domingo, 18 de diciembre de 2011

HOMENAJE A JUAN PABLO II


Con asistencia de más de doscientas personas al acto, pese a las bajas temperaturas en la mañana del pasado día 10, la ciudad de Guadalajara inauguró en la glorieta de la avenida que lleva su nombre, una estatua en bronce a tamaño natural del recordado pontífice Juan Pablo II, hoy beato de la Iglesia. De esta manera, la capital de provincia se une al homenaje universal que el mundo católico dedica al personaje tal vez más influyente del siglo XX.


Como asistentes, varias autoridades civiles y religiosas, entre las que se encontraba el obispo de la diócesis, Mons. Atilano Rodríguez, que bendijo el nuevo monumento, y el alcalde de la ciudad, don Antonio Román, quien en su breve parlamento destacó la aportación de Juan Pablo II a la historia reciente. La magnífica estatua es obra del escultor Oscar Alvariño.  

martes, 13 de diciembre de 2011

DOS NOVELISTAS OLVIDADOS

            Revolviendo hace unos días varios legajos, folletos y libros antiguos, de los que todos tenemos guardados en alguna parte como curiosas piezas de colección, pero que no utilizamos nunca después de haberlos leído hace tiempo por primera vez, me encontré con dos publicaciones curiosísimas, con dos ejemplares escritos por autores de esta tierra. Creo que vale la pena sacarlos del fondo del arca donde duermen el sueño del olvido, y dedicarles por una vez este espacio semanal de reconocimiento y de homenaje a sus autores respectivos en el diario de su provincia, dejando al margen los años que han pasado desde que aquellas imprentas de los años veinte del pasado siglo, y aun anteriores, trajeron al mundo la novedad editorial de dos paisanos nuestros que, por una u otra razón, seguro que muy diferentes, se arriesgaron a publicar sendas historias, pese a los muchos inconvenientes que suponemos encontrarían para conseguirlo en aquellos tiempos, las cuales hemos tenido la suerte de que a través de un siglo hayan podido llegar hasta nosotros.
            En Literatura, lo mismo que en cualquier otra rama del Arte, es muy difícil poder conseguir un puesto sobre el podium de los excelsos; son infinitos los factores que intervienen para conseguirlo, y tantos los que lo logran al fin, tal vez sin haberlo pretendido, en su mayoría después de su muerte, cuando el público lector reconoce sus valores como aportación personal a la Literatura, un arte en el que los menos buenos arguyen que ya está todo descubierto, cosa que no es verdad.
            Los libros no tienen fecha de caducidad; ahí está para comprobarlo cómo se suceden a través de los siglos las grandes obras de los autores clásicos, casi desde los inicios de la civilización en los distintos continentes. Lo que sí ocurre es que los libros pierden interés con el pasar del tiempo, que su contenido quizás merezca la estima de un grupo más o menos reducido de personas, lo que lo lleva inevitablemente a morir, o lo que es lo mismo, a ocupar un sitio “in aeternum” en las cárceles del olvido.
            Algunos autores acaban sus días en el anonimato más estricto, tal vez porque las circunstancias le vinieron adversas, porque fueron inconstantes, o porque el manantial de la inspiración carecía de contenido. Son esos personajes incógnitos que ahí están, autores que optaron por no exprimir hasta la última gota el limón de sus posibilidades, y ahí nos quedó enterrado con ellos su trabajo impreso, atravesando el túnel de los siglos con el nombre en bandolera de su autor sobreviviendo a sus contemporáneos gracias a la huella, difícil de borrar, de la palabra impresa. A estos últimos, cada cuál con sus matizaciones y diferencias, podrían pertenecer nuestros dos personajes de hoy, de cuya obra y de una manera fugaz pasamos a ocuparnos.


“La flor de la Alcarria”

