humanes por Fontanar y Yunquera, o por Cañizar y Torre del Burgo desde Torija. Desde Guadalajara resulta más cómoda y recomendable la primera ruta.

Alarilla es un pueblo hermoso, que al paso de los tiempos ha ido cambiando en su favor durante los últimos treinta años. Uno piensa que los pocos habitantes que han ido quedando deben de sentirse a gusto allí: lugar tranquilo y de abiertos horizontes, bellísimos alrededores, y resguardado de los perniciosos vientos de poniente por La Muela, su eterno vigía y protector, que allá por la media tarde lo cubre de sombras.
- Y que lo diga usted. Aquí, si queremos que por la tarde nos dé el sol, nos tenemos que ir hasta eso de detrás del juego de pelota. Por las mañanas y al medio día nos salimos a tomar el sol a la plaza, o adonde quiera cada uno.
La plaza de Alarilla tiene en mitad una fuente redonda, con farola sostenida por el rollo concejil que durante muchos años ha servido de asiento a la gente mayor. Junto al rollo se levanta, fino él y burlando las alturas, el típico mayo, como prueba material de que en los pueblos todavía se suelen seguir los viejos mandatos de la costumbre.
Tras el rollo y en la misma plaza queda el edificio del ayuntamiento, con sus órdenes y avisos escritos junto a la puerta, y en frente el angosto callejón de Abrazamozas, ahora me ha parecido más estrecho todavía que otras veces.
Hay mucha gente joven, con equipaje de excursionista junto al juego de bolos, a cuatro pasos de la plaza. Se ve que no son de allí y que han venido al pueblo en grupo numeroso. Desde que hace bastantes años se puso a funcionar la primera pista de lanzamiento en lo alto del cerro, la afluencia de gente joven en Alarilla, sobre todo en los fines de semana, es importante. Una manera al fin de que la vida en el pueblo no vaya desapareciendo paulatinamente, después de la huída de población tan generalizada, que comenzó a mitad del pasado siglo en el medio rural y que ha dejado en nuestra provincia pueblos y comarcas prácticamente vacíos.
Cuentan los más viejos del lugar que el primitivo poblado de Alarilla estuvo en el sitio que dicen El Campanillo, pero que las hormigas lo acabaron destruyendo; que hay unas cuevas por allí en las que nadie ha llegado a su final, y de las que se han sacado piedra, lápidas y enseres, como si fueran restos de alguna extraña civilización desaparecida. Detalles inexplicables de este tipo son muy corrientes no sólo en Alarilla, sino en otros pueblos más de la provincia en todas sus comarcas. Es la voz del misterio, de la leyenda, desaparecida en parte porque nunca nos hemos propuesto llegarla a controlar, pero que no por eso deja de ser una de las piedras claves de nuestra cultura autóctona.
A quienes visitan Alarilla por primera vez les aconsejo que suban hasta el pórtico de la iglesia. Casi con toda seguridad la encontrarán cerrada, pero se trata de un ejemplar curioso de la arquitectura de compromiso que se llevó a cabo en España durante los años de posguerra; en este caso guardando algunos de los elementos que se pudieron conservar de la anterior iglesia destruida, y supliendo otros con formas románicas verdaderamente chocantes. En su interior hay un mural de gran tamaño pintado sobre el ábside, que representa “La Asunción de la Virgen”, obra de un pintor mejicano que cayó por el pueblo hace más de medio siglo.

Pero la novedad en Alarilla -aunque después de tanto tiempo en uso, ya no lo sea tanto- es para quienes no lo conocen el acontecer deportivo que, casi todos los días del año en los que el tiempo lo permite, tiene lugar en la explanada que corona el Cerro de la Muela y en el espacio libre más próximo. No sé si la palabra correcta sería “parapentódromo” para referirse al sitio desde donde se lanzan al espacio los aficionados al deporte del parapente; en el diccionario de la R.A.E. no figura como tal, aunque pienso que alguna vez debería tenerse en cuenta, a la vista del importante incremento que esta actividad deportiva ha llegado a tomar entre los jóvenes amigos del riesgo, e incluso entre la gente mayor. Lo cierto es que en una tarde cualquiera de fin de semana, el Cerro de la Muela se puebla de coches y de practicantes de este deporte, acompañados por lo general de sus familias, que cuando menos pueden disfrutar, como así es, del saludable ambiente de la altura, a lo que hay que añadir la panorámica completa que se divisa desde allí en todas las direcciones: el bello espectáculo de la Alcarria Alta al caer la tarde, con su diversidad de ocres y de sienas, punteado con el verdioscuro gris de los olivos, y abriendo el horizonte en completa claridad hasta los altos de Trijueque, con el cerro de Hita en mitad como principal referencia; y al norte y noreste las montañas serranas que en la lejanía comanda el Ocejón, con el cerro del Colmillo a nuestro lado, y los pueblos, como blancos caseríos aquí y allá, siendo el más cercano a nosotros el propio Alarilla, ahí a nuestros pies por debajo de las peñas, a estas horas de la tarde tomado por las sombras.
Y aquí, bajo las rocas que sostienen la cruz de piedra, cuentan los que lo conocieron que había un refugio en tiempo de guerra, con habitaciones encaladas de un blanco riguroso, donde poderse librar de los bombardeos y servir de observatorio sobre un espacio amplísimo; pero que terminada la guerra se tuvo que tapar, se terraplenó la puerta para evitar ser ocupado por gentes ambulantes.
Hoy, todo aquello es un lugar para el disfrute, adonde los más arriesgados acuden en infinidad de ocasiones a lo largo del año, y que si en sus inicios llamó la atención a las gentes de la comarca, ahora no es otra cosa que un elemento añadido, pero imprescindible, en el paisaje general de esta comarca, tan singular y tan diversa, testigo de la unión en plena vega de dos de nuestros ríos más importantes: el Henares, que viene de tierras de Sigüenza, y el Sorbe, portador de las ricas aguas que bajan de la sierra.
En tardes en las que el tiempo acompaña, el altiplano de la Muela toma cierto aspecto festivo. Entre los deportistas, que con el aire que allí se recoge a los cuatro vientos intentan elevar su voluminoso paraguas de colorines; sus familias, con niños incluidos que juegan a placer; y los curiosos, que a veces suben a pie desde el pueblo, y otras en vehículos para evitar la escalada, aquello toma un ambiente la mar de atrayente y familiar, que como no podía ser menos, aprovecho para recomendar a nuestros lectores. No olvidando que en la noche del cinco de enero, Sus Majestades los Magos de Oriente se permiten bajar hasta la vega colgados en parapente con todo su séquito, rodeados de bengalas encendidas y de luz en medio de la oscuridad de la noche, dando lugar a un espectáculo emotivo y único que nadie debería perderse.

domingo, 14 de diciembre de 2008

LOS MARANCHONEROS EN LA OBRA DE GALDÓS


Los eruditos de Atienza y los más viejos del lugar aseguran que el autor de los "Episodios Nacionales" pasó en la Villa Realenga algunas temporadas; incluso dicen, que ya durante sus últimos años, la mujer que le atendía como sirvienta era natural de allí. No consta el dato, que yo sepa; pero lo que no deja lugar a dudas es el conocimiento profundo de la villa serrana, de sus tradiciones, de sus costumbres y pormeno­res, por parte del ilustre novelista canario. Léase, si no, el segundo "episodio" de la cuarta serie que nos dejó come herencia y que se titula "Narváez"; seguramente quedará convencido de que la tal afirma­ción es cierta; pues casi la mitad de la obra transcurre en Atienza, donde el autor coloca en viaje de luna de miel al prota­gonista, Pepillo Fajardo, natural de Sigüenza e hijo a la sazón de una atencina distinguida con casa solar en la Plaza del Merca­do.
Pues bien, en el largo relato de costumbres y tipos de su tiempo que se esconden en la obra completa de don Benito Pérez Galdós, y sin salir del ya mencionado "episodio", el escritor cuenta con detalles interesantísimos la llegada a la villa de los maranchoneros, tratantes de mulas como sabido es, que, extraído literalmente a manera de documento veraz de lo que el propio Galdós dejó escrito, dice así:
«La soledad de Atienza se alegró estos días con la llegada de los maranchoneros. Son éstos habitantes del no lejano pueblo de Maranchón, que, desde tiempo inmemorial, viene consa­grado a la recría y tráfico de mulas. Ahora recuerdo que el gran Miedes veía en los maranchoneros una tribu cántabra de carácter nómada, que se internó en el país de los "Antrigones y Vardu­lios", y les enseñaba el comercio y la trashumancia de ganados. Ello es que recorren hoy amabas Castillas con su mular rebaño, y por su continua movilidad, por su hábito mercantil y por su conocimiento de tantas distintas regiones, son una familia, por no decir raza, muy despierta, y tan ágil de pensamiento como de músculos. Ale­gran a los pueblos y los sacan de su somnolen­cia, soliviantan a las muchachas, dan vida a los negocios y propagan las fórmulas del crédito: es costumbre en ellos vender al fiado las mulas, sin más requisito que un pagaré cuya cobran­za se hace después en estipula­das fechas; traen las noticias antes que los ordinarios, y son los que difunden por Castilla los dichos y modismos nuevos de origen matritense o andaluz. Su traje es airoso, con tenden­cias al empleo de colorines, y con carreras de moneditas de plata, por botones, en los chale­cos; calzan borceguíes; usan sombrero ancho o montera de piel; adornan sus mulitas con rojos bordones en las cabezadas y pretales, y les cuelgan cascabeles para que, al entrar en los pueblos, anuncien y repiqueteen bien la errante mercancía».
Luego, el autor se extiende pintando otros detalles muy importantes sobre el cómo y el porqué de aquellos nómadas de la mercadería; sobre su amistad y familiaridad con los mismos por parte de los atencinos residentes, fruto, tal vez, de una rela­ción antiquísima que se vendría transmitiendo impecable de padres a hijos. Dice más adelante:
«Todo Atienza se echó a la calle a la llegada de los maran­choneros con ciento y pico de mulas preciosas, bravas, de limpio pelo y finísimos cabos, y mientras les daban pienso, empezaron los más listos y charlatanes a dar y tomar lenguas para colocar algunos pares. En mi casa estuvieron dos, sobrino y tío, que a mi madre conocían; mas no iban por el negocio de mulas, sino por llevarnos memorias y regalos de mi hermana Librada y de su fami­lia. (Si no lo he dicho antes, ahora digo que mi hermana mayor, casada en Atienza con un rico propietario, primo nuestro, había trasladado su residencia, en abril de este año, a Selas, y de aquí a Maranchón, por el satisfactorio motivo de haber heredado mi primo tierras muy extensas en aquellos dos pueblos). Obsequia­dos los mensajeros con vino blanco y roscones, de que gustan mucho, se enredó la conversación; y, al referirnos pormenores de su granjería y episodios de sus viajes, vino a resultar que, inespe­radamente, sin que precediera curiosidad ni pregunta nues­tra, tuvimos noticia de la cuadrilla o tribu de los Ansúrez.»
Si se tiene en cuenta que la Literatura es -y así debiera serlo- el reflejo más o menos fiel del vivir de una época, un periodismo activo y efectivo con visos de perpetuidad, un autén­ti­co y sólido documento que se sobrevalora con el paso de los años y de los siglos..., la aportación de relatos de este tipo al mejor conocimiento del pasado no es nada desdeñable, una base a veces firme en la que apoyarse y a la que echar mano siempre que se quiera reconstruir, con cierto rigor, el compli­cado puzle de nuestra historia.
La Literatura castellana en general -ya desde las "jarchas", que vislumbran en plena Edad Media unas nuevas maneras de decir- es en todo tiempo un pozo profundo de saberes guadalajareños. Los autores de éste y de anteriores siglos, han elegido con frecuen­cia las tierras y los lugares hoscos de las cuatro comarcas como escenario ideal en el que asentar y dar movimiento a sus persona­jes creados, cuando no tomaron los aquí ya existentes para hacer­les correr e inmortalizarlos en las páginas de sus libros. Tal es el caso que en este trabajo nos ocupa.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

