jueves, 31 de enero de 2013

UN ATLAS DE NUESTROS PAISAJES



            El equipo de especialistas de la Universidad de Alcalá que bajo la dirección del profesor D.José Sancho Comíns, sacó a la luz a finales de 2011 el Atlas de los paisajes de la provincia de Guadalajara, ha tenido la gentileza de obsequiarme con un ejemplar del mismo. Es el resultado de un trabajo intenso, de tres años de duración, que se ha visto compensado con la feliz realidad de este volumen extraordinario, para el que me faltan palabras de elogio en un primer contacto con él.
            Consta el libro de 240 páginas en 27 x 34. La cuidada edición se debe a la propia Universidad de Alcalá y a la Caja de Guadalajara. Sus autores son diecisiete, todos ellos especialistas en los distintos aspectos que se tratan, entre los que se cuenta nuestro Cronista Provincial D.Antonio Herrera Casado.
            En esos aspectos, por señalar sólo algunos, aparece como estrella el paisaje provincial, el clima, la flora y vegetación, Geografía y geomorfología, zoogeografía, las aguas, la población…, y así hasta el menor detalle en interés científico y cultural con relación al pasaje y a los variados lugares de Guadalajara, avalado por el profundo conocimiento de sus autores en las diferentes materias a considerar, y por la inmejorable calidad de las fotografías, esquemas, planos y mapas, que completan su contenido.
            Una segunda parte, “Naturaleza e Historia del Territorio”, se ocupa del paisaje paso a paso, haciendo referencia en estudio particular de las distintas subcomarcas de la provincia, hasta diecisiete, en una cuidadosa disección de las cuatro comarcas características de la provincia.
            Se trata de algo diferente de lo que tenemos y conocemos dentro de la extensa bibliografía provincial. Predomina el aspecto científico de nuestras tierras, de nuestros pueblos y del solar que ocupan. El estudio de la población por municipios, con datos que arrancan del siglo XVI y continúan hasta el XXI, ofrecen un interés muy especial; la constitución del terreno por zonas concretas y bien delimitadas, Guadalajara en suma, se encuentra perfectamente recogida en un estudio meritorio que nos ha llegado en una más que loable publicación, que pasa a engrosar la lista de títulos y de saberes varios en torno a la provincia de Guadalajara.
           Ignoro si este libro está a la venta en librerías, aunque supongo que sí; tampoco sé de su precio, aunque sí de su presentación, calidad y contenido. Un libro útil que aconsejo a ese importante puñado de lectores ávidos de conocer todo cuanto se sabe y se escribe sobre Guadalajara.

lunes, 21 de enero de 2013

GALÁPAGOS EN LA ANCHA VEGA DEL TOROTE



Por estas mismas fechas en el año mil novecientos ochenta pasé una tarde a conocer el pueblo de Galápagos. A este lugar campiñés de la provincia de Guadalajara se puede entrar o no entrar cuando se va de viaje por la carretera de El Casar y de Torrelaguna, pues queda ligeramente al margen del camino, a tres kilómetros de distancia, según anuncia el indicador que hay plantado en el empalme. El ramal de carretera sigue paralelo al río, a muy poca distancia y en dirección contraria al correr de las aguas cuando las hay; pues es verdad que nuestros ríos, y éste de manera muy particular, el Torote, próximo a Galapagos, no se han rehecho en su caudal con las lluvias del pasado otoño.
            La distancia hasta la capital -veinte kilómetros escasamente- y de poco más hasta Madrid, ha permitido que este antiguo pueblo de agricultores al que estoy a punto de llegar, presente ya desde la distancia un aspecto diferente al de los demás pueblos, y desde luego al pueblo que antes fue. Estamos, amigo lector, en la comarca de las grandes urbanizaciones de la provincia de Guadalajara, en donde los pueblos, según el concepto tradicional que tenemos de ellos, han pasado a ser algo desconocido, auténticas ciudadelas residenciales del siglo XXI. El impacto de la era de la producción y del consumo, diametralmente opuesto al que durante muchas generaciones fue norma de vida en el medio rural, se ha hecho presente también en Galápagos de manera imparable.
            En las tierras de baldío que hay cerca del pueblo, a un lado y al otro de la carretera, pastan los tiernos rebrotes un centenar o dos de ovejas blancas, por entre los muros de los almacenes y de las naves industriales que han ido apareciendo en las últimas décadas. Atrás hemos dejado no menos de un centenar de camiones nuevos, sin carrocería, todos iguales, ocupando casi por completo el espacio de una ancha explanada. Y a la salida de una curva, la imagen primera del nuevo Galápagos, con sus viviendas recientes en color ladrillo, uniformes, alineadas, perfectas…  “Chalés a estrenar desde 160.000 euros”, puedo leer escrito en un cartel junto a la carretera; “Club Deportivo Vacacional”, en otro a cuatro pasos. El antiguo pueblo de agricultores, el Galápagos de toda la vida, queda escondido en medio del maremagnum de las nuevas edificaciones.

