martes, 24 de julio de 2012

LAS SIETE MARAVILLAS DE GUADALAJARA (I I)


(CONTINUACIÓN)

La estatua de El Doncel en la Catedral de Sigüenza. La tenemos ahí, en la capilla familiar de los Arce, recostada sobre su propio sepulcro, la figura del joven santiaguista don Martín, muerto en octubre de 1486 mientras peleaba contra los moros en la Acequia Gorda de Granada. Piedra espiritualizada hasta lo sublime, que muy bien hubiese llegado a inspirar, de haberla conocido, alguna de las famosas leyendas del gran Gustavo Adolfo, y que el poeta sevillano se dejó sin escribir. Uno piensa que al Doncel de Sigüenza sólo le hubiera faltado eso.

La estatua descansa y medita, con su cuerpo y su corazón de alabastro, en las realidades que se abren a las luces del alma más allá de la muerte. Toda un a lección de sosiego, de serena paz, que atraviesa impasible los umbrales del tiempo. No tiene autor conocido la estatua de El Doncel. Nadie pudo dar a la piedra la trascendencia, casi sobrenatural, que posee aquella escultura, capaz de inmortaliza todo cuanto con ella se relaciona: al propio don Martín Vázquez de Arce, que hubiera quedado en el olvido, como otros tantos caballeros de su tiempo, de no haber mediado la maravilla de su enterramiento; Sigüenza, que fue su cuna, y es y lo seguirá siendo su mausoleo; a Guadalajara, en fin, que gusta tomarla por símbolo. Se apuntan como artífices de la famosa estatua al propio Juan Guas, así como al maestro Sebastián de Toledo; ambas opiniones sin demasiado rigor: El hecho de ser anónima acrecienta todavía más el misterio y ensalza la belleza de la imagen del Doncel.

Las figuras rupestres de Los Casares. La cueva de Los Casares se encuentra a tres o cuatro kilómetros de distancia del pueblo de Riba de Saelices. No lejos del cauce del río Salado. Se trata de la muestra más importante de grabados paleolíticos que existe en toda la Región Centro de la Península. Fue descubierta en el año 1928 por dos maestros, hijos de ese pueblo, don Rufo Ramírez Medina y su hermano don Claudio. En el año 1934 la dio a conocer el investigador don Juan Cabré, el que en un primer momento llegó a distinguir veintisiete grupos distintos de figuras marcadas en las paredes. Posteriormente se han ido descubriendo otras ciento cincuenta más, principalmente de animales de clima frío y figuras humanas.

Una vea en su interior el acceso resulta difícil, por lo que se hace preciso el empleo de algún instrumento especial de iluminación para poderla observar debidamente. Son muchos los pasadizos y oquedades, algunos de ellos con agua estancada, que existen en el interior de la cueva a lo largo de todo su recorrido. Los lugareños aseguran que no tiene fin. Dentro de ella se han encontrado restos de animales con más de 35.000 años de antigüedad (periodo Musteriense), en tanto que los grabados que aparecen sobre los muros oscilan entre los 22.000 y los 12.000 años antes de Cristo. Su importancia para la investigación prehistórica y para la aventura del hombre sobre la tierra es tan grande, que bien merece colocarla sobre la cumbre de nuestras principales pertenencias, pese al enorme olvido en que se la ha tenido hasta hoy.

El Panteón de la Duquesa de Sevillano, o de la Vega del Pozo, ha cumplido ya el primer año de su existencia. Se trata del monumento funerario particular más importante de todos cuantos se levantaron en España a lo largo del siglo XIX. Fue su autor el arquitecto burgalés don Ricardo Velázquez Bosco, y su promotora y dueña doña Diega Desmaisseres y Sevillano, cuyos restos mortales reposan bajo un importante grupo escultórico de Ángel García Díez, en el centro mismo de la cripta subterránea que hay debajo de la iglesia, a través de cuyo pavimento de vidrio pasa la luz hasta el lugar de los enterramientos. No existe en toda la provincia otro monumento similar en donde se luzcan con tal suntuosidad los mármoles y los bronces como en este panteón.

El aspecto exterior del edificio regala a la ciudad de Guadalajara una nota de interés ornamental destacadísima. A distancia refulge con cualquier sol su luminosa cúpula bizantina, que concluye en corona ducal y una cruz como remate. El estilo románico lombardo presenta en este singular monumento una muestra verdaderamente antológica, impensable, de sus posibilidades: un capricho de la arquitectura ornamental aparecido en el periodo Modernista de nuestra cultura. Dentro es todo grandiosidad y perfección de líneas. Como fondo al altar de la iglesia hay un óleo sobre tabla realmente admirable; representa la escena del Calvario y es obra de Alejandro Ferrant. La bóveda en hemisferio es alta, muy alta; simula pintura al fresco, cuando en realidad son escenas de azulejería. Los restantes edificios de la Fundación le son anexos, dentro del único estilo.

Guadalajara, por aquello de la fortuna y porque las cosas le vinieron así, se vio favorecida con estos magníficos edificios, producto de una mujer rica y del genio de un arquitecto insigne.


Los Tapices de Pastrana pertenecen a la colección del rey Alfonso V de Portugal. Se asegura que dentro del estilo gótico se trata de la mejor colección del mundo. Fueron tejidos en Flandes por encargo de la Casa Real portuguesa. Tomados como botín, según unos, en la batalla de Toro; como obsequio personal, según otros, del rey portugués al Cardenal Mendoza, como detalle de gratitud por su postura a favor de los prisioneros lusos. Lo cierto es que pasaron en propiedad a la familia Mendoza, y de ella a Pastrana en el siglo XVII, por matrimonio de doña Catalina de Mendoza y Sandoval con el cuarto duque don Rodrigo de Silva, el cual, al no disponer de espacio suficiente en su palacio para recogerlos, los dejó en la Colegiata de Pastrana con la condición de que se sacasen cada año a las calles, para embellecer la villa con motivo de la procesión del Corpus Christi.

Son un total de seis los tapices que componen la colección, aunque fueron más, y sus medidas aproximadas de diez metros de largo por seis de ancho cada uno. Tienen como tema exclusivo la gesta del rey Alfonso V de Portugal en las campañas de África, durante la segunda mitad del siglo XV. Los cartones que sirvieron de modelo, parece claro que se deben al pintor de la corte portuguesa Nuño Gonçalves, y los motivos tratados en cada uno de ellos, con asombrosa riqueza en iconografía, ornamentos de la época, estandartes y material de guerra son, por el orden cronológico en que ocurrieron los hechos, los siguientes: “El desembarco de Arzila”, “Cerco de Arzila”, “Asalto de Arzila”, “Entrada en Tánger”, “Cerco de Alcazarquivir” y “Entrada en Alcazarquivir”. De extraordinaria obra de arte pueden considerarse las figuras del Rey Alfonso V y de su hijo el Príncipe Juan, que aparecen con armadura y colores vivos en el primero de ellos. Los tapices se tejieron en el taller de Paschier Granier, de Tournai (Bélgica), hacia el año 1473.

(Continuará)

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