domingo, 28 de septiembre de 2008

LOS PUEBLOS NEGROS DE GUADALAJARA


LOS PUEBLOS NEGROS DE GUADALAJARA
Con ese nombre se conoce a una subcomarca característica de la zona Noroeste de la provincia de Guadalajara, que ocupa una parte considerable del Macizo de Ayllón. El color mate oscuro de las viviendas, de las calles, de los caminos y de las montañas, debido a las lajas de pizarra que de manera tan abundante por allí se dan, dejó nombre a toda esta zona de montaña en la que asientan 26 lugares y aldehuelas de esta provincia castellana..
Valverde de los Arroyos y Majaelrayo son los más importantes de los lugares situados en el corazón de los Pueblos Negros. Campillo de Ranas, Campillejo, Bocígano, Bustares, Cardoso de la Sierra, Peñalba y Colmenar de la Sierra, son algunos más entre los que se debe contar debido a su singular interés.
El ambiente bucólico de estos pueblos, así como sus viejas y arraigadas costumbres, folclore y tradiciones festi­vas, los han convertido durante los últimos años en motivo de frecuentes visitas por parte del público, que desea descubrir en ellos su antigua cultura popular y las formas de vida en las comarcas histó­ricamente más apartadas y más típicas de la Meseta Central.
Los pequeños municipios de la zona asientan en torno a los 1.250 metros de altura sobre el nivel del mar, si bien, en la cumbre de algunas de sus montañas se sobrepasan los 2.200. Las casas suelen ser de dos plantas, ventanales pequeños, con viejos sistemas de escaleras y pavimento de madera en el piso superior para prote­ger­se de los intensos fríos durante los largos inviernos de aquella serranía. Los tejados y las paredes de las viviendas están construidos a base de plan­chas planas de pizarra natural. Hasta hace algunos años, gran parte de los habitantes de los Pueblos Negros fueron pastores trashumantes. Su medio de vida fue, y sólo en parte lo sigue siendo, la ganadería lanar y algo de cabrío y vacuno.

La fotografía está tomada en la placita de Campillejo

viernes, 26 de septiembre de 2008

RETABLO ARRIACENSE


EL “RETABLO ARRIACENSE” DE VICTOR DE LA VEGA

Existen dos pinturas, obra de la segunda mitad del siglo XX las dos, ambas de propiedad particular, que son pura esencia del alma guadalajareña, pues en ellas se recoge una buena parte de nuestra historia, de nuestros personajes más distinguidos, de nuestro arte y de nuestro paisaje en un alarde de buen hacer, de conocer el pasado de esta tierra, y de lo que todavía es más difícil: saberlo traducir en imágenes y en color verdaderamente memorables. “El Cristo de la miel”, del madrileño Rafael Pedrós, a la que nos hemos referido en nuestros escritos en más de una ocasión; y la segunda, a la que hoy me refiero de manera exclusiva, es el “Retablo Arriacense”, propiedad de la Caja de Ahorros Provincial de Guadalajara, que preside la sala de juntas de la entidad, y que en su día fue adquirida por encargo al pintor conquense Víctor de la Vega, trabajo poco conocido por el gran público guadalajareño, y en el que se recoge un abigarrado conjunto de escenas y de lugares, de personajes históricos a modo de exposición, o retablo, como su nombre indica, donde apenas falta nada de lo que Guadalajara es, y sobre todo, de lo que Guadalajara ha sido.

