lunes, 18 de enero de 2016

"LA MALQUERIDA", UN DRAMA MOLINÉS


Lo que aquí paso a escribir, me lo contaron en el pueblo hace algunos años con motivo de mi primera visita a Tierzo, allá cuando mis viajes periodísticos de "Plaza Mayor" que tanto me ayudaron a conocer, y en consecuencia, también a querer y a sentir admiración por aquellas nobles tierras de Molina. Las cosas -dicen-, miradas de un modo subjetivo, tienen, ni más ni menos la justa importancia que se les quiera dar; para mí, el hecho al que me refiero hoy fue toda una sorpresa, pues se trata, nada menos, que de la raíz y el origen de lo que poco después habría de ser una de las obras más conocidas de la producción literaria de todo un Premio Nobel.
No es preciso decir que el hecho real sobre el que basa su argumento el
drama "La Ma
lquerida" de don Jacinto Benavente es poco edificante, la razón
cae de s
u peso; no obstante, como dato de interés para la historia personal de
las tierras del Señorío
, no es nada desdeñable, merece la pena. Lamento, eso
sí, no tener todos los datos precisos que tantos molineses de tiempo atrás
tuvieron en mente y que tal vez todavía recuerdan, por haberlo oído contar, algunos de los mayores que todavía viven. Si estas cuatro líneas sirven para que quede constancia escrita al paso de los años
, se habrá visto cumplido mi propósito de que las cosas no debieran perderse, dado que los pueblos tienen derecho a ser depositarios a perpetuidad de todo lo que es suyo, también los aconteceres y leyendas, que a veces se suelen evaporar cuando las personas desaparecen.
            Pues bien, sucedió que allá por la segunda década del pasado siglo -pronto se cumplirá el primer centenario-, un hecho singular conmovió a las tierras del Bajo Señorío y de toda Molina. En Tierzo, y de manera cobarde, se había cometido un crimen pasional valiéndose de unos matones a sueldo. La víctima fue al parecer un hombre apuesto, se llamaba Francisco, y de sobrenombre "El Pañero". Estaba casado con una mujer joven, hijastra de un ricachón que desde niña se había enamorado de ella. La mujer, según cuentan, hacía buenos ojos al amor innoble de su padrastro, a cambio, quién sabe, si de tener a su alcance todos los caprichos que una muchacha de su tiempo y de su condición pudiera desear. Es lo cierto que, entre uno y otra, tramaron la manera de quitarse de en medio al infeliz esposo de la muchacha, quien por su oficio de vendedor ambulante pasaba la mayor parte de los días fuera de casa; de una casa que, según dicen en el pueblo, existe todavía.
            Parece ser que fueron tres forasteros los autores materiales del crimen. Tres esquiladores que por aquellos días de finales de mayo andaban por allí trabajando en su oficio igual que cada año. El precio convenido, mil pesetas de las de entonces, todo un capital. De la forma en que le dieron muerte no se sabe nada. El lugar a dos kilómetros del pueblo. El cadáver lo metieron en un saco y lo escondieron en el agujero de una alcantarilla. Para despistar a la justicia los asesinos fueron a lavarse a una fuente lejana, cerca de Molina. Cuando se descubrió todo, y las circunstancias que dieron lugar a hecho tan tremendo pudieron conocerse con detalles, a la esposa del muerto la metieron en la cárcel y allí dio a luz. Un verdadero drama, efectivamente. Las gentes de Tierzo, y más todavía las de los pueblos vecinos, compusieron coplas en las que se relataba el hecho vil que durante muchos años se ha recordado en el pueblo.
            Al poco tiempo, ese mismo suceso con ligeras variaciones de matiz, y trasladado a otro ambiente y a otra región de España, recorrió los escenarios del país con un éxito de público sin precedentes. La famosa copla de don Jacinto, aquella que decía así: El que quiera a la del Soto/ tiene penas de la vida/ por quererla quien la quiere/ le llaman la Malquerida/ fue una constante en el decir popular de la época, y, desde luego, algo debió contribuir a la concesión del más importante premio que en el mundo se concede a los hombres de letras. En todo ello no aparece el pueblo de Tierzo. Participó en las horas de angustia como su primer escenario, pero no en lo oropeles que siguieron al éxito de una obra singular, reconocida por todos.