sábado, 8 de noviembre de 2008

RECORDANDO AL PINTOR ALEJO VERA


RECORDANDO AL PINTOR ALEJO VERA

Desde tiempos muy lejanos guardo en los desvanes de la memoria una imagen que hoy me ha dado pie para llenar, creo que con suficiente oportunidad, mi página semanal del periódico. Era la época de estudiante bisoño en la escuela del pueblo. Ante una treintena de alumnos el maestro explicaba complacido las virtudes de nuestra raza trayendo a colación una página histórica casi olvidada: el último día de la ciudad de Numancia forzado por los propios numantinos, que prefirieron matarse unos a otros y pegar fuego a la ciudad antes que rendirse gratuitamente frente al enemigo invasor, en un alarde de supremo heroísmo. Pasados los años uno se ha ido dando cuenta de que el comportamiento de los numantinos hubiera sido verdaderamente heroico si hubiesen ofrecido batalla, si hubieran sucumbido en el empeño defendiendo la ciudad, pero con las armas en la mano. Quiero pensar, ahora con mi mentalidad de adulto, que aquella decisión, colectiva o impuesta por unos pocos, vaya usted a saber, anda más cerca de la cobardía que del heroísmo, que, como fácil es de comprender, se trata de términos contrapuestos. En todo caso es una manera diferente de entender la Historia que en modo alguno pretende enmendar la plana a mi viejo maestro, al que tanto le debo.
La enciclopedia que empleábamos los alumnos por entonces completaba la escasa documentación sobre el asunto con una fotografía impresionante, con la reproducción de un cuadro en el que el pintor había representado, de forma magnífica, su visión acerca de aquella tragedia: cadáveres de niños y de mujeres por el suelo, un valiente que se hunde un puñal en el pecho, otra mujer que bebe un vaso de cicuta, un paisano más que desafía, moribundo, al invasor con el brazo extendido, mientras como fondo la ciudad que arde por los cuatro costados.
El cuadro lo he vuelto a ver más veces representado en libros y revistas, y siempre me ha traído a la memoria aquellos años de infancia junto a tantos amigos que casi nunca he podido ver después. Se encuentra en el Museo del Prado. El cuadro tiene para mí todo el mérito que se le puede otorgar a la pintura romántica del siglo XIX como inspirada obra de arte, además de su importancia como documento histórico y visión cruda de un acontecimiento ocurrido en nuestro suelo durante los primeros tiempos de la romanización.
El autor del cuadro periódico fue un hombre notable de nuestra tierra, Alejo Vera Estaca, nacido en el pueblo campiñés de Viñuelas el 14 de julio de 1834, hijo de José y de Norberta, un chiquillo de los que por entonces correteaban por las calles de su pueblo, pero en el que los maestros habían advertido unas cualidades excepcionales para el dibujo. Una beca de la Diputación Provincial abrió el camino del milagro, haciendo posible que el muchacho recibiera enseñanzas artísticas en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando de la capital de España, y estudios superiores después teniendo como maestro a Federico Madrazo.
La provincia de Guadalajara no es pobre, por fortuna, en celebridades, tantas de ellas semiocultas o cuando menos olvidadas del saber, y por tanto de la debida consideración, por parte de sus paisanos. Poco a poco se viene haciendo el esfuerzo, por parte de algunos, de sacar a la luz estas estrellas de la cultura nacional hijos de nuestros pueblos: músicos eminentes, pintores, literatos, eclesiásticos y figuras de la milicia, con los que podríamos llenar un lujoso panel en razón de justicia, en donde ocupase un lugar destacado este pintor campiñés, cien veces galardonado, merecedor de premios en las más importantes exposiciones habidas en nuestro país y fuera de nuestras fronteras. Desde 1856 que presentó a concurso una de sus primeras obras en las galerías del Ministerio de Fomento, hasta 1910, y hasta después incluso, que tomó parte en la Exposición Internacional con motivo del cuarto centenario de la ciudad de Buenos Aires, todo fue una muestra continua de su trabajo por Roma, por Viena, por Munich, y sobre todo por Madrid, donde se dedicó no sólo a pintar, sino también a enseñar, dejando como estela una larga lista de nombres famosos entre sus discípulos, tales como Carlos Zúñiga y Figueroa o Eduardo Rosales.
Como en siglos atrás había ocurrido con tantos pintores españoles de los que hoy nos honramos, la estancia de Alejo Vera en Italia, indiscutible país de las artes y de los principales artistas del Renacimiento, le fue útil para asentar una base firme en su formación ya entrado en la madurez. Las ciudades de Roma y Pompeya, con su densa historia lejana y sus infinitas ruinas, tan afines a la temática general del Romanticismo que le tocó vivir y del que participó plenamente, fueron motivo ideal no sólo para los escenarios y fondo de tantos de sus cuadros, sino visión histórica, a modo de cantera inagotable, en la que inspirarse.
Considero que no tendría sentido ofrecer al lector una relación cumplida de las obras más importantes del pintor de Viñuelas, pues no es esa nuestra intención precisamente, sino la de sacar un poco del olvido la persona y la obra de este ilustre de nuestro pasado. A pesar de todo no me resisto a traer a la memoria o al conocimiento de sus paisanos, y en ellos incluyo a los guadalajareños de todas las comarcas, tres obras de reconocido interés además de la ya dicha “Los últimos días de Numancia”. Estas pudieran ser “El entierro de San Lorenzo” que resultó premiada con medalla de primera clase en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1862, Comunión en las catacumbas, propiedad del palacio del Senado, y “Una señora pompeyana en el tocador”, al que en 1871 se le otorgó el más estimable de los galardones de su tiempo, la medalla de Carlos III.
Alejo Vera fue académico de número en la Real de Bellas Artes de San Fernando y Director de la Academia Española de Bellas Artes en la ciudad de Roma. Murió sin que su fallecimiento se hubiera hecho saber, por voluntad propia, hasta después del entierro al que sólo asistieron media docena de íntimos. Esto ocurrió en Madrid el 4 de febrero de 1923, próximo ya a la edad de noventa años. La Academia y el Círculo madrileño de Bellas Artes declararon varios días de luto al saber de su muerte.
Me consta que un centro escolar, el Instituto de Bachillerato de Marchamalo, y una calle en su pueblo natal, honran con su nombre a este singular personaje de la pintura española del siglo XIX. No sé si es suficiente o resulta escaso el homenaje público a su memoria. En todo caso ahí queda su nombre y su obra magnífica, motivo de honor para un pueblo y para toda una provincia.

Este trabajo se publicó en el año 2003, en el diario “Nueva Alcarria” de Guadalajara, con el mismo título con el que aquí aparece. La pintura que lo encabeza no es otra que el famoso “El último día de Numancia”, de Alejo Vera.

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