Parece el título de un libro de viajes, pero en
realidad no lo es; más bien se trata de
la crónica sobre la marcha de un empeño comprometido en extremo, llevado a
término por tres jóvenes que en la noche del once al doce de octubre de 1938,
en plena Guerra Civil, se pasaron de la zona republicana a la zona nacional por
senderos desconocidos de la Sierra Norte de Guadalajara, cruzando a campo
través por tierra de nadie la peligrosa línea divisoria entre las dos Españas,
desde la falda del Ocejón hasta la Transierra. Objetivo, cruzar la línea en
intensa noche de lluvia, con Cantalojas como estación términi. Fueron otras
escalas de esa aventura Chiloeches, Fontanar y Campillo de Ranas, que setenta y
cinco años después recobra actualidad; pues el cronista, uno de los tres
jóvenes militares comprometidos en la huida, fue Álvaro del Portillo, prelado
que sería años después del Opus Dei, fiel colaborador y sucesor directo de san
Josemaría Escrivá, quien por aquellas fechas les esperaba en la ciudad de
Burgos. Una historia emotiva, de sufrimiento y de esperanza, en la que en todo
momento, como así consta, estuvo presente la mano de Dios.
Monseñor Álvaro del Portillo, madrileño, Ingeniero de
Caminos, primer obispo-prelado del Opus Dei, falleció en Roma en olor de santidad
el 23 de marzo de 1994. El papa Juan Pablo II asistió a rezar ante su cadáver a
la Sede Central del Opus Dei el día de su muerte. Nadie hubiera podido imaginar
que sobre una misma fecha otro pontífice, el papa Francisco, firmaría el
decreto de canonización de uno y de beatificación del otro, a la vista de los
correspondientes milagros debidos a su intervención.
Del acontecimiento, atribuido a la mediación de don
Álvaro del Portillo se han hecho eco en estos últimos días muchos de los medios
de comunicación del nuestro y de otros países. Se trata de la reanimación de un
bebé, José Ignacio Ureta Wilson, operado del corazón en Santiago de Chile, al
que fuera de toda esperanza y sin que los médicos pudiesen hacer nada más por
reanimar con éxito su pequeño corazón, sin latir durante media hora, hasta que
la madre y la abuela encomendaron la vida del bebé a don Álvaro y el corazón
del niño comenzó a latir de nuevo. Los médicos que le trataron manifiestan no
haber encontrado explicación científica a lo ocurrido; es más, lo llegaron a
dar por fallecido. Este hecho tuvo lugar en el año 2003. José Ignacio es hoy un
niño sano, con desarrollo normal, al que le gusta jugar al fútbol, componer
canciones y vender alegría y vitalidad desde sus diez años.
Los españoles no somos muy dados a considerar estas
cosas, y menos aún a darles el valor que en sí encierran; pero son realidades
palpables que ahí están. Habrá quienes las consideren banales, noticias que ni
siquiera merecen el menor comentario, que son tan escasas, tan contracorriente
con lo que se presenta a diario en los noticiarios y en las tertulias de los
comentaristas; pero que para otras gentes de bien, que lo son tantas, fulguran,
si no como el sol en día despejado, sí como la luna llena en plena noche, dando
un poco de luz a un mundo que se nos va de las manos. Que haya un compatriota
más en los altares es siempre una buena noticia.
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