JUAN BRAVO, COMUNERO DE CASTILLA


Fue uno de los tres comuneros de Castilla ejecutados en la plaza de Villalar el 24 de abril de 1521.
Nació en Atienza hacia el año 1478, hijo de una familia distinguida, pues su madre, María de Mendoza, era hija del conde de Monteagudo y sobrina del Gran Cardenal, y su padre, Gonzalo Ortega Bravo de Laguna, alcaide de la villa de Atienza. Juan Bravo ocupó desde muy joven cargos importantes en la Casa Real, como el de “continuo” para el que fue nombrado en 1499. También sirvió como hombre de confianza durante la regencia del Cardenal Cisneros. Fijó residencia en Segovia en 1504. Contrajo matrimonio en aquella ciudad castellana con Catalina del Río. Cuando enviudó, contrajo segundas nupcias con María Coronel, hija de un adinerado regidor de Segovia, cargo que comenzaría a ocupar tam­bién el propio Juan Bravo en el otoño de 1519. De su primer matrimonio tuvo una hija, María de Mendoza, y del segundo dos hijos varones, Andrés Bravo de Mendoza y Juan Bravo de Mendoza. Desde su cargo en Segovia se negó a admitir en la ciudad a las tropas realistas mandadas por Rodrigo Ronquillo enviado por la Corona.
No conforme con la política que intentó implantar en España a su llegada el joven Carlos I, promovió la insurrección en Segovia contra el rey y contra sus seguidores. Junto a los dirigentes de la misma sublevación en Toledo y Salamanca, Juan de Padilla y Francisco Maldonado, cayó prisionero en la sangrien­ta batalla de Villalar contra las tropas reales, el 23 de abril de 1521, y ejecutado al día siguiente con sus dos compañeros en la plaza pública.
(En la fotografía, monumento a Juan Bravo en la ciudad de Segovia)

sábado, 6 de diciembre de 2008

LAS BRUJAS DE PAREJA (y IV)


LAS BRUJAS DE PAREJA ( y IV )

A resulta de las declaraciones vertidas ante el tribunal por La Roa y por María Parra, fueron detenidas y encarceladas La Machuca y sus tres hijas: Teresa López, Ana Machuca y Maria Rodríguez, así como Juana La Carretera y María de Mingo.
Durante la mañana del día 5 de agosto de 1556, el Provi­sor Briceño sometió a interrogatorio a La Machuca, la cual dijo que era el de Violante su verdadero nombre, pero que le decían La Machuca por haber estado casada con Fernando Machu­ca. Preguntada por el Provisor sobre si era consciente de la causa por la que había sido detenida, contestó diciendo que sí, que a ella y a sus hijas las habían apresado por brujas, y que conocía muy bien cómo La Roa y María Parra las habían acusado con falsedad de hechos que no habían cometido, y que las habían metido en todo aquel embrollo en un intento de acortar su propio cautiverio. Lo mismo que había dicho la madre, así respondieron las hijas, y luego de haber sido amonestadas para que dijesen la verdad se declararon libres a todas ellas.
El día 13 de noviembre del mismo año acudieron al inte­rroga­torio Juana La Carretera y María de Mingo. Las dos mani­festaron ante el Santo Oficio que las hijas de La Morillas les habían levantado aquel falso testimonio por el que penaban en prisión, y que las dos eran inocentes de los cargos por los que se les acusaba. Lo mismo que a las anteriores, a éstas se les dejó marchar libremente.

En vista del buen resultado obtenido ante el Santo Oficio por las demás mujeres, Ana La Roa solicitó una nueva audiencia para desdecirse de todo lo que había dicho en sus anteriores comparecencias. Le fue concedida nueva audiencia, y en ella manifestó que todo había sido mentira, una farsa inventada por su hermana por miedo al tormento y para que las dejasen en libertad como lo había prometido el alcaide de la prisión: «e que lo dixo de puro miedo al tormento y de las cosas que le dezían los criados y el ama del provisor...» Después manifestó que ella y su hermana habían sido penitenciadas y azotadas por la Inquisición antes de todo aquello, que ayunaron a pan y agua todos los viernes durante un año, y que cumplieron hasta el último día todas las penitencias que les impusieron:
«... e que dizen mucho de su hermana e de ella las malas gentes que las quieren mal e las tienen sobre ojos especial­mente por lo de antes de su madre e que nunca tal hizo y sus confesio­nes eran mentiras... e que dará buenos testigos abona­dos de su vivienda e cristiandad e que el provisor nunca se los quiso rescibir...»
El fiscal presentó contra ella una acusación el día 30 de marzo de 1557, cuyos capítulos tenían como base las declara­ciones de los testigos y las suyas propias. Tanto la acusada como su letrado defensor negaron rotundamente los cargos expresados por el fiscal.
Cinco meses después, el 23 de agosto de 1557, La Roa solicitó una cuarta audiencia que le fue concedida. En ella aportó como novedad que todo cuanto había dicho fue por "per­sua­sión e inducimiento" de su hermana María Parra, con la que solía estar en contacto dentro de la cárcel, que le había dicho cómo el Provisor había prometido que las pondría en libertad si declaraban.

El proceso de Ana La Roa termina ahí. Incompleto, por no haber quedado noticia escrita de la sentencia; aunque todo hace pensar que sería azotada y desterrada como lo fue su hermana María Parra, de la que queda escrito que el 7 de febrero de 1558 también se desdijo de sus confesiones anterio­res, arguyendo que todo fue una farsa para librarse de las torturas, y del presidio, según le había prometido el Provisor si declaraba.
El conjunto de inquisidores que habrían de calificar los hechos, oídas una por una a todas las acusadas, acordaron por unanimidad que María Parra recibiese cien azotes por las calles de la ciudad montada en un asno "desnuda de cintura hasta la cinta, con una soga al pescuezo y a voz de pregone­ro", y que fuese desterrada a perpetuidad del Obispado de Cuenca y que no quebrantase el destierro bajo pena de cuatro­cientos azotes. La sentencia se leyó en la Plaza Mayor de la ciudad de Cuenca el día 5 de mayo de 1558, ante el numeroso público que acudió a presen­ciar el auto de Fe.

martes, 2 de diciembre de 2008

LAS BRUJAS DE PAREJA ( III )


LAS BRUJAS DE PAREJA ( III )

Luego dijo que en otra ocasión fueron a matar a la cria­tura de Quiteria, mujer de Juan de Cifuentes, vecina de Sace­dón; pero como ella no quería ir, su hermana La Roa le obligó con amenazas. Cuando llegaron a la casa de Juan de Cifuentes los encontraron acostados, y untaron los pies de él y de su mujer «con el ungüento que se echaban ellas para echarles sueño...y esta declarante por la cabezera de la cama asió al dicho niño y lo sacó de entre su padre e madre e le puso la mano debaxo de la barbilla y le apretó la boca y lo ahogó: e también le ayudó su hermana la cual le sacó al niño por el sieso cierto unto para hacer el ungüento...»
Acabado el anterior relato María la Parra siguió contando cómo había sido la muerte del hijo de La Obispa, esposa de Tomás Obispo, vecino de Sacedón. «...y esta declarante e la dicha su hermana le sacaron al dicho Tomás de Obispo e a su mujer de su cama a un niño pequeño e lo ahogaron tapándole las narices e la boca e apretándole la barbilla e ahogado se lo dexaron en la dicha cama».
Después de todo aquello continuó dando cuenta de otro crimen más; ahora el de la muerte de otra niña que era hija de Mateo López, vecino de Sacedón, a la que ahogaron entre su hermana y ella por el mismo sistema que a los niños anterio­res. Así se hace constar en el acta antes de tomar declaración a La Roa: «Y que estas tres criaturas ahogaron en espacio de cuatro meses poco más o menos e q´esto es lo que pasa y es la verdad por el juramento que hecho tiene e no firmó porque dixo que no sabía escribir.»
Meses después, el día 20 de junio de 1556, Ana La Roa pidió también audiencia ante el Santo Oficio para declarar que tres años atrás, encontrándose sola un día en su casa de Pareja, entró un hombre "que iba muy aderezado y parecía un caballero" y le ordenó que fuese a casa de La Machuca, en donde se encontraría con otras mujeres a las que les quería hablar. Ella así lo hizo.
Estando en casa de La Machuca, Ana La Roa dijo que con ellas estaba también su hermana María Parra acompañada de Juana La Carretera, María de Mingo, La Machuca y tres de sus hijas, y allí le informaron que aquella noche iban a ir al campo de Barahona. Pasaron allí toda la tarde, y una vez anochecido, una de ellas sacó el ungüento que llevaba en un recipiente de barro y untó a todas:
«... e aquella misma noche salieron de casa de La Machuca e parescía a esta declarante que la llevaban en peso y llega­ron a un campo que decía el campo de Barahona e como llegaron vido que estaba allí un cavallero que era el diablo que tiene dicho que la fue a llamar a su casa e llegados al dicho campo comieron pan e se regocijaron y el dicho cavallero les dixo que no le dexasen a él ni le desamparasen e q´el les haría mucho bien e vido que el dicho cavallero andava retocando con las dichas Machuca e sus hijas e María de Mingo e Juana La Carretera vecina de Sacedón e María Parra su hermana e les dixo a todas que fuesen a matar algunas criaturas y esta declarante no quería sino venirse a su casa e se fueron en peso hasta la villa de Pareja.»
El Provisor Briceño, luego de escucharla con atención, le dijo que sus declaraciones carecían de fundamento, por lo que le rogó dijera la verdad; más La Roa insistió diciendo que era la verdad todo lo que había dicho.

