El arroyo que pasa cerca de los dos pueblos fue en otro tiempo famoso por la cantidad y por la calidad de los estupendos cangrejos que se cogían en sus aguas. Los pueblos son Escopete y Escariche. El arroyo, según he leído en algunos mapas, se llama Torrejón. Las tierras pertenecen a la Alcarria Baja, y como tal son campos de cultivo en los que no suelen faltar las solanas baldías y pedregosas, las encinas y el matorral en las laderas, mientras que en los valles predomina la sombra y la vegetación. Ese es el paisaje que saliendo desde Pastrana nos acompaña hasta llegar a Escopete.
Hay una urbanización a cierta distancia de la carretera antes de llegar a Escopete que se llama Monteumbría, una de esas sorpresas que la adusta Alcarria pone a menudo delante de los ojos para que nos demos cuenta de que eso de adusta es sólo un decir. De hecho, las fuentes de más generoso manar en toda la provincia están en la Alcarria: Cifuentes, Brihuega, Albalate, Villaviciosa, y tal vez algunas más que ahora no recuerdo, sean buena muestra de ello.
Escopete aparece como encendido de luz en la media mañana. De los encantos y desencantos que a uno le gusta recordar de cada pueblo, en Escopete es la portada tardorrománica de su iglesia la que tengo anotada entre los primeros. En tantas ocasiones como he pasado por allí, tantas veces he bajado a verla. En éste último viaje encontré la iglesia sometida a un serio proceso de restauración, ya casi acabada. Nadie pone en duda que la iglesia de Escopete necesitaba ese retoque, pero tengo en contra del resultado final que se le ha quitado una gran parte de su estampa auténtica. El ábside ha salido perjudicado en la operación con esa serie de aditamentos que no le van, y no digamos del alisado de los muros. Se ha tenido más en cuenta lo práctico que lo estético según su estilo original; no obstante se han respetado, creo que escrupulosamente, la espadaña y la portada, es decir, las partes de mayor interés con respecto al gusto de la época. A favor cuenta el hecho de que la iglesia, tal y como está quedando, puede aguantar muchos años prestando su servicio a la feligresía que, a fin de cuentas, es para lo que fue hecha. El pueblo ha experimentado un cambio urbanístico importante en beneficio de un más cómodo vivir de sus pobladores.
Escariche viene a continuación anunciado por el verde de los árboles. Habría mucho que saber de Escariche si nos detenemos en su pasado, pero no es ese el fin con el que llegamos al pueblo en esta ocasión; se trata de algo menos relevante, pero que ha marcado al pueblo durante los últimos años cuando menos de forma curiosa.
Han pasado casi veinte años desde que un grupo de pintores Hispanoamericanos se presentaron en Escariche, vieron el pueblo y les gustó para poner en marcha su proyecto, que no era otro que el de emplear las paredes de las casas y de los almacenes como soporte en donde dejar impresa para la posteridad la huella de su arte. Pidieron permiso a los dueños de las viviendas y se pusieron de inmediato manos a la obra, hasta dejar la fachada de quince o veinte casas como una calcomanía.
Bien sabían ellos que la permanencia de su trabajo en tales condiciones sería efímera, si se tienen en cuenta los años y los siglos que suelen durar, siempre con un mínimo de cuidados para evitar que desaparezcan, las obras de arte que se pintaron con destino a colecciones particulares, a retablos de iglesias y a museos. Los muros que dan a la calle al alcance de todo, en un pueblo de agricultores y siempre a la intemperie, no son el mejor destino para plasmar impresiones artísticas a las que se van a dedicar muchas horas de trabajo hasta verlas concluidas, teniendo una vida tan limitada y sin que se pueda llegar siquiera a una porción mínima del gran público al que pudiera interesarle y sepa valorarlo en su medida justa. Los artistas, y sólo los artistas en cualquier época, son capaces de comportarse de esa manera. Por algo son artistas y saben deambular entre el resto de sus contemporáneos como aves de paso, dejando tras de sí una estela más o menos duradera que es su propia obra.
