Si con
toda razón y absoluto fundamento podemos afirmar que, tanto geográfica como
históricamente, es Guadalajara la más castellana de las cinco provincias que
forman nuestra comunidad autónoma, con no menos motivo nos atreveremos a
asegurar que ésta de la Transierra es la comarca más castellana de las
diferentes que completan nuestro mapa provincial en sus cuatro direcciones.
Estamos a un paso de la franja norteña que sirve de medianil entre ambas
Castillas, la Vieja y la Nueva, como así se las conoció siempre, y en los
pueblos limítrofes, en varios kilómetros a la redonda, las costumbres y
caracteres de una y otra parte de la línea divisoria, nos muestran idénticas
particularidades, e incluso en muchos casos con una historia común.
Hoy toca
hacer especial referencia en nuestro periódico a uno de los pueblos menos
conocidos de la Sierra Norte, que por su entidad sospecho sea también uno de
los más despoblados de esta comarca, si bien y como compensación, sea a la vez
uno de los más saludables debido a la situación en donde se encuentra, a la
colosal alameda de su entrono, y al cuidado que sus habitantes, nativos y
oriundos, ponen por mantenerlo en pie y disfrutar de sus encantos y ventajas
durante señaladas temporadas a lo largo del año.
Nos
estamos refiriendo, como habrás podido conocer por el título que encabeza este
trabajo, al pueblecito serrano de Condemios de Abajo; porque los Condemios son
dos, el de Abajo y el de Arriba, situados uno de otro a poco más, o a poco
menos, de un kilómetro de distancia, asentados los dos en una misma vega, y a
una altura superior a los mil trescientos metros sobre el nivel del mar, con la
única diferencia que desde antiguo les han señalado sus censos de población
respectivos. Condemios de Arriba es el mayor de los dos, y el de Abajo es el
hermano pequeño. En lo administrativo son independientes uno del otro; pues
ambos mantienen sus propios ayuntamientos. Pueblos vecinos, aunque en ningún
caso se les pueda considerar pueblos
rivales, como en el medio rural suele ser norma en infinidad de casos. Desde el
principio de su existencia es fama que estos pueblos se han entendido bien, y
han vivido esa hermandad que imponen la cercanía y el llevar los dos el mismo
nombre.
- Eso sí
que lo puede decir usted bien alto. Siempre nos hemos llevao muy bien entre los
dos pueblos. No es porque yo lo diga. Cuando se muere alguien en alguno de los
dos, los del otro pueblo acudimos como si fuéramos todos del mismo.
Esto me
lo contaba un señor que tomaba el sol sentado al abrigo de la ermita de la
Soledad, junto a la carretera, como a mitad de camino entre los dos Condemios.
-Y usted,
¿de cuál es?
- Yo soy
de Condemios de Arriba, para servirle.
- Muchas
gracias ¿Y esta ermita a cuál de los dos pertenece?
- Pues
pertenece a los dos por igual. Aquí están los santos que se sacan en la Semana
Santa, que un año se celebra en cada pueblo con sus procesiones y todo.
- Muy
curioso. ¿Y no hay peleas por eso, por ver quien lo hace mejor?
- Nada.
Cada año se encarga uno de los dos pueblos de vestir a los santos, y luego las
procesiones y las cosas de misa se hacen allí.
- ¿En
cuál de los dos resulta mejor?
- ¡Ah!,
de eso yo no le digo nada. Si me pregunta usted a mí le diré que en el mío, y
si le pregunta usted a uno del otro pueblo le dirá que en el suyo.
Es la
media tarde de un apacible día de principios de otoño. El cielo está limpio,
como el celofán. Las vacas pastan en las praderas cercadas que hay junto a los
dos pueblos. La limpia luz de la tarde nos llega desde las cimas del Alto Rey,
que tenemos a cuatro pasos como enseña inconfundible. Al pueblo lo encuentro
visiblemente transformado desde la primera vez que anduve por aquí. Después he
pasado varias veces junto a él sin detenerme, viajando siempre por la carretera.
Hay dos viviendas restauradas como fondo a la entrada del pueblo, y otra sobre
un lateral, nueva, que debe de ser como un verdadero palacio. A la puerta de su
casa hay un hombre y una mujer sentados en el poyo. En estos pueblos el poyo
suele consistir, por lo general, en un asiento de piedra para dos o más
personas, que casi siempre hay junto a las puertas de las casas.
-
Aprovechando el solecillo de la tarde ¿verdad?