Días después de aquel su primer contacto con el Provisor, el día 15 de julio, La Roa volvió a pedir audiencia para ser escuchada por el representante del Santo Oficio. Allí manifes­tó que diez años atrás, estando en casa de La Machuca con la dueña de la casa y con María de Mingo, las tres a una sola voz llamaron al demonio con estas palabras para ir al campo de Barahona: "Satanás veni e yremos con vos y haremos todo lo que nos mandaredes"..."e vino como cavallero bien aderezado", y les pidió que renegasen de Jesucristo, de la Virgen y de los Santos, y que después le entregasen sus almas:
«...y aviendo renegado esta declarante e las dichas Machuca e María de Mingo besaron al dicho Satanás en el culo e después desto el dicho Satanás tuvo acceso carnal con esta declarante en la dicha casa de La Machuca de la manera que un hombre tiene acceso con su mujer e también vio que tuvo acceso el dicho Satanás con las dichas Machuca e María de Mingo e también comieron e bebieron e siendo muy de noche que no se acuerda la hora que sería aquella misma noche la dicha Machuca sacó cierto unto en una escudilla y con ello se untó esta declarante en los braços y en las piernas y también se untaron La Machuca e María de Mingo e como fueron untadas salieron de la dicha casa e con ellas el dicho Satanás en el ávito que tiene dicho e a esta declarante le paresce que yva en el ayre e así fueron fasta que llegaron a un campo que el dicho Sata­nás dezía era el campo de Barahona e como llegaron después de aver baylado e olgado comieron pan en vino que les truxo el dicho Satanás el qual también comía e allí se ponía el dicho Satanás unas vezes como asno negro e otras como hombre e como ovieron comido baylaron e se regocijaron e de la manera que fueron así tornaron. E que desta manera fueron dos veces al campo de Barahona e que el unto con que se untaban era de sapos e de huesos de finados e de unto de criaturas.»
Después de todo esto contó cómo había sido la muerte de la criatura de Gil Herrero, vecino de Pareja, si bien manifes­tó que en este crimen ella no había tomado parte. El Provisor le preguntó si todo lo que acababa de confesar lo había hecho por temor al tormento o porque la dejasen libre. Ella mantuvo la declaración hecha en todos sus términos, añadiendo que no lo hacía por temor a las torturas ni por ninguna otra causa a la que pudiera temer.
(Hay al margen una nota en la que se hace constar la contradicción en la que había incurrido La Roa en sus dos declaraciones, ya que una dijo que los hechos habían ocurrido hacía tres años y en la siguiente que hacía diez).
(Continuará)

jueves, 27 de noviembre de 2008

LAS BRUJAS DE PAREJA ( II )


LAS BRUJAS DE PAREJA ( II )

Se sabe que las dos hijas de La Morillas fueron apresadas y secuestrados todos sus bienes. Luego las encerraron en los calabozos secretos de la Inquisición, para ser interrogadas como principio de un largo proceso. Dijo La Roa que tenía cincuenta años de edad, que era vecina de la villa de Pareja y que había estado casada por tres veces: la primera con Juan Roa, con el que tuvo un hijo; la segunda con Pero Sánchez, un pastor que se marchó de Pareja dejándola abandonada, y por tercera vez se casó con Juan Ortiz el 3 de mayo de 1554. Dijo también que cuatro años atrás había sido apresada con su hermana por el Santo Oficio y que las dos fueron azotadas públicamente por brujas.

María Parra, hermana de La Roa e hija de La Morillas, declaró ser viuda de Andrés de La Parra y vecina de Sacedón. Añadió que de joven se había criado en Pareja con sus padres y después se marchó a Buendía donde se casó con su marido, del cuál tuvo un hijo que acababa de cumplir veinte años. Tras varias audiencias en las que se le insistió que dijera verdad, el día 9 de junio de 1555, los inquisidores acordaron someter­la a tortura para que confesara la verdad de cuanto sabía y de cuanto había hecho: «...e la mandaron desnudar e fue desnuda fasta la cinta e le mandó atar floxamente los brazos con un cordel de cáñamo y luego le fue dicho por el señor Provisor que diga la verdad, e visto que no decía cosa alguna mandó al ministro que le aprete el dicho cordel...e visto que no decía cosa alguna le mandó echar un jarrillo de agua de hasta un cuartillo por el método de la toca y echado el agua dixo que no tenía nada qué decir e interrogándola muchas veces decía que ya tenía dicha toda la verdad e se mandó suspender el tormento para otro día siguiente...»

Los tormentos a los que fue sometida fueron cada vez más duros, hasta que el día 20 de junio de aquel año, estando presente el licenciado Briceño, Provisor General del Santo Oficio, que prometió tener con ella misericordia si decía la verdad, María Parra «dixo que ella quería descargar su con­ciencia y llorando e echando lágrimas de los ojos parescía mostrar dolor y compasión y mucho arrepentimiento e ansí llorando inició su confesión...».

Manifestó luego que estando en su casa en Sacedón, hacía tres años, llegó un día su hermana Ana La Roa, y la convenció para que fuera con ella a Pareja, haciéndole saber que en su casa se juntaban varias mujeres, invocaban al demonio y luego se iban con él al campo de Barahona.

La declaración de María Parra, según quedó escrito en el acta correspondiente, fue la mar de sustanciosa; pues dijo que una vez en la casa de su hermana requirieron la presencia del demonio, que unas veces decía llamarse Barrabás y otras Sata­nás; el cuál se presentaba delante de ellas "bien aderezado", y les pedía que renegasen de Jesucristo, de la Virgen y de los Santos; les reclamaba sus almas, pero aunque ella no se la quería entregar, cedió al fin ante la insistencia de su herma­na La Roa, y así renegó de Jesucristo y entregó su alma al diablo. De lo que ocurrió después, prefiero tomarlo literal­mente de las fuentes originales donde está escrito: «... e estando allí vido cómo el dicho Barrabás estaba como dicho tiene en ábito de cavallero e otra vez como bezerro con unos ojos grandes e otras vezes como toro e también como ciervo e q´el dicho Barrabás les dixo que se fuesen con él al campo de Barahona q´el iría con ellas e q´era muy noche que le paresce sería media noche; la de la Machuca y la de Mingo sacaron cierto ungüento con el cuál untaron a esta declarante y a las demás en las syenes y en las palmas de las manos y en los braços y en los sobacos y en las coyunturas de las piernas e también se untaron con ellas más personas e ella dixo que Dios ubiese misericordia de su ánima e como estuvieron untadas fueron juntamente con el dicho Barrabás bailando e iban como en el aire e llegaron a un campo q´ue el dicho Barrabás dixo era el campo de Barahona e como llegaron allí comieron muy bien carne y pan e bebieron vino lo cual traía el dicho Barra­bás e como ovieron comido el dicho Barrabás llevó a esta declarante a su propia casa de Sacedón y las demás fueron a Pareja y el dicho Barrabás llevó a esta confesante a la dicha casa desde el campo de Barahona cavallera en un cavallo...»
«... e después yva por ella a Sacedón el dicho Barrabás y venía con ella hasta Pareja y la llevaba cavallera en una cosa que parescía ser un asno negro...»
(continuará)

sábado, 22 de noviembre de 2008

LAS BRUJAS DE PAREJA ( I )


En el año 2000, durante cuatro semanas sucesivas publique en el diario “Nueva Alcarria” de Guadalajara un estudio, más o menos detallado, sobre una tradición, con apariencias de leyenda, tratándose, no obstante, de una realidad palpable y debidamente documentada, cuya razón primera fue mostrar al público lector todo cuanto se sabe acerca de las llamadas “Brujas de Pareja”, un pueblo de la Alcarria donde cuentan que existieron las “brujas”, una singular especie de mujeres sobre las que la justicia volcó todo el rigor del que fue capaz, de manera exagerada, injusta e injustificada, y que en nuestros tiempos recibimos con espanto, con cierto olor a fábula, a relato increíble, pero basado en los sólidos pilares de un pasado cierto.
Tiempo después de haber aparecido en “Nueva Alcarria”, el texto íntegro volvió a publicarse en el tomo 32-33 de “Cuadernos de Etnología de Guadalajara” que periódicamente edita la Diputación Provincial, y que ahora, en páginas consecutivos, vuelvo a poner a disposición de todos, con algunas fotografías como cabecera de la actual villa alcarreña donde ocurrieron los duros sucesos que aquí se refieren.

