Apenas ha transcurrido un mes de aquella memorable experiencia, cuando imponderables de salud ya vencidos me permiten llevar al papel escrito el relato de tan singular viaje. Entretanto dos acontecimientos cuando menos reseñables: una intervención quirúrgica de cierta importancia, de la que me recupero con éxito, y un hecho trascendente en la vida española, como lo han sido las elecciones generales ya resueltas. Lo uno y lo otro, porque la vida sigue a un ritmo imparable, han pasado a ser historia. Confiamos en que todo haya sido para bien.
Fue un compromiso de amistad que deberíamos cumplir, producto de la generosidad de un matrimonio amigo, el de Carlos Tamayo, miembro activísimo de la Real Liga Naval Española, presidente de la delegación “Mares de Castilla” y editor de la revista “Lago y Montaña” -una de las pocas en su genero que realmente vale la pena leer-, y de su esposa Elisa, quien junto a mi mujer, Paquita, y a mí, naturalmente, teníamos proyectado desde antes de verano vivir unas horas de navegación tierra adentro por uno de nuestros pantanos; deseo que por motivos particulares de disponibilidad, tuvimos que aplazar hasta bien avanzado el mes de octubre.
Carlos y Elisa pasan una buena parte del año en su chalet de la Sierra de Altomira, y como gentes de la mar tienen su barca motora varada de forma permanente en el Club Náutico del pantano de Bolarque. Digamos que en uno de los parajes menos conocidos para el común de los mortales, incluidos los de la propia Alcarria, y más espectaculares a considerar dentro de una provincia, como es la de Guadalajara, afortunada en bellezas naturales como saben muy bien nuestros lectores.
Ahora, cuando parecen estar muy a la orden del día los cruceros marítimos por el Mediterráneo, o por algunas de las costas más selectas del norte de Europa, me atrevo a considerar como tal el recorrido, de sólo unas horas, por el pantano de Bolarque en toda su longitud y anchura, donde no faltan motivos importantes que conocer, y que admirar desde la corta distancia, con una perspectiva nada habitual, la misma que ofrece la costa vista desde el mar, la que ofrecen algunos rincones de la Alcarria contemplados desde las tranquilas aguas del pantano. Toda una experiencia que recomiendo a nuestros lectores, y que desearía que el tiempo y las circunstancias se encargaran de popularizar como uno de los atractivos más interesantes que Guadalajara, y en concreto los pueblos ribereños de la sierra de Altomira (Albalate, Almonacid y algunos otros) tomasen como proyecto de futuro a medio plazo y de manera reglada, contando con que está casi todo dispuesto para madurar la idea, y que durante cinco o seis meses cada años -de primeros mayo a finales octubre- ocasionaría a la comarca importantes ganancias, con algunos que otros puestos de trabajo por añadidura. Es posible que llevarlo a término no sea tan fácil como a mí me lo parece, o tal vez sí. La idea queda ahí mientras paso a dar cuenta de lo que fue nuestro particular “crucero”, nombre que le corresponde según la definición número seis que da el Diccionario de la Real Academia de la Lengua para esta palabra.
El viaje
Nuestros
amigos lo tenían todo preparado para el viaje: ligera ropa de abrigo, refrescos
y viandas, y, por supuesto, su potente barca de motor con suficiente carburante
para la travesía. La mañana nos regalo una temperatura agradable, el cielo con
algunas nubes, y las aguas tranquilas. No nos cruzamos con otra embarcación
durante el recorrido, el pantano, pues, fue todo para nosotros. A una y otra orilla los declives a trechos violentos de la sierra -peñascos y maleza, algunos troncos quemados por el voraz incendio de años atrás, cuya cicatriz como recuerdo queda a la vista a lo largo de casi todo el trayecto-, y de trecho en trecho algo interesante que ver o que comentar, a cuya altura se hacía obligado desacelerar la potencia del motor.
Cuatro escalas se pueden considerar las más interesantes de extremo a extremo del embalse, desde el embarcadero del Club Náutico hasta los límites con el pantano de Buendía, que marcó el final de nuestra aventura: A saber: la presa de Bolarque, las ruinas del famoso Desierto, el Castillo de Anguix alzado sobre las peñas, y la ermita patronal de la Virgen de los Desamparados de Buendía.
