Guadalajara ha sido siempre una provincia eminentemente ganadera. Sobre todo en las comarcas serranas, y más todavía en las del Norte en torno al Macizo de Ayllón, la ganadería constituyó desde tiempos inmemoriales su principal fuente de riqueza y la base, casi exclusiva, de su mantenimiento. Las ovejas serranas, las cabras comunes, las vacas avileñas para la cría y el trabajo, así como el ganado mular en las comarcas agrícolas más favorecidas, constituyeron en el vivir cotidiano de los antiguos moradores el más importante de los puntos de apoyo sobre los que descansaba su peculiar manera de vivir.
Ya no es así, ciertamente. Los sistemas que aporta la vida moderna han ido acabando con aquellos modos de desenvolverse tan propios del medio rural en toda la Meseta Castellana que conocieron nuestros padres. También el fenómeno de la despoblación ha contribuido de manera definitiva a cambiar casi de raíz la vida de los pueblos. La ganadería, en consecuencia, acusó la novedad y ha disminuido sensiblemente en las viejas cabañas de la provincia.
El ancestral pastoreo se ha ido marginando hasta el extremo de casi desaparecer, por lo menos en aquellas masas rebañegas que careaban nuestros campos, y de las que tan solo, con cifras aparentemente increíbles, se recogen datos en viejas crónicas y en estadísticas de casi un siglo atrás. Ahora son enormes naves, situadas en las afueras de los pequeños municipios, las que privan, y en las que se guarda el ganado para el engorde. En todo caso, todavía quedan en los establos de la provincia unas 450.000 cabezas de ganado ovino; el número de cabras, que en otro tiempo pudo rondar el medio millón, se ha situado en una décima parte, o sea, 47.000 cabezas como máximo, incluyendo las que acogen las diferentes comarcas; el ganado de cerda ha desaparecido prácticamente de la vida familiar pueblerina, pues no dejan de ser mera anécdota y puro recuerdo los actos rituales de la matanza del cerdo, valiéndose el público de los productos de esta especie que se venden en el mercado a lo largo de todo el año. Los bueyes y vacas también han descendido su número de manera sensible con el despoblamiento de nuestros pequeños municipios, siendo el censo actual de unas 12.000 cabezas, concentradas de manera muy especial en focos concretos, tales como los municipios de Cantalojas, en la Sierra de Atienza, y Checa en el Bajo Señorío de Molina. Algunas mulas y asnos, menos de un millar en conjunto, mantienen encendida con languidez y clara tendencia a desaparecer de nuestro suelo, la llama de sus pasados servicios.
(En la foto, reses de vacuno pastando en la Dehesilla. Cantalojas)
Ya no es así, ciertamente. Los sistemas que aporta la vida moderna han ido acabando con aquellos modos de desenvolverse tan propios del medio rural en toda la Meseta Castellana que conocieron nuestros padres. También el fenómeno de la despoblación ha contribuido de manera definitiva a cambiar casi de raíz la vida de los pueblos. La ganadería, en consecuencia, acusó la novedad y ha disminuido sensiblemente en las viejas cabañas de la provincia.
El ancestral pastoreo se ha ido marginando hasta el extremo de casi desaparecer, por lo menos en aquellas masas rebañegas que careaban nuestros campos, y de las que tan solo, con cifras aparentemente increíbles, se recogen datos en viejas crónicas y en estadísticas de casi un siglo atrás. Ahora son enormes naves, situadas en las afueras de los pequeños municipios, las que privan, y en las que se guarda el ganado para el engorde. En todo caso, todavía quedan en los establos de la provincia unas 450.000 cabezas de ganado ovino; el número de cabras, que en otro tiempo pudo rondar el medio millón, se ha situado en una décima parte, o sea, 47.000 cabezas como máximo, incluyendo las que acogen las diferentes comarcas; el ganado de cerda ha desaparecido prácticamente de la vida familiar pueblerina, pues no dejan de ser mera anécdota y puro recuerdo los actos rituales de la matanza del cerdo, valiéndose el público de los productos de esta especie que se venden en el mercado a lo largo de todo el año. Los bueyes y vacas también han descendido su número de manera sensible con el despoblamiento de nuestros pequeños municipios, siendo el censo actual de unas 12.000 cabezas, concentradas de manera muy especial en focos concretos, tales como los municipios de Cantalojas, en la Sierra de Atienza, y Checa en el Bajo Señorío de Molina. Algunas mulas y asnos, menos de un millar en conjunto, mantienen encendida con languidez y clara tendencia a desaparecer de nuestro suelo, la llama de sus pasados servicios.
(En la foto, reses de vacuno pastando en la Dehesilla. Cantalojas)
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