* * * * *

LAS BRUJAS DE PAREJA

La cultura, cuando está debidamente orientada, suele dar al traste con la superstición y con las malas creencias. Cuando la formación humana de un país se viene abajo, la superstición brota sobre la piel de la sociedad inevitablemen­te como la roña sobre la piel de un cuerpo al que no se cuida. La Real Academia de la Lengua define a la superstición como «Creencia extraña a la fe religiosa y contraria a la razón». El hombre siente una necesidad vital de creer, de creer en algo que ni ve ni comprende, y cuando ese algo no llega hasta él por los razonables caminos del convencimiento, el hombre se levanta sus propios "algos", y así comienzan a aparecer en su corazón y en su mente las supersti­ciones, tantas veces perni­ciosas y acarreadoras de desgracias como ahora veremos.
Durante la Baja Edad Media y una buena parte de los siglos XVI Y XVII, el fantasma de la superstición apareció con fuerza en la España de nuestros antepasados. Fueron famosas, pues la literatura se encargó de que lo fueran, las brujas de Trasmoz a pies del Moncayo, y las de Barahona en los páramos sorianos que lindan a nuestra provincia por el norte.
El Santo Oficio tenía, entre otras, la delicada misión de salir al paso de estos abusos; pero cometió al juzgarlos tantos errores, que siglos después la sociedad quiso en varias ocasiones pedir cuentas por tan tremendos castigos como se impusieron a personas inocentes, más que nada porque no se volviesen a repetir, por lo menos de forma tan arbitraria. Cuando el látigo inquisitorial dejó de restallar sobre aque­llos pozos de ignoran­cia, fue el pueblo llano, ignorante también y no menos malinten­cionado que los presuntos reos, quien se tomó por su mano la justicia, llegándose a cometer, incluso sobre clanes familiares completos, crímenes horribles. Léanse sino algunas de las ultimas "Cartas desde mi celda" de Bécquer para caer en la cuenta, donde se da noticia de aquella carcoma social que entre las gentes ignorantes de nuestro país, roía y envenenaba la vida de los pueblos.
El libro titulado "Brujería y Hechicería en el Obispado de Cuenca" escrito por Heliodoro Cordente, nos relata cómo la Ansarona, la Quiteria de Morillas y sus hermanas, fueron castigadas con todo rigor por el Santo Oficio; mas a pesar de eso, pocos años después de la muerte de todas ellas, volvió a cundir el miedo a las brujas entre algunos vecinos de la villa de Pareja. Fueron inculpadas en esta ocasión las hijas de La Morillas (Ana de Roa y María Parra), a las que el vecindario consideraba hechiceras como lo fue su madre.
La muerte de niños en extrañas circunstancias se venía sucediendo con demasiada rapidez. Fueron muchas las personas que testificaron contra ellas, entre las que se contaba Juan Manzano, que acusó a La Roa de haber dado muerte a su hija de pocos meses por motivos de enemistad, y por haber sido ella la primera mujer que vio muerta a la niña y que al punto aseguró que la habían ahogado las brujas. Hubo testigos que declararon ante los tribunales que tanto La Roa como su hermana María Parra, se valían de su fama de brujas para intimidar a la gente del pueblo, sobre todo a las mujeres que estaban a punto de dar a luz, para pedirles dinero y productos de la despensa. Igualmente fueron acusadas de la muerte de varios niños más arrancados del lecho en el que dormían con sus padres.
Cuando los inquisidores supieron de todo esto, mandaron leer públicamente en la iglesia de Pareja un edicto por el que se mandaba que todo aquel que tuviese noticia de brujas lo comunica­se al Santo oficio bajo pena de excomunión mayor. El edicto se leyó el día 21 de mayo de 1554, si bien su lectura sólo sirvió para contribuir al aumento de la psicosis colecti­va, para que las alucinaciones fuesen a más y con ellas las denuncias.
Juan Toledano, vecino de Pareja, dijo que estando una noche durmiendo con su mujer y una hija de corta edad en medio de ellos, teniendo el candil encendido, vio bajar de la cámara a tres personas con dirección al lecho en el que dormían. El relato de los hechos, copia literal de lo que consta en el archivo de la Inquisición en Cuenca, continúa así: «Y cuando vio que venían hacia él se asentó en la cama y las personas venían vestidas y una dellas dio con la mano en la lumbre del candil y lo mató este testigo asió a su hija y llegaron las tres personas y cree que eran brujas y echaron mano a su hija y trataron de quitársela pero no pudieron...» Acaba acusando a La Roa con el único argumento de la fama de bruja que tenía.
Otra testigo declaró que en abril de 1550, estando dur­miendo una noche con su hijo pequeño y con su marido, oyeron pisadas por la cocina y un ruido extraño por el tejado, lo que les llevó a sospechar de La Roa. A la mañana siguiente, la testigo fue a tratar con ella sobre el asunto, y le dijo: «¡Venid acá, señora! ¡Cada noche vienen a mi casa y me quieren matar. No sé quién es, ni tampoco digo que sois vos, mas hago pleito a Dios que si me ahogan a mi hijo y sé que sois vos, vos me lo habéis de pagar y os tengo de dar de puñaladas hasta que se os arranque el alma!».
La Roa negó haber tenido algo que ver con todo aquello; no obstante, según la declaración de la testigo, en su casa no se volvieron a oír más los ruidos nocturnos.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

LOS PAIRONES MOLINESES



No considera el diccionario de la Real Academia la palabra "pairón", y creo que es una deuda fácil de saldar la que tan benemérita institución tiene contr­aída con Guadalajara en general y con los pueblos y tierras de Molina en particular. No ha sido así con otros vocablos que se refieren a monumentos de semejante función, que adornan, como bien sabemos, los caminos en otros lugares de España; entiéndase "crucero" o "cruz de término", por ejemplo, para los que sí hay alusión en el registro oficial de nuestro idioma.
Bien; ahí están en cualquier caso los pairones molineses: solemnes, místicos, expresivos, desafiadores de intemperies y de calcinantes veranos de sol, marcando límites y sirviendo de amparo, de adiós y de bienvenida, a los muchos caminantes que por los solitarios campos del Señorío salieron a la brega de sol a sol mientras que aguantó el cuerpo, durante los dos o los cuatro últimos siglos.
Tengo para mí -y considero que también muchos molineses lo tienen para uso- como enseña principal de aquellas tierras a su típicos pairones. No he conseguido entrar, y bien que me gustaría, en el significado real que estos sencillos monumentos de piedra aportan al alma de las buenas gentes los pueblos en los que están enclavados. Salieron, claro está, de la piedad popular de nuestros antepasados, de su profunda religiosidad en la que no faltó un ápice de superstición, y otro, tal vez mayor, de rivalidad y de abierto desafío. Nuestros abuelos eran así, qué le vamos a hacer. Todavía se ensalza con un marcado fanatismo en cada lugar su propio monumento, su propio pairón; se venera de un modo singular a los santos y santas titulares de los mismos, a los que se consideran sus ángeles buenos, sus abogados y protectores ante el trono de Dios, menospreciando si llegara el caso a los del lugar vecino; cosa que, vista bajo el monolítico prisma de lo local, posee una explicación bastante lógica.
Por los ejidos y por los primeros campos de labor de una buena parte de los pueblos molineses existe una interesante variedad de este tipo de monu­mentos. Son en general, para quienes no los conozcan, unos murillos de piedra, a veces alzados sobre gradas o escalinatas, en forma de prisma con ornamenta­ción más o menos ocurrente, que remata en sencilla o doble hornacina en la que se guarda una imagen -en ocasiones un simple azulejo- de Cristo o de su Madre Santísima, en cualquiera de sus advocaciones, de las Animas Benditas, o de un santo o santa de la Corte Celestial, con preferencia por San José, San Antonio, San Isidro Labrador y San Pascual Bailón. Por cuanto a su forma y estilo, depende sobre todo de la época en la que se construyó así como del esmero que los albañiles y los picapedreros quisieron poner en su ejecución. La altura de los pairones molineses oscila entre los tres y los cinco metros, por término medio, rematando muchos de ellos, por lo que he podido observar, en una sencilla cruz de hierro forjado. Existe mayor variedad y número en la mitad más septentrional del Señorío, y se pueden contar uno, dos, y hasta cuatro pairones, según la categoría de los pueblos con arreglo a lo que fueron por su importan­cia y número de habitantes. Ni qué decir que el lugar en donde suelen aparecer son los cruces de caminos, así como las salidas al campo no lejos de las últimas casas.
Sería bueno saber cuántos son los que pasan del centenar en el recuento, más o menos exacto, de los pairones molineses. No hablaremos aquí de todos ellos, ni hablaremos tampoco de las leyendas y de las tradiciones montadas en torno a los mismos, ni del cuándo ni el porqué de su origen, entre otras razones porque sería imposible de averiguar. Alguna historia local muy concreta, llegada hasta nosotros por tradición oral, es lo poco que se sabe de alguno de ellos; por lo demás, apenas si queda su propio testimonio caracterizando el paisaje, y se­llando la identidad de una de las comarcas más significativas -y no sé si más olvidadas también- de las tierras de la Meseta.
Antes de entrar en el ahora agónico pueblecito de Anchuela del Pedregal, a la vera del camino se alza uno de los más sobresalientes pairones cuya existencia anduvo pareja con el pasado siglo. Consta sobre la piedra que fue construido en el año 1900, por un picapedrero apellidado Martínez. Está dedi­cado a San José, San Vicente y las Animas Benditas.
En Rueda de la Sierra es un destacado monumento local el pairón de la Virgen de las Nieves, colocado junto a la carretera que atraviesa el pueblo. Algo más adelante, en Cillas, merece la pena detenerse a contemplar la bella estampa barroca del que, hace más de dos siglos, el pueblo erigió a devoción de la Virgen del Pilar.
A la entrada de Cubillejo del Sitio, nos sorprende a mano izquierda, escalonado en la linde junto a la cuneta, el más elegante, ajustado y fotogénico de los ejemplares todavía en pie de este género: su pairón barroco de San Juan, del que años atrás se labró una réplica exa­ctamente igual y se instaló nada menos que en un vistoso jardín de la Capital de España.
El pairón de Tortuera, en honor y memoria a las Animas Benditas, es por su antigüedad y por su forma uno de los más distinguidos de cuantos todavía existen. Se trata de un muro, a modo de pequeña espadaña, que concluye en triple adarve a manera de Calvario, todo él construido a base de piedras mediana­mente labradas, de sillarejo y argamasa recubriendo el último cuerpo. Concluye en valiosa cruz de herraje.
Quisiera referirme de paso a otros muchos que conservan lugar preferente en el arcón de la memoria, tales como los de Labros, Tartanedo, Hinojosa, La Yunta, o el bien plantado del camino de Amayas; y de varios más que en tiempo pasado ocuparon mi atención por las tierras del Bajo Señorío, como los de Orea, Tordesilos y Lebrancón, por ejemplo, que conservan en pie a través de los siglos toda una lección de historia y de anónimas piedades, el peso de la tradición y de la fe arraigada que caracteriza a las tierras sobre las que se levantan.
Habrá que tomar nota de este envidiable tesoro monumental de los pairones molineses, levantado sobre piedra cargada de connotaciones nobles. Ahí están todavía casi todos ellos. Algunos son reflejo fiel en su actual estado del punto de civilización -muy alto por cierto- de los hombres y mujeres que por allí viven. Por nuestra parte, por parte de los que nos honramos en conocerlos, de los que tenemos a bien guardar en aquel escondido rinconcito del corazón las cosas más importantes que vieron nuestros ojos, vaya esta retahíla de consi­deraciones afectuosas como homenaje a los lugares y a los lugareños que se sienten honrados con la gracia incomparable de sus pairones.
NOTA: el hecho de que no quede visible desde la carretera la imagen interior de la hornancina en el pairón de Cubillejo del Sitio, nos hace caer involuntariamente en el error acerca del santo titular del mismo. Ante la duda, y leido el comentario de Alfredo, uno de nuestros lectores, he hecho la debida consulta a una persona de edad avanzada y natural de este pueblo molinés; se me informa en el sentido de que dicho pairón se colocó en honor de San Juan, según se ha creido siempre. Sabido eso, creo oportuno rectificar.
(En la imagen el pairón barroco de San Juan, de Cubillejo del Sitio)

