Nuestra
tierra parece estar sembrada de hitos a todo su largo y ancho donde la Historia
parece volver a vivir. Con sólo moverse en cualquier dirección, el caminante se
encuentra a cada paso con huellas del pasado, como corresponde a una tierra
habitada por el hombre desde la más remota antigüedad. La piedra, a falta de
otro tipo de documentos, es al cabo de los siglos el libro abierto de nuestro
propio pasado.
Las
tierras de Castilla guardan gran parte de su historia remota escondida bajo una
capa de tierra, cuando no pintada en los muros de cualquier refugio o en las
paredes de una cueva; hilos de los que conviene tirar con cuidado para dar
forma al puzle de nuestro origen, al de esta Castilla de nuestros pecados que
durante siglos fue el principal órgano vital -por no decir el corazón- de toda
la Historia de España.
Los
días de verano tienen, entre otras más, la virtud de dar tiempo para todo. Era
casi la media tarde cuando desde la villa de Atienza, pasando por Miedes hasta
dejar atrás del mapa de la Provincia, salimos hacia las ruinas de la vieja
Termancia. En un espacio de terreno insignificante se da por aquellas latitudes
la conjunción de tres provincias castellanas de profunda raíz: Segovia,
Guadalajara y Soria. La ciudad romana de Termancia queda en tierras de Soria,
ocupando el altiplano y las laderas suaves de un campo variadísimo donde juega
papeles de especial protagonismo la piedra arenisca de color rojizo. De hecho,
en la parte romana de la antigua Termes, la piedra de arena lo fue casi todo,
como todavía puede verse.
Retortillo
es un pueblo interesantísimo que nos sale al paso apenas entrar en la provincia
de Soria. El soplo de su pasada grandeza se deja adivinar en los fragmentos de
muralla, en los arcos que dicen de San Pedro y de Sollera, en sus viviendas
blasonadas que concurren en la Plaza Mayor que en otro tiempo fue mercado.
Sorprende al viajar la estampa antigua, el soplo de castellanía que al cabo de
los siglos sacude sobre las aristas de la piedra labrada en estos pueblos que,
bajo el impío sol de las cinco, nos recuerda las andanzas de Rodrigo el de
Vivar, primero de los personajes célebres que por aquí pasaron.
Tarancueña
y Montejo de Tiermes son otros de los pueblos que asientan por allí, entre
parameras sorianas ocupando los altos, y tierras frías de labor en los
vallejuelos y veguillas que los modernos agricultores cultivan
convenientemente. Uno camina con la impresión de haber puesto los pies en la
Castilla pura -no sé si dura también- de la que nos hablan las viejas
crónicas, que tanto dio y que tan poco recibió a cambio.
La
ciudad de Termes, Tiermes o Termancia, queda poco más adelante. Nos la anuncian
una serie de edificios nuevos que hay en sus inmediaciones, como
infraestructura de lo que todo aquello algún día pudiera ser: hoteles,
restaurantes, casas rurales..., pensando en el turismo que algún día llegará
cuando lo que falta en Termancia por descubrir sea un hecho al cabo de los
años. En cualquier caso, se ve que están preparados para lo que pueda venir,
no así como en nuestras excavaciones regionales, que las hay abundantes y
varias de ellas de mayor importancia (Segóbriga, Valeria, Ercávica, Recópolis),
donde, por el momento, no hay turistas en exceso que vengan a visitarlas, aunque lentamente, muy
lentamente, cada día son más.
Merece
la pena una vista a las ruinas de una de las ciudades más antiguas de las que
se tiene noticia. Su historia sigue paralela de algún modo al pasado de
Numancia, aquella más conocida en la historia por el comportamiento heroico o
suicida de sus habitantes, los arévacos, que anduvieron por allá y por acá
creando serios problemas a los conquistadores romanos, que los consiguieron
dominar al fin, pero dejándose a una buena parte de sus soldados y generales en
el empeño. Tiermes no fue sometida por los romanos hasta el año 98 antes de
Cristo, tiempo en el que el cónsul Tito Didio, obligó a bajar a sus pobladores
desde la ciudad al llano. Los restos arqueológicos más antiguos, hasta el momento,
hallados en su campo pertenecen a la época celtíbera, siglo VI antes de Cristo,
si bien se da por supuesto que el origen de Termancia como lugar habitado es
mucho más antiguo.