            La primera de las obras que hoy traemos a nuestro escaparate se titula “La flor de la Alcarria”,  impresa en el año 1890 y publicada por la librería de Fernando de Fe, Carrera de San Jerónimo 2, de la capital de España. Sus autores son dos adelantados de la villa de Horche: Tomás Bravo Lucas e Ignacio Calvo y Sánchez, el segundo de ellos no es otro que el autor del famoso Quijote, escrito en latín macarrónico, que tradujo y escribió muy a su modo, siendo seminarista en la ciudad de Toledo. La flor de la Alcarria lleva por subtítulo el de “Silueta de una predestinada”, y en él se recoge una historia de la vida real, ocurrida en la villa de Horche, en la que Margarita, su primer personaje, era hija única de una familia de campesinos, agraciada en su porte y bellísima de presencia, que abandonó la casa paterna siendo muy joven, para dedicarse en la ciudad a menesteres nada acordes con la educación que había recibido de sus honrados padres.
            Siendo bailarina, Margarita envenenó en la habitación del hotel al marqués Octavio Lallana, hecho que puso en guardia a los grandes del país y alertó a la policía hasta que fueron capaces de descubrir a la autora del crimen, a Margarita, la bella horchana de la que estaban enamorados los hombres de medio mundo, pues el suceso que dio argumento a la novela tuvo lugar en una de las grandes ciudades de Sudamérica.        El juicio constituyó en su tiempo uno de los acontecimientos que hoy hubiera llenado miles de páginas en las revistas del corazón. Pero es el caso, que el fiscal, enamorado de la muchacha como todos los hombres que la conocieron, admitió a pie juntillas los argumentos del abogado defensor, quien intentó demostrar que el crimen se había perpetrado en legítima defensa -lo que no pareció ser cierto-, y el juez, en medio del regocijo general de los asistentes que llenaban la sala, la declaró libre de toda culpa. La narración termina así:

            Sin embargo, la absuelta no se hacía participar de la satisfacción general. Aprovechando la confusión y sin que nadie lo notara, Margarita apuró el contenido de un frasquito.
            Cuando en la sala del Colegio de Abogados se reunieron defensor y defendida, ésta no pudo pronunciar más que estas palabras:
            -Cuando los jueces se equivocan, los reos se hacen justicia...
            Nuestra protagonista caía al suelo y poco después moría entre violentas convulsiones.”

            Un drama tremendo, real y muy al gusto de la época; un tiempo en el que imperaban los aires del realismo en la literatura, con algo de poso todavía de un romanticismo que parecía resistirse a desaparecer.


“La reina de los Cantones”

            La otra novela de autor guadalajareño a la que deseo referirme se titula “La reina de los Cantones”. La escribió Pedro Gamo en 1925, y fue publicada en los talleres coruñeses de tipografía El Noroeste.
            Pedro Gamo nació en Congostrina en 1898, fue ante todo poeta y autor de un libreto de zarzuela titulado “Los maletas”. Pedro Gamo tiene una placa conmemorativa en las calles de su pueblo natal. El autor de esta novela estudió en el Seminario de Sigüenza, y luego de una preparación adecuada ejerció como empleado e inspector de Hacienda en las ciudades de La Coruña, Barcelona y Madrid. La reina de los Cantones es un reflejo del acontecer diario en la ciudad gallega allá por los años veinte del pasado siglo, la vida ciudadana en torno a un personaje singular, Lucía Daveiga, una vampiresa de la belle epoque que durante algún tiempo fue la sensación en los paseos coruñeses de Los Cantones, un monumento en vivo con figura de mujer, sobre el que convergían cada tarde las miradas ávidas de los jóvenes y de la mayor parte de los caballeros de la ciudad.
            De esta manera relata López -uno de los personajes de la novela- a Rodrigo de Mendoza la aparición de la sirena en los bulevares coruñeses:

            “Hombre, al decir su historia quise decir lo que de ella se susurra. Lleva en La Coruña dos años, Se ignora de adonde vino. De la noche a la mañana hizo su aparición en el paseo; primero en compañía de una viejecita, luego en la de esas señoritas que ahora viste, cautivando desde el primer momento la atención y las miradas de todos. Ha tenido pretendientes a millares... Ha destrozado corazones sin ton ni son... A todos sonríe y a todos calabacea... Debe de ser un diablillo en forma de ángel y, sin embargo, ahí la ves, se pasea triunfal. ¿Quién será, quién no será? Misterio sobre misterio... ¡Pero bonita ya es la condenada!”

            La historia, bien escrita y de pura creación, sirve de pretexto al autor para contar fielmente, paso a paso, las formas de vivir, los tipos de gentes y de personajes tan distintos; las estampas diarias de la ciudad porteña, donde con frecuencia regresan a su tierra de origen hombres y mujeres que proceden de Cuba; las costumbres locales de la época desfilando a distancia por las cien páginas del libro, y siempre, en un primerísimo plano, los amores difíciles, tiernos a veces, a veces odiosos, entre Lucía Daveiga y Rodrigo de Mendoza, muy al gusto, por cierto, del carácter sentimental y chispeante de nuestros abuelos.
            A uno, que ha creído conveniente detenerse ante la personalidad y la obra escrita de estos eruditos de nuestra tierra, que se esforzaron por inmortalizar su nombre, dejando de paso como herencia un retazo del ambiente que les tocó vivir, bien le gustaría que de ello quedase constancia. Tres nombres sacados del olvido para la lista de guadalajareños en la literatura: Tomás Bravo Lecea, natural de la villa de Horche, que gustó colaborar con el más ilustre de sus paisanos, Ignacio Calvo, y Pedro Gamo Ortega, nacido en Congostrina -pueblo en el que años atrás tuve ocasión de conocer y de  charlar durante largo rato con su hermano Dionisio, que me regaló un ejemplar de la novela-, hombre inquieto, personaje destacado a quien los vientos de la casualidad anduvieron zarandeando de un lado para otro, pero que dejó una meritoria obra escrita, envuelta tal vez en el costoso hatillo de los sacrificios y que ha servido para volverse a hacer presente entre sus paisanos, así como sesenta años después de su muerte en Madrid. 