domingo, 16 de noviembre de 2008

EL REAL SITIO DE "LA ISABELA"


LA ISABELA

Los habitantes de los pueblos cercanos conocían al Real Sitio de La Isabela como "Los Baños". Estaba situado aquel pequeño Versalles de la Alcarria en la orilla derecha del río Guadiela, muy cerca de Sacedón. Era un balneario ostentoso, levantado por mandato y capricho de la reina Isabel de Braganza, segunda mujer de Fernando VII, en recuerdo de la cual recibió ese nombre. Se comenzó a construir según los reales gustos de su tiempo en 1817, y fue declarado Real Sitio en 1826, año en el que concluyeron las obras. A mediados del siglo XX, con la subida de las aguas del pantano de Buendía, desapareció para siempre. Cuando las aguas del pantano han dejado la zona al descubierto, del Real Sitio apenas queda un importante montón de ruinas.
Como datos de interés respecto a lo que el poblado de La Isabela fue, puede decirse que contaba con veintiséis manzanas de casas y unas cincuenta viviendas; un edificio destacado como cuartel para los guardias de Corps, además de otros servicios de posada, tienda, carnicería, horno de cocer, escuelas de niños y de niñas y una iglesia dedicada a San Antonio de Padua. Todo ello en torno a dos calles geométrica­mente rectas, dos plazas y una extensa huerta rodeada de verja. La Casa Real, que era el más noble de sus edificios, tenía trece balcones y doce ventanas sólo en la fachada que miraba a los jardines. Las dos fuentes principales estaban dedicadas al rey Fernando VII y a la reina Isabel II, su heredera. El paseo principal, al que llamaban Salón del Prado, estaba dedicado así mismo a Isabel II.
La Casa de Baños estaba a 150 metros separada de la residencia, muy cerca del cauce del río. Contaba con treinta y una habitaciones para bañistas y residentes. Los efectos curativos de sus aguas se extendían a males tan dispares como reuma, gota, erupción de la piel, efectos nerviosos, enajenación mental, epilepsia, convulsiones, hipocondria, asmas nerviosas, neuralgias, parálisis, cálculos, hepatitis y efectos sifilíti­cos, oftalmias, bronquitis y catarros, por señalar tan sólo los más comunes. Queda constancia de que en el año 1512, es decir, tres siglos antes de ser constituido balneario y casa de baños, ya acudían enfermos a buscar remedio para sus dolencias, y entre ellos don Gonzalo de Córdoba, el Gran Capitán.
Sus aguas podían tomarse bebidas o en baño. La gente prefería emplearlas por el segundo sistema, debido al mal sabor que, incluso a baja temperatura, suelen tener las aguas sulfuro­sas.
La fotografía nos muestra el puente de acceso al balneario sobre el río Guadiela

viernes, 14 de noviembre de 2008

MONS.ASENJO, ARZOBISPO COADJUTOR DE SEVILLA



Es el más reciente de los prelados de la Iglesia nacidos en la provincia de Guadalajara. Alumno y profesor de su Seminario, sacerdote de su diócesis, y desde el día de ayer, 13 de noviembre del año 2008, Arzobispo Coadjutor de la Archidiócesis de Sevilla.
Fue nombrado obispo titular de Iziriana y auxiliar de la Diócesis de Toledo el 27 de febrero de 1997 por S.S.Juan Pablo II, y ordenado obispo en la catedral primada el 20 de abril del mismo año. Mons. Juan José Asenjo Pelegrina nació en Sigüenza el día 15 de octubre de 1945, y fue ordenado sacerdote el 21 septiembre de 1969; es licenciado en Teología y diplomado en Archivos y Bibliotecas. En el momento de ser nombrado Obispo de la Iglesia, ostentaba los cargos de canónigo de la Catedral Seguntina y vicesecretario para Asuntos Generales de la Conferen­cia Episcopal Española. Con anterioridad había sido director del Archivo Histórico Diocesano y delegado para la diócesis de Sigüenza-Guadalajara del Patrimonio Artísti­co.
El 23 de abril de 1998, Mons. Juan José Asenjo Pelegrina fue elegido en asamblea plenaria de los obispos españoles, secretario de la Conferencia Episcopal Española. El día 27 de septiembre del año 2003 tomó posesión como obispo de Córdoba, diócesis en la que ha venido ejerciendo su ministerio pastoral durante los últimos cinco años.
La toma de posesión de Mons. Asenjo, está prevista para el sábado 17 de enero a las doce horas, en la catedral de Sevilla. Allí se encontrará con una nutrida representación de paisanos y amigos que dejó por ésta, su tierra natal.