- Pues sí
señor; a estas horas aún se está bien. Enseguida habrá que meterse en casa. Por
las tardes refresca pronto.
- Poca
gente en el pueblo.
- Y tan
poca. Aún quedan algunos de los del verano. Dentro de cuatro días nos
quedaremos solo mis dos hijos y yo. Ahora vive también aquí la médica, y un
guarda también está aquí.
- ¿Médica
y guarda para tan pocos vecinos?
- No; la
médica pertenece al Centro de Salud de Galve y lleva varios pueblos, y el
guarda es de los montes.
La buena
mujer se llama Primitiva, y el señor que la acompaña es Casimiro, su cuñado,
que vive en la provincia de Madrid y estira la estancia en el pueblo después de
verano todo lo que puede.
- Yo no
soy de aquí ¿Sabe usted? -me dice ella. Soy de Somolinos. Mi marido es el que
era de aquí. Nos casamos y nos vinimos a vivir a Condemios, y aquí estamos.
- De este
pueblo yo conocía al señor Eustasio y a la señora Telesfora, su mujer. Muy
buena gente. Un día que pasé por aquí estaban de matanza. Hacía un frío de
demonios. Me invitaron a una buena tajada de magro pasada por las ascuas y a un
vaso de vino, que me sentaron la mar de bien.
-Hará
mucho tiempo de eso; por que el Eustasio hace ya muchos años que murió. Sí que
eran buenas personas. El Eustasio era carpintero, y trabajaba muy bien.
- Claro
que hace tiempo. Más de veinte años, seguro; o cerca de treinta. Y el Goyo, que
era el alguacil, me acompañó a recorrer el pueblo. Recuerdo que tomamos algo en
la taberna de la Angelita, que también tenía un poco de tienda en su casa.
- Pues sí
señor. Aquellos eran otros tiempos. En el pueblo había más gente que ahora. Unos
se marcharon, otros se han ido muriendo…
De paseo por el
pueblo
Por la
carretera pasa el coche de la Guardia Civil hacia el otro Condemios. Frente a
nosotros se distinguen en el horizonte las antenas del Alto Rey. Los árboles de
la Alameda se están comenzando a teñir de amarillo real. Las vacas descansan
plácidamente en las praderas cercanas, luciendo en las orejas las
correspondientes placas amarillas con su número de identificación.
Desde la
entrada al pueblo hasta la plazuela final en donde está la iglesia, suben dos
calles principales, con otras transversales que se cruzan entre ellas. Calle de
la Iglesia, Calle de la Fuente, de la Plaza, de la Cabezuela. Algunas de las
viviendas que vamos encontrando por estas calles, tienen inscritos sobre sus antiguos
dinteles de piedra dibujos alegóricos y frases piadosas en honor del Santísimo
Sacramento. En la Calle de la Plaza queda el ayuntamiento, sólido, de piedra
caliza, con las banderas reglamentarias en el balcón. Junto a la Calle de la
Cabezuela está el parque infantil con sus aparatos y columpios, y al lado la
casa rural “La Casa de los gatos”, con una curiosa exhibición de originalidad,
madera y piedra, doble terraza exterior al aire libre dentro de su propia
estructura, ideal para los atardeceres y las trasnochadas del verano.
Sobre los
altos de caliza que aquí llaman Los Llanos merodean los buitres en escuadrilla,
tan habituales en estas tierras de ganado. Sobre un tejado, frente a la
iglesia, trabajan unos albañiles que hablan en un idioma extranjero, supongo
que rumano. La puerta de la iglesia de las Natividad está cerrada. Es una
iglesia solitaria en la parte más alta del pueblo, de elegante aspecto, con una
airosa espadaña orientada a la puesta del sol, que al fin al de la tarde va
tomando un color como de oro viejo. La fiesta mayor se celebra, o al menos se
celebraba, para la Virgen de Septiembre, fiesta de la Natividad de María, pero
sospecho que, a imitación de casi todos los pueblos, la habrán adelantado de
fecha para haya más gente en tiempo de vacaciones.
Son cerca
de las siete. El cielo de la sierra es de un azul intenso. La claridad del día,
al sol poniente, convierte al pueblo y a sus entornos en un paraíso de ensueño,
al tiempo que va descendiendo la temperatura a toda prisa. El frío sobre la
piel aconseja prudentemente que demos el viaje por concluido. Sobre la
cordillera del Alto Rey pasa un avión a reacción que divide el azul en dos
mitades iguales.
(En las fotografías; Detalle del pueblo desde los prados; ermita común de ambos Condemios, e iglesia parroquial de La Natividad)