Lo
que aquí paso a escribir, me lo contaron
en el pueblo hace algunos años con motivo de mi primera visita a Tierzo, allá cuando mis viajes periodísticos de "Plaza
Mayor" que tanto me ayudaron a conocer, y
en consecuencia, también a querer y a sentir admiración por aquellas nobles
tierras de Molina. Las cosas -dicen-, miradas de un modo subjetivo, tienen, ni más ni menos la justa importancia que se
les quiera dar; para mí, el hecho al que me refiero hoy fue toda una sorpresa, pues se trata, nada menos, que
de la raíz y el origen de lo que poco después habría de ser una de las obras
más conocidas de la producción literaria
de todo un Premio Nobel.
No es preciso decir
que el hecho real sobre el que basa su argumento el
drama "La Malquerida" de don Jacinto Benavente es poco edificante, la razón
cae de su peso; no obstante, como dato de interés para la historia personal de
las tierras del Señorío, no es nada desdeñable, merece la pena. Lamento, eso
sí, no tener todos los datos precisos que tantos molineses de tiempo atrás
tuvieron en mente y que tal vez todavía recuerdan, por haberlo oído contar, algunos de los mayores que todavía viven. Si estas cuatro líneas sirven para que quede constancia escrita al paso de los años, se habrá visto cumplido mi propósito de que las cosas no debieran perderse, dado que los pueblos tienen derecho a ser depositarios a perpetuidad de todo lo que es suyo, también los aconteceres y leyendas, que a veces se suelen evaporar cuando las personas desaparecen.
drama "La Malquerida" de don Jacinto Benavente es poco edificante, la razón
cae de su peso; no obstante, como dato de interés para la historia personal de
las tierras del Señorío, no es nada desdeñable, merece la pena. Lamento, eso
sí, no tener todos los datos precisos que tantos molineses de tiempo atrás
tuvieron en mente y que tal vez todavía recuerdan, por haberlo oído contar, algunos de los mayores que todavía viven. Si estas cuatro líneas sirven para que quede constancia escrita al paso de los años, se habrá visto cumplido mi propósito de que las cosas no debieran perderse, dado que los pueblos tienen derecho a ser depositarios a perpetuidad de todo lo que es suyo, también los aconteceres y leyendas, que a veces se suelen evaporar cuando las personas desaparecen.
Pues bien, sucedió que allá por la segunda década del pasado
siglo -pronto se cumplirá el primer centenario-, un hecho singular conmovió a
las tierras del Bajo Señorío y de toda Molina. En Tierzo, y de manera cobarde, se había cometido
un crimen pasional valiéndose de unos matones a sueldo. La víctima fue al
parecer un hombre apuesto,
se llamaba
Francisco, y de sobrenombre "El Pañero". Estaba casado
con una mujer joven, hijastra de un ricachón que desde niña se había enamorado
de ella. La mujer, según cuentan, hacía buenos ojos
al amor innoble de su padrastro,
a cambio, quién sabe, si
de tener a su alcance todos los caprichos que una muchacha de su tiempo y de su
condición pudiera desear. Es lo cierto que, entre
uno y otra, tramaron la manera de quitarse
de en medio al infeliz
esposo de la muchacha, quien por su oficio de vendedor
ambulante pasaba la mayor parte de los días fuera de casa; de una casa que,
según dicen en el pueblo, existe todavía.
Parece ser que fueron tres
forasteros los autores materiales del crimen. Tres esquiladores que por
aquellos días de finales de mayo andaban por allí trabajando en su oficio igual
que cada año. El precio convenido, mil pesetas de las de entonces, todo un
capital. De la forma en que le dieron muerte no se sabe nada. El lugar a dos
kilómetros del pueblo. El cadáver lo metieron en un saco y lo escondieron en el
agujero de una alcantarilla. Para despistar a la justicia los asesinos fueron a
lavarse a una fuente lejana, cerca de Molina. Cuando se descubrió todo, y las
circunstancias que dieron lugar a hecho tan tremendo pudieron conocerse con
detalles, a la esposa del muerto la metieron en la cárcel y allí dio a luz. Un
verdadero drama, efectivamente. Las gentes de Tierzo, y más todavía las de los
pueblos vecinos, compusieron coplas en las que se relataba el hecho vil que
durante muchos años se ha recordado en el pueblo.
Al poco tiempo, ese mismo suceso con
ligeras variaciones de matiz, y trasladado a otro ambiente y a otra región de
España, recorrió los escenarios del país con un éxito de público sin
precedentes. La famosa copla de don Jacinto, aquella que decía así: El que quiera a la del Soto/ tiene penas de
la vida/ por quererla quien la quiere/ le llaman la Malquerida/ fue una
constante en el decir popular de la época, y, desde luego, algo debió
contribuir a la concesión del más importante premio que en el mundo se concede
a los hombres de letras. En todo ello no aparece el pueblo de Tierzo. Participó
en las horas de angustia como su primer escenario, pero no en lo oropeles que
siguieron al éxito de una obra singular, reconocida por todos.
(En la foto: Tierzo, la nueva fuente de la plaza)
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