viernes, 22 de junio de 2012

Un lugar y un nombre: PRÁDENA DE ATIENZA


Prádena de Atienza, ahora y aquí, metidos y bien metidos en el tercer milenio, sigue siendo para quien esto dice un pueblo entrañable, una reserva rural, un sitio diferente a los demás sitios contando, incluso, a los de su misma sierra. Todo debe de ser por haber llegado tarde a tomar asiento en el tren de la modernidad, como tiempo atrás lo hicieron sus pueblos vecinos, Villares y Gascueña, por ejemplo, situados como él en las faldas de la Montaña Sagrada, del Santo Alto Rey de la Majestad, padre y señor de todas aquellas sierras.
Hasta el año 1965 -solamente treinta y cinco años atrás- los vecinos de Prádena no tuvieron carretera, buena o mal, para salir de su pueblo. La que hay desde Gascueña la hicieron ellos mismos a prestación personal (setenta y dos horas de trabajo cada uno) hasta que pudo entrar en el pueblo el primer coche. Las buenas gentes del lugar, escondidas generación tras generación por aquellos barrancos, eran todos miembros de una misma familia, mezcladas las sangres y vueltas a mezclar en un cóctel, al parecer, con sólo tres ingredientes: los Cerradas, los Somolinos, y algún García. Varios de los habitantes del pueblo eran Cerrada en sus cuatro primeros apellidos.
Prádena de Atienza, amigo lector, con muy pequeñas modificaciones, sigue siendo un pueblo empinado, de paredes negras, de calles negras tiradas cerro abajo como huyendo de la verticalidad impuesta por el paisaje, de viejitas de negro sayal como aquellas que nos pintó Pereda, pero trasladadas un siglo después a esta nueva Tablanca que acorralan las cumbres pizarrosas del Mediodía, de la Ventana, de Peñalarga, del Pico del Gato, de la Peña de la Iglesia, del Cuento del Mojón...; y abajo las aguas vírgenes del arroyo Pelagallinas, perdidas a pies del robledal y de los cerezos antes de su maridaje con el Bornova en la cercana junta.


La Calle Real sube, casi desde el puente del barranco en la espesura, pueblo arriba. De tramo en tramo se ensancha un poquito la Calle Real y aparece una plazuela con una fuente. Tres plazuelas, tres fuentes. Una de ellas, la más alta de las tres, es para uso de los vecinos la plaza del pueblo, donde hay un poquito de bar y sale un camino muletero que empalma algo más adelante con la pista nueva que conduce a Cañamares. Sobre un lateral del primera plazuela se distingue la pequeña iglesia, con escaloncillo donde a veces se reúne la gente del barrio.
La fruta, las hortalizas, el producto del rebaño, y un poco la miel -una miel oscura y espesa, miel de estepa y de las florecillas que salen por los huertos-, es lo que el pueblo de Prádena tiene hoy para ofrecer al mundo. Antes vivieron de las vacas, de las cuatro cabras, y de la leña que llevaban en cargas para vender en Atienza.
Celebran como fiesta mayor la de San Antonio, ahora el primer domingo de agosto, y tienen por costumbre subastar flores (¿no es bonito?) después de la procesión, para cubrir en lo posible los gastos de la fiesta.
Conviene perderse alguna vez por este bellísimo lugar. Ahora es fácil. Todavía se llega a tiempo de comprobar en su propio escenario unas maneras de vivir que desaparecen, pero aún próximas a nosotros.

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