lunes, 10 de junio de 2013

UNA TARDE EN VERUELA


            Desde que el poeta anduvo por aquí en un intento inútil de recobrar su salud maltrecha por la enfermedad de moda, al monasterio de Veruela se viene buscando la sombra de Bécquer. Su espíritu enfermizo y sutil, delicado y doliente, se adivina flotando entre los arbustos y la maleza por los senderos angostos y por los violentos inclinales que bajan del Moncayo, envuelto entre el cierzo que lamió su blanquecina piel en aquellas horas de andar oteándolo todo, gozándolo todo, a prudente distancia l por los entornos del monasterio.

            Al hablar de este venerable monasterio aragonés, escribió el poeta que su fama tenía como base el hecho de hallarse enterrados dentro de sus muros los restos mortales de su fundador, el príncipe don Pedro Atarés, tronco de la ilustre familia de los Borja, y los de su mujer, dama piadosa y pudiente que mandó construir a sus expensas la catedral de Tarazona, y los de tantos descendientes directos que dieron fama al apellido peleando bravamente en Valencia al lado del rey Don Jaime. Aquellos personajes son hoy en Veruela pura mitología, un dato documental importantísimo, pero ni mucho menos la razón primera que acarrea en los fines de semana a centenares de visitantes al pie del Moncayo, en busca de la sagrada paz y del sosiego que destila en tantas de sus páginas la obra escrita de Gustavo Adolfo, el poeta del amor y del dolor.
            Fue el producto inmediato de una promesa la fundación en estos llanos del célebre monasterio de Santa María de Veruela. Cuenta la tradición que don Pedro Atarés, señor de Borja, se vio sorprendido por una terrible tormenta que le hizo temer por su vida en las faldas boscosas del Moncayo, y que fue la Virgen, luego de haberse encomendado a ella, quien le sacó sano y salvo de tan comprometida situación, pidiéndole después que se erigiese en aquel mismo lugar un monasterio que recordara el milagro.
            Los trabajos de la abadía comenzaron en 1146, para concluir definitivamente cinco años más tarde. La parte antigua marca el periodo de transición entre el románico decadente y el gótico que comenzaba a estirar con cierto pudor el punto medio en el haz de arquivoltas de sus arcos. Los adarves recortados a pico y las murallas que entornan el monasterio fueron colocados cuatro siglos después por el abad Lupo Marco, el verdadero renovador e impulsor de Veruela.

         La portada de la iglesia muestra al exterior todo el encanto de sus seis arquivoltas con una decoración comedida, limpia y diversa, en la docena de capiteles que sostienen otras cuantas columnas, obra de perfecto equilibrio, muy acorde con el momento en el que se ejecutó y con el gusto exquisito de los canteros de la segunda mitad del siglo XII que labraron la piedra. El interior es una bella muestra del estilo cisterciense. Tiene tres naves, crucero y grandiosa cabecera con capillas absidiales y girola. La bóveda, sostenida a base de arcos fajones y cruzada nervadura, es una estampa elocuente del tiempo justo en la historia de la Arquitectura, donde el arte románico y el gótico se funden y se confunden, dando lugar a un canto solemne en piedra trabajada que habrá de repetirse con mayor claridad en la estructura del claustro.
            Pero volvamos a recuperar la imagen perdida del poeta de los sueños. Aquí, en las silenciosas celdas de Veruela, Gustavo Adolfo Bécquer dio a luz, una por una, las ocho Cartas literarias que figuran en sus obras completas, poniendo en orden las consejas y las viejas historias recogidas en sus habituales paseos a Trasmoz, a Vera, a Añón y a Litago, tantas veces en compañía de su hermano Valeriano, el pintor, cuya imagen se deja traslucir unida a la del poeta por estos ásperos recovecos que dibujan a su caída por la ladera Este las faldas del Moncayo.

            El Escorial de Aragón llaman todavía las buenas gentes de aquellas tierras a Santa María de Veruela. Se trata de uno de los antiguos cenobios de la Orden del Cister, que el genio promotor de aquellos venerables antepasados, que tan sólo ahora y muy de tarde en tarde aparecen en los libros, fue levantando por la difícil geografía española de tierra adentro, y que por fortuna todavía sigue ahí esperando, quién sabe si la mano amiga o el suspiro irreversible de un iluminado que tornó en poesía la tierra que pisaron sus pies.        

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