lunes, 4 de junio de 2012

CASTILFORTE: DON DIEGO Y DON ELÍAS


         Castilforte es un pueblo montado sobre un altozano que sorprende al viajero al final de una vega. Se distingue por ser un estupendo mira­dor sobre las tierras que forman la antigua Hoya del Infantado y sobre una buena parte, por añadidura, de los valles y tesos de la Alcarria. Desde Salmerón la distancia es corta para llegar a Castilforte. La Alcarria de Cuenca queda de allí a poco más de un tiro de piedra.
            Es un pueblo original y muy bonito éste de Castilforte. Lo han mejorado mucho desde que lo vi la primera vez. Pero no es su manera de vivir actual lo que nos devuelve a él, ni la cordiali­dad de los pocos hombres y mujeres que allí viven, ni la peana de tierra y rocas donde estuvo el fuerte castillo que le da nombre, ni el paisaje abierto que se domina desde sus contornos. Es la memoria de dos hijos preclaros del lugar, convertidos hoy en mito y en leyenda para sus paisanos, lo que nos ha traído una vez más a la memoria aquel simpático lugar.
            Don Diego Rostriaga y don Elías Gil son los nombres de estos dos hijos ilustres. Don Diego nació en los comienzos y don Elías casi al final del siglo XVIII. Mucho ha llovido desde entonces; pero, tal vez un poco deshumanizados (tómese la palabra en el mejor de sus significados) o a punto de convertirse en mito, el pueblo los sigue recordando con vene­ración y cuenta de ellos cosas admirables. Una de las princi­pales calles del pueblo está dedicada a don Elías. Don Diego Rostriaga, con alguna celebridad más de su familia, la tendrá muy pronto.
            La noticia acerca de estos dos hombres excepcionales la ofreció gentilmente, cumplida y documentada con todas las garantías de credibilidad, Juan Antonio Embid, alcalde del lugar y hombre que -no siempre ocurre así- se preocupa del acontecer cultural de su pueblo, sabiendo muy bien lo que se lleva entre manos.
            Don Diego Rostriaga nació en Castilforte en el año 1713 de una familia de labradores. En su tiempo se alzó a los más altos estamentos de la sociedad española, dedicándose a las artes útiles cuando casi todo andaba en el mundo aún sin descubrir. Fue relojero e instrumentario; su fama llegó muy pronto a la Corte de las Españas. Estudiante de Latín, de Filosofía, de Matemáticas y de Mecánica aplicada a las artes, comenzó a construir por encargo para el entonces príncipe de Asturias y luego el rey Carlos III, máquinas neumáticas, pirómetros y otros instrumentos de Física y de Cálculo. En 1770 se encargaría de construir, con los escasos medios de entonces, las bombas de vapor que se utilizarían para poner en pie los diques de Cartagena.
            Algunos de los relojes del Palacio Real, del Buen Retiro y de la antigua Aduana (luego Ministerio de Hacienda), así como los del convento de San Pascual de Aranjuez, salieron de sus manos y de su ingenio simpar. Una escopeta de viento, que hasta no hace mucho existió en el Instituto San Isidro de Madrid, y dos esferas armilares de la Biblioteca Nacional, son igualmente obra suya
            Nobles y grandes de la más alta sociedad de su tiempo se honraron con su amistad y con poseer alguna obra suya (brúju­las geodésicas, pantómetros, barómetros de mercurio), entre ellos el propio Rey. Murió en Madrid en el año 1783.
            A don Elías Gil, lo conocen en Castilforte los más viejos del lugar por "El Indiano". Fue uno de aquellos españolitos de abiertos horizontes, o de apremiante necesidad como fue su caso, que hace doscientos años marchaban a las Américas en busca de fortuna, y que volvían al cabo del tiempo, muchos de ellos, cargados de riquezas. La literatura popular de la época tuvo, en muchos pueblos y villas de España, tema abundante para contar y decir de sus famosos indianos.
            Familia humilde y de muchos hijos fue la de este don Elías Gil. Siendo niño, se vio obligado a salir del pueblo para sobrevivir. En Madrid vivió en la casa de un tío suyo que trabajaba en la capital de España como empleado del Consejo de indias. Un amigo de aquel tío suyo se lo llevó con él a Améri­ca cuando sólo contaba 11 años. Murió su protector a poco de llegar. El pequeño Elías tuvo que abrirse camino en el Nuevo Mundo sin haber llegado siquiera a la adolescencia, es decir, a la edad mínima precisa para ganarse la vida en un trabajo fuera de cualquier responsabilidad.
            Consiguió una fortuna importante en el mundo de los negocios y con ella se vino a España años después. Destacó por sus ideas liberales en aquel Madrid de la Fontana de Oro y de los sucesivos cambios de gobierno en la tercera década del siglo XIX. Hizo donaciones importantes a su pueblo natal; pero, por cuestiones políticas, al parecer en ciertos momentos tan a contrapelo de sus ideales y de la fama que se había conseguido ganar en la Villa y Corte, tuvo que escapar, y volver de nuevo en un segundo viaje a tierras americanas. Los negocios que emprendió en esta ocasión, le fueron mejor toda­vía que la primera vez, pues conocía las gentes y los mercados que en las tierras el Plata tantas fortunas alimentaron para los aventureros que desde la "Madre patria" dieron en llegar allí con nuevas miras.
            Dedicó don Elías Gil una buena parte de su fortuna a engrandecer su pueblo, a costear las mejoras que Castilforte precisaba para que los 320 habitantes que el pueblo tenía por aquellos años, vivieran con mejores servicios o con mayor holgura, según los casos. Todavía queda a la vista de todos en la Calle Mayor la señorial fachada de su viejo palacete. Costeó, como simple detalle, la fuente pública; durante largo tiempo envió dos mil duros cada año (era una fortuna) para que se repartieran en limosnas; atendió muchos de los gastos de la iglesia local: arreglos del edifico y vestiduras sagradas, sobre todo; dotó a varias chicas casaderas pobres; se puso a su costa un reloj municipal, y pagó diez reales por árbol a cada uno de sus paisanos que plantaran olivos en tierras de su propiedad. Siendo muy anciano cruzó el Atlántico y vino a España sólo a reconocer su pueblo y a despedirse de él. Final­mente, próxima su muerte, dedicó veinte mil reales para que compraran una casa medianamente digna para vivienda del maes­tro, a quien recordó especialmente cuando notó que la vida para él llegaba a su fin. Murió en Montevideo a punto de cumplir los 75 años.
            Una rara especie de hombre, un filántropo de la mejor madera. Un señor de los de antes, dicen en su pueblo, que debido a su comportamiento como "loco de la generosidad", doscientos años después las buenas gentes de Castilforte pronuncian su nombre con respeto, con un gran cariño, casi con veneración, tres ramas al fin del maltrecho árbol de la grati­tud.
 "Nueva Alcarria" año 2000.
(En las fotografías: unaa vista sobre el valle desde el nuevo mirador y la Casa del Indianao)

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