Los monumentos
            Acabo de dejar el coche en una primera plaza, apenas cruzar el puente sobre el arroyo Cañeque, que baja exangüe para unirse al Torote algo más abajo. Esta primera plaza se rotula como Plaza de Alcolea, en alusión a Alcolea de Torote, un despoblado próximo en el término de Torrejón del Rey, cuyas casas fueron demolidas en el año 1841, aprovechando las piedras y otros materiales para la construcción del ayuntamiento de Torrejón. Toda una historia, de la cual, de su existencia y desaparición sabemos poco pese a que en algún momento llegase a ser cabecera de comarca, tuvo castillo, y cerca de ochocientos vecinos en sus mejores tiempos.

            A mi lado, en la Plaza de Alcolea, hay un parquecito muy romántico y coquetón, con hojas secas en el suelo y sobre la fuente central, como con un poco de gusto palaciego: “Parque del centenario de D.Modesto Abajo. 15 de junio de 2011” anuncia el correspondiente cartel. Otros sobre un lateral de la plaza informan sobre la dirección que hay que tomar si se desean conocer los diferentes lugares de interés que hay en el pueblo, tales como el Paraje de la Cruz, la Fuente Vieja, la Plaza de Toros, el Ayuntamiento o la Plaza Mayor. Tomo por mi cuenta, guiado un poco por el instinto y otro poco por el recuerdo, el camino hacia la Plaza Mayor por la Calle Alcolea. Galápagos tuvo siempre, y así la sigue teniendo, una plaza memorable, con un palacio señorial como fondo, igual que las de Cogolludo y Pastrana. El palacio que tiene como fondo la Plaza Mayor de Galápagos perteneció en otros tiempos a los condes de Moriana, o de Villadaria como se les llamó por aquí, o “de Pie de Concha, emparentados con los reyes de Inglaterra; ahora el dueño es un hombre de dinero que casi nunca viene por aquí” según me explicó en mi primer viaje al pueblo don Manuel García Moreno, alcalde de Galápagos por aquellos años y un entusiasta y buen conocedor de aquél lugar de poco más de doscientos habitantes, de quien por motivos del cargo pendía toda la responsabilidad y el debido orden en el municipio.
            El palacio, levantando al gusto barroco, da un cierto empaque a la Plaza Mayor. La fachada es de un solo piso, en cuyo centro se muestra la portada de piedra tallada y coronada con el correspondiente escudo nobiliario en perfecto escudo de conservación. El viejo ladrillo campiñés, tan abundante en tantos nobles edificios por toda la comarca, es en buena parte la enseña de estos pueblos, que emplearon para dar forma a sus edificios más significativos: iglesias, ermitas, palacios, casonas señoriales… En Galápagos, tanto el palacio como la iglesia, que quedan como a cuatro pasos el uno del otro, están construidos con este tipo de material preferentemente, ya que en su fabricación y uso los artesanos de esta tierra fueron verdaderos maestros.
            La iglesia mira hacia el mediodía por los seis arcos del pórtico. Por encima de la torre vuela una bandada de tordos alrededor del nido de cigüeña. La iglesia de Galápagos está dedicada a la Cátedra de san Pedro en Antioquía. Una joya arquitectónica levantada a base de piedra y de ladrillo visto. Las columnas exteriores con sus respectivos capiteles dan al conjunto un aire de solemnidad. La iglesia está cerrada ya desde la verja que impide la entrada al pórtico, un detalle generalizado casi en la totalidad de las iglesias de la provincia para evitar los expolios, las profanaciones y los robos sacrílegos, pero que nos privan de conocer lo más interesante que por lo general hay en los pueblos. Por fortuna conservo el dato desde mi primer viaje, cuando acompañado de don Manuel, el alcalde, pude verla y opinar acerca de la impresión que me produjo, y que fue exactamente esto: “Lo más llamativo y singular de todo el edificio será tal vez su artesonado interior, el coro y, desde luego, las dos rinconeras arabescas en madera perfectamente conservada, formando un solo conjunto con el riquísimo encuadre de los techos.”  Pienso que todo seguirá siendo igual.

