viernes, 5 de junio de 2015

GENTE DE PRIMERA: TOMÁS BARRA


Nuestro hombre es el octavo varón de una serie de generaciones consecutivas en una misma familia que han venido manteniendo el mismo nombre y el mismo apellido desde tiempo inmemorial: Tomás Barra. Este Tomás de nuestros días es un hombre joven, natural de Guadalajara como el resto de sus antecesores que, llegado el momento de casarse, decidió irse a vivir a Cabanillas en los años de expansión de nuestros pueblos del Corredor del Henares; y allí reside, a cuatro pasos de la capital, no más allá de una decena de años.
            Desde hace una temporada larga conozco a Tomás Barra y me he comunicado con él en muchas ocasiones por medio de las redes sociales. Debo confesar que desde el primer momento me llamó la atención su interés por el hecho cultural en su conjunto, y en particular por el arte en sus más diversas manifestaciones. Después descubrí que no sólo era un apasionado por la pintura, sino un magnífico ejecutante además, admirador de los viejos monumentos de la ciudad -muchos de ellos desaparecidos- a los que se ha propuesto devolver a los guadalajareños de hoy, dándoles forma y color en un renacer de sus habilidades que le vienen desde niño, pero que ha tenido adormiladas durante más de veinte años, hasta que un día optó a la casualidad por inscribirse en uno de los cursos de pintura del Palacio de la Cotilla, lo que le llevó a despertar de aquel prolongado letargo y ponerse manos a la obra.
            Mas no todo quedó ahí; pues consciente de que cualquier cosa contemplada con visión de artista puede contener, previo su correcto tratamiento, un algo bello dentro de sí, debió pensar -como hace más de cinco siglos lo hiciera el gran Miguel Ángel-, que dentro de un bloque de piedra había un “Moisés”, y que todo era cuestión de quitar lo que sobraba hasta sacarlo a la luz, por lo que intentó vivir la misma experiencia valiéndose de una pesada piedra de alabastro que un día encontró tirada en las afueras de Jadraque -tal vez en el sobrante de algún taller de artesanos-, y que se trajo a casa con toda ilusión poniéndose enseguida a laborar sobre ella, a quitar lo que sobraba, hasta que apareció la preciosa imagen de una Virgen en posición sedente, con el Niño sobre sus rodillas, cuya fotografía no hace mucho colgó en su página de Factbook causando una extraordinaria sensación, y que a mí me impresionó sobremanera, por lo que me propuse ponerme en contacto con él, visitar su estudio e informarme no sólo de la obra, sino también del artista, un joven con intereses y destrezas fuera de lo común, que merecía cuando menos ocupar un espacio en la prensa provincial; deseo que le propuse, que él acepto de mil amores, y que hoy se ve cumplido en esta página especial de “Nueva Alcarria” que tú, amigo lector, ahora tienes en tus manos. 

            Cabanillas del Campo, pueblo de agricultores por tradición, y ahora residencia de miles de trabajadores ocupados en los más diversos oficios, casi todos relacionados con la industria,  fue en su origen una especie de caserío o aldea dependiente de la capital a cuyo Común de Tierra perteneció durante mucho tiempo; conseguida su libertad por compra, el rey Felipe IV le otorgó el título de villa en el año 1628. Hoy es una de las ciudades emergentes del Valle del Henares, a cinco kilómetros de distancia de Guadalajara, con una población en torno a los doce o catorce mil habitantes.
            Hacía años que no había vuelto a Cabanillas, tantos como que en éste mi último viaje tuve que preguntar dónde estaba el ayuntamiento, en donde Tomás y yo habíamos acordado reunirnos. Pese a la impresionante transformación a la que se ha visto sometido el pueblo, conseguí llegar en un primer intento a la puerta del ayuntamiento, donde no encontré a Tomás ni a las oficinas de la corporación. Un señor me contó que el ayuntamiento estaba en otro lugar desde hacía varios años. Se trata de un nuevo edificio como fondo a una plaza impresionante en la que hay un templete cubierto para la música, similar al de nuestro parque de la Concordia, dos fuente monumentales con abundante correr de aguas, y un ancho espacio de recreo para niños y para gente mayor, que en estas tardes preludio del verano, suele contar con nutrida asistencia de unos y de otros.
             Era la hora convenida. Mi interlocutor me esperaba sentado en una sombra. Me vio, nos conocimos, nos saludamos, y enseguida me llevó a su casa, donde nos recogimos en una media hora de conversación que aproveché para conocer al artista, tomar algunas fotografías de las cosas que me parecieron interesar de la amplia buhardilla donde él trabaja, se inspira y trasnocha hasta altas horas de la noche o primeras de la madrugada, en completo silencio, sin que nada ni nadie le pueda ahuyentar el soplo de las musas que, como sabido es, son las hadas buenas que sirven la inspiración en bandejas de oro a los artistas, siempre con la soledad y el silencio como elementos indispensables, y allí los hay.

            - Sí, cuando tengo que hacer algo me subo aquí por las noches y las horas se me van sin darme cuenta.
            Fotografías sobre la pared, a manera de venerable retablo en el que aparecen retratados algunos de sus antepasados en varias generaciones; un caballete con la última pintura, ya acabada, que representa la antigua Puerta de Madrid que servía de paso al Alcázar.
            - Los dos monumentos que aparecen corresponden al convento de Los Remedios, a la izquierda, y el de la derecha es la torre del Peso de la Harina. Lo he tomado de un boceto a lápiz de Pérez Villamil.
            - Y ese teatro de guiñol ¿Lo has preparado tú?
            - Todavía lo tengo sin terminar. Lo estoy haciendo para que jueguen mis hijas.
            Las hijas de Tomás son Irene, de seis años, e Itziar, la pequeña, de sólo tres. La esposa de Tomás se llama Ana y es de Segovia. En aquel momento ninguna de ellas estaba en casa. Encuentro al joven padre muy volcado sobre su familia, otra más de las notas a su favor.
            - Como proyecto inmediato ¿Qué te ronda por la cabeza?
            - Así como más inmediato quiero acabar la serie de cuatro monumentos antiguos de Guadalajara, de los que éste de la Puerta de Madrid es sólo el primero.
            Los trabajos que tenía preparados para que los pudiera observar y fotografiar a mi gusto los había colocado sobre una mesa, junto a la ventana que daba a la calle. Eran tres de temática diferente: la imagen de la Virgen en alabastro a la que antes me referí; un Crucifijo, muy a su estilo, que él talló con motivo del fallecimiento de su padre; y con su imagen yacente sobre historiado túmulo todavía sin concluir, la figura de doña Mayor Guillén de Guzmán, señora de Alcocer y amante que fue del Rey Sabio. Figuras que he querido presentar al lector, tal como preferimos que estuvieran situadas, pero que bien hubiese merecido la pena recogerlas en visión personal de cada una; pues son todo un derroche de paciencia y de trabajo bien hecho.
            Y nada más. El tiempo y el espacio del que dispongo ha dado de sí todo lo que podía dar. Tomás Barra es un hombre joven, metido aún en esa segunda juventud de los treintañeros. Tiene mucho tiempo por delante, y de él esperamos que con tesón, espíritu de trabajo, y talento que no le falta, nos siga admirando aunque sea de tarde en tarde.  
                 (En "Nueva Alcarria" hoy,  5-6-2015)


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