Ni siquiera habíamos tenido una
semana completa de descanso, de tenernos que irritar frente al televisor que
emite imágenes desesperantes, cuando al saludar a un buen amigo de la infancia
al que hace varios años que no veía, me dice al tiempo del consabido apretón de
manos: ¡Se os quema Guadalajara! ¡Algo tendréis que hacer!
No
dudo que a cualquiera que contemple el horrible espectáculo que tan a menudo y
con tanta violencia nos ofrecen los distintos medios, se le encoja el corazón
mirando la pantalla. El paisaje natural en sí, la vida vegetal en su amplio
conjunto que se desarrolla al margen de la vida del hombre, es algo de lo poco
impecable que todavía tenemos a nuestro alrededor, por lo que todos deberíamos
sentirnos responsables de su conservación y cuidado; más aún cuando la masa
forestal, hortícola o pratense, supone, como así es, una considerable fuente de
riqueza de la que directa o indirectamente todos somos beneficiarios.
Los
veranos que yo recuerdo han sido siempre por estas latitudes temporadas de
calor, a veces de un calor intenso, superior incluso al que acabamos de pasar
en fechas todavía recientes. Siempre hemos tenido bosques, por fortuna más
abundantes que en otras provincias de España; siempre se llevaron a cabo las
faenas agrícolas con similar exposición y riesgo; siempre han existido
desalmados que arrojaron las colillas sin apagar por la ventanilla del coche,
siempre. Pero no siempre se han producido tantos incendios como los que acabamos
de sufrir en cualquiera de las comarcas de la provincia de Guadalajara. Algo
especial debe ocurrir, a lo que urge poner remedio si no queremos resignarnos a
ver nuestros campos convertidos en un desierto.
¿Problema
de educación? Sí; pero se trata de una educación de los sentimientos, un
terreno complejo, nada fácil de cultivar debido a la gran cantidad de matices
que presenta, tantos como individuos. ¿Problema de responsabilidad? También;
pero sucede lo mismo, no todo el mundo es capaz de distinguir el bien del mal,
relativismo puro, y obrar en consecuencia cuando la voluntad anda por perversos
derroteros. ¿Problema de salud mental? Tal vez ocurra; pero en contados casos,
como parece desprenderse de las estadísticas.
Se
impone echar mano a la recuperación de valores perdidos, aunque suponga navegar
contracorriente, a lo que no todos parecemos estar dispuestos. Y, desde luego,
poner los medios más comunes, como evitar las barbacoas y el uso del fuego en
lugares comprometidos. Tampoco estaría mal exigir de la forma que resulte menos
costosa, que las máquinas agrícolas de motor que circulan entre las mieses,
vayan provistas de un servicio elemental contra incendios: una simple manguera
con agua a presión, con la que se podrían neutralizar en un primer momento los
efectos devastadores de esa chispa incendiaria que en cualquier momento pueda
surgir del motor en su trabajo.
Y
para los que tienen por costumbre provocarlos intencionadamente, vigilancia y
castigo. Sí, aunque para algunos pueda parece una medida socialmente
incorrecta, no lo es. El medio natural
en el que vivimos es patrimonio de todos, lo que nos obliga a cuidarlo y a
defenderlo como algo nuestro. Nada más social, nada más razonable y
prioritario.
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