¿Dónde, claro Sorbe,
agua limpia del costado
del Ocejón serrano,
espejo de los álamos más verdes,
del azul más despejado,
de los pies niños en los agrios cantos,
la madre lavandera y aquél prado
de la fuente del más dulce dictado?
(Ramón de Garciasol)
No es fácil precisar, como tantas veces ocurre, cuál es y dónde está el nacimiento de un río. Con el Sorbe, uno de los tres que bajan de la Sierra, se da esta circunstancia que, como cabe suponer, impide al escritor precisar sobre ese dato. De los ríos se sabe siempre dónde acaban, pero rara vez puede hablarse con precisión del sitio de su nacimiento. El Henares y el Cifuentes, por ejemplo, podrían ser dos de las más conocidas excepciones en esta provincia.
Es verdad que por las inmediaciones de Galve al río Sorbe ya se le puede considerar como tal. Atrás quedaron los infinitos regatos que brotan al pie de la Sierra de Pela y que unen sus aguas en un pequeño cauce común para formar el Sorbe. Cualquiera de esos regatos podría considerarse como su primera fuente, pero sin que sea posible afirmarlo de manera rotunda respecto a uno de ellos.
A su paso por la pradera que limita con el castillo de los Estúñiga el Sorbe toma categoría de señor. La villa serrana adoptó su apellido tomado del propio río, que a manera de pequeño arroyo parte por mitad a todo lo largo la explanada inmensa en donde hoy pastan las vacas albinas, y antes, cuando sus abuelas lo eran de pelo negro brillante, las gentes de la comarca sacaban a cientos las docenas de cangrejos autóctonos que se criaban en las bocas del río.
El Sorbe se cuela bajo el primero de los puentes marginado por piedras y por arbustos, y así emprende su caminar por parajes menos apacibles, pero infinitamente más espectaculares como compensación. Los pozos Mingón y de la Lucía, los molinos hoy en añoso edificio testimonial, las ruinas de otro castillo del que apenas quedan cuatro piedras, el de Diempures, término municipal de Cantalojas, y la nueva aportación de aguas que le llegan del poniente con olor y sabor a trucha, son la noticia en la que podríamos llamar segunda escala de su recorrido. Los ríos Lillas, de la Zarza, y Sonsaz poco más abajo, convierten al Sorbe una vez dejada atrás la Junta de los Ríos, en una corriente saludable de agua incontaminada, protagonista en varios momentos de su pasar de espectáculos paisajísticos irrepetibles, de soberbios saltos de agua que llegan abriendo pozas entre la peña oscura y laderas de pinar, una dicha para los ojos y para el corazón que tan sólo está permitido gozar -la Naturaleza tiene esas cosas, tal vez como arma de defensa- a los andarines con buenas piernas que gustan saborear, con sano placer, el néctar que en los parajes todavía no profanados por la presencia masiva del hombre, rezuma el campo.
La Huerce, Valdepinillos y Umbralejo -veinte habitantes en total, o quizás treinta-, el último de ellos rehabilitado para que jóvenes de toda España se formen durante ciertas temporadas a lo largo del año, son tres de los pequeños lugares que el sorbe por aquellas alturas va dejando a un lado y al otro de su cauce. Cubres cercanas a los 2000 metros de altura sobre el nivel del mar, y algunas más elevadas aún como el mítico Ocejón, se asoman a las claras corrientes del río todavía impoluto. Los corzos, los jabalíes y el zorro ladino bajan a beber a sus orillas, mientras que las aves rapaces merodean en el azul, ojo avizor, en busca de algo con qué alimentarse. Notas, entre algunas más, que dan carácter a las riberas de montaña, y estas lo son.
El arroyo Seco es otra de las aportaciones que por aquellos valles desaguan en el Sorbe ya cerca de Almiruete, y que al decir de su nombre el caudal más bien cuenta en temporadas de lluvia abundante o de deshielo en las umbrías de los montes. Siguiendo su curso por tramos de remanso, por barranqueras y por angostos según la superficie del terreno tan variada en aquellos lugares, el río va cambiando de paisaje paulatinamente, el terreno se suaviza y van apareciendo en el llano las sementeras de cereal y las solanas en vertiente plantadas de olivos. Las riberas del Sorbe cambian la estampa serrana que traía desde su nacimiento por la campiñesa, y las temperaturas se tornan más benignas. Muriel, uno de los pueblos menos conocidos y más interesantes de su recorrido, podría servirnos como principal referencia de la mocedad del Sorbe.
Y luego Beleña. Por Beleña de Sorbe el río se remansa ante la presa y reserva sus aguas para el servicio de la Capital y de las principales villas y ciudades del Corredor del Henares. Resulta pequeño como depósito de reserva el embalse de Beleña para servir a tantos miles de habitantes, a tantos centenares de industrias para cuyo correcto funcionamiento el agua es elemento fundamental. Se impone solucionar ese problema, para que un largo sesenta por ciento de la población de esta Provincia pueda vivir con arreglo a los tiempos. En tanto, quienes llegan a Beleña se encuentran con un pueblo que ha evolucionado en su favor durante los últimos quince años, con unos alrededores sorprendentes, y con una iglesia románica por añadidura que fue, y lo sigue siendo después de su restauración con mayor motivo, una importante estrella de nuestro patrimonio artístico, con un mensario medieval en relieve único en su especie.
Un poco al rescoldo histórico de Beleña, la que en tiempo pasado debió de ser la villa madre, subsisten en aquellos parajes campiñeses con vocación serrana los pueblos de Torrebeleña y Beleña de Sorbe con el río entre uno y otro. Campos de labor que aguas abajo nos llevan hasta la vega del Henares, donde el Sorbe deja de ser quien es una vez que haya entregado su caudal al Henares muy cerca de Humanes, la villa que por su importancia y mérito ejerce como capitalidad de la comarca campiñesa, teniendo por testigo al cerro de la Muela, el altiplano de Alarilla donde a veces el hombre sueña con ser pájaro.
Sorbe, Henares, Jarama, Tajo, toda una aventura viajera lamiendo paisajes, la que el agua de nuestras sierras ha de vivir hasta llegar al mar, al Mare Tenebrosum de los antiguos, con toda la saudade de un fado en la señorial Lisboa.
(En la fotografía: Puente sobre el río Sorbe bajo la presa del pantano de Beleña)
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