Períodos
celtíbero, romano y medieval, se distinguen perfectamente al otear por aquellos
campos. Los hallazgos más antiguos consisten en enterramientos, en tumbas con
restos de ajuar funerario rodeado a veces de piedras haciendo círculo.
De
la época romana es mucho lo que ya se puede ver. La condición especial de la
piedra arenisca, como ya se ha dicho, permitió a los invasores construir a su
gusto una ciudad con todo lujo de comodidades. Los canales por los que
discurría desde los aljibes el agua hasta los baños aparecen, digamos, tal cual
como el primer día: acueducto, castellum aquae, foro imperial y muralla, han
salido a la superficie después de las todavía recientes excavaciones, como
servicios de carácter público; como restos de edificio privado han salido a la
luz los restos de la que llaman Casa del Acueducto, primera mansión de Tiermes
cuyas ruinas han sido sacadas a la superficie en toda su extensión, hasta 1.800 metros cuadrados
de superficie.
Desaparecida
la ocupación romana (ateniéndose siempre a lo que allí se ve), uno saca en
conclusión que los herederos de aquellos arévacos expulsados por razón de la
fuerza, volvieron a ocupar el alto y a edificar según las nuevas maneras. Es
la época medieval de la ciudad de Tiermes. Como botón de muestra más
importante, allí está la iglesia románica, restaurada, pero en pleno uso, con
la que uno se encuentra apenas llegar. Se venera en su interior la imagen de la
Virgen de Tiermes, con fiesta mayor y romería el tercer domingo del mes de
mayo, a la que acuden por tradición gentes de las tres provincias: de tierras
de Ayllón, de la sierra de Atienza, y de la propia comarca soriana más o menos
próxima. A destacar, las seis arcadas del atrio, donde se luce un estupendo
juego de capiteles, por lo general bien conservados, con motivos en relieve la
mar de diversos: vegetales, entrelazados, escenas bíblicas, justas, o cacería
de jabalí con perros, que nos recuerdan el friso de la iglesia de Campisábalos,
coetánea y relativamente próxima.
Sirva
como conclusión, el siguiente detalle humano, muy al margen de lo dicho hasta
ahora. Un hombre de Retortillo, uno de esos ancianos que pasan las horas
muertas sentados a la sombra de una pared junto a las eras en las tardes de
verano, fue por un instante mi interlocutor:
-
¿Es usted de tierra de Guadalajara? – me pregunta.
-
Sí señor; de por allí vengo –le respondo.
-
Antiguamente venía a cazar por estos pueblos el conde de Romanones. Sería yo un
chavalote entonces.
-
¿Lo llegó usted a conocer?
-
No, yo creo que no lo conocí. La cosa es que el cura que había en uno de estos
pueblos cazaba mucho más que él. Aquello ponía enfermo a Romanones. Como quería
quitárselo de encima, influyó para que nombraran al cura canónigo de Sigüenza
y se fuera del pueblo.
- Y
Seguro que lo consiguió.
-
Sí; pero los demás canónigos no lo quisieron admitir, y se volvió otra vez de
cura al pueblo. Cuando vino Romanones y lo encontró en el mismo sitio, dijo:
¡Ah, sí!, ¿conque no lo quieren de canónigo? Pues lo nombraremos obispo.
-
¿Y lo hicieron obispo?
-
Eso es lo que se dijo por aquí.
Anécdotas
aparte, con este trabajo queda hecha la invitación a nuestros lectores para
que, aprovechando la bonanza del verano, se acerquen a contemplar in situ aquel
poso castellano de nuestra historia más remota.
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