lunes, 27 de enero de 2014

ANDUALEM


            Andualem me mira con una sonrisa viva, de hombrecillo feliz, desde la fotografía que tengo delante de los libros en la biblioteca de mi despacho. El niño levanta sus manitas de color chocolate con los dedos pulgares alzados en señal de victoria. Andualem nació en el Cuerno de África hace tres años, y por vía de adopción es mi nieto, oficial y legalmente, desde hace cuatro semanas. De huérfano de la tribu gumuz -al oeste de Etiopía- a hijo de profesores de educación Secundaria en España, hay un abismo, un cambio inimaginable que a su corta edad Andualem ha sabido asimilar con rapidez sin que para él haya supuesto el menor trauma. La adopción de niños en desamparo es una muestra evidente de que en los países del llamado primer mundo, entre ellos el nuestro, todavía emerge algún valor efectivo en medio de una irrupción de ambientes infectos, de comportamientos corruptos, egoístas y desconsiderados, como notas características que nos distinguen y que algún día para mal nuestro la historia se encargará de airear.
            Como es fácil suponer, he seguido de cerca el escabroso trámite que desde el verano del año 2010 han tenido que bandear mis hijos para dar la gestión por concluida y contar con el deseado infante como hijo suyo. Un coste económico considerable que no todo el mundo se puede permitir; una pelea continua contra los inconvenientes impuestos por la burocracia, empeñada en estorbar los pasos en favor de nadie y en perjuicio de todos; un sí a cada paso, oscurecido al día siguiente con un no, para amargar la espera, hasta que por fin, con un poco de suerte y un mucho de paciencia: un primero y un segundo juicio en el que son citados los padres biológicos del niño, si es que los hay, y la adjudicación definitiva llegado el momento. Toma del avión en viaje de ida; estancia en el país de origen entre diez y treinta días, conviviendo con el niño en un hotel; nuevos trámites a resolver en la Embajada, y si no surgen otros impedimentos ajenos al sistema, la aventura concluirá con la vuelta a casa en compañía del nuevo miembro de la familia.
                                                                                    
            Las razones que suele argüir la oficialidad cuando se le pregunta el porqué de tanta complicación frente a un acto voluntario de piedad suprema, por tratarse nada menos que de una persona con toda su dignidad lo que anda en juego; las razones, digo, no acaban por convencer a nadie. Son varios los matrimonios o parejas que pretenden adoptar y desisten en su empeño debido a las múltiples complicaciones, muchas de ellas abusivas, que a la larga impiden contribuir con hechos a lograr un mundo mejor, una humanidad más justa. Son millones de niños en desamparo los que siguen llenando los orfanatos en tantos países de la tierra, los cuales, si se eliminaran muchas de las barreras que imponen los Estados, podrían correr la misma suerte que el pequeño Andualem, quien después de cumplir por parte de sus padres con los trámites legales de última hora una vez en nuestro país -inscripción en el Registro Civil con su nuevo nombre y apellidos- ha pasado a llamarse Andrés, su equivalente en nuestro idioma, que, feliz coincidencia, es el nombre de su padre. 
 ("Nueva Alcarria"  29.XI.2014) 

miércoles, 22 de enero de 2014

MANU LEGUINECHE EN EL RECUERDO

Ha fallecido Manu Leguineche, el escritor, el periodista, el amigo. Hoy mismo se me ocurrirían respecto a su persona las mismas cosas que hace diez años, cuando en 2004 le entregaron en Peñalver "su peso en miel" y publiqué al día siguiente un sentido comentario en cuanto a la personalidad del amigo. Lo hemos sentido mucho. Los últimos seis u ocho años de su vida los ha pasado en su casa de Brihuega, bien en su silla de ruedas, o bien postrado en la cama, según le permitía su penosa enfermedad. Ibamos a verlo, unos u otros, con relativa frecuencia y a pasar algún rato con él. Hoy nos ha dejado definitivamente. Éste es mi recuerdo y mi pequeño homenaje en su memoria. Ahí os lo dejo.