Por las calles       
            Es la de hoy una tarde húmeda. El campo, de aspecto triste al paso de las horas, muestra por los alrededores del pueblo una imagen gris, como corresponde a los primeros días del invierno en la comarca. No hace frío. El monte bajo y los pequeños cuarteles de olivar en la ladera aportan al ambiente una nota de calma y de serenidad. Es el momento de dar un paseo por las calles del pueblo antiguo, por el Galápagos de toda la vida, partiendo de la plaza.
            La Calle Real sale en dirección poniente. En la Calle Real predomina lo nuevo sobre lo antiguo. Entre dos balcones de una vivienda de la Calle Real hay una especie de estandarte o balconera de gran tamaño, con el texto alusivo a la Navidad escrito en inglés, y donde aparecen distintas escenas del nacimiento de Cristo en el portal de Belén: “Paz en la tierra, felicidades a todos”.


            Supermercado, autoservicio, alimentación, droguería, material escolar… En una plazuela lateral a la calle del Rosario, se anuncian algunos de los pequeños establecimientos comerciales del casco antiguo. En los chalés de la calle de la Alameda han colocado como elemento decorativo a la entrada de las viviendas algunos olivos trasplantados. Cuando paso por la calle Antonia de Blas de Quer, se me ocurre pensar que en Galápagos he visto más coches estacionados en las calles que personas, por lo menos en esta parte del pueblo próxima a la carretera. Justo en esta calle, en la Carretera, paso a tomar café al bar-restaurante Granada, uno de los establecimientos que quiero recordar ya existía en mi primera visita al Galápagos de los años ochenta, no sé si con el actual o con distinto nombre. El muchacho que me sirve dice que sí, que como bar tiene ya bastantes años.
            - Y como restaurante, su pongo que menos ¿no?
            - De eso algo menos; pero ya llevamos mucho tiempo dando comidas.
            - Hoy mismo se ve que tenéis mucho jaleo.
            - Sí; en estos días siempre hay varias comidas.
            - ¿Cuántos habitantes sois ahora en Galápagos?
            - Pues, exactamente no lo se; pero más o menos unos mil ochocientos.
            - Se ha construido mucho, claro. El pueblo está desconocido ¿Están vendidas todas la viviendas nuevas?
            - No, que va. Todavía hay mucho sin vender.
            Las cinco de la tarde y la luz esta comenzando a faltar. Apenas queda tiempo para echar un vistazo a la zona de servicios que hay al otro lado del arroyo: un polideportivo, la plaza de toros en estructura un tanto elemental, y lo que considero el ayuntamiento, por las tres banderas en el balcón, completamente nuevo. En el Silo se oye el murmullo de la gente que hay dentro, quizás una comida multitudinaria de los vecinos del pueblo, tan corriente en estas fechas. Una señora que sale me dice que sí.

