miércoles, 19 de noviembre de 2008

LOS PAIRONES MOLINESES



No considera el diccionario de la Real Academia la palabra "pairón", y creo que es una deuda fácil de saldar la que tan benemérita institución tiene contr­aída con Guadalajara en general y con los pueblos y tierras de Molina en particular. No ha sido así con otros vocablos que se refieren a monumentos de semejante función, que adornan, como bien sabemos, los caminos en otros lugares de España; entiéndase "crucero" o "cruz de término", por ejemplo, para los que sí hay alusión en el registro oficial de nuestro idioma.
Bien; ahí están en cualquier caso los pairones molineses: solemnes, místicos, expresivos, desafiadores de intemperies y de calcinantes veranos de sol, marcando límites y sirviendo de amparo, de adiós y de bienvenida, a los muchos caminantes que por los solitarios campos del Señorío salieron a la brega de sol a sol mientras que aguantó el cuerpo, durante los dos o los cuatro últimos siglos.
Tengo para mí -y considero que también muchos molineses lo tienen para uso- como enseña principal de aquellas tierras a su típicos pairones. No he conseguido entrar, y bien que me gustaría, en el significado real que estos sencillos monumentos de piedra aportan al alma de las buenas gentes los pueblos en los que están enclavados. Salieron, claro está, de la piedad popular de nuestros antepasados, de su profunda religiosidad en la que no faltó un ápice de superstición, y otro, tal vez mayor, de rivalidad y de abierto desafío. Nuestros abuelos eran así, qué le vamos a hacer. Todavía se ensalza con un marcado fanatismo en cada lugar su propio monumento, su propio pairón; se venera de un modo singular a los santos y santas titulares de los mismos, a los que se consideran sus ángeles buenos, sus abogados y protectores ante el trono de Dios, menospreciando si llegara el caso a los del lugar vecino; cosa que, vista bajo el monolítico prisma de lo local, posee una explicación bastante lógica.
Por los ejidos y por los primeros campos de labor de una buena parte de los pueblos molineses existe una interesante variedad de este tipo de monu­mentos. Son en general, para quienes no los conozcan, unos murillos de piedra, a veces alzados sobre gradas o escalinatas, en forma de prisma con ornamenta­ción más o menos ocurrente, que remata en sencilla o doble hornacina en la que se guarda una imagen -en ocasiones un simple azulejo- de Cristo o de su Madre Santísima, en cualquiera de sus advocaciones, de las Animas Benditas, o de un santo o santa de la Corte Celestial, con preferencia por San José, San Antonio, San Isidro Labrador y San Pascual Bailón. Por cuanto a su forma y estilo, depende sobre todo de la época en la que se construyó así como del esmero que los albañiles y los picapedreros quisieron poner en su ejecución. La altura de los pairones molineses oscila entre los tres y los cinco metros, por término medio, rematando muchos de ellos, por lo que he podido observar, en una sencilla cruz de hierro forjado. Existe mayor variedad y número en la mitad más septentrional del Señorío, y se pueden contar uno, dos, y hasta cuatro pairones, según la categoría de los pueblos con arreglo a lo que fueron por su importan­cia y número de habitantes. Ni qué decir que el lugar en donde suelen aparecer son los cruces de caminos, así como las salidas al campo no lejos de las últimas casas.
Sería bueno saber cuántos son los que pasan del centenar en el recuento, más o menos exacto, de los pairones molineses. No hablaremos aquí de todos ellos, ni hablaremos tampoco de las leyendas y de las tradiciones montadas en torno a los mismos, ni del cuándo ni el porqué de su origen, entre otras razones porque sería imposible de averiguar. Alguna historia local muy concreta, llegada hasta nosotros por tradición oral, es lo poco que se sabe de alguno de ellos; por lo demás, apenas si queda su propio testimonio caracterizando el paisaje, y se­llando la identidad de una de las comarcas más significativas -y no sé si más olvidadas también- de las tierras de la Meseta.
