Lo leí por primera vez hace mucho tiempo, medio siglo o
tal vez más, en aquellos anocheceres interminables en los inviernos de mi
primera escuela, cuando entre el final de la clase de niños y el principio de
la de adultos, que sería una hora después, me sentaba junto a la estufa,
aprovechando las últimas ascuas de la tarde a la luz de una bombilla de 15, y
me enfangaba en la lectura de libros como éste, que orientaron mi vida hacia
horizontes nuevos.
Os hablo
de “Andanzas y visiones españolas”, escrito por uno de los tres grandes
Migueles cuya obra enriquece, y de qué manera, nuestra Literatura. A Unamuno me
refiero. Los otros dos serían: Cervantes en primer lugar y Delibes
inmediatamente después. Hace unos días empecé a releer este libro. Lo estoy
disfrutando tanto o más que como lo hice a los veinte años. Sin duda os
aconsejo que lo leáis. De entonces a hoy (junio1916 en que escribió “De
Salamanca a Barcelona”) ha pasado todo un siglo; larga temporada en la que han
ocurrido en España muchas cosas: una guerra civil, distintas y aun opuestas
formas de gobierno, con el correspondiente cambio de maneras de pensar y de
vivir… Pero me ha interesado la opinión del maestro, del pensador, del español ilustre,
ante una realidad siempre presente en la vida de nuestro país. No sé si don
Miguel de Unamuno seguiría pensando hoy, sobre el mismo particular, de idéntica
manera a como pensaba entonces y así lo dejó escrito. Me quiero imaginar que
introduciría algún nuevo matiz a su razonamiento, pero que cambiaría muy poco
el sentido de lo que dejó dicho. Y que fue esto:
«Eso de
que los catalanes se complazcan en hablar en su lengua cuando hay delante
castellanos que no la entienden, por molestar a éstos, es una de tantas
tonterías que ha inventado la quisquillosidad recelosa del castellano. De todo
se le puede culpar al catalán menos de tales descortesías premeditadas y
malintencionadas. Lo insoportable suele ser la presunción del castellano que se
empeña en que hasta los desconocidos hablen delante de él de manera que lo
entienda, y que al punto sale con la grosería aquella de “¡Hable usted en
cristiano, hombre de Dios!” Y cuidado que no soy sospechoso por ser de los que
creen que al fin y al cabo se unificará el lenguaje en toda España y que no se
debe dar validez oficial a otro que no sea el idioma nacional castellano. Los
demás que se defiendan como puedan, pero sin protección oficial alguna del
Estado. Cuando, hace pocos años, se dirigió el alcalde de Barcelona en catalán
a S.M. el Rey, saludándole en nombre de los naturales de la ciudad, fuí quien
más alto y fuerte protestó contra ello, sosteniendo que el alcalde representa a
los vecinos y no a los naturales, que aquellos pueden no ser catalanes ni saber
el catalán, y que el alcalde mismo puede no saberlo, pero que no hay vecino
alguno de Barcelona que ignore el castellano. La distinción entre vecinos
naturales y vecino no naturales, siendo unos y otros ciudadanos españoles, es
un principio de incivilidad.»
Ahí lo
dejo.
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