La pintura que hoy ocupa nuestro espacio está realizada en óleo sobre tabla, mide 3,46 metros de ancho por 1,77 de alto; fue realizada en el año 1977, y reproducida en tamaño 47 por 24 centímetros, en edición numerada y con la firma del autor, por gráficas Heraclio Fournier en 1978, con fotografía de Fernando Nuño.
El contenido del cuadro es denso; pues en el recortado espacio de seis metros cuadrados aparecen centenares de motivos diversos, en su mayor parte perfectamente reconocibles. Allí encontramos, ocupando los ángulos inferiores y en lugares preferentes, a los poetas medievales Juan Ruiz, Arcipreste de Hita; Iñigo de Mendoza, Marqués de Santillana, y al pintor Juan Bautista Maino, los tres en pleno trabajo. Alvarfáñez de Minaya, al frente de una mesnada de guerreros por tierras de la Alcarria, ocupa así mismo un espacio distinguido como reconquistador de muchas de nuestras villas y ciudades, incluida la propia capital. Una repleta comitiva de personajes a caballo de la nobleza guadalajareña aparece en un primer plano de la escena; en ella encontramos una vez más al Marqués de Santillana, ahora como guerrero, al Cardenal González de Mendoza, a la reina doña María de Molina; tropel en el que se advierten otros personajes del Renacimiento: la Princesa de Éboli y su esposo Ruy Gómez de Silva, el “Doncel” Vázquez de Arce, entre varios más. Y de la era moderna, el Dr. Layna Serrano, sentado junto a un grupo de colmenas, leyendo plácidamente a la sombra de un pino; meleros del campo de la Alcarria, segadores de mieses, artesanos, pecheros, músicos, niños que juegan al corro, pajes y otros individuos a pie, en un escenario natural formado por algunos de los accidentes paisajísticos más notorios de la provincia: el Pico Ocejón, el cerro de Hita, los impresionantes cortes verticales del Barranco de la Hoz, el embalse de Entrepeñas, las Tetas de Viana...
Y monumentos, una cumplida representación de los muchos monumentos que enriquecen a esta provincia castellana. Quizá las iglesias románicas, los históricos castillos y los palacios, sean con los personajes a los que nos acabamos de referir, los motivos más interesantes en los que detenerse al contemplar el cuadro. Castillos de Molina, de Atienza, de Jadraque, de Cifuentes, de Galve, de Zorita, de Guijosa, de Pioz...Iglesias de Sigüenza (la Catedral), de Guadalajara (San Ginés y Santa María), las románicas de Campisábalos, de Carabias, de Saúca, de San Bartolomé de Atienza. Los palacios del Infantado en Guadalajara y de Medinaceli en Cogolludo; picotas, pairones molineses; son nombres memorables que se pierden entre un sinfín de motivos más y que harían esta relación interminable. En la parte superior, como sellando cuanto allí se dice en imágenes, tres ángeles tenantes sostienen el escudo de la provincia.

jueves, 25 de septiembre de 2008

EL PASO DEL MAROJO


EL PASO DEL MAROJO

Se trata de un rito ancestral que, en ocasiones, practican los habitantes del pueblecito alcarreño de San Andrés del Rey, para curar a los niños enfermos de hernia inguinal.
La ceremonia tiene lugar a las del alba, el día de San Juan, en un paraje próximo al pueblo donde se ha rajado un marojo tierno previamente tirando de sus ramas. Un hombre se sube a la copa de un árbol del contorno y anuncia a gritos que el sol está a punto de salir. Cuando el astro inicia su aparición por el horizonte el vigía lo hace saber a la concurrencia con otro grito. El niño ha de estar completamente desnudo. Mientras el sol va saliendo, otro hombre llamado Juan, le entrega el niño a una mujer de nombre María, pasándolo por entre las ramas del marojo, en tanto que dice: "Este niño ha de sanar la mañana de San Juan. Tómalo, María". La mujer, seguidamente, repite la acción y pro­nuncia la misma frase con un "Tómalo, Juan". Y así por tres veces. Luego ponen al niño, supuestamente curado, en los brazos de su madre, a la que saludan y felicitan los convecinos que han acudido a contem­plar la ceremonia, con otra frase ritual: "Dios y San Juan quieran que el marojo lo sane". Los padrinos (Juanes) cierran la raja que se hizo en el tronco del árbol, la rodean con peladuras tiernas de mimbre que recubren con barro. Si la herida en el marojo cicatriza, el niño sanará; si no es así, continuará enfermo. Al arbolillo cicatrizado se le pondrá el nombre del niño, y quedará exento de que alguien lo tale.
La fotografía está tomada en la Plaza del Ayuntamiento de San Andrés del Rey.

lunes, 22 de septiembre de 2008

HISTORIAS MENORES DEL PALACIO DEL INFANTADO (II)