viernes, 2 de diciembre de 2011

UN CRUCERO EN AGUAS DE LA ALCARRIA


            Apenas ha transcurrido un mes de aquella memorable experiencia, cuando imponderables de salud ya vencidos me permiten llevar al papel escrito el relato de tan singular viaje. Entretanto dos acontecimientos cuando menos reseñables: una intervención quirúrgica de cierta importancia, de la que me recupero con éxito, y un hecho trascendente en la vida española, como lo han sido las elecciones generales ya resueltas. Lo uno y lo otro, porque la vida sigue a un ritmo imparable, han pasado a ser historia. Confiamos en que todo haya sido para bien.
            Fue un compromiso de amistad que deberíamos cumplir, producto de la generosidad de un matrimonio amigo, el de Carlos Tamayo, miembro activísimo de la Real Liga Naval Española, presidente de la delegación “Mares de Castilla” y editor de la revista “Lago y Montaña” -una de las pocas en su genero que realmente vale la pena leer-, y de su esposa Elisa, quien junto a mi mujer, Paquita, y a mí, naturalmente, teníamos proyectado desde antes de verano vivir unas horas de navegación tierra adentro por uno de nuestros pantanos; deseo que por motivos particulares de disponibilidad, tuvimos que aplazar hasta bien avanzado el mes de octubre.
            Carlos y Elisa pasan una buena parte del año en su chalet de la Sierra de Altomira, y como gentes de la mar tienen su barca motora varada de forma permanente en el Club Náutico del pantano de Bolarque. Digamos que en uno de los parajes menos conocidos para el común de los mortales, incluidos los de la propia Alcarria, y más espectaculares a considerar dentro de una provincia, como es la de Guadalajara, afortunada en bellezas naturales como saben muy bien nuestros lectores.
            Ahora, cuando parecen estar muy a la orden del día los cruceros marítimos por el Mediterráneo, o por algunas de las costas más selectas del norte de Europa, me atrevo a considerar como tal el recorrido, de sólo unas horas, por el pantano de Bolarque en toda su longitud y anchura, donde no faltan motivos importantes que conocer, y que admirar desde la corta distancia, con una perspectiva nada habitual, la misma que ofrece la costa vista desde el mar, la que ofrecen algunos rincones de la Alcarria contemplados desde las tranquilas aguas del pantano. Toda una experiencia que recomiendo a nuestros lectores, y que desearía que el tiempo y las circunstancias se encargaran de popularizar como uno de los atractivos más interesantes que Guadalajara, y en concreto los pueblos ribereños de la sierra de Altomira (Albalate, Almonacid y algunos otros) tomasen como proyecto de futuro a medio plazo y de manera reglada, contando con que está casi todo dispuesto para madurar la idea, y que durante cinco o seis meses cada años -de primeros mayo a finales octubre- ocasionaría a la comarca importantes ganancias, con algunos que otros puestos de trabajo por añadidura. Es posible que llevarlo a término no sea tan fácil como a mí me lo parece, o tal vez sí. La idea queda ahí mientras paso a dar cuenta de lo que fue nuestro particular “crucero”, nombre que le corresponde según la definición número seis que da el Diccionario de la Real Academia de la Lengua para esta palabra.

El viaje
            Nuestros amigos lo tenían todo preparado para el viaje: ligera ropa de abrigo, refrescos y viandas, y, por supuesto, su potente barca de motor con suficiente carburante para la travesía. La mañana nos regalo una temperatura agradable, el cielo con algunas nubes, y las aguas tranquilas. No nos cruzamos con otra embarcación durante el recorrido, el pantano, pues, fue todo para nosotros.
            A una y otra orilla los declives a trechos violentos de la sierra -peñascos y maleza, algunos troncos quemados por el voraz incendio de años atrás, cuya cicatriz como recuerdo queda a la vista a lo largo de casi todo el trayecto-, y de trecho en trecho algo interesante que ver o que comentar, a cuya altura se hacía obligado desacelerar la potencia del motor.
            Cuatro escalas se pueden considerar las más interesantes de extremo a extremo del embalse, desde el embarcadero del Club Náutico hasta los límites con el pantano de Buendía, que marcó el final de nuestra aventura: A saber: la presa de Bolarque, las ruinas del famoso Desierto, el Castillo de Anguix alzado sobre las peñas, y la ermita patronal de la Virgen de los Desamparados de Buendía.          

