“… Y para José, buen
conocedor de la condición humana, con vieja (¡ay!) gratitud. Un abrazo. Andrés.
Oct 2013” .
Mi trato
con Andrés Berlanga ha sido más epistolar que personal o directo. Admiro su
exquisita aportación a la Literatura desde hace un montón de años -treinta o
más- en que alguien me regaló uno ejemplar de “La Gaznápira”, la novela del
Alto Señorío Molinés en donde él nació, y que ha inmortalizado con su ingenio
en un irresistible ataque de amor a su tierra, difícil de ser correspondido
como él merece. Después adquirí a mi vez un ejemplar de Clásicos Austral para
obsequiar a un familiar, amante de la literatura costumbrista, que relee y
conserva entre sus libros con mayor estima.
Andrés
Berlanga, después de un largo periodo de años sin publicar, acaba de sacar a la
luz un libro de relatos, “Sucesos”, que acabo de recibir por correo ordinario.
Termino de leer uno de los 52 relatos breves que contiene el libro, el primero
por donde lo abrí después de leer su amable dedicatoria. El uso del lenguaje
por Andrés Berlanga es magistral, sencillamente admirable, donde no faltan las
expresiones populares empleadas cuándo y en el lugar justo en donde deben
estar. La ironía es otro de los ingredientes que el autor maneja con soltura y
en sus justos términos. La temática está tomada de la calle, del vivir diario,
siendo protagonista el hombre de hoy en su más estricta diversidad. La brevedad
de los relatos (dos páginas del libro cada uno, por término medio) son pequeños
sorbos de mensaje humano que conviene racionar y saborear.
Del nuevo
libro del autor de Labros, del maestro y del amigo, transcribo como muestra de
su buen hacer, el primer párrafo del “suceso” que termino de leer: “Vida
post-mortem” se titula:
«Al
fallecer hace tres años, el empresario maderero don Crisanto Filgueira dejaba
una viuda algo desconsolada, dos hijas no más, una buena reputación y una
herencia muy aparente. A día de hoy todo eso ha ido trastocándose ¡y de qué
manera!»
En fin,
continuar con el relato sería faltar a la ley, como bien sabemos. Lo dejo ahí;
pero no sin antes hacer pública mi
satisfacción por incorporar a mi biblioteca uno de los libros que bien vale la
pena leer y conservar, que, dicho sea de paso, no todos los que se publican cumplen esa condición.
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