DON APÓSTOL DE CASTILLA
Personaje real o legendario, el muchacho era miembro de la familia mendocina de Guadalajara. De él se cuenta que en cierta ocasión asistió a los toros que ya en su tiempo se corrían en la villa de Sacedón coincidiendo con sus fiestas mayores. Allí dice la tradición que, abusando de su condición y linaje noble, se propasó con una linda mozuela del lugar. A la vista de tan cobarde comportamiento, todo Sacedón se levantó contra semejante villanía, por lo que el caballero estimó prudente huir a todo correr sobre su cabalgadura hacia Guadalajara, en compañía del escudero que de manera servil le acompañaba. Pero cuentan que al llegar al estrecho enriscado de las Entrepeñas, los mozos de la villa se hicieron presentes a la espera, saliendo a su encuentro por un atajo que sólo los del pueblo solían conocer. Allí, empuja­dos por un ardiente deseo de venganza, le amenazaron con sus ballestas cerrándole el paso. Al mancebo, hijo de tan ilustre familia, le era imposible volver atrás sin ver afrentada su noble condición; girar el caballo en aquellos angostos para escapar le era todavía más difícil; por lo que decidió arremeter contra aquella juventud embravecida, que no dudó en responder a la afrenta usando sus ballestas. El caballo y el caballero cayeron despeña­dos al precipicio, donde las aguas del río Tajo arrastraron su cadáver. Años después, alguien dejó grabada sobre la superficie de las peñas una copla -lamento de su propia madre- que las obras de ensancha­miento de la carretera, en su día, se encargaron de arrancar, y que decía así:

Don Apóstol de Castilla,
¡Fijo de mi corazón!
¡Qué caros que te han costado
los toros de Sacedón!

(Lo refiere José María Quadrado en su libro "Guadalajara y Cuenca", recogido del decir popular hace 160 años en la propia villa de Sacedón).

jueves, 18 de septiembre de 2008

EL HAYEDO DE TEJERA NEGRA


TEJERA NEGRA
Paraje de alta montaña situado en el término munici­pal de Cantalojas (Guadalajara). Ocupa una extensión de 1.640 hectáreas de serranía boscosa y está considerado oficialmente y protegido como Parque Natural. Comparte con los de Montejo de la Sierra (Madrid) y Riofrío de Riaza (Segovia) su condición de bosque de hayas más meridional de Europa. Siendo éste el hayedo mayor en superficie de los tres antes dichos. En sus soberbias hondonadas de pastizal se alimentan durante varios meses del año cientos de vacas de cría en régimen de absoluta libertad. Otros animales salvajes encuen­tran en Tejera Negra el lugar ideal para su hábitat, tales como el águila real, el buitre leonado, el halcón abejero, el corzo, el jabalí, la nutria, el gato montés y el tejón, sin contar los reptiles dañinos, como la víbora.
Es posible que el aire de sus bosques y el agua de sus arroyos sean de lo más puro y saludable de todas las tierras de Guadalajara. Diecisiete especies vegetales se suelen dar con frecuencia en Tejera Negra, además de las hayas que le aportan fama. Son algunas de ellas el roble, el acebo, el serbal, el abedul, la jara, el pino y el cerezo silvestre.
Ya en el siglo XIII aparecen referen­cias escritas a este rincón de la geografía guadalajareña, precisa­mente en el Libro de la Montería de Alfonso X el Sabio, cuando dice:"Texera Negra es boen monte de oso et de puerco en todo tiempo".
Las hayas encuentran refugio en los valles umbríos y en las laderas de esta sierra donde apenas da el sol y la temperatura es baja. Esta especie arbórea tan singular, propia de países septentrionales, tiene como enemigos en Tejera Negra a los pinos silvestres de repoblación que ocupan su sitio impidiendo de alguna manera su reproducción natural por falta de espacio y de alimento. En un elevado porcentaje las hayas que allí existen son jóvenes a pesar de todo, si bien, quedan como muestra algunas docenas de ejemplares centena­rios, de rugosa piel y vacío corazón.
Los picos que cierran la caldera o anfiteatro del hayedo por el poniente tienen una altitud aproximada en la cumbre de 2000 metros sobre el nivel del mar, aunque algunos de ellos como el Alto del Porrejón (2012) y La Buitrera (2046), los sobrepasan.
Por el fondo bajan limpias a juntarse con el Sorbe, todavía lejano, las aguas del río Lillas que nace en aquellas sierras.

