Llegamos
a Horna. Es éste un pueblecillo cuyo caserío es empleado para arrebujarse por
un cerrete cónico: las construcciones forman como los pliegues ascendentes de
un capote de paño duro que ciñera el cuerpo. El hueco superior es el lugar que
aprovecha la iglesia para levantarse y hacer al valle un gesto. Las
proximidades abundan en huertos donde se cultivan patatas, judías y cáñamo. En
una ventana pronuncian un apólogo esencial desde sus tiestos unos claveles
rojos y una graciosa mata de palma rizada. (Ortega
y Gasset. "El espectador")
Pensaba
en esa realidad cuando hace algunas semanas regresaba de mi último viaje al
pueblo de Horna, uno de ese rosario de pequeños lugares de Sierra Ministra, que
van apareciendo, vega adelante, a partir de Sigüenza junto a la vía del
ferrocarril. Estamos en Horna, y son fechas en las que en un día cualquiera,
quedados atrás los meses de verano, los pueblos se adormecen, las puertas están
cerradas, y el tibio sol de la media mañana proporciona a los campos yermos y a
las choperas teñidas de amarillo, una placidez y un encanto que casi nadie
aprovecha.
En el pueblo
La
entradilla, magistral por cierto, me la da hecha la hábil pluma y el florido
talento del maestro Orteta y Gasset, que preside el comienzo del presente
trabajo. Horna aparece desde la carretera asentado sobre un altillo. Destaca
sobre los tejados de las casas la espadaña recortada de la iglesia de San
Miguel, con su solemne campanario de tres vanos expuesto a todos los vientos.
Al pie, junto a la vía del tren, el apeadero del ferrocarril en estado de
ruina. El tren ha sido en tiempos pasados pieza fundamental en la vida de estos
pueblos, como así me aseguró en el verano del ochenta y dos Marcelino Pardo, un
muchacho de Horna residente en Madrid, que por aquellos días pasaba las
vacaciones en su pueblo, «Aunque todos venimos en coche propio, si un día te
apetece hacerlo solo desde Madrid o desde Zaragoza, en el tren te pones aquí en
un momento.» Pienso que después de haber
visto derruidos los cuatro muros de su antigua estación, aquel fue un
privilegio que como tantos más ha pasado a ser historia.
He
subido hasta el pueblo por una entrada en cuesta orientada hacia la otra vega.
El coche lo dejo al pie de un castaño frondoso que hay en una especie de
placita que preside una casa rural. Un gallo canta en la lejanía; un perro
comienza a ladrar apenas me bajo del coche; ocho o diez gatos sestean bajo un
coche estacionado a la sombra del castaño. El sol apetece, el ambiente fresco
se hace notar junto a las pareces en sombra. Tomo una calle corta que tiene
como fondo la torre restaurada del reloj. La torre del reloj se debió de edificar
sobre un lateral de la plaza del pueblo tal vez a finales del siglo XVIII.
Cuando la vi por primera vez, y subí con Ezequiel hasta lo más alto del torreón
donde estaba la maquinaria, el reloj solamente daba las horas, pero no
funcionaban las manillas porque le faltaba una pieza. Ezequiel Ruperez era por
entonces el herrero de Horna, sordomudo, encargado de subir cada día las
pesadas piedras que colgaban del reloj para darle cuerda.
-Buenos
días. ¿Podrían decirme si aún vive Ezequiel, el herrero que cuidaba del reloj?
-
Sí, aún vive. Hará mucho tiempo de eso.
-
Mucho tiempo, sí; como unos treinta años.
En
la fachada del Teleclub hay un azulejo con unos versos de Pedro Lahorascala en
homenaje al pueblo de Horna, y en el conjunto de la ancha plaza el frontón de
pelota, un tilo de abundosa copa arropando una fuente mural sobre piedra de
toba. Al respaldo, el formidable corpachón de la iglesia, con su cumplido
pretil a la solana y la puerta cerrada a calicanto. Desde los aledaños de la
iglesia contemplo a corta distancia el paso de un convoy de mercancías que no
termina nuca. Una estampa poco habitual para los que vivimos al margen del
ferrocarril, que cuando menos nos produce una cierta extrañeza.
En
todo viaje a Horna no se debe prescindir de la obligada vista a las fuentes del
Henares. Desde el pueblo hasta lo que aquí llaman la Fuente del Jardín, en
donde nace el río, la distancia es
corta, un kilómetro o tal vez menos. En ese espacio queda la ermita de la
Soledad, herida de muerte, y el puente de la Vía Vieja, de paso encajonado, que
llega prácticamente hasta la especie de una pequeña caldera plagada de
junqueras, de heno y de matorral, donde en otro tiempo se podía ver brotar el
agua de las diversas fuentes que daban lugar al que, a partir de allí, sería el
río Henares. Las fuentes, cercadas por el Ayuntamiento de Sigüenza no se ven,
porque las cubre la vegetación y porque la sequía ha afectado a la comarca de
manera tal, que posiblemente algunas de ellas ni siquiera existan. En su
recogido entorno hay robustas nogueras que muestran su fruto en sazón, y otros
árboles y arbustos junto a las peñas. Un monolito labrado en piedra, a cuyo pie
está la primera de las fuentes, lleva inscrito: “1877. Origen del río Henares”.