Motivos de interés
Minutos
después de zarpar en el embarcadero pasamos frente a la Presa del pantano. Es
una larga historia la de la construcción de esta presa, iniciada en 1567 por
empeño del entonces comendador de Zorita don Fernando Ortiz, quien ya pensó en
la posibilidad disponer de las aguas embalsadas, con el fin de convertir en
productivas las tierras de toda la comarca. Inundaciones, crecidas del río
Guadiela, todo tipo de inconvenientes en cadena, dieron al traste repetidas
veces con las obras obligando a empezar de nuevo; pero pudo más el tesón del
comendador por conseguir su propósito, de manera que veinte años después, en
1587, la presa se dio por concluida. En junio de 1910, el rey Alfonso XIII
inauguró la central hidráulica que tiene al pie.Junto a una pequeña cala lateral nos explica Carlos cómo en uno de los momentos más comprometidos del incendio, la Patrulla Auxiliar Marítima tuvo que rescatar en aquel mismo sitio a catorce bomberos, rodeados por el fuego con grave peligro de sus vidas.
- Fue algo espantoso. El fuego consiguió cruzar de una orilla a la otra del pantano.
Y poco más adelante, las venerables ruinas del famoso Desierto de Bolarque con algunas de las pequeñas ermitas u oratorios repartidas por sus inmediaciones. Este convento fue fundado hacia el año 1512, llegando a su final definitivo en el 1835, con la expulsión de los monjes y el edificio requisado tras la llamada Ley de Desamortización. En la colegiata de Pastrana se conservan algunos enseres, cuadros e imágenes, y varios recuerdos procedentes del extinto cenobio, cuyas ruinas situadas en la solana entre la vegetación, esperan su total desaparición al paso de los años, y de los siglos.
Y al fondo, dibujando un paisaje extraordinariamente único, el Castillo de Anguix, encaramado sobre el soberbio roquedal que, aprovechando la tranquilidad de la mañana, vemos cómo se refleja en las aguas del embalse. Lo único que queda del castillo son unos cuantos muros con la torre del homenaje adornando la adusta silueta de la sierra. Se trata en su origen de una construcción medieval, del siglo XII, vuelto a reedificar prácticamente en su totalidad cuatro siglos después, cuando estas tierras estaban integradas en el concejo de Huete. Después pasaría a pertenecer al rey Enrique IV de Castilla; más tarde fue propiedad del primer conde de Tendilla, y finalmente posesión de los marqueses de Mondéjar. En la actualidad es parte de una finca particular de propiedad privada.
Con el característico ruido del motor batiendo las aguas y dejando tras de nosotros una larga estela, que dividía la superficie del pantano en dos mitades a todo lo largo, entramos en la provincia de Cuenca. El pantano de Buendía debe de estar muy cerca de donde en este momento nos encontramos. Medio oculta bajo las peñas, algo similar a lo que ocurre en tierras de Molina con la ermita de la Virgen de la Hoz, tenemos junto a nosotros el pequeño santuario de la Patrona de Buendía, Nuestra Señora de los Desamparados. Venerable rincón de devociones al que ahora, con los nuevos sistemas de acceso -se llega en coche-, y la conveniente adaptación de su entorno junto al embalse, las autoridades y el pueblo de Buendía lo han convertido en uno de los lugares de recreo más estimables de toda la Alcarria. Naturalmente que recomendamos a nuestros lectores que lo conozcan, y que lo disfruten. Desde Guadalajara, o desde cualquier otro punto de la provincia, son todo facilidades para llegar aquí por vía terrestre.
Y justamente allí, junto a los solemnes cortes rocosos que cubren el santuario, dimos por concluido el viaje. Pienso que dedicamos el mismo tiempo en el viaje de regreso que en el de ida. Los motivos eran los mismos; pero con diferente orientación iban tomando un interés distinto.
Otra más de las maravillas naturales de la Alcarria que enriquecen el acervo provincial, donde la naturaleza, en colaboración con la mano del hombre, ha regalado para gozo y disfrute al hombre de hoy.
(En la foto: "Y al fondo el castillo de Anguix")
Nueva Alcarria, 2-XII-2011
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