martes, 15 de enero de 2013

BUDIA: "MUSEO DE LA CULTURA" EN TRÁMITE



            Quiero pensar que Budia es uno de los pueblos de la provincia con los que más contacto he tenido, desde aquella mañana de diciembre del año ochenta en la que anduve por allí la primera vez. Después se me ha dado la oportunidad de conocer mejor al pueblo, hacer buenos amigos y, si no recuerdo mal, leer el pregón de fiestas en dos ocasiones: una en Navidad y otra en la fiesta veraniega de la Sampedrada. Tras el fallecimiento de Rafael Taravillo, el primero de mis amigos de entonces, las visitas a Budia con cualquier motivo se han ido distanciando hasta hace tan sólo un par de semanas en que, impulsado por pretéritos afectos, decidí darme una vuelta por allí, conocer nuevas cosas y anotar en mi ya larga lista otros nuevos amigos.
            No hace un frío excesivo para el tempo en que nos encontramos y para la hora que es: las diez y media de una mañana próxima a la Navidad. Es la humedad, en cambio, la que se ha hecho dueña del ambiente en el campo de la Alcarria, y la niebla la que nos obliga a trechos a extremar la prudencia disminuyendo la velocidad. Budia, el pueblo, pese a encontrase metido casi en la vega, se deja ver de un modo sorprendente. El edificio en práctico abandono de la fábrica de harinas junto a la carretera, la ermita de San Roque, magníficamente restaurada años atrás, y poco más adelante el pueblo, la típica plaza de Budia que a Cela se le antojó como de un pueblo moro, adornada con motivos navideños, y coches, muchos coches en ambos laterales. El ayuntamiento de Budia, con su serie de arcos en el corrido balcón de la primera planta, la hilera de columnas del soportal y la fuente aneja al pie del edificio, es una de las casas consistoriales que más me han impresionado de toda la provincia.
            Debo decir que hoy no llevo una misión concreta en mi viaje a Budia, un programa previsto, tal vez porque tengo sobrada confianza en que le pueblo con su presente, su pasado, y todo lo que hay en él, da para mucho. Por otra parte, había conocido por las llamadas “redes sociales” a su actual alcalde, don Carlos María de Silva, a quien prometí hacer una visita tan pronto se me presentara la ocasión, y así lo he hecho, por lo que mis primeros pasos una vez llegado a la plaza, ha sido entrar al ayuntamiento y saludar al alcalde.

Conocer Budia
            Por su pasado, y por lo que Budia ha dado al mundo durante los últimos siglos, nos encontramos en un pueblo con cierto peso específico, con una importancia avalada por su pasado quiero decir. Su número de habitantes supera en poco los 250, cantidad no muy grande, pero que lo incluye dentro de ese medio centenar de municipios más poblados en esta provincia de pueblos pequeños.
            Encuentro al alcalde revisando unos papeles en su mesa de trabajo. Sabía de mi llegada. Natividad Mayor, teniente de alcalde del ayuntamiento y antigua compañera de profesión, viene a saludarme y a obsequiarme con un bonito calendario editado por la corporación, generoso en imágenes de los lugares y acontecimientos festivos que a lo largo del año se celebran en el pueblo, una obra de arte. Vimos después el belén municipal instalado en la galería que da a la plaza, fantástico; y la exposición de pequeños belenes procedentes de otros países de la tierra, tan diversos como Argentina, Perú, Kenia, Alemania, Méjico, Madagascar…, y así hasta un número de cuarenta; inesperado, original e ilustrativo. Una vez en la calle, con Carlos y Nati como guías, fue posible volverme a encontrar pasados los años, con todo aquello que el visitante jamás deberá omitir durante su estancia en Budia, comenzando, claro está, por ver la iglesia de San Pedro, a cuatro pasos de la Plaza Mayor y del Ayuntamiento.
            La iglesia es un monumento extraordinario, restaurado años atrás, con una portada artística al gusto plateresco, que merece cuando menos unos minutos de contemplación. El interior de la iglesia está dividido en tres naves, con coro alto a los pies, y en la cabecera el espacio que en otro tiempo ocupó el valioso retablo que consumieron las llamas del odio en la Guerra del 36. Queda, por fortuna, la mayor parte del altar de plata repujada -regalo de un oriundo del lugar, virrey de las Indias. Parece, según me insinuó el alcalde, que hay idea de encargar la construcción de un nuevo retablo, tomando por modelo las fotografías que se conservan del anterior desaparecido.

            Obligatorio detenerse ante los bustos -uno a cada lado del altar- con las imágenes del Ecce-Homo y de la Dolorosa, que se guardan en sus respectivas vitrinas; obra magnífica de Pedro de Mena, que si bien durante varios siglos se conservaron en el santuario de la Virgen del Peral, en las afueras del pueblo, fueron bajados a la iglesia por motivos de seguridad y para facilitar al público su contemplación con una mayor frecuencia. Coincidiendo con un rincón lateral, bajo el coro, descubrieron cuando los trabajos de restauración, hace unos veinte años, una capilla de concepción tardorrománica, muy chiquita, y perteneciente, todo hace pensar, a una iglesia anterior sobre la que en el siglo XVI se debió de construir la actual. Esta capillita está dedicada a la Virgen del Pilar con una imagen que la ocupa casi toda ella. 
            El paseo por el pueblo ha sido rápido y de poca duración: la fuente-lavadero de Lapelos, la picota, y después camino del convento de Carmelitas. Me acompañaron Carlos y Nati, alcalde y teniente de alcalde respectivamente del ayuntamiento. Nunca mejor servido cuando tan difícil resulta en los pueblos, cada vez con mayor frecuencia, encontrarse con alguien con quien pegar la hebra y charlar aunque sólo sea de pasada; mucho menos con la representación municipal por excelencia, que en Budia lo ha sido con generosidad. Me dedicaron no menos de una hora de su tiempo, y eso se lo tengo que agradecer. Pensaba al pasar por las calles que en algunas de aquellas casonas de pasado abolengo, ahora restauradas las más, pudieron nacer en siglos no tan lejanos varios de los ilustres nombres de lo más florido de los hijos de Budia, de entre ellos una decena de obispos.