La cuna del río Henares
Ya
de vuelta, a la altura de la ermita de la Soledad, me cruzo con un hombre que
sube desde la vega conduciendo una carretilla cargada con productos de la
huerta. Es un señor atento, se llama Enrique y me ha dicho que vive en Alcalá
de Henares. Las gentes de estos pueblos son muy amantes de su tierra, y en el
caso de Horna se sienten orgullosos de sus dos vegas, la de Nazar y la de
Arroyo Mocho. Durante siglos, las despensas de estos pueblos se han visto
asistidas por los productos de las huertas, como los que porta Enrique en su
carretilla de mano.
-
Y mejores que estos, ya lo creo. La sequía de este año se ha hecho notar. Al
pueblo nos han tenido que traer el agua con cisternas este verano; lo que no ha
ocurrido nunca.
-
Esta ermita se les está hundiendo.
-
Ya lo ve. Está muy mal la pobre. Han puesto ahí que no se acerque nadie.
-
Tiene otra mejor ¿verdad?
-
Hombre, claro. La de la Virgen de Quintanares. Aquella es como una catedral. Ni
la de Barbatona ni ninguna. Esa es única. No sabe la cantidad de personal que
se junta en las romerías. Gentes de todos estos pueblos y de toda España.
Nuestra ermita es la mejor que hay. Está cerca de la carretera, según se va a
Sigüenza. En la romería de junio nadie sabe la de personal que se juntó allí.
Se hace procesión por la pradera, misa, y comida para todos los que van.
-
¿Gratis?
-
Gratis no. Hay que pagar algo. Es una fiesta muy familiar. La mejor que hay por
estos pueblos.
Pues
bien; después de escuchar a nuestro amigo, uno se siente en la obligación de
acercarse hasta la ermita de Nuestra Señora de Quintanares, la patrona de
Horna, de la que no tenía más noticias que dos, ambas la más de asombrosas: que
hace años les robaron la imagen y la tuvieron que sustituir por otra nueva,
sacada de fotografías, y el horroroso crimen que no hace mucho se perpetró en
aquellos contornos y que nos conmovió a todos.
Aunque
nuestro amigo Enrique, el hortelano de Horna, exageró un poco barriendo a favor
de las cosas de su pueblo, es verdad que se trata de un santuario mariano
excepcional, situado en pleno campo y que infunde fervor. Se trata de un
edificio construido según los usos para la arquitectura religiosa del siglo
XVIII, con portada semicircular entre dos contrafuertes. Tiene una especie de
hospedería aneja a lo que es la iglesia. Cuenta la tradición que en aquel mismo
lugar se apareció la Virgen a una señora del pueblo llamada doña Violante.
Además de la romería a principios de verano, de la que nos habló nuestro amigo,
se celebra la fiesta mayor el tercer domingo del mes de septiembre, con
importante afluencia de romeros procedentes de toda la comarca. La ermita está
cerrada, si bien puedo añadir que su interior es de una sola nave, y que, como
ocurre en muchas de las de su especie por tantos lugares, en su interior se
conservan infinidad de exvotos y de ofrendas donados por sus devotos con
antigüedad de siglos. Otro de los lugares privilegiados de la provincia que les
aconsejo conocer.
3 comentarios:
Estuve en junio de 2014 visitando la ermita y me pareció su interior muy interesante. Se notaba que había sido favorecida por gente importante, pues algunos elementos estaban claramente por encima de la media del arte rural. Por otra parte, me decepcionó no encontrar ni un solo exvoto, que tanto dicen de la fe popular, ignoro si fueron también robados. Es una pena que el santuario sea tan poco conocido: en Sigüenza, que está a unos 10 km, es raro quien lo ha visitado.
Estuve en junio de 2014 visitando la ermita y me pareció su interior muy interesante. Se notaba que había sido favorecida por gente importante, pues algunos elementos estaban claramente por encima de la media del arte rural. Por otra parte, me decepcionó no encontrar ni un solo exvoto, que tanto dicen de la fe popular, ignoro si fueron también robados. Es una pena que el santuario sea tan poco conocido: en Sigüenza, que está a unos 10 km, es raro quien lo ha visitado.
Hace mucho tiempo un enamorado de la provincia de Guadalajara Mariano Garrido del pueblo de Bujarrabal, pastor y músico, me regló su libro Diccionario enciclopédico de la provincia de Guadalajara publicado ten 1994. Da la casualidad que mi mujer y la madre de Mariano nacieron en Horna, y por cuestiones de nostalgia contagiada, he repasado los comentarios de estos pueblos, y lo he ido visitando en la medida del tiempo que dispongo.
Como anécdota, en su Diccionario, indica que Horna posee un "Castro" de la Edad del Hierro, que cuando les preguntaba, nadie parece que lo tenía localizado. Este verano conociendo donde se instalaban estos poblado en las zonas altas de los valles, como elemento de seguridad ante las invasiones y vigía y control de los mismos, lo localicé en una cota de 1169 metros, y aun se puede ver el perímetro realizado con piedras acopiadas sin argamasa y sin sillería. Soy aficionado a la fotografía y pude comprobar la visión desde este punto al valle. Valga este comentario para darle las gracias, por la motivación que me dio para poder localizar este punto.
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