 "CIEN KILOS DE HUMANIDAD"
No fueron cien, sino ciento uno los que dio la romana con la que los mieleros de Peñalver pesan cada año a un famoso elegido por el jurado. Seguramente que ese kilo demás, y algún otro, es lo que pesó la capa que colocaron sobre los hombros al insigne periodista antes de someterle al consabido ritual de convertir su humanidad en una cifra factible de evaluar, capaz de ser convertida en un quintal de la miel más prestigiosa con la que regala al hombre la Madre Naturaleza. Kilo de hombre por kilo de miel, Manu Leguineche -que es diabético y la tiene prohibida- va, pero que muy bien servido.
            No obstante, cuando me he decidido a poner título a esta serie de ideas un poco deshilvanadas, no me he querido referir con la palabra “humanidad” a lo que es la persona humana como ser, más o menos afortunado, de los que entramos por propia condición en el llamado reino animal. Esa es la última de las acepciones con las que recoge el Diccionario de la R.A.L. dicho término, y que es común a todos los hombres, sea cual fuere su condición y la manera de comportarse entre sus semejantes. Al hablar, y ahora al escribir, sobre Manu Leguineche, me gusta tomar la palabra “humanidad” en otro sentido bien distinto, en el menos común de todos, en el que alude otra acepción del Diccionario de la Academia, pero quitándole o añadiéndole algún matiz para que ajuste al cien por cien con el carácter de ese personaje tan singular al que, en la mañana del sábado, homenajearon y regalaron con ciento un kilos de miel los cosecheros alcarreños, y con el calor de nuestro cariño y de nuestra amistad tantos más de los que estuvimos allí.
            Manuel Leguineche, periodista y trotador de mundos, que en su vida profesional ha alcanzado las cotas más altas que sea capaz de dar el oficio; escritor admirable, ante el que los demás nos sentimos con un algo de sana envidia; amigo cabal, que al cabo del tiempo sin haberlo visto te nombra haciendo uso del apelativo familiar y te pregunta por los tuyos; personaje que responde a los jóvenes colegas que se dirigen a él interesándose por el cómo de tantos y tan importantes premios, diciéndoles -sin que dentro le quede un ápice de doblez ni de humildad falsa- que todo ha sido por amistad con los jurados, no deja de ser, cuando menos, un ejemplar extraño en estos tiempos que corren.
            Quienes lo hemos tratado alguna vez, sabemos de su más exquisita transparencia, de su lealtad como persona y como amigo, de su saberse ocupar y preocupar por el que sufre, por el desdichado, por aquellos a quienes la vida les vuelve la espalda injustamente. Manu llegó a su homenaje afectado por un accidente grave de carretera que le tocó presenciar, y que retrasó su llegada durante unos minutos.

            Es a esa “humanidad” a la que me refiero, y que en la persona de nuestro último Peso en miel, no es de cien, sino de muchos más kilos en la romana de pesar el valor real de cada individuo; de cientos, o de miles, ¡qué sé yo!, si es que hubiese un instrumento capaz de convertirlo en datos evaluables.
                          (En "Nueva Alcarria" 4.II.204)

sábado, 4 de enero de 2014

PAEZ XARAMILLO, EL ALCARREÑO QUE DESCUBRIÓ LAS FUENTES DEL NILO AZUL



A mi nieto Andresito,
exquisito producto natural
de aquellas lejanas tierras.


            Fue la injusta situación de olvido en la que se tiene a este insigne alcarreño del siglo XVI, lo que movió mi interés por dar a conocer su personalidad y su vida de agitada entrega, conociendo su pueblo natal como principio para dar buena cuenta a los lectores, nunca mejor, viajando en una espléndida tarde de sol, aunque un poco fría, de las fechas finales del pasado mes de diciembre.
            El padre Pedro Páez Xaramillo S.J. nació en Olmeda de las Fuentes (antes de las Cebollas) en el año 1564. Es el suyo un pueblo de casas blancas, escalonado sobre la ladera sur de una ancha vega de la Alcarria, ya en tierras de Madrid, a sólo una hora de camino a pie de los límites con la provincia de Guadalajara. Campos ásperos de matorral y maleza los de sus alrededores y un pueblo singularmente bello, donde la mayor parte de los actuales propietarios de sus viviendas residen en Madrid habitualmente. El número de habitantes anda en torno los 300, según me informó un hombre que dijo venir al pueblo todos los fines de semana.
            Es mucho, muchísimo, lo que se puede decir de este misionero español, hombre culto y de familia acomodada, que por pura vocación desde muy joven, dedicó su vida al estudio (Belmonte de Cuenca, Alcalá de Henares y Coimbra), a la misión en tierra de infieles (China primero, y Etiopía después), y a la exploración de unas tierras africanas que todavía estaban sin descubrir, actividad por la que más se le conoce, si bien, su nombre no cuenta en la medida que debiera contar, entre esa lista de intrépidos occidentales que tuvieron por tarea dar a conocer el mundo a tantas generaciones como vendrían después. Así se lee escrito en un panel expuesto al público junto a la iglesia, soberbio mirador sobre la vega, donde se cuentan de manera sucinta algunos de los hechos más notables de su vida: “No se ha levantado un solo monumento a su memoria, ni ha sido objeto de estudio, ni se le ha brindado el reconocimiento que su obra merece”. Y en otro recuadro: “Yace en una tumba ignorada, junto a las monumentales ruinas de un lugar ya abandonado, sobre una colina que domina la fuente del Nilo Azul”.
            Es mucho lo que se conoce de la vida del P.Páez Xaramillo, debido a sus escritos de los que se han servido sus biógrafos y que constan, además, en interesantes páginas de la historia de la Orden. Y así sabemos que tras sus estudios de juventud en España y Portugal, y antes de haber sido ordenado sacerdote, solicitó al general de la Compañía de Jesús que se le enviara a las Misiones de Oriente, partiendo hacia Goa, en la India en el año 1588, con intención de pasar lo antes que le fuera posible a China y Japón; pero a ruego del provincial de la Orden, y en último término del rey Felipe II, se le expuso la conveniencia de misionar en Etiopía, donde hacía años que no entraba ningún religioso. Aceptó la petición de sus superiores, y en compañía de otro jesuita, el Padre Montserrat, emprendió de inmediato el viaje a nuevas tierras situadas en el costado oriental del continente africano.