El posible Museo de la Cultura
            Nos fuimos hacia lo que todavía queda del antiguo convento, el que fuera de carmelitas descalzos, fundado en 1732 en honor de la Concepción Inmaculada de la Virgen, anexo al cementerio y en completo estado de ruina. De él apenas queda de forma medianamente visible la fachada y los cuatro muros de la iglesia; el techo lo conservó mientras que sirvió para algo: para almacén del S.N. del Trigo, allá por los años cincuenta; después ahí se quedó al amparo de nadie como criadero de hierbas, jaramagos y toda clase de malezas espontáneas.
            Encontré al alcalde ilusionado con lo que en un futuro puede ser el actual edificio en ruinas del convento carmelita, una vez realizados los primeros pasos y aprobado como Proyecto de Interés Regional. Por el momento se cuenta con la cesión del edificio por parte del Obispado con destino a bien cultural, con la inversión ya aprobada de 200.000 euros del grupo Fadeta, y con los cálculos hechos que ascienden a un total de 1,3 millones de euros, de los que tres quintas partes aproximadamente (unos 800.000 euros) de la Unión Europea, irán a fondo perdido, y el resto lo aportarán otras instituciones entre las que se cuenta el propio ayuntamiento de Budia. Es el inicio de una posible realización que confiamos se llevará a término. El segundo paso, fundamental, será la declaración de Proyecto de Interés Regional, como antes se ha dicho; después de todo el trámite, la reconstrucción -por no decir restauración completa del edificio-, para concluir con la aportación de obras de arte y otro tipo de material que, según el alcalde, hay varias fundaciones que están dispuestas a colaborar con los fondos artísticos e instrumental que sean necesarios.


            Se cuenta con que en el proyecto entra la realización de una sala de exposiciones, salón de conciertos, biblioteca, departamentos de exposición permanente, y todos los servicios necesario para que en el edificio se pueda llevar a buen fin un plan de tamaña envergadura. Algo de ensueño que no dudo habrá de repercutir en beneficio de este importante municipio alcarreño, y en general de toda la provincia. Un asunto que seguiremos, paso a paso, con el interés que merece. Durante la visita al convento nos acompañó José Luís, encargado de la oficina de turismo, que me habló del interés de la gente por conocer Budia.
            Y abusando de su confianza, y con el molesto inconveniente de que el campo era un auténtico barrizal, mis amigos me llevaron a conocer Picazo, un viejo caserío en ruinas incorporado al ayuntamiento de Budia por el que manifesté cierto interés en conocer. Y fuimos, llevando como asesor a un antiguo amigo, Paco Cortijo, y nos dimos un breve paseo por el camino que en otro tiempo debió de ser su calle principal; y conocí el voluminoso tronco muerto del olmo concejil, la iglesia de la Asunción en lo más alto, y la pequeña ermita desmoronada, creo que del Niño Jesús, ya a la caída del valle. Picazo, donde hay una tabla rústica a la entrada que nos da la bienvenida, tuvo hacia el año 1850 hasta once casas abiertas y 36 habitantes, incorporado entonces al municipio de Valdelagua según el Madoz. Hoy forman parte del ayuntamiento de Budia los dos, Valdelagua y Picazo, además de Peñarrubia, una urbanización que pone la nota de modernidad a este pueblo singular y señero de nuestra comarca más característica: la Alcarria.

