lunes, 12 de agosto de 2013

Luchar contra los incendios, asunto prioritario


Ni siquiera habíamos tenido una semana completa de descanso, de tenernos que irritar frente al televisor que emite imágenes desesperantes, cuando al saludar a un buen amigo de la infancia al que hace varios años que no veía, me dice al tiempo del consabido apretón de manos: ¡Se os quema Guadalajara! ¡Algo tendréis que hacer!
            No dudo que a cualquiera que contemple el horrible espectáculo que tan a menudo y con tanta violencia nos ofrecen los distintos medios, se le encoja el corazón mirando la pantalla. El paisaje natural en sí, la vida vegetal en su amplio conjunto que se desarrolla al margen de la vida del hombre, es algo de lo poco impecable que todavía tenemos a nuestro alrededor, por lo que todos deberíamos sentirnos responsables de su conservación y cuidado; más aún cuando la masa forestal, hortícola o pratense, supone, como así es, una considerable fuente de riqueza de la que directa o indirectamente todos somos beneficiarios.
            Los veranos que yo recuerdo han sido siempre por estas latitudes temporadas de calor, a veces de un calor intenso, superior incluso al que acabamos de pasar en fechas todavía recientes. Siempre hemos tenido bosques, por fortuna más abundantes que en otras provincias de España; siempre se llevaron a cabo las faenas agrícolas con similar exposición y riesgo; siempre han existido desalmados que arrojaron las colillas sin apagar por la ventanilla del coche, siempre. Pero no siempre se han producido tantos incendios como los que acabamos de sufrir en cualquiera de las comarcas de la provincia de Guadalajara. Algo especial debe ocurrir, a lo que urge poner remedio si no queremos resignarnos a ver nuestros campos convertidos en un desierto.

            ¿Problema de educación? Sí; pero se trata de una educación de los sentimientos, un terreno complejo, nada fácil de cultivar debido a la gran cantidad de matices que presenta, tantos como individuos. ¿Problema de responsabilidad? También; pero sucede lo mismo, no todo el mundo es capaz de distinguir el bien del mal, relativismo puro, y obrar en consecuencia cuando la voluntad anda por perversos derroteros. ¿Problema de salud mental? Tal vez ocurra; pero en contados casos, como parece desprenderse de las estadísticas.
            Se impone echar mano a la recuperación de valores perdidos, aunque suponga navegar contracorriente, a lo que no todos parecemos estar dispuestos. Y, desde luego, poner los medios más comunes, como evitar las barbacoas y el uso del fuego en lugares comprometidos. Tampoco estaría mal exigir de la forma que resulte menos costosa, que las máquinas agrícolas de motor que circulan entre las mieses, vayan provistas de un servicio elemental contra incendios: una simple manguera con agua a presión, con la que se podrían neutralizar en un primer momento los efectos devastadores de esa chispa incendiaria que en cualquier momento pueda surgir del motor en su trabajo.

            Y para los que tienen por costumbre provocarlos intencionadamente, vigilancia y castigo. Sí, aunque para algunos pueda parece una medida socialmente incorrecta,  no lo es. El medio natural en el que vivimos es patrimonio de todos, lo que nos obliga a cuidarlo y a defenderlo como algo nuestro. Nada más social, nada más razonable y prioritario.    

lunes, 5 de agosto de 2013

"De Madrid a Burgos por Guadalajara"

Parece el título de un libro de viajes, pero en realidad no  lo es; más bien se trata de la crónica sobre la marcha de un empeño comprometido en extremo, llevado a término por tres jóvenes que en la noche del once al doce de octubre de 1938, en plena Guerra Civil, se pasaron de la zona republicana a la zona nacional por senderos desconocidos de la Sierra Norte de Guadalajara, cruzando a campo través por tierra de nadie la peligrosa línea divisoria entre las dos Españas, desde la falda del Ocejón hasta la Transierra. Objetivo, cruzar la línea en intensa noche de lluvia, con Cantalojas como estación términi. Fueron otras escalas de esa aventura Chiloeches, Fontanar y Campillo de Ranas, que setenta y cinco años después recobra actualidad; pues el cronista, uno de los tres jóvenes militares comprometidos en la huida, fue Álvaro del Portillo, prelado que sería años después del Opus Dei, fiel colaborador y sucesor directo de san Josemaría Escrivá, quien por aquellas fechas les esperaba en la ciudad de Burgos. Una historia emotiva, de sufrimiento y de esperanza, en la que en todo momento, como así consta, estuvo presente la mano de Dios.

Monseñor Álvaro del Portillo, madrileño, Ingeniero de Caminos, primer obispo-prelado del Opus Dei, falleció en Roma en olor de santidad el 23 de marzo de 1994. El papa Juan Pablo II asistió a rezar ante su cadáver a la Sede Central del Opus Dei el día de su muerte. Nadie hubiera podido imaginar que sobre una misma fecha otro pontífice, el papa Francisco, firmaría el decreto de canonización de uno y de beatificación del otro, a la vista de los correspondientes milagros debidos a su intervención.

Del acontecimiento, atribuido a la mediación de don Álvaro del Portillo se han hecho eco en estos últimos días muchos de los medios de comunicación del nuestro y de otros países. Se trata de la reanimación de un bebé, José Ignacio Ureta Wilson, operado del corazón en Santiago de Chile, al que fuera de toda esperanza y sin que los médicos pudiesen hacer nada más por reanimar con éxito su pequeño corazón, sin latir durante media hora, hasta que la madre y la abuela encomendaron la vida del bebé a don Álvaro y el corazón del niño comenzó a latir de nuevo. Los médicos que le trataron manifiestan no haber encontrado explicación científica a lo ocurrido; es más, lo llegaron a dar por fallecido. Este hecho tuvo lugar en el año 2003. José Ignacio es hoy un niño sano, con desarrollo normal, al que le gusta jugar al fútbol, componer canciones y vender alegría y vitalidad desde sus diez años.


Los españoles no somos muy dados a considerar estas cosas, y menos aún a darles el valor que en sí encierran; pero son realidades palpables que ahí están. Habrá quienes las consideren banales, noticias que ni siquiera merecen el menor comentario, que son tan escasas, tan contracorriente con lo que se presenta a diario en los noticiarios y en las tertulias de los comentaristas; pero que para otras gentes de bien, que lo son tantas, fulguran, si no como el sol en día despejado, sí como la luna llena en plena noche, dando un poco de luz a un mundo que se nos va de las manos. Que haya un compatriota más en los altares es siempre una buena noticia.