EL CAPÓN DE PALACIO


EL CAPÓN DE PALACIO
Es el nombre popular con el que se conoce al cuadro Preparando a Cristo para la Crucifixión, de José de Ribera, “El Españoleto”, perteneciente a la iglesia parroquial de Cogolludo. Sus medidas son de 2,30 x 1,75 metros, y se corresponde con el momento por el gusto tenebrista más culminante del pintor de Játiva. Se le da ese nombre por ser el regalo que los duques de Medinaceli donaron a la parroquia en correspondencia del "capón" -pollo bien cebado- que cada vecino le debía entregar como aguinaldo el día de Navidad. El lienzo fue robado una noche cruda del año 1986, apareciendo casual­mente pocos meses más tarde enrollado en el interior de un vehículo, al que sus ocupantes habían abandonado por miedo a la justicia en la ciudad de Irún. Provisional­mente, y esperando se tomasen medidas de seguridad suficientes en la iglesia de Cogolludo, se instaló en el Museo Diocesano de Sigüenza, hasta el mes de agosto de 1995 que se devolvió a su lugar en la iglesia de Cogolludo entre los aplausos del público.

lunes, 15 de septiembre de 2008

HISTORIAS MENORES DEL PALACIO DEL INFANTADO (I)


LA RICA HEMBRA DE GUADALAJARA

Se trata de un personaje singular el que quedó registrado en la Historia de Guadalajara con ese nombre. Se llamó doña Juana de Mendoza, hermana del primero de los Diego Hurtado de Mendoza, y a la sazón viuda del Adelantado Mayor de Castilla don Diego Gómez Manrique de Lara, muerto por los portugueses en la batalla de Aljubarrota.
Se cuentan de esta bellísima y brava mujer hechos extraordinarios, tales como no permitir que bajasen el puente del castillo donde solían pasar el verano una noche que su marido regresó tarde, arguyendo que ninguna castellana honesta podía abrir las puertas de su castillo a nadie en ausencia de su marido. En otra ocasión uno de sus secretarios, enamorado de ella perdidamente, le hizo llegar una carta de amor entre los papeles que le había preparado para la firma. A la mañana siguiente el infeliz amaneció ahorcado a la vista de todos, pendiente de una reja que había frente al castillo.
Pero lo más extraordinario que se cuenta de esta extraña mujer, fue cómo se gestó después de ser viuda su segundo matrimonio con don Alonso Enríquez, hijo primogénito del Maestre de Santiago don Fadrique, y sobrino, por tanto, del rey Enrique II de Castila. Don Alonso, con una recomendación a su favor escrita y firmada por el propio Rey, osó presentarse ante la dama con pretensiones matrimoniales, como uno más de los grandes de la Corte que se atrevieron a hacerlo después de la muerte de su marido. Doña Juana leyó temblorosa la carta en su presencia, mientras que él permanecía galante a sus pies rodilla en tierra. Con todo el desdén propio de algunos miembros de la familia Mendoza, le respondió: “Faltaría más, que yo me case ahora con el hijo de una mujer judía”. La reacción del pretendiente no fue otra que levantarse airado y asentar en el rostro de la bella dama tal bofetada que le dejó marcada en el rostro la señal de la mano. Ella llamó a gritos a los criados de la casa familiar (hoy Palacio de los Duques del Infantado) para que detuvieran al agresor antes de que escapase y que llevasen aviso al cura de la parroquia para que se hiciera presente con urgencia en el lugar del suceso. Maniataron al ofensor, y cumpliendo la orden de su señora fueron a la cercana iglesia de Santiago a llamar al cura. Pensaron que sería para administrarle los últimos sacramentos antes de llevarlo a la horca; pero no fue así, pues ante el sorprendido auditorio la bella dama dijo al clérigo: “Padre, dispóngase a casarme enseguida con este hombre”, cosa que el cura cumplió con toda prontitud. Al ser preguntada sobre el porqué de tan extraño comportamiento, doña Juana de Mendoza respondió con esta frase lapidaria que ha pasado literal al extenso anecdotario mendocino: “Porque no se dijese que hombre alguno, fuera de mi marido, había osado abofetearme”.
La historia local cuenta y no acaba de la extraña conducta de aquella bellísima mujer; por ejemplo: una vez que su marido llegó tarde al castillo donde pasaban una temporada de verano, ella dio orden de no bajar el puente, arguyendo que ninguna castellana honesta podía abrir las puertas del castillo a nadie en ausencia de su marido.
Estas cosas ocurrieron aquí, en la Guadalajara madre, en la Guadalajara de España; son como las gotas de limón con las que se rocía la sabrosa paella de su historia más próxima, si no en el tiempo, sí en el espacio.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