(En las fotografías: Ayuntamiento de Budia en la Plaza Mayor; "La Dolorosa" de Pedro de Mena; El Convento Carmelita en su estado actual.)

lunes, 7 de enero de 2013

UNA TARDE EN CONDEMIOS DE ABAJO



            Si con toda razón y absoluto fundamento podemos afirmar que, tanto geográfica como históricamente, es Guadalajara la más castellana de las cinco provincias que forman nuestra comunidad autónoma, con no menos motivo nos atreveremos a asegurar que ésta de la Transierra es la comarca más castellana de las diferentes que completan nuestro mapa provincial en sus cuatro direcciones. Estamos a un paso de la franja norteña que sirve de medianil entre ambas Castillas, la Vieja y la Nueva, como así se las conoció siempre, y en los pueblos limítrofes, en varios kilómetros a la redonda, las costumbres y caracteres de una y otra parte de la línea divisoria, nos muestran idénticas particularidades, e incluso en muchos casos con una historia común.
            Hoy toca hacer especial referencia en nuestro periódico a uno de los pueblos menos conocidos de la Sierra Norte, que por su entidad sospecho sea también uno de los más despoblados de esta comarca, si bien y como compensación, sea a la vez uno de los más saludables debido a la situación en donde se encuentra, a la colosal alameda de su entrono, y al cuidado que sus habitantes, nativos y oriundos, ponen por mantenerlo en pie y disfrutar de sus encantos y ventajas durante señaladas temporadas a lo largo del año.
            Nos estamos refiriendo, como habrás podido conocer por el título que encabeza este trabajo, al pueblecito serrano de Condemios de Abajo; porque los Condemios son dos, el de Abajo y el de Arriba, situados uno de otro a poco más, o a poco menos, de un kilómetro de distancia, asentados los dos en una misma vega, y a una altura superior a los mil trescientos metros sobre el nivel del mar, con la única diferencia que desde antiguo les han señalado sus censos de población respectivos. Condemios de Arriba es el mayor de los dos, y el de Abajo es el hermano pequeño. En lo administrativo son independientes uno del otro; pues ambos mantienen sus propios ayuntamientos. Pueblos vecinos, aunque en ningún caso se les pueda considerar  pueblos rivales, como en el medio rural suele ser norma en infinidad de casos. Desde el principio de su existencia es fama que estos pueblos se han entendido bien, y han vivido esa hermandad que imponen la cercanía y el llevar los dos el mismo nombre.
            - Eso sí que lo puede decir usted bien alto. Siempre nos hemos llevao muy bien entre los dos pueblos. No es porque yo lo diga. Cuando se muere alguien en alguno de los dos, los del otro pueblo acudimos como si fuéramos todos del mismo.
            Esto me lo contaba un señor que tomaba el sol sentado al abrigo de la ermita de la Soledad, junto a la carretera, como a mitad de camino entre los dos Condemios.
            -Y usted, ¿de cuál es?
            - Yo soy de Condemios de Arriba, para servirle.
            - Muchas gracias ¿Y esta ermita a cuál de los dos pertenece?
            - Pues pertenece a los dos por igual. Aquí están los santos que se sacan en la Semana Santa, que un año se celebra en cada pueblo con sus procesiones y todo.
            - Muy curioso. ¿Y no hay peleas por eso, por ver quien lo hace mejor?
            - Nada. Cada año se encarga uno de los dos pueblos de vestir a los santos, y luego las procesiones y las cosas de misa se hacen allí.
            - ¿En cuál de los dos resulta mejor?
            - ¡Ah!, de eso yo no le digo nada. Si me pregunta usted a mí le diré que en el mío, y si le pregunta usted a uno del otro pueblo le dirá que en el suyo.


