martes, 3 de noviembre de 2009

UN PASEO POR LA GUADALAJARA INSÓLITA


DEBIDO A LA VARIEDAD TEMÁTICA Y A SU POSIBLE INTERÉS PARA LOS LECTORES CON DESEOS DE CONOCER A FONDO LAS PROVINCIA DE GUADALAJARA, CON USOS Y COSTUMBRES POCO FRECUENTES, TRANSCRIBIRÉ A LO LARGO DE CUATRO PÁGINAS CONSECUTIVAS EL TÉXTO ÍNTEGRO DE LA CONFERENCIA QUE CON EL TÍTULO DE "UN PASEO POR LA GUADALAJARA INSÓLITA", PRONUNCIÉ EN LA CASA DE GUADALAJARA DE MADRID EN LA TARDE DEL 15 DE FEBRERO DEL AÑO 2002, Y QUE COMIENZA AQUÍ:


La provincia de Guadalajara es antigua, como nos lo enseña la geología del terreno; como nos lo explica en dibujos hechos por hombres, con más de 150 siglos de existencia, la cueva de los Casares y algún abrigo más por tierras de la Alcarria y de Molina; como se saca en conclusión de sus fiestas populares, ahora tan en auge. La Provincia de Guadalajara ha de ser, por todo eso, tierra de curiosidades sin cuento, circunstancia que se ve favorecida por su rica variedad en cualquiera de los aspectos que se la considere.
Aun dentro de un todo común, nada o muy poco tienen de parecido por cuanto a su carácter las gentes de la Alcarria Baja con las de Molina o las de Atienza, tampoco su paisaje, y mucho menos sus fiestas, tradiciones y costumbres. Ahora bien, existe una coincidencia que acoge a todos los pueblos y a todos los habitantes de la Provincia con muy contadas excepciones. Desde Campisábalos por el norte, hasta Illana por el sur; desde El Pedregal por el este, hasta Alpedrete de la Sierra por el Oeste, la tal coincidencia no es otra que el espíritu inquieto y aventurero de los guadalajareños, gentes listas y sufridas, amantes de lo suyo, y dadas al folclore por tradición, y a la fiesta de los toros sobre todo en la comarca más meridional, es decir, en los pueblos de la Alcarria. Cristianos viejos con un sentido profundo de su deber, que poco a poco se va perdiendo al hilo de las nuevas corrientes que imperan en los tiempos modernos.
Todo lo dicho hasta ahora, a manera de introducción, nos lleva a pensar que siendo así el carácter de los guadalajareños, las anécdotas y vivencias propias de cada lugar, que de alguna manera marcan la historia particular de cada pueblo, deben ser abundantes, y curiosas, y divertidas —como divertido es en esencia el modo de comportarse de nuestros paisanos—, detalle importante a considerar en ese cóctel que he pretendido componer con la manera de reaccionar en determinadas circunstancias, dentro de la más pura diversidad, las gentes de nuestros pueblos a través de su historia.
Y ahora, vais a permitir que me tire al camino por los senderos de la memoria, e inicie, para mí como para quienes de vosotros queráis acompañarme, una excursión virtual por esa Guadalajara variopinta, pozo de viejas culturas y de rancios saberes que son los de nuestros antepasados, parte importante de nuestra rica y peculiar herencia. Lo haremos, como en los viejos coches de línea, con una docena o poco más de paradas a lo largo de todo el recorrido, que es lo que posiblemente aguante vuestra atención. Nos detendremos donde se nos antoje, donde nos encontremos con algo intrascendente pero que nos llame la atención. Lo demás, lo que nos vayamos saltando al paso, es porque pienso que lo conocemos de sobra.
Contando, claro está, con la experiencia viajera de quien os habla, que si de algo puede presumir es de conocer pueblo a pueblo, linde a linde, fuente a fuente, camino a camino, todos los rincones del medio rural en Guadalajara, (y son 434), pues a ellos he dedicado muchos miles de horas, y he escrito también algunos miles de folios como casi todos conocéis, sencillamente porque desde un principio me engancharon y os debo manifestar que bien ha valido la pena.
Imaginemos que vamos a comenzar nuestro periplo contemplando, en una mañana clara, el espectáculo de nuestras tierras, de nuestros valles y montañas de la sierra norte de la Provincia desde la cima del Alto Rey. La visión resulta impresionante: tierras grises, cielo azul, vallejuelos de verdín, jaral pegajoso en las laderas, una calina hacia el sur donde se adivinan las Tetas de Viana allá muy lejos; pueblecitos con tejados negros o de un ocre fortísimo, reses que pastan en las praderas, las esquilas de un rebaño que se oyen y no se ven, una brisa suave que eriza la piel, y a nuestra espalda —postizos y novedosos— veinte o treinta gigantes de metal terminados en hélices giratorias, por aquella Sierra de Pela en la que cabalgó el Cid Campeador camino del destierro. No son gigantes, ni molinos de viento tampoco, aunque lo parecen, son artefactos de la nueva era de esos que producen energía al soplo del viento. Otra novedad en el paisaje de Guadalajara a la que, parece ser, tenemos que acostumbrarnos.
Acerca del Alto Rey, la montaña sagrada, transcribo un párrafo antiguo que escribió hace casi dos siglos un erudito alemán en viaje por España, el Dr.Kaestner; al que a su vez informó sobre el asunto un cartero de Jadraque, magnífico conocedor de aquellas sierras. El párrafo siguiente está sacado del libro de sus correrías por nuestro país, que en cierta ocasión encontré en alguna parte. Dice así: «Lo mejor para visitar el santuario del Alto Rey, desde Guadalajara, es seguir la ruta de Atienza por Cogolludo. Es indispensable hacer a caballo un buen trecho de camino. No hay posibilidad de hospedarse en las cercanías de la ermita, guardada de noche por un gato, que de día se oculta entre los escombros de unas ruinas cercanas, donde aparece una calavera cubierta con la piel de un hombre muerto.»
Sea como fuere, el Santo Alto Rey de la Majestad queda allí a título de enseña compartiendo esbeltez y leyendas con el Ocejón, nuestra cota más alta. No es mal momento para acercarse hasta el Alto Rey en la mañana del primer sábado de septiembre, romería comarcal hasta la ermita y las praderillas de la montaña. Hay puestecillos de cosas, procesión con las cruces de las parroquias vecinas, y pregón. Sí, pregón de romería que un año me correspondió dar, a viva voz, desde lo alto de unas peñas con la sierra entera por auditorio.

(Continuará)

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