martes, 11 de noviembre de 2008

DESDE EL ALTO REY


DESDA EL ALTO REY: EL PAISAJE, EL ARTE
Y LA LEYENDA

Desde la cima del Alto Rey se dominan por todo su entorno hasta cuarenta pueblos diferentes, las aguas de dos pantanos, y un panorama inmenso de campos en los que pasta el ganado. Los pinares entran en el juego manchando de un verde turbio las faldas de los montes, y sobre toda la sierra el puro azul del cielo y las nubes de algodón. Albendiego y Somolinos son dos de aquellos treinta pueblos. Están situados muy cerca de la Montaña Sagrada; y por mitad, el río Bornova, un mito en el vivir diario de los serranos desde que el mundo es mundo.
La Sierra de Atienza, o Sierra de Pela -llamémosla como nos parezca, pues ambas cadenas montañosas por allí coinciden-, guarda entre sus pliegues de caliza toda una serie de pueblecitos de muy contada entidad por los que la gente, poco a poco, está comenzando a tomar interés. La razón principal son los infinitos atractivos, tanto artísticos como naturales, que junto a la bonanza de su clima durante los meses de verano, ofrece de manera puntual a quienes tienen a bien acercarse alguna vez por aquellos pagos.
Ante los ojos, y en una visión panorámica completa que abarca a los dos en su conjunto desde la carretera, tenemos en ellos una muestra clara de estos pueblecitos que el éxodo habido en el medio rural durante los años sesenta del pasado siglo, trajo como consecuencia dejar en su expresión más insignificante. Por fortuna, todos sus encantos quedaron allí para que la gente los conozca, los palpe y goce de ellos, como dádiva a perpetuidad de la Naturaleza y de la Historia, volcadas cada una sobre el mismo terreno en su debida proporción. El día declina. Para estas tierras es la hora sublime, la hora bruja, la hora idílica de al caer la tarde.
Albendiego asoma a retazos el ocre enrojecido de sus tejados, con los que cubre el medio centenar de casas por encima del verde tupido de la arboleda. Somolinos queda al otro lado, extendido en la ladera, colgado en los blancales que sobre el barranco por el que baja el Bornova deja en su vertiente del mediodía el cerro que dicen de la Coronilla. Uno y otro cuentan por sí mismos con mérito bastante como para detenerse en cualquiera de ellos. Encontraremos poca gente, es verdad, pero los pueblos están allí. Si pudiéramos cortar en línea recta entre ambos, nos daríamos cuenta de que apenas les separa la distancia de un tiro de piedra. Albendiego se honra de su ermita medieval de Santa Coloma, la de los magníficos calados románicos en el ábside y ventanales en los que se repite, perfecta, como el día mismo en que la sacaron a la luz los picapedreros, la estrella de David. Somolinos por su parte, pregona desde la solana sobre la que se recuesta, la maravilla de su hermosa laguna, el recuerdo casi perdido de sus viejas fábricas de paños, la riqueza de su arena única para refractarios, y qué sé yo cuántas cosas más de las que sólo queda para ver y para admirar el agua clara de la laguna.
A quien esto escribe le gusta perderse por aquellos luminosos vallejuelos de la Sierra de Pela, sin que jamás le faltaran argumentos válidos y excusas suficientes para andar por allí.
Por cuanto a Albendiego (nombre de origen musulmán, y antiquísimo por tanto), al cabo del tiempo he llegado a la conclusión de que se trata del lugar con mayor carácter de todos los de la comarca. Un pueblo de raíz perdida entre la maraña de los siglos, y en el que todavía existen casonas multicentenarias que son ejemplo auténtico de la arquitectura rural autóctona de las faldas del Alto Rey. Entre el pueblo y la ermita de Santa Coloma hay otra ermita menor y de concepción más moderna, dedicada a San Roque. También se ve, dos pasos más allá, un calvario de piedra oscurecida que data, casi con absoluta seguridad, de la Baja Edad media, punteando en añosos hitos aquellas praderas en las que se da el heno, florece la alfalfa del pastizal, pinta con suerte desigual la cebada del tardío, y atraviesa el arroyo entre una cadena interminable de arbustos marañosos y de sargatillos que el caminante deberá cruzar con tiento.
Un decir por los pueblos de la zona con categoría de historia verdadera, corre después de los años por la memoria de quienes viven allí, sobre todo de la gente mayor que son la mayoría. Según refieren, un hecho insólito se marcó como a fuego en el recuerdo de aquellas buenas gentes, un hecho que nadie de los que hoy viven tuvo ocasión de comprobar personalmente, pues debió de suceder hace más de un siglo. No obstante, sí que se da como cierto y perfectamente demostrable que entre nuestros dos pueblos, Albendiego y Somolinos, cayó en desgracia como consecuencia una especie de maldición o sortilegio que hizo imposible que jóvenes de uno y otro pueblo contrajesen matrimonio, por lo menos en los años o siglos de que se tiene noticia. La causa no fue otra que una leyenda la mar de pintoresca que de manera sucinta paso a referir.
Cuentan que en cierta ocasión, San Antonio, patrón de Somolinos, se enamoró perdidamente de Santa Coloma, patrona de Albendiego. Dicen que un día el Santo portugués se atrevió a bajar entre dos luces hasta la ermita de la Santa con la más limpia intención de pretenderla. Ocurrió que San Roque, por la puerta de cuya ermita hubo de pasar el enamorado Antonio, sospechó de las intenciones de su bienaventurado vecino en aquel gélido crepúsculo del campo serrano; y queriendo poner veto al posible idilio, que, dicho sea de paso a él personalmente no le había parecido nada bien, le azuzó el perro que se lanzó sobre él con ímpetu, lo que obligó al patrón de Somolinos a dar marcha atrás, a poner los pies en polvorosa hacia la sagrada paz de su pequeña ermita de donde nunca más volvió a salir, salvo a hombros de los lugareños y en procesión solemne el día de su fiesta mayor.
Aseguran que algún cura, párroco de ambos pueblos, intentó a lo largo de todo el siglo XX a jóvenes casaderos de cada lugar, incluso con interesantes regalos de por medio pensando en el ajuar y en los gastos normales del día de la boda; pero todo resultó inútil. El maleficio, salvo mejor opinión, sigue en pie hasta el día de la fecha y es más que probable que continúe así por años y por décadas, entre otras razones porque tampoco hay jóvenes en el uno y el otro lugar como para plantearse –por motivos de amor, naturalmente– el dar al traste de una vez con los efectos perniciosos que para ambos pueblos acarreó la leyenda.
Viejas historias aparte, y puestos ante la realidad puesta al día, Albendiego y Somolinos son dos pueblos agraciados por el capricho de la Naturaleza. La ermita, ahora restaurada, de Santa Coloma, es una de las joyas más estimables de nuestro pasado, única en su género y con el refrendo histórico de haber servido de sede a una pequeña comunidad de monjes Canónigos Regulares de San Agustín, de los que ya se tiene noticia a finales del siglo XII. Y Somolinos, blanqueando en la solana, chiquito y con un brillante pasado laboral en antiguas artesanías, del que solemos admirar la variedad de sus alrededores: huerta, agua y roca, en un rincón de la Provincia a donde el viajar nunca será tiempo perdido, y menos si se tiene en cuenta que a cuatro pasos queda a la vista de todos otro referente indiscutible de nuestro mejor legado románico: la iglesia de San Bartolomé de Campisábalos, con su famosa capilla de Sangalindo y el mensario sobre el muro, único también, que nunca nos cansamos de mirar y de admirar.
(En la iamgen el ábside románico de la iglesia de Santa Coloma en el pueblecito serrano de Albendiego)

sábado, 8 de noviembre de 2008

RECORDANDO AL PINTOR ALEJO VERA


RECORDANDO AL PINTOR ALEJO VERA

Desde tiempos muy lejanos guardo en los desvanes de la memoria una imagen que hoy me ha dado pie para llenar, creo que con suficiente oportunidad, mi página semanal del periódico. Era la época de estudiante bisoño en la escuela del pueblo. Ante una treintena de alumnos el maestro explicaba complacido las virtudes de nuestra raza trayendo a colación una página histórica casi olvidada: el último día de la ciudad de Numancia forzado por los propios numantinos, que prefirieron matarse unos a otros y pegar fuego a la ciudad antes que rendirse gratuitamente frente al enemigo invasor, en un alarde de supremo heroísmo. Pasados los años uno se ha ido dando cuenta de que el comportamiento de los numantinos hubiera sido verdaderamente heroico si hubiesen ofrecido batalla, si hubieran sucumbido en el empeño defendiendo la ciudad, pero con las armas en la mano. Quiero pensar, ahora con mi mentalidad de adulto, que aquella decisión, colectiva o impuesta por unos pocos, vaya usted a saber, anda más cerca de la cobardía que del heroísmo, que, como fácil es de comprender, se trata de términos contrapuestos. En todo caso es una manera diferente de entender la Historia que en modo alguno pretende enmendar la plana a mi viejo maestro, al que tanto le debo.
La enciclopedia que empleábamos los alumnos por entonces completaba la escasa documentación sobre el asunto con una fotografía impresionante, con la reproducción de un cuadro en el que el pintor había representado, de forma magnífica, su visión acerca de aquella tragedia: cadáveres de niños y de mujeres por el suelo, un valiente que se hunde un puñal en el pecho, otra mujer que bebe un vaso de cicuta, un paisano más que desafía, moribundo, al invasor con el brazo extendido, mientras como fondo la ciudad que arde por los cuatro costados.
El cuadro lo he vuelto a ver más veces representado en libros y revistas, y siempre me ha traído a la memoria aquellos años de infancia junto a tantos amigos que casi nunca he podido ver después. Se encuentra en el Museo del Prado. El cuadro tiene para mí todo el mérito que se le puede otorgar a la pintura romántica del siglo XIX como inspirada obra de arte, además de su importancia como documento histórico y visión cruda de un acontecimiento ocurrido en nuestro suelo durante los primeros tiempos de la romanización.
El autor del cuadro periódico fue un hombre notable de nuestra tierra, Alejo Vera Estaca, nacido en el pueblo campiñés de Viñuelas el 14 de julio de 1834, hijo de José y de Norberta, un chiquillo de los que por entonces correteaban por las calles de su pueblo, pero en el que los maestros habían advertido unas cualidades excepcionales para el dibujo. Una beca de la Diputación Provincial abrió el camino del milagro, haciendo posible que el muchacho recibiera enseñanzas artísticas en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando de la capital de España, y estudios superiores después teniendo como maestro a Federico Madrazo.
La provincia de Guadalajara no es pobre, por fortuna, en celebridades, tantas de ellas semiocultas o cuando menos olvidadas del saber, y por tanto de la debida consideración, por parte de sus paisanos. Poco a poco se viene haciendo el esfuerzo, por parte de algunos, de sacar a la luz estas estrellas de la cultura nacional hijos de nuestros pueblos: músicos eminentes, pintores, literatos, eclesiásticos y figuras de la milicia, con los que podríamos llenar un lujoso panel en razón de justicia, en donde ocupase un lugar destacado este pintor campiñés, cien veces galardonado, merecedor de premios en las más importantes exposiciones habidas en nuestro país y fuera de nuestras fronteras. Desde 1856 que presentó a concurso una de sus primeras obras en las galerías del Ministerio de Fomento, hasta 1910, y hasta después incluso, que tomó parte en la Exposición Internacional con motivo del cuarto centenario de la ciudad de Buenos Aires, todo fue una muestra continua de su trabajo por Roma, por Viena, por Munich, y sobre todo por Madrid, donde se dedicó no sólo a pintar, sino también a enseñar, dejando como estela una larga lista de nombres famosos entre sus discípulos, tales como Carlos Zúñiga y Figueroa o Eduardo Rosales.
Como en siglos atrás había ocurrido con tantos pintores españoles de los que hoy nos honramos, la estancia de Alejo Vera en Italia, indiscutible país de las artes y de los principales artistas del Renacimiento, le fue útil para asentar una base firme en su formación ya entrado en la madurez. Las ciudades de Roma y Pompeya, con su densa historia lejana y sus infinitas ruinas, tan afines a la temática general del Romanticismo que le tocó vivir y del que participó plenamente, fueron motivo ideal no sólo para los escenarios y fondo de tantos de sus cuadros, sino visión histórica, a modo de cantera inagotable, en la que inspirarse.
Considero que no tendría sentido ofrecer al lector una relación cumplida de las obras más importantes del pintor de Viñuelas, pues no es esa nuestra intención precisamente, sino la de sacar un poco del olvido la persona y la obra de este ilustre de nuestro pasado. A pesar de todo no me resisto a traer a la memoria o al conocimiento de sus paisanos, y en ellos incluyo a los guadalajareños de todas las comarcas, tres obras de reconocido interés además de la ya dicha “Los últimos días de Numancia”. Estas pudieran ser “El entierro de San Lorenzo” que resultó premiada con medalla de primera clase en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1862, Comunión en las catacumbas, propiedad del palacio del Senado, y “Una señora pompeyana en el tocador”, al que en 1871 se le otorgó el más estimable de los galardones de su tiempo, la medalla de Carlos III.
Alejo Vera fue académico de número en la Real de Bellas Artes de San Fernando y Director de la Academia Española de Bellas Artes en la ciudad de Roma. Murió sin que su fallecimiento se hubiera hecho saber, por voluntad propia, hasta después del entierro al que sólo asistieron media docena de íntimos. Esto ocurrió en Madrid el 4 de febrero de 1923, próximo ya a la edad de noventa años. La Academia y el Círculo madrileño de Bellas Artes declararon varios días de luto al saber de su muerte.
Me consta que un centro escolar, el Instituto de Bachillerato de Marchamalo, y una calle en su pueblo natal, honran con su nombre a este singular personaje de la pintura española del siglo XIX. No sé si es suficiente o resulta escaso el homenaje público a su memoria. En todo caso ahí queda su nombre y su obra magnífica, motivo de honor para un pueblo y para toda una provincia.