Todo esto lo digo porque desde la primera vez que fui a Escariche, con el único fin de saber qué era aquello de las casas pintadas, todo desde entonces ha cambiado bastante. Las casas siguen allí, y la ermita de las Angustias adosada al cementerio, y la casona solar a manera de palacio de los Pardo Cortés que fue también convento de Madres Concepcionistas, y las huertas en la vega del arroyo que hemos venido siguiendo desde Escopete…; eso continúa todo igual, como si el tiempo no hubiese pasado sobre ello. Son las pinturas de las casas las que han cambiado desde entonces, algunas de aquellas primeras que vi creo que ya no existen, o por lo menos no las he podido ver en mi viaje de hace sólo unos días. Otras, las que todavía perduran, se han ido deteriorando al ritmo del tiempo y de los rigores de la climatología, sin que nadie se haya podido preocupar por evitarlo. Los artistas se marcharon un día y las pinturas se quedaron como huérfanas, al amparo de nadie. Han ido perdiendo sensiblemente la viveza de su primer colorido maltratadas por el sol y por las lluvias, lo que nos hace pensar que por una razón o por otra tienen, si no los días, sí los años contados. Un capítulo interesante para la historia particular de un pueblo que de su pasado existen bastantes páginas escritas y un válido recuerdo en piedra, como así nos lleva a sospechar el caserón ya dicho de junto a la iglesia de San Miguel, y la propia iglesia parroquial en donde se luce uno de los más bellos retablos de toda la Provincia, con interesantes pinturas de la segunda mitad del siglo XVI.
En un leve rincón junto a la puerta de la iglesia se conserva, en más que preocupantes condiciones, la mejor de todas las pinturas que hay en las calles de Escariche. Un jinete sobre ágil corcel salta, asido con una mano a las crines de su cabalgadura, sobre la vieja portona de un zaguán. El jinete parece arrancado de la mitología clásica. Pudiera representar a un hijo de Centauro o de algún dios griego o germano de la antigüedad. El suelo sobre el que se sostiene semeja un campo de olivos de la Alcarria. La fotografía que presento de dicho personaje no ha sido tomada en fechas recientes, sino años atrás cuando todavía se encontraba en perfectas condiciones.
En otros casos fueron las puertas y ventanas de las viviendas las que entraron a jugar en la imaginación del artista tomando parte vital de la escena. Y así nos encontramos con un titán que empuja sobre la jamba de una puerta como queriendo cambiarla de sitio, mientras que unos gatos juegan en los azulejos fingidos de un salón o sobre el pasamanos de un balcón corrido que no ha existido nunca. Esta pintura no la he vuelto a ver en mi última visita.
El ventanuco de otra casa vieja servía de vientre y de corazón a una paloma de la paz que alumbraba desde lejos el padre sol.
Con los correspondientes desperfectos, sobre todo la pérdida del color en las figuras a consecuencia de la excesiva luz en tantos años, todavía se conserva a lo largo del muro de un almacén lo que el autor llamó “La batalla de Escariche”. Entre escena y escena las ventanas respiradero de la nave sirven como punto de apoyo a los capiteles jónicos de otras tantas columnas al gusto de la Grecia clásica. La persona en donde los personajes son frailes, forzudos y extraterrestres, es obra de M.Campoamor y fue realizada en el año 1990. Otras van firmadas por Paraguay Lucyegros, por Fuchs, por Ibérico, por Diego, y están fechadas casi todas ellas en la década de los ochenta del pasado siglo.
Al referirnos a las pinturas de Escariche no hablamos de grafitis, y mucho menos de esa serie de grabados y signos tercermundistas que tan difícil parece que puedan desterrarse de nuestras calles. Se trata de un nuevo experimento que a la vez pudiera servir como medio para darse a conocer el artista. Desconozco el final de los autores y si la experiencia les sirvió de algo en ese empeño lógico por darse a conocer. En todo caso las pinturas sobre las fachadas de Escariche están allí. Todavía es tiempo de pasar a verlas antes que desaparezcan. Los efectos de la climatología por una parte, y las obras de reconstrucción o mejora por otra, son una seria amenaza por cuanto a su futuro.
("Nueva Alcarria", Guadalajara, 2003)
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