lunes, 2 de marzo de 2015

D. JESÚS PLÁ EN PROCESO DE CANONIZACIÓN


         Fue una de las más gratificantes noticias con las que se abrió el nuevo año la diócesis de Sigüenza-Guadalajara y, por qué no, también de la provincia en su conjunto. Uno de nuestro últimos obispos, don Jesús Plá Gandía, quien rigió los destinos de la diócesis durante la década comprendida entre los años 1981 y 1991, había sido propuesto para ser santo de altar a instancia de la archidiócesis de Valencia -su tierra natal- y de la diócesis seguntina en cuya catedral descansan sus venerables restos. El proceso de canonización ha quedado abierto, lo que supone un motivo de gozo excepcional para millares de fieles, muchos, centenares de miles, de católicos valencianos y alcarreños. También “Nuevas Alcarria” se felicita como asiduo lector que fue durante los años que vivió entre nosotros, y aún después, hasta muy cercana la hora de su muerte, que desde la Ciudad del Turia nos seguía como cosa propia.


         Hace unos días, el canónigo archivero de la catedral, don Felipe Peces, me envió un libro que trata sobre la vida y la personalidad de don Jesús Pla; un librito de cuidada presentación, enriquecido con un conjunto importante de fotografías en color, escrito por el Abad Mitrado de la colegiata de Játiva, don Arturo Climent Bonafé. Desconocía esta publicación que celebro sinceramente; pues después de haber conocido a don Jesús, de haber tratado con él en distintos momentos y por diferentes causas, el testimonio escrito de su autor me ha ayudado poderosamente a considerarlo en su media justa, como es obligado considerar a un hombre de Dios, a un santo. “Don Jesús Plá Gandía, un regalo para la Iglesia” es el título del libro, donde se concentra el total íntegro de su contenido.
         De su paso como prelado de nuestra diócesis no me resisto a transcribir, cuando menos, un párrafo del libro, en el que tras su muerte es justo se vayan sacando a la luz detalles
de alta humanidad como éste, uno más de la exquisita calidad humana de nuestro recordado obispo, y que ahora no sólo nos complace conocer sino también sacarlos a la luz para que sean conocidos:
 «En una de estas visitas a la parroquia de un pueblo bastante grande de la diócesis –nos cuenta el autor- don Jesús discutió con el párroco, se enfadó por algunos asuntos que no le gustaron. La visita acabó mal. Volviendo al obispado, ya a mitad de camino hizo parar el coche, que en este caso conducía el secretario de la Visita -don Jesús conducía siempre su coche- y le mandó volver a ese pueblo. Llegó a la parroquia y dijo al párroco: “Independientemente que tengas tú razón o la tenga yo -se arrodilló a los pies del cura- te pido perdón por lo que te he dicho, yo no puedo volver a casa sabiendo que uno de mis sacerdotes está disgustado por mi culpa”. Esto me lo ha contado un canónigo de Sigüenza en mi estancia el pasado verano recogiendo información sobre los diez años de obispo en aquella diócesis.»

         Al margen de mi amistad con él -pues fueron varias las noches en las que me solía llamar por teléfono desde Valencia, comentando algún escrito mío o de nuestro periódico en general que le hubiese llamado la atención-, estamos, tanto yo como mi esposa, en permanente gratitud con él; pues fue don Jesús, aquel buen obispo, quien ordenó de diacono a nuestro hijo Fernando (momento que recoge la fotografía), y de ahí que cuente entre nosotros como algo muy cercano a la familia, lo cuál nos hace compartir con un especial deleite la noticia de haberse abierto en la Iglesia el proceso de su canonización. Confiamos en que, más pronto que tarde, podamos ver consumado todo el proceso.

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