Motivos de interés
            Minutos después de zarpar en el embarcadero pasamos frente a la Presa del pantano. Es una larga historia la de la construcción de esta presa, iniciada en 1567 por empeño del entonces comendador de Zorita don Fernando Ortiz, quien ya pensó en la posibilidad disponer de las aguas embalsadas, con el fin de convertir en productivas las tierras de toda la comarca. Inundaciones, crecidas del río Guadiela, todo tipo de inconvenientes en cadena, dieron al traste repetidas veces con las obras obligando a empezar de nuevo; pero pudo más el tesón del comendador por conseguir su propósito, de manera que veinte años después, en 1587, la presa se dio por concluida. En junio de 1910, el rey Alfonso XIII inauguró la central hidráulica que tiene al pie.
            Junto a una pequeña cala lateral nos explica Carlos cómo en uno de los momentos más comprometidos del incendio, la Patrulla Auxiliar Marítima tuvo que rescatar en aquel mismo sitio a catorce bomberos, rodeados por el fuego con grave peligro de sus vidas.
            - Fue algo espantoso. El fuego consiguió cruzar de una orilla a la otra del pantano. 
             Y poco más adelante, las venerables ruinas del famoso Desierto de Bolarque con algunas de las pequeñas ermitas u oratorios repartidas por sus inmediaciones. Este convento fue fundado hacia el año 1512, llegando a su final definitivo en el 1835, con la expulsión de los monjes y el edificio requisado tras la llamada Ley de Desamortización. En la colegiata de Pastrana se conservan algunos enseres, cuadros e imágenes, y varios recuerdos procedentes del extinto cenobio, cuyas ruinas situadas en la solana entre la vegetación, esperan su total desaparición al paso de los años, y de los siglos.
            Y al fondo, dibujando un paisaje extraordinariamente único, el Castillo de Anguix, encaramado sobre el soberbio roquedal que, aprovechando la tranquilidad de la mañana,  vemos cómo se refleja en las aguas del embalse. Lo único que queda del castillo son unos cuantos muros con la torre del homenaje adornando la adusta silueta de la sierra. Se trata en su origen de una construcción medieval, del siglo XII, vuelto a reedificar prácticamente en su totalidad cuatro siglos después, cuando estas tierras estaban integradas en el concejo de Huete. Después pasaría a pertenecer al rey Enrique IV de Castilla; más tarde fue propiedad del primer conde de Tendilla, y finalmente posesión de los marqueses de Mondéjar. En la actualidad es parte de una finca particular de propiedad privada.
            Con el característico ruido del motor batiendo las aguas y dejando tras de nosotros una larga estela, que dividía la superficie del pantano en dos mitades a todo lo largo, entramos en la provincia de Cuenca. El pantano de Buendía debe de estar muy cerca de donde en este momento nos encontramos. Medio oculta bajo las peñas, algo similar a lo que ocurre en tierras de Molina con la ermita de la Virgen de la Hoz, tenemos junto a nosotros el pequeño santuario de la Patrona de Buendía, Nuestra Señora de los Desamparados. Venerable rincón de devociones al que ahora, con los nuevos sistemas de acceso -se llega en coche-, y la conveniente adaptación de su entorno junto al embalse, las autoridades y el pueblo de Buendía lo han convertido en uno de los lugares de recreo más estimables de toda la Alcarria. Naturalmente que recomendamos a nuestros lectores que lo conozcan, y que lo disfruten. Desde Guadalajara, o desde cualquier otro punto de la provincia, son todo facilidades para llegar aquí por vía terrestre.
            Y justamente allí, junto a los solemnes cortes rocosos que cubren el santuario, dimos por concluido el viaje. Pienso que dedicamos el mismo tiempo en el viaje de regreso que en el de ida. Los motivos eran los mismos; pero con diferente orientación iban tomando un interés distinto.
            Otra más de las maravillas naturales de la Alcarria que enriquecen el acervo provincial, donde la naturaleza, en colaboración con la mano del hombre, ha regalado para gozo y disfrute al hombre de hoy.

(En la foto: "Y al fondo el castillo de Anguix")
Nueva Alcarria, 2-XII-2011