     
     El viaje no les resultó nada cómodo. Tuvieron que bordear las costas de la India y las del sur de Arabia para llegar por el mar Rojo al puerto de Massawa, vigilado por los turcos con órdenes tajantes de detener o asesinar a todo cristiano que pasara por allí. Fueron delatados y cogidos prisioneros cuando se dirigían a las costas de Somalia. El cautiverio en Hadramaut al que fueron sometidos duró siete años, que culminaría llevándolos a galeras en Moka, de donde serían rescatados a expensas del rey de España, lo que les permitió llegar nuevamente a Goa en el año 1596. El P.Montserrat moriría tres años después sin haber visto cumplido su propósito de entrar en Etiopía, deseo que lograría el Padre Páez, disfrazado de armenio, en 1603. Su estancia en Goa le sirvió para aprender la lengua árabe, que junto al portugués que conocía desde su juventud y el castellano de sus origen, le proporcionó un importante bagaje para llevar a efecto su misión.
            De la estancia del Padre Páez Xaramillo en Etiopía, donde estaría el resto de su vida, conviene destacar algunos detalles importantes referidos a sus trabajos de evangelización, tales como la amistad personal que mantuvo con tres reyes del país, Jacob, Za Dengel y Susimios, convirtiendo al Cristianismo a los dos últimos. Si bien, entre la población etíope y entre los pocos estudiosos que se han interesado por la historia de aquel país, sea justo señalar el profundo estudio que el P.Páez llevó a cabo durante los diecinueve años que vivió allí, ya que a su muerte en mayo de 1622, tal vez de malaria, había concluido el cuarto volumen de su Historia de Etiopía, trabajo de investigación imprescindible para el completo conocimiento de aquel país africano.
            Debido a razones históricas que por motivo de espacio no es posible detallar, Etiopía era el único reino cristiano que existía en África Oriental , por lo que contaba con la enemistad perpetua de sus poderosos vecinos, los turcos, que en todo momento intentaban someterlos bajo una persistente violencia. Los portugueses acudieron en su ayuda, no por solidaridad, sino por interés, pues andaba en juego tener libres sus rutas hacia el lejano Oriente. En tales condiciones el P. Páez tomó el relevo en la labor apostólica de la Compañía de Jesús, que llevaba instalada en aquel país desde el año 1554.


            El misionero recién llegado consiguió muy pronto la amistad del pueblo, incluso el afecto del propio rey en correspondencia a su buen carácter, hasta el punto de que el rey solicitara su compañía en algunos de sus viajes. Y aquí cabe anotar el hecho de que en uno de estos viajes el rey le ofreció una bebida, que el tomó, siendo por lo tanto el primer europeo que probó el café, y de lo que daría cuenta después en sus escritos. En la primavera del año 1618 acompañó al monarca en una expedición con acampada junto al monte Ghich, lugar en donde los nativos aseguraban que se encontraban las fuentes del Nilo Azul, es decir, lo que en un principio se conocía como el río Nilo, que sólo ocupaba, más o menos, lo que en la actualidad es Etiopía, pero que aporta al Gran Nilo un ochenta por ciento de su caudal. Páez Xaramillo se comprometió en subir a la montaña en compañía de algunos lugareños y, en efecto, pudo dejar escrito en el primer tomo de su Historia de Etiopía que allí pudo ver "dos ojos redondos de cuatro palmos de largo”, lo que le alegró mucho, ya que “Ciro, Cambises, Alejandro Magno y Julio César, lo hubiesen querido contemplar muchos siglos antes. Texto que figura escrito sobre la placa de granito que sus paisanos de Olmeda de las Fuentes, han colocado en su memoria junto a la iglesia del pueblo.
            Como no hay éxito sin tormento, tenemos que llegar al año 1770, para que un viajero se apropiara el mérito de haber descubierto las fuentes del Nilo Azul, pese a que el P. Páez lo hubiera dejado escrito, y bien escrito, en su “Historia de Aethiopiae” ciento cincuenta años antes. 
            Es actualidad nuestro personaje en pleno siglo XXI, porque un autor español actual, ilustre escritor y destacado viajero, Javier Reverte, publicase no hace mucho un libro formidable sobre la aventura del Padre Páez Xaramillo por aquellas tierras, en donde se da preciso detalle, cargado de humanidad, de la hazaña misionera de nuestro personaje. El título del libro es “Dios, el diablo y la aventura”, un volumen de viajes de los que quedan en al memoria y que, como no puede ser menos, por su interés les recomiendo.

(En las fotografías: Panorámica de Olmeda de las Fuentes; P.Pedro Páez. Santuario de Loyola; y Lapida homenaje en su pueblo natal)