Este trabajo se publicó en el año 2003, en el diario “Nueva Alcarria” de Guadalajara, con el mismo título con el que aquí aparece. La pintura que lo encabeza no es otra que el famoso “El último día de Numancia”, de Alejo Vera.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

LA CALDERONA


LA CALDERONA

Mucho dio que hablar en la España de los Austrias esta singular mujer, nacida en Madrid el año 1611. Se trata de una famosa actriz de teatro, la más conocida en su tiempo, y de nombre María Calderón, que tuvo como amante al rey Felipe IV, con quien tuvo un hijo y, probablemente, también una hija. Al bastardo, reconocido como hijo más adelante por el propio rey, se le puso de nombre don Juan José de Austria. En vista del enorme escándalo, no sólo en la corte, sino dentro y fuera de Madrid, Felipe IV impuso en calidad de destierro a "La Calderona" -que así se la conocía a nivel popular-, y a su hija, el entrar en religión y marchar lejos de la corte. Así lo cumplió la famosa comedianta, y profesó como monja en el monasterio benedictino de San Juan Bautista de Valfermoso de las Monjas (Valle del Badiel) a finales de marzo de 1642, llegando a ser madre abadesa del mismo. Fallecería en dicho monasterio en en 1646. Las malas lenguas, que siempre las hubo, llegaron a decir que el rey en persona acudía a verla al monasterio algunas noches de verano.

jueves, 30 de octubre de 2008

EL BARRANCO DE LA HOZ


BARRANCO DE LA HOZ

Paraje angosto, muy pintoresco y espectacular, en el Señorío de Molina, término municipal de Ventosa y muy cerca de Corduen­te. Abriéndose tajo entre los tremendos peñascales cortados en vertical, discurren Barranco abajo las aguas corrientes del río Gallo. Mesas de piedra utilizables como merendero y sombras de arbolado en las márgenes del río, completan con las rocas de extrañas formas y el santuario de la Virgen de la Hoz toda la maravilla de aquel afortunado rincón de la provincia.
El Barranco de la Hoz fue, en tiempos anteriores a la contaminación de los ríos, un estupendo lugar para la pesca de la trucha y del cangrejo.
Dentro del santuario se venera en su ermita, abierta bajo las peñas, la imagen de la Virgen de la Hoz, Patrona de Ventosa, de Corduente, de Molina y, por exten­sión, de todo el Señorío. Se dice que la imagen de la Virgen se apareció en aquel mismo lugar a un pastor de Ventosa, apenas concluida la reconquista de Molina. La imagen es una talla románica del siglo XII. Su coronación canónica tuvo lugar el 31 de agosto de 1953. La fiesta patronal se celebra el 8 de septiembre, en tanto que la romería principal a su santuario tiene lugar durante la mañana del domingo de Pentecostés, con representación de la famosa "Loa del gallego".
Esta representación teatral se llama así por ser "el Gallego" uno de los personajes centrales que intervienen en el desarrollo del acto. La "Loa" es una antiquísima manifestación cultural, de caracter religioso-festivo, simultánea en el tiempo con la La Caballada de Atienza, pues como aquella tiene lugar el día de Pentecostés, y como marco la explanada del santuario en el Barranco. Todo el auto sacramental, con personajes sacados del fondo literario de los clásicos, lleva como fin último el triunfo del Bien sobre el Mal.
Terminada la representación, los danzantes bailan con espadas y palitroques, concluyendo el acto con la formación de una torre humana coronada por un ángel que lanza varios vivas en honor de la Virgen de la Hoz.

lunes, 27 de octubre de 2008

EL TENORIO MENDOCINO


EL TENORIO MENDOCINO

Representación teatral del "Don Juan Tenorio" de Zorrilla, que cada año, desde 1992, se viene ofreciendo al público de Guadalajara durante la noche del 31 de octubre, por los distintos rincones y monumentos renacentistas de la capital alcarreña. La plazuela colateral con la capilla de Luis de Lucena, la fachada del palacio de La Cotilla, el patio del palacio de don Antonio de Mendoza, el de los Leones del palacio del Infantado, la plazuela de la concatedral de Santa María y los jardines y portada de la antigua iglesia de La Piedad, son el escenario ideal para la representación en vivo de las diferentes escenas de este “Tenorio” itinerante, que no solo se ha llegado a consolidar, sino que en sus pocos años de existencia se ha convertido en una de las manifestaciones culturales más importantes de la ciudad.
Los actores, personajes del vivir cotidiano de la ciudad, agrupados en un cuadro artístico con el nombre de "Gentes de Guadalajara", entre los que -por sólo citar algunos de ellos- se han contado, y algunos se siguen contando, con Abigail Tomey, Javier Borobia, José Antonio Suárez de Puga, Fernando Borlán, recientemente fallecido, Fernando Revuelta, y otros más hasta un número aproximado de veinticinco, integran el reparto completo de la obra más popular del Romanticismo Español, y más veces representada que ninguna otra en los escenarios españoles.
En la imagen, cedida por el diario “Nueva Alcarria” se recoge un momento de la “escena de la ventana”

domingo, 26 de octubre de 2008

HISTORIAS MENORES DEL PALACIO DEL INFANTADO ( VI )


EL MILAGRO DEL CARDENAL
La imaginación popular y el sentir de aquel tiempo dan cuenta de un portento ocurrido en Guadalajara el día 11 de enero de 1495, coincidiendo con la muerte del cardenal don Pedro González de Mendoza. Se dice que fueron muchos los vecinos de la ciudad en sus distintos barrios, los que vieron una enorme cruz blanca situada sobre el palacio donde murió, en el instante mismo de su fallecimiento; que la cruz sirvió de aviso a la población para comunicarle el triste desenlace, y que, al cabo de un rato, desapareció tan misteriosamente como la habían visto aparecer. No obstante, la figura de la cruz permaneció grabada sobre el césped del patio del palacio, avalando la vida, y sobre todo dando fe de la muerte en aquel lugar, de quien llegó a conocerse como el "Tercer rey de España".

viernes, 24 de octubre de 2008

DOS PINTURAS DE BUERO VALLEJO


DOS PINTURAS DE ANTONIO BUERO VALLEJO

Aún no había cumplido dieciocho años el joven Antonio Buero cuando su afición a la pintura se lo llevó de Guadalajara, su ciudad natal, hasta la Capital de España. Era por entonces Madrid, más que en ninguna otra época, el “rompeolas de todas las Españas”, y un atractivo fascinante para los espíritus inquietos, para los ánimos cargados de sueños y de proyectos. Un grupo importante de jóvenes insatisfechos, nombres que años después serían punteros en las distintas ramas del arte y del pensamiento español, ya por aquellos años había tomado Madrid y se habían convertido en un aliciente incontenible para atraer a tantos más que, con el correr del tiempo, se inscribirían así mismo en la nómina de los españoles universales.
Guadalajara carecía por entonces de un movimiento cultural que mereciera la pena. La ciudad se limitaba a tratar a sus hijos adolescentes con cariño, con una ternura a la que contribuía de manera eficiente el paisaje de sus alrededores; pero nada más. Antonio Buero, uno de aquellos mozalbetes a los que la horma de su ciudad les resultó pequeña, con toda la ilusión que le daba su edad y el título de bachiller por toda indumentaria, un buen día se marchó a Madrid. Así lo cuenta el ensayista malagueño Julio Mathías: “Pero en Guadalajara, a pesar de sus monumentos artísticos y de sus palacios cargados de historia y de leyenda, no hay posibilidad para un joven que aspira, sobre todas las cosas, a ser pintor. La pintura requiere, aparte de la vocación y la inspiración, un duro aprendizaje. Madrid y su Escuela de Bellas Artes de San Fernando le atraen. Solo cincuenta y seis kilómetros le separan de la casa paterna”.En cierta ocasión pasé por Taracena con el único fin de ver un par de pinturas de Buero Vallejo en el domicilio particular de algún familiar suyo. Su madre, doña Mari cruz Vallejo, había nacido en este apacible lugar cercano a la capital de provincia. Dos señoras de Taracena, Maria Luisa y Margarita, primas lejanas del autor, conservan colgados en lugares preferentes de sus casas dos pinturas de aquel Antonio Buero en sus años jóvenes.

Una de esas pinturas, la de menor tamaño, la guardaba con celo Maria Luisa. Representa una escena lejana en el tiempo de la Ciudad del Acueducto, que el autor tituló “Estampa segoviana”. En ella aparecen un hombre y una mujer, dos castellanos viejos ataviados con la indumentaria festiva de hace un ciento de años; como fondo, una parte del caserío y la torre del lugar. En uno de los ángulos aparece la firma del pintor “BVERO”, detalle que sobrevalora la obra hasta lo infinito. Está realizada en 1948, el año al que nuestro insigne dramaturgo diese la primera campanada solemne con la “Historia de una escalera”.
El segundo de los cuadros que pude ver, lo conservaba como oro en paño Margarita. Es un bello retrato de 85 x 67 cm. De tamaño. En él aparece don Andrés José Quemada, padre de su dueña y amigo del pintor. Está sentado, con el brazo derecho reposando sobre una mesita de escritorio y un libro en su mano izquierda. Se trata, qué duda cabe, del trabajo de un artista conocedor del medio. Igual que el anterior fue pintado en Madrid, durante el mes de enero de 1948.
Uno, que admira y cree valorar el talento y la personalidad de don Antonio Buero Vallejo, que siempre tuvo a gala incluirlo entre los tres primeros autores dramáticos en lengua castellana del siglo XX -los otros dos serían García Lorca y Valle Inclán-, quiere ahora resaltar esta otra faceta de su importante quehacer, aquella para la que él creyó haber nacido, y que, como el tiempo se ha ido encargando de demostrar, no fue así. Don Antonio hubiera sido un pintor destacado, su talento le hubiese llevado a sobresalir, pero es muy posible que no hubiese pasado de allí. Probó fortuna en otra rama del arte que desde niño también le atraía, y ésta le sonrió desde el primer momento para que no tuviera dudas sobre qué decisión tomar en un futuro.
Guadalajara vino abriendo los ojos durante las últimas décadas de vida de este hijo simpar; título que nada ni nadie será capaz de quitarle; pero buena cosa es sacar a la luz la causa primera y única por la que Antonio Buero decidió marcharse de estas viejas riberas del Henares, y ofrecer a sus paisanos una muestra de aquellos “entretenimientos” de juventud, algunos de los cuales, por fortuna, se quedaron aquí.

