miércoles, 3 de agosto de 2016

VOLVER A VIVIR


            Hoy he tenido necesidad de acercarme a Galve de Sorbe, nuestro pueblo más cercano, en donde pasé uno de los años más bonitos de mi juventud. Cuando se nos acaba un medicamento, en estos pueblos de la Sierra Norte nos acercamos a Galve, donde Montse, la farmacéutica, nos atiende con una prontitud y una profesionalidad admirables. La farmacia de Galve está en la plaza del pueblo, una de las plazas más completas y vistosas de la provincia: una fuente abundante, con dos chorros manando de continuo sobre su pilón redondo;  una picota gótica del siglo XVI, elegante y en perfecto estado de conservación, y como fondo sobre el cercano otero, el castillo de los Estúñiga.
            En las que antes fueron escuelas, sobre el arqueado soportal de la plaza, está el ayuntamiento. Me emociono siempre que paso por la plaza de Galve. Allí estuvo la segunda escuela que yo regenté siendo soltero. La primera fue la de Cantalojas, el pueblo de Paquita -hoy mi mujer y mi novia por aquellos años. Al otro lado de esas ventanas me inicié, digamos que con seriedad e ilusión sobre todo, en la escritura con ciertas pretensiones literarias. Aquellas tardes  solitarias, silenciosas, infinitas, lentísimas, del curso escolar 1962-63, en un invierno especialmente frio, marcaron mi verdadera segunda vocación. Detalle autobiográfico que ha merecido su espacio en el recientemente concluido trabajo de memorias “Cuaderno de recuerdos”, con este párrafo que hoy me parece oportuno sacar a la luz, y que lo dice todo: 
«Dos horas de cada tarde, cuando no estaba el tiempo para echarme a la carretera, camino de Cantalojas a pie, me quedaba en la escuela después de la clase y las dedicaba a leer a los clásicos; tarea que había iniciado en Cantalojas tiempo atrás y que
volví a recuperar en mi año de Galve con un interés todavía mayor; pues una vez aprobada la oposición y cumplido el Servicio Militar, no tenía otros quehaceres más importantes que reclamaran mi tiempo con mayor premura. Azorín y los autores de su generación, Galdós y los de la suya, con Bécquer, Juan Ramón y los Machado entre los poetas, no sólo me abrieron las ganas de leer, sino también las de escribir; pues fue allí donde en los tempraneros atardeceres -anocheceres, casi- de aquel invierno, y al continuo murmullo de los chorros de la fuente que subía desde la Plaza, empecé a hacer mis primeros pinitos literarios, mis primeros versos como todo el mundo, que muy pronto dejaría  definitivamente, porque tampoco -empleando las mismas palabras que empleó Cervantes- “tenía yo como poeta la gracia que no quiso darme el Cielo”. El despertar en mí de la escritura en prosa, si algo he llegado a hacer o pueda hacer en lo sucesivo que haya merecido la pena, vendría más tarde, no mucho después. Como las cosas importantes que a uno le marcan la vida.»

Pero fue aquel año, sí, el de Galve de Sorbe en el silencio de la solitaria escuela, el que me inició en los primeros pasos de mi interés por la escritura, que hoy ha vuelto a iluminar mi recuerdo.