BIBLIOGRAFÍA BÁSICA DE GUADALAJARA ( I )


HISTORIA DE GUADALAJARA Y SUS MENDOZAS
De Francisco Layna Serrano

Pocas provincias de España dispondrán, como dispone la de Guadalajara, de una información más completa, más profunda, más amena y mejor documentada, acerca de su pasado. Todo gracias al trabajo y al talento de una serie de cronistas y de estudiosos, que a lo largo de su vida fueron dejando una buena parte de su quehacer en favor de la tierra en que vivimos.
De todos estos respetables historiadores, y hasta el día de hoy, conviene destacar un nombre, el de Francisco Layna Serrano como autor, y el título de una obra grandiosa: Historia de Guadalajara y sus Mendozas en los siglos XV y XVI ; historia que nadie hubiese podido imaginar con relación a una ciudad y a una provincia de las menos pobladas, pero de las más importantes en aportación a la Historia de España, sobre todo en la época del Renacimiento, que es precisamente la que se recoge en esta obra del Dr. Layna de manera especial, y de la que, por fortuna hoy podemos disfrutar en una edición relativamente reciente, y que nos permite salvar el inconveniente de poder echar mano a aquella otra que se publicó en vida del autor, casi imposible de conseguir y, por tanto, de leer o consultar.
Son cuatro los tomos de los que consta esta edición, con un total de unas 1.800 páginas entre todos ellos. La edición está preparada por el actual cronista provincial Dr. Herrera Casado, y fue publicada entre los años 1993 y 1995. Las ilustraciones -casi todas en la color-, los grabados, planos y otros detalles que se incluyen, completan en esta edición de auténtico lujo el inmejorable valor de la palabra escrita.
El tomo primero abarca una buena parte del siglo XV, girando un elevado porcentaje de la información en torno a la persona de don Iñigo López de Mendoza, Marqués de Santillana, y su tiempo. El tomo segundo recoge la historia de Guadalajara en la época de los Reyes Católicos, siendo la figura central el Cardenal Mendoza. En el tercer tomo se pasa al siglo XVI, el de la expansión de varias ramas de los Mendozas por villas y lugares de la provincia; es la época del Imperio y del auge los duques del Infantado. Y en el cuarto y último tomo se da noticia de la vida municipal y de los gremios y costumbres, con extensión a otros siglos posteriores de los que se da cumplida noticia de la Guadalajara del Barroco, de la Ilustración, incluso del siglo XIX, con su desarrollo e instituciones.
Editado por Aache es el primer libro sobre Guadalajara que, por su interés e importancia, he creído conveniente exponer y recomendar.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

EL MADROÑAL DE AUÑÓN


Son infinitos los encuadres sorprendentes que se pueden conseguir con la cámara apenas cambiar de un lugar a otro por el ancho campo de la provincia de Guadalajara. El que nos muestra la fotografía puede ser muy bien uno de ellos. Conjunto de tierra y cielo con el agua como fondo. Para los habitantes de Auñón, en pleno sequedal de la Alcarria, la imagen es harto conocida. Muchos de ellos la disfrutan y la viven con todo su esplendor varias veces a lo largo del año con motivo de esas visitas que el pueblo tiene por costumbre cumplir hasta el santuario de su Patrona a lo largo del año. Una antigua devoción que ocupa su espacio entre los grandes afectos de la comarca.
La tierra no es otra que la áspera con la que se cubre una buena parte de la Alcarria; el cielo, ese azul de cualquier mañana que tan sólo son capaces de valorar con todos sus matices y sugerencias los buenos pintores y los buenos poetas; el agua, la del embalse de Entrepeñas en momentos de mayor fortuna. Y en medio de todo el venerable santuario de la Virgen del Madroñal, uno de los tres grandes que hay en la Alcarria, y cuya pequeña imagen es de fe para los auñoneros que fue esculpida por el evangelista San Lucas.