miércoles, 13 de enero de 2010

GUADALAJARA EN LA LITERATURA ( I )


La provincia de Guadalajara ha tenido, desde los orígenes de nuestra lengua, un atractivo especial para los escritores de todas las épocas. Se ve, y así lo podemos asegurar ante la evidencia de los hechos, que es una tierra que se presta a ser cantada, contada o descrita. También en ella nacieron o han vivido personas que dejaron huella a lo largo de la Historia en el quehacer literario, manejando como instrumento de extraordina­ria cali­dad la Lengua Castellana que, dicho sea de paso, en Guadala­jara se suele emplear de manera correcta, incluso a nivel popular, en su modali­dad coloquial como medio de expresión oral al uso y servicio de todos.
Ya en las primeras manifestaciones de la naciente Lengua Castellana, aparece Guadalajara en algunas de las más popula­res jarchas, cuando no toman­do parte de los grandes monumen­tos de la literatura medieval, como el Poema de Mío Cid o en la obra del Arcipreste de Hita. Allá por el año 1040 el autor, o autores del Poema, daban detalles geográficos bastante preci­sos de las villas de Atienza, Miedes, Castejón, Hita, las Alcarrias, Angui­ta, como se lee en varios de sus versos. El Libro de Buen Amor, sitúa muy veladamen­te muchas de sus andanzas y relatos en campos presumiblemente guada­lajareños, campiñeses y serranos sobre todo, también en la capi­tal. «Mur de Guadalfajara entró en su forado/ el huesped acá e allá fuía deserrado/ non tenía lugar çierto do fuese anparado/ estovo a lo escuro, a la pared arrimado». Era para nuestro uso el siglo XIV.
Metidos en pleno Siglo de Oro, será Santa Teresa de Jesús quien en su libro de Las Fundaciones dedique todo un capítulo a contar los inicios de la Orden Carmelita en la provincia, dando cumplida referencia acerca de la fundación de los dos conventos de Pastrana, allá por el año de 1569.
Los años de la Ilustración tuvieron como punto de interés muy especial la provincia de Guadalajara, en la que fijaron su residencia temporal algunos de los nombres más sonoros de aquel siglo. Tal es el caso de Moratín, que pasó temporadas enteras en su casa de Pastrana; de Jovellanos, huésped ilustre de Jadraque durante el verano de 1808, quien también conoció en 1798 los baños de Trillo y las posadas del Pozo y de Aranzueque, como así dejó escrito en sus Diarios.
En 1781 viajó a la Alcarria Tomás de Iriarte. De los recuer­dos que dejó, fruto de su deambular alcarreño, hay notas referen­tes a su paso por Aranzueque y Tendilla; pernoctó en el convento que los Franciscanos tenían en La Salceda. Los frai­les le debie­ron servir bien, más no todo pareció ser a su gusto, pues así lo dejó escrito:«Ya he dicho lo bien que me hospedaron y me dieron de cenar los Padres; pero como los gustos de esta vida no son dura­bles, quiso mi mala suerte que cargasen sobre mí aquella noche tantas pulgas que no me deja­sen dormir».
El final del siglo XIX, período del Realismo en la nove­la, lo ocupa en buena parte don Benito Pérez Galdós. Son muchas las citas, alusiones con nombres incluidos, que de la provincia de Guada­lajara suelen figurar en su extensa obra; La Fontana de Oro, Juan Martín "El Empecinado" y El Caballero encantado" son una buena muestra en donde comprobar; pero es quizás Narváez, una de las más conoci­das de las nove­las que se inclu­yen dentro de los Episo­dios Naciona­les, la que dedica mayor extensión a las tierras de Guadalaja­ra, concreta­mente a la villa de Atienza con sus viejas calles, sus costum­bres, sus monumentos, sus gentes y sus leyendas: «Adiós, Atienza, ruina gloriosa, hospita­laria; adiós, santa madre mía; adiós, Noble Hermandad de los Remedios, que me hicis­teis vuestro "Prioste"; adiós, amigos míos, curas de San Juan, San Gil y la Trinidad; adiós Ursula, Prisca, José, servidores fieles». Dice Pepillo Fajardo, el protagonista, al despedirse de la villa con profundo dolor en su alma.

(Continuará)

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