            Es la media tarde de un apacible día de principios de otoño. El cielo está limpio, como el celofán. Las vacas pastan en las praderas cercadas que hay junto a los dos pueblos. La limpia luz de la tarde nos llega desde las cimas del Alto Rey, que tenemos a cuatro pasos como enseña inconfundible. Al pueblo lo encuentro visiblemente transformado desde la primera vez que anduve por aquí. Después he pasado varias veces junto a él sin detenerme, viajando siempre por la carretera. Hay dos viviendas restauradas como fondo a la entrada del pueblo, y otra sobre un lateral, nueva, que debe de ser como un verdadero palacio. A la puerta de su casa hay un hombre y una mujer sentados en el poyo. En estos pueblos el poyo suele consistir, por lo general, en un asiento de piedra para dos o más personas, que casi siempre hay junto a las puertas de las casas.
            - Aprovechando el solecillo de la tarde ¿verdad?
            - Pues sí señor; a estas horas aún se está bien. Enseguida habrá que meterse en casa. Por las tardes refresca pronto.
            - Poca gente en el pueblo.
            - Y tan poca. Aún quedan algunos de los del verano. Dentro de cuatro días nos quedaremos solo mis dos hijos y yo. Ahora vive también aquí la médica, y un guarda también está aquí.
            - ¿Médica y guarda para tan pocos vecinos?
            - No; la médica pertenece al Centro de Salud de Galve y lleva varios pueblos, y el guarda es de los montes. 
            La buena mujer se llama Primitiva, y el señor que la acompaña es Casimiro, su cuñado, que vive en la provincia de Madrid y estira la estancia en el pueblo después de verano todo lo que puede.
            - Yo no soy de aquí ¿Sabe usted? -me dice ella. Soy de Somolinos. Mi marido es el que era de aquí. Nos casamos y nos vinimos a vivir a Condemios, y aquí estamos.
            - De este pueblo yo conocía al señor Eustasio y a la señora Telesfora, su mujer. Muy buena gente. Un día que pasé por aquí estaban de matanza. Hacía un frío de demonios. Me invitaron a una buena tajada de magro pasada por las ascuas y a un vaso de vino, que me sentaron la mar de bien.
            -Hará mucho tiempo de eso; por que el Eustasio hace ya muchos años que murió. Sí que eran buenas personas. El Eustasio era carpintero, y trabajaba muy bien.
            - Claro que hace tiempo. Más de veinte años, seguro; o cerca de treinta. Y el Goyo, que era el alguacil, me acompañó a recorrer el pueblo. Recuerdo que tomamos algo en la taberna de la Angelita, que también tenía un poco de tienda en su casa.
            - Pues sí señor. Aquellos eran otros tiempos. En el pueblo había más gente que ahora. Unos se marcharon, otros se han ido muriendo…

De paseo por el pueblo
            Por la carretera pasa el coche de la Guardia Civil hacia el otro Condemios. Frente a nosotros se distinguen en el horizonte las antenas del Alto Rey. Los árboles de la Alameda se están comenzando a teñir de amarillo real. Las vacas descansan plácidamente en las praderas cercanas, luciendo en las orejas las correspondientes placas amarillas con su número de identificación.

            Desde la entrada al pueblo hasta la plazuela final en donde está la iglesia, suben dos calles principales, con otras transversales que se cruzan entre ellas. Calle de la Iglesia, Calle de la Fuente, de la Plaza, de la Cabezuela. Algunas de las viviendas que vamos encontrando por estas calles, tienen inscritos sobre sus antiguos dinteles de piedra dibujos alegóricos y frases piadosas en honor del Santísimo Sacramento. En la Calle de la Plaza queda el ayuntamiento, sólido, de piedra caliza, con las banderas reglamentarias en el balcón. Junto a la Calle de la Cabezuela está el parque infantil con sus aparatos y columpios, y al lado la casa rural “La Casa de los gatos”, con una curiosa exhibición de originalidad, madera y piedra, doble terraza exterior al aire libre dentro de su propia estructura, ideal para los atardeceres y las trasnochadas del verano.
            Sobre los altos de caliza que aquí llaman Los Llanos merodean los buitres en escuadrilla, tan habituales en estas tierras de ganado. Sobre un tejado, frente a la iglesia, trabajan unos albañiles que hablan en un idioma extranjero, supongo que rumano. La puerta de la iglesia de las Natividad está cerrada. Es una iglesia solitaria en la parte más alta del pueblo, de elegante aspecto, con una airosa espadaña orientada a la puesta del sol, que al fin al de la tarde va tomando un color como de oro viejo. La fiesta mayor se celebra, o al menos se celebraba, para la Virgen de Septiembre, fiesta de la Natividad de María, pero sospecho que, a imitación de casi todos los pueblos, la habrán adelantado de fecha para haya más gente en tiempo de vacaciones.
            Son cerca de las siete. El cielo de la sierra es de un azul intenso. La claridad del día, al sol poniente, convierte al pueblo y a sus entornos en un paraíso de ensueño, al tiempo que va descendiendo la temperatura a toda prisa. El frío sobre la piel aconseja prudentemente que demos el viaje por concluido. Sobre la cordillera del Alto Rey pasa un avión a reacción que divide el azul en dos mitades iguales.     

(En las fotografías; Detalle del pueblo desde los prados; ermita común de ambos Condemios, e iglesia parroquial de La Natividad)