Antes de entrar en el ahora agónico pueblecito de Anchuela del Pedregal, a la vera del camino se alza uno de los más sobresalientes pairones cuya existencia anduvo pareja con el pasado siglo. Consta sobre la piedra que fue construido en el año 1900, por un picapedrero apellidado Martínez. Está dedi­cado a San José, San Vicente y las Animas Benditas.
En Rueda de la Sierra es un destacado monumento local el pairón de la Virgen de las Nieves, colocado junto a la carretera que atraviesa el pueblo. Algo más adelante, en Cillas, merece la pena detenerse a contemplar la bella estampa barroca del que, hace más de dos siglos, el pueblo erigió a devoción de la Virgen del Pilar.
A la entrada de Cubillejo del Sitio, nos sorprende a mano izquierda, escalonado en la linde junto a la cuneta, el más elegante, ajustado y fotogénico de los ejemplares todavía en pie de este género: su pairón barroco de San Juan, del que años atrás se labró una réplica exa­ctamente igual y se instaló nada menos que en un vistoso jardín de la Capital de España.
El pairón de Tortuera, en honor y memoria a las Animas Benditas, es por su antigüedad y por su forma uno de los más distinguidos de cuantos todavía existen. Se trata de un muro, a modo de pequeña espadaña, que concluye en triple adarve a manera de Calvario, todo él construido a base de piedras mediana­mente labradas, de sillarejo y argamasa recubriendo el último cuerpo. Concluye en valiosa cruz de herraje.
Quisiera referirme de paso a otros muchos que conservan lugar preferente en el arcón de la memoria, tales como los de Labros, Tartanedo, Hinojosa, La Yunta, o el bien plantado del camino de Amayas; y de varios más que en tiempo pasado ocuparon mi atención por las tierras del Bajo Señorío, como los de Orea, Tordesilos y Lebrancón, por ejemplo, que conservan en pie a través de los siglos toda una lección de historia y de anónimas piedades, el peso de la tradición y de la fe arraigada que caracteriza a las tierras sobre las que se levantan.
Habrá que tomar nota de este envidiable tesoro monumental de los pairones molineses, levantado sobre piedra cargada de connotaciones nobles. Ahí están todavía casi todos ellos. Algunos son reflejo fiel en su actual estado del punto de civilización -muy alto por cierto- de los hombres y mujeres que por allí viven. Por nuestra parte, por parte de los que nos honramos en conocerlos, de los que tenemos a bien guardar en aquel escondido rinconcito del corazón las cosas más importantes que vieron nuestros ojos, vaya esta retahíla de consi­deraciones afectuosas como homenaje a los lugares y a los lugareños que se sienten honrados con la gracia incomparable de sus pairones.
NOTA: el hecho de que no quede visible desde la carretera la imagen interior de la hornancina en el pairón de Cubillejo del Sitio, nos hace caer involuntariamente en el error acerca del santo titular del mismo. Ante la duda, y leido el comentario de Alfredo, uno de nuestros lectores, he hecho la debida consulta a una persona de edad avanzada y natural de este pueblo molinés; se me informa en el sentido de que dicho pairón se colocó en honor de San Juan, según se ha creido siempre. Sabido eso, creo oportuno rectificar.
(En la imagen el pairón barroco de San Juan, de Cubillejo del Sitio)

1 comentario:

Alfredo dijo...

Estimado Sr. Belinchón:
Veo que dice Ud. que el pairón de Cubillejo del Sitio que fue reproducido en Madrid está dedicado a San Isidro y la Vírgen de la Hoz; lo mismo dice el cartel de la calle María de Molina, lo cual discrepa de lo dicho por D. Antonio Herrera Casado, Nueva Alcarria, 15-9-2000, (http://www.aache.com/na/na000915.htm), que lo asigna a la Vírgen de la Soledad.
¿Es posible que las dos cosas sean ciertas?
Un cordial saludo, Alfredo