Este mismo artículo se publicó en “Nueva Alcarria” en diciembre de 1994. Lo leyó don Antonio Buero, y días después me mando una carta de agradecimiento manuscrita, que guardo como un tesoro. De esa carta, y con relación a estos cuadros, trasncribo lo siguiente: «Mi viejo amigo Quemada, tan afectuoso siempre conmigo cuando yo no era nadie, me encargó esos dos óleos; se casó con Celia, una prima mía de Taracena. Ninguno de los dos está ya en el mundo.»

(Las fotos corresponden a las pinturas de su familiar Antonio José Quemada y Estampa segoviana).

lunes, 20 de octubre de 2008

MANU LEGUINECHE, ALCARREÑO DE ADOPCIÓN


MANU LEGUINECHE, ILUSTRE ALCARREÑO DE ADOPCIÓN

Dentro de unas fechas, sus compañeros y amigos vamos a rendir un homenaje de amistad y de admiración a Manu Leguineche; un periodista y escritor que ha preferido la Alcarria para escribir, y para descansar de su ajetreada vida como profesional del periodismo. En estos momentos se recupera de las secuelas de una delicada operación quirúrgica a la que se sometió varios meses atrás.
Su nombre completo es el de Manuel Ángel Leguineche Bollar, nacido en Arrazua (Vizcaya) en 1941. Se trata de uno de los miembros destacados de esa pléyade de intelectuales y artistas que un día descubrieron la Alcarria y en ella se quedaron a vivir.
Viajero por el mundo con predilección por los países lejanos y exóticos, donde siempre hay algo que ver y descubrir para contarlo después a sus lectores. Corresponsal de guerra en Vietnam y en la Guerra del Golfo. Es fundador de las agencias de noticias Colpisa y Fax Press. Autor de una obra interesante y muy extensa, que le ha hecho merecedor entre algunos más los premios Nacional de Periodismo, Pluma de Oro, Cirilo Rodríguez, Godó, Julio Camba, y Ortega y Gasset. Son algunas de sus principales obras “El camino más corto”, “El precio del paraíso”, “Yo te diré...”, “Yo pondré la guerra”, "En el nombre de Dios”, "Hotel Nirvana", "La felicidad de la tierra" y “El Club de los Faltos de Cariño”. Las dos últimas -de lectura exquisita, escritas con la calma y el sosiego que por lo general exige la buena literatura- son a manera de cuadernos de notas inspiradas en el ambiente cotidiano de los pueblos de Guadalajara en los que ha vivido: Cañizar, y Brihuega, donde tiene su casa.
En octubre de 1986, Manu Leguineche se instaló para vivir en una casa de campo perdida en el bosque, término municipal de Cañizar con vistas al valle del Badiel y a las sierras del norte, conocido por El Tejar de la Mata, que sería su rincón de descanso y de trabajo entre viaje y viaje por el mundo. Años después se trasladó a otra villa de la Alcarria: Brihuega, donde ahora reside durante largas temporadas. El 31 de enero de 2004, el Ayuntamiento de Peñalver y otras asociaciones provinciales le concedieron el meritorio premio de Su peso en miel, con el que cada año distinguen a celebridades nacionales del mundo de la Literatura, del Arte y de la Comunicación.

viernes, 17 de octubre de 2008

DON ANTONIO SANZ POLO HA MUERTO


FALLECIÓ DON ANTONIO SANZ POLO

Acabo de leer en la prensa provincial la esquela de su fallecimiento. La vida no perdona, mal que nos pese. A los 95 años de edad falleció ayer, día 16, en Guadalajara, uno de los últimos caballeros con madera de hidalgo que han dado al mundo las tierras del Señorío. Lo he sentido. Solía ir a visitarlo con relativa frecuencia, y me agradaba mucho conversar con él. Últimamente tuve la impresión de que nada del mundo le interesaba. Fue un hombre de conciencia recta, caballero sobre todo lo demás, muy en la línea de esa pléyade de notables que con el correr de los siglos fueron apareciendo en la ciudad de Molina y en otras villas de su entorno, cuyos escudos de armas campeán sobre las fachadas de los edificios.
Don Antonio estudió Magisterio en Toledo y la licenciatura en Ciencias Naturales en la Universidad de Madrid. Maestro de Maestros. Nació en Molina de Aragón en 1913, y ejerció como maestro una corta temporada en el colegio Rufino Blanco de Guadalajara. Inspector de Enseñanza Primaria en Galicia, Asturias y León, para asumir después el cargo de Inspector General de Enseñanza Primaria. Los puestos dentro de la política también lo siguieron durante una cierta época de su vida, y así ostentó entre otros el de Diputado Provincial en Soria, Presidente de la Asociación Nacional de Inspectores, miembro del Consejo General de Educación Física y Deportes, y representante de España en las reuniones del Consejo de Europa en Estrasburgo. Contó con varias condecoraciones importantes en premio a su labor: Comendador de la Orden de Cisneros, Encomienda de la Orden de Alfonso X el Sabio, Encomienda al Mérito Civil, y Medalla al Mérito de la Asociación Nacional de Amigos de los Castillos.
Para quienes le conocimos, no nos pasaron desapercibidos otros muchos merecimientos más: su natural sentido de la amistad, el amor a su tierra, y el haber reconstruido, sacándola de las ruinas, la enorme torre del histórico castillo de Zafra a sus solas y exclusivas expensas, sin ninguna otra ayuda oficial ni privada. Su memoria durará tanto, años y siglos, como los que permanezca erguida sobre las rocas de la Sierra de Caldereros, la torre del homenaje del Castillo de Zafra, a partir de hoy monumento a su memoria.
La fotografía que encabeza estas palabras la tuvo presente en su habitación durante los años finales de su vida. Se la tomé en cierta ocasión, sentado junto a la chimenea, en la última planta de la torre de su castillo. Todavía habría de estar entre nosotros diez años más. Que en paz descanse, el maestro y el amigo.

miércoles, 15 de octubre de 2008

HISTORIAS MENORES DEL PALACIO DEL INFANTADO ( V )


LA RECPCIÓN AL REY FRANCÉS

Es posible que el lector no considere de “historia menor” este episodio sacado del vivir de siglos del Palacio de los duques del Infantado, pues se trata un acontecimiento de extraordinaria importante, no sólo en la historia de tan emblemático monumento, sino de la ciudad de Guadalajara en donde se encuentra.
Los ejércitos españoles del Emperador Carlos, derrotaron de manera estrepitosa al enemigo francés en la batalla de Pavía, el 24 de febrero de 1525. Hicieron prisionero a su rey, Francisco I, y bajo la vigilancia de Hernando de Alarcón se le trajo a Madrid en un intento de concertar con él una paz duradera entre los dos países, y en unas condiciones, dada la situación, abiertamente favorables al Emperador.
Las fiestas en honor al rey de los franceses a su paso por Guadalajara todavía se siguen recordando -en documentos escritos, naturalmente- como las más grandes que se dieron en la ciudad a través de toda su historia. Comenzaron en Torija con unas justas entre caballeros que admiraron al rey francés; y continuaron en Guadalajara con un desfile interminable de caballeros ataviados con sus mejores galas; recepción por parte del duque del Infantado, a la sazón enfermo de gota, en el “patio de los leones”, y alojamiento en la sala más lujosa y rica de palacio: el salón de linajes.
Un autor de la época, Luís de Zapata, da cuenta del asombro que supuso para el ilustre prisionero contemplar en el salón reservado para él tanto lujo, tantas colgaduras y tapices, tanto oro, y tantos emblemas y escudos de nobleza, como rodeaban bajo el oro de la techumbre los cuatro muros de la estancia. Creo que estos versos del “Carlos famoso”, escritos por el antes dicho autor, tienen aquí su lugar oportuno. Los personajes son el propio rey francés, y el duque de Tendilla que le sirvió de guía:

“¿Qué escudos de armas eran los pintados
que en lo alto alrededor por todo había?
Señor, él respondió, nuestros pasados,
en quien muy gran virtud resplandecía,
de todos los linajes señalados
de España, y de los que aún después habría,
para a sus descendientes mover tanto
hicieron esta sala por encanto,
la cual de los linajes es llamada,
porque en ella esculpidos están todos
los de España, ahora sean de otra mesnada,
o de la antigua sangre de los godos…”

Al día siguiente al de su llegada, la fiesta se extendió de manera espontánea por toda la ciudad. Hubo cucañas, capea de toros en una plaza improvisada en las afueras del palacio, justas y juegos de cañas en los que sólo participaron caballeros de la ciudad; bailes y fiestas por todos los barrios, y hasta una lucha de “animales feroces” en la que pelearon con toda su crueldad y arrestos un toro y un fiero león.
El rey francés quedó impresionado. Las fiestas en honor del ilustre prisionero se extendieron en Guadalajara durante varios días más. El palacio y sus jardines se vieron engalanados como nunca lo estuvieron. En recompensa al duque -la política suele tener esas cosas- el Emperador le entregó una condecoración que pocos grandes de Europa poseían por aquel tiempo: el Toisón de Oro.