domingo, 1 de agosto de 2010

LA ALCARRIA PARA VER Y GOZAR



Echar mano a la pluma o pulsar el teclado del ordenador para escribir acerca de la Alcarria, sin contar con el más sonoro de sus propagandistas y degustadores, el Nobel don Camilo, siempre me resulta difícil. Suena a tópico traer a Cela a colación parejo al nombre de la Alcarria, y tal vez lo sea, pero en esta ocasión como en otras muchas me siento en el deber de hacerlo, primero por justicia, pues a Cela, a quien alabaron con un fervor sin límites tantos amigos de aquí y elevaron en vida hasta lo más alto de todos los olimpos tantos de más allá, se le está pasando al olvido a un ritmo mucho más rápido de lo que para casos semejantes es costumbre entre las sociedades de bien con sus elegidos, y Cela para nosotros lo fue. Bien es cierto que su extraordinaria habilidad y el mucho talento que tuvo, le llevaron a mantenerse sobre el candelero hasta una semana después de su fallecimiento en la madrugada del día de San Antón del último año capicua -porque hasta para eso fue original-, lo que no justifica que sean hoy tan pocos los que se acuerden de él. No dudo que el tiempo se encargará de poner las cosas en su sitio, que su nombre y su obra vuelvan a ocupar el lugar que les corresponde, y que será, sin duda, uno de los primeros de la literatura universal del siglo XX. Así pasan las glorias del mundo, no le demos vueltas.
Ya van para sesenta y cinco años los que han transcurrido desde que el autor gallego, al dedicar su libro al doctor Marañón, puso sello a aquella frase, ahora tan manida, pero no mucho menos cierta que lo fue entonces, de que “La Alcarria es un hermoso país al que a la gente no le da la gana ir”. Luego seguía contándole que “anduvo por él unos días y le gustó, que es muy variado y menos miel, que la compran los acaparadores, tiene de todo: trigo, patatas, cabras, olivos, tomates y caza”. Tenía razón. Al autor le interesaba en aquel momento lo que veían sus ojos, eran unos tiempos como para no detenerse en mayores complicaciones. Quiso saber del paisaje geográfico y del paisaje humano, y lo hizo bien, sobre todo al volcar sobre el revoltillo de anotaciones que llevaba escritas en un cuaderno escolar de aquellos de posguerra, toda la carga de su ingenio, y el trabajo final -con frase suya- le salió redondo, y la Alcarria salió más que bien parada, pues sirvió para darla a conocer por los cinco continentes en cuestión de una década.
Pero si nos apartamos del terreno literario y nos situamos dentro del campo de la realidad, de la realidad actual, sacamos en conclusión que la Alcarria es todo eso y mucho más, que continúa siendo el mismo hermoso país capaz de complacer a quienes la visiten, pero que no acaba de ser descubierta por el viajero medio a pesar de que cuente con tantos motivos a su favor, tales como estar situada en el centro mismo de la Península, lo que significa encontrarse relativamente a mano para muchos, y muy cerca para otros, pensando en esos varios millones de personas que a lo largo del año salen de la capital de España en busca de algo que ver y que valga la pena ser visto. La Alcarria, amigo lector, está en condiciones hoy por hoy de satisfacer cualquier deseo, de no defraudar a nadie. Su paisaje, sus pueblos, sus costumbres, esas tres o cuatro villas señeras que alegan merecer el título de capitalidad de la comarca, la variedad de sus productos típicos, la estela de su pasado permanente en un sinfín de objetos y de monumentos, forman un abanico de intereses diversos digno de ser conocido y paladeado con meticulosidad.
Son tres las provincias que toman parte de la comarca alcarreña: Guadalajara, Cuenca y Madrid; pero es bien sabido que Guadalajara contaría sobre las otras dos con el título, si lo hubiera, de provincia alcarreña por antonomasia; en primer lugar por tener una porción mayor sobre el terreno de lo que es la Alcarria total, por estar la capital de provincia situada en los límites mismos de esa comarca, y porque las características particulares, tanto geográficas como climatológicas de la Alcarria tienen su representación más auténtica dentro de esta provincia. Sería bueno, y muy ilustrativo, un estudio completo sobre la Alcarria toda, seguro que no resultaría menos interesante que la Mancha, inmortalizada por Miguel de Cervantes, la estrella más brillante del universo literario, al que en su honor, los aires puros de la Alcarria vecina es posible que bajasen hasta las vegas del Henares a celebrar su nacimiento.
Hace bastante tiempo que presentamos en Pastrana un libro que invita a conocer la Alcarria, a predisponernos para salir al camino con un bagaje importante de conocimientos acerca de aquella comarca. La literatura orientada al turismo viene siendo desde los últimos años una de las principales fuentes de información, y por tanto de cultura, un auxiliar insustituible de lo que se ve con los ojos en los, cada vez más frecuentes, viajes de ocio que solemos programar a lo largo del año.
Guadalajara no puede quedarse atrás por cuanto a interés turístico se refiere dentro del panorama general de las tierras de España. Parece ser que el turismo de sol y playa va cediendo espacio al turismo cultural de tierra adentro, y así, unido a los muchos motivos que ofrece la capital para venir a verla, a la originalidad y el bucolismo de nuestras sierras del norte, a la sorpresa que siempre supone el darse una vuelta por la ciudad de Molina y por los pueblos del Señorío, hay que añadir con absoluto merecimiento los paseos por la Alcarria como potente aula de interés cultural: Pastrana, Brihuega, Cifuentes, Sacedón, Tendilla, