miércoles, 15 de octubre de 2008

HISTORIAS MENORES DEL PALACIO DEL INFANTADO ( V )


LA RECPCIÓN AL REY FRANCÉS

Es posible que el lector no considere de “historia menor” este episodio sacado del vivir de siglos del Palacio de los duques del Infantado, pues se trata un acontecimiento de extraordinaria importante, no sólo en la historia de tan emblemático monumento, sino de la ciudad de Guadalajara en donde se encuentra.
Los ejércitos españoles del Emperador Carlos, derrotaron de manera estrepitosa al enemigo francés en la batalla de Pavía, el 24 de febrero de 1525. Hicieron prisionero a su rey, Francisco I, y bajo la vigilancia de Hernando de Alarcón se le trajo a Madrid en un intento de concertar con él una paz duradera entre los dos países, y en unas condiciones, dada la situación, abiertamente favorables al Emperador.
Las fiestas en honor al rey de los franceses a su paso por Guadalajara todavía se siguen recordando -en documentos escritos, naturalmente- como las más grandes que se dieron en la ciudad a través de toda su historia. Comenzaron en Torija con unas justas entre caballeros que admiraron al rey francés; y continuaron en Guadalajara con un desfile interminable de caballeros ataviados con sus mejores galas; recepción por parte del duque del Infantado, a la sazón enfermo de gota, en el “patio de los leones”, y alojamiento en la sala más lujosa y rica de palacio: el salón de linajes.
Un autor de la época, Luís de Zapata, da cuenta del asombro que supuso para el ilustre prisionero contemplar en el salón reservado para él tanto lujo, tantas colgaduras y tapices, tanto oro, y tantos emblemas y escudos de nobleza, como rodeaban bajo el oro de la techumbre los cuatro muros de la estancia. Creo que estos versos del “Carlos famoso”, escritos por el antes dicho autor, tienen aquí su lugar oportuno. Los personajes son el propio rey francés, y el duque de Tendilla que le sirvió de guía:

“¿Qué escudos de armas eran los pintados
que en lo alto alrededor por todo había?
Señor, él respondió, nuestros pasados,
en quien muy gran virtud resplandecía,
de todos los linajes señalados
de España, y de los que aún después habría,
para a sus descendientes mover tanto
hicieron esta sala por encanto,
la cual de los linajes es llamada,
porque en ella esculpidos están todos
los de España, ahora sean de otra mesnada,
o de la antigua sangre de los godos…”

Al día siguiente al de su llegada, la fiesta se extendió de manera espontánea por toda la ciudad. Hubo cucañas, capea de toros en una plaza improvisada en las afueras del palacio, justas y juegos de cañas en los que sólo participaron caballeros de la ciudad; bailes y fiestas por todos los barrios, y hasta una lucha de “animales feroces” en la que pelearon con toda su crueldad y arrestos un toro y un fiero león.
El rey francés quedó impresionado. Las fiestas en honor del ilustre prisionero se extendieron en Guadalajara durante varios días más. El palacio y sus jardines se vieron engalanados como nunca lo estuvieron. En recompensa al duque -la política suele tener esas cosas- el Emperador le entregó una condecoración que pocos grandes de Europa poseían por aquel tiempo: el Toisón de Oro.

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