A mi nieto Andresito,
exquisito producto natural
de aquellas lejanas tierras.
Fue
la injusta situación de olvido en la que se tiene a este insigne alcarreño del
siglo XVI, lo que movió mi interés por dar a conocer su personalidad y su vida
de agitada entrega, conociendo su pueblo natal como principio para dar buena
cuenta a los lectores, nunca mejor, viajando en una espléndida tarde de sol,
aunque un poco fría, de las fechas finales del pasado mes de diciembre.
El
padre Pedro Páez Xaramillo S.J. nació en Olmeda de las Fuentes (antes de las
Cebollas) en el año 1564. Es el suyo un pueblo de casas blancas, escalonado
sobre la ladera sur de una ancha vega de la Alcarria, ya en tierras de Madrid,
a sólo una hora de camino a pie de los límites con la provincia de Guadalajara.
Campos ásperos de matorral y maleza los de sus alrededores y un pueblo
singularmente bello, donde la mayor parte de los actuales propietarios de sus
viviendas residen en Madrid habitualmente. El número de habitantes anda en
torno los 300, según me informó un hombre que dijo venir al pueblo todos los
fines de semana.
Es
mucho, muchísimo, lo que se puede decir de este misionero español, hombre culto
y de familia acomodada, que por pura vocación desde muy joven, dedicó su vida
al estudio (Belmonte de Cuenca, Alcalá de Henares y Coimbra), a la misión en
tierra de infieles (China primero, y Etiopía después), y a la exploración de
unas tierras africanas que todavía estaban sin descubrir, actividad por la que
más se le conoce, si bien, su nombre no cuenta en la medida que debiera contar,
entre esa lista de intrépidos occidentales que tuvieron por tarea dar a conocer
el mundo a tantas generaciones como vendrían después. Así se lee escrito en un
panel expuesto al público junto a la iglesia, soberbio mirador sobre la vega,
donde se cuentan de manera sucinta algunos de los hechos más notables de su
vida: “No se ha levantado un solo monumento a su memoria, ni ha sido objeto de
estudio, ni se le ha brindado el reconocimiento que su obra merece”. Y en otro
recuadro: “Yace en una tumba ignorada, junto a las monumentales ruinas de un
lugar ya abandonado, sobre una colina que domina la fuente del Nilo Azul”.
Es
mucho lo que se conoce de la vida del P.Páez Xaramillo, debido a sus escritos
de los que se han servido sus biógrafos y que constan, además, en interesantes
páginas de la historia de la Orden. Y así sabemos que tras sus estudios de
juventud en España y Portugal, y antes de haber sido ordenado sacerdote,
solicitó al general de la Compañía de Jesús que se le enviara a las Misiones de
Oriente, partiendo hacia Goa, en la India en el año 1588, con intención de
pasar lo antes que le fuera posible a China y Japón; pero a ruego del
provincial de la Orden, y en último término del rey Felipe II, se le expuso la
conveniencia de misionar en Etiopía, donde hacía años que no entraba ningún
religioso. Aceptó la petición de sus superiores, y en compañía de otro jesuita,
el Padre Montserrat, emprendió de inmediato el viaje a nuevas tierras situadas
en el costado oriental del continente africano.
El
viaje no les resultó nada cómodo. Tuvieron que bordear las costas de la India y
las del sur de Arabia para llegar por el mar Rojo al puerto de Massawa,
vigilado por los turcos con órdenes tajantes de detener o asesinar a todo
cristiano que pasara por allí. Fueron delatados y cogidos prisioneros cuando se
dirigían a las costas de Somalia. El cautiverio en Hadramaut al que fueron
sometidos duró siete años, que culminaría llevándolos a galeras en Moka, de
donde serían rescatados a expensas del rey de España, lo que les permitió
llegar nuevamente a Goa en el año 1596. El P.Montserrat moriría tres años
después sin haber visto cumplido su propósito de entrar en Etiopía, deseo que
lograría el Padre Páez, disfrazado de armenio, en 1603. Su estancia en Goa le
sirvió para aprender la lengua árabe, que junto al portugués que conocía desde
su juventud y el castellano de sus origen, le proporcionó un importante bagaje
para llevar a efecto su misión.
De
la estancia del Padre Páez Xaramillo en Etiopía, donde estaría el resto de su
vida, conviene destacar algunos detalles importantes referidos a sus trabajos
de evangelización, tales como la amistad personal que mantuvo con tres reyes
del país, Jacob, Za Dengel y Susimios, convirtiendo al Cristianismo a los dos
últimos. Si bien, entre la población etíope y entre los pocos estudiosos que se
han interesado por la historia de aquel país, sea justo señalar el profundo
estudio que el P.Páez llevó a cabo durante los diecinueve años que vivió allí,
ya que a su muerte en mayo de 1622, tal vez de malaria, había concluido el
cuarto volumen de su Historia de Etiopía, trabajo de investigación
imprescindible para el completo conocimiento de aquel país africano.
Debido
a razones históricas que por motivo de espacio no es posible detallar, Etiopía
era el único reino cristiano que existía en África Oriental , por lo que
contaba con la enemistad perpetua de sus poderosos vecinos, los turcos, que en
todo momento intentaban someterlos bajo una persistente violencia. Los
portugueses acudieron en su ayuda, no por solidaridad, sino por interés, pues
andaba en juego tener libres sus rutas hacia el lejano Oriente. En tales
condiciones el P. Páez tomó el relevo en la labor apostólica de la Compañía de
Jesús, que llevaba instalada en aquel país desde el año 1554.
El
misionero recién llegado consiguió muy pronto la amistad del pueblo, incluso el
afecto del propio rey en correspondencia a su buen carácter, hasta el punto de
que el rey solicitara su compañía en algunos de sus viajes. Y aquí cabe anotar
el hecho de que en uno de estos viajes el rey le ofreció una bebida, que el
tomó, siendo por lo tanto el primer europeo que probó el café, y de lo que
daría cuenta después en sus escritos. En la primavera del año 1618 acompañó al
monarca en una expedición con acampada junto al monte Ghich, lugar en donde los
nativos aseguraban que se encontraban las fuentes del Nilo Azul, es decir, lo
que en un principio se conocía como el río Nilo, que sólo ocupaba, más o menos,
lo que en la actualidad es Etiopía, pero que aporta al Gran Nilo un ochenta por ciento de su caudal. Páez Xaramillo se comprometió en subir a la
montaña en compañía de algunos lugareños y, en efecto, pudo dejar escrito en el
primer tomo de su Historia de Etiopía que allí pudo ver "dos ojos redondos de
cuatro palmos de largo”, lo que le alegró mucho, ya que “Ciro, Cambises,
Alejandro Magno y Julio César, lo hubiesen querido contemplar muchos siglos
antes. Texto que figura escrito sobre la placa de granito que sus paisanos de
Olmeda de las Fuentes, han colocado en su memoria junto a la iglesia del
pueblo.
Como
no hay éxito sin tormento, tenemos que llegar al año 1770, para que un viajero
se apropiara el mérito de haber descubierto las fuentes del Nilo Azul, pese a
que el P. Páez lo hubiera dejado escrito, y bien escrito, en su “Historia de
Aethiopiae” ciento cincuenta años antes.
Es
actualidad nuestro personaje en pleno siglo XXI, porque un autor español
actual, ilustre escritor y destacado viajero, Javier Reverte, publicase no hace
mucho un libro formidable sobre la aventura del Padre Páez Xaramillo por aquellas tierras, en donde se da preciso detalle, cargado de humanidad, de la hazaña
misionera de nuestro personaje. El título del libro es “Dios, el diablo y la
aventura”, un volumen de viajes de los que quedan en al memoria y que, como no
puede ser menos, por su interés les recomiendo.(En las fotografías: Panorámica de Olmeda de las Fuentes; P.Pedro Páez. Santuario de Loyola; y Lapida homenaje en su pueblo natal)
1 comentario:
Muchos han sido los intentos para que el ayuntamiento de Alcalá recuerde con una calle a este ilustre olmedeňo y complutense, hijo de la aldea que fue de su alfoz y concejo hasta el mismo año de 1564 en que esta bella villa de la Alcarria de Alcalá se emancipó. La capital guadalajarenos tiene una calle dedicada y perpendicular al Amparo a un Pedro Páez Jaramillo aunque no sé si se trata del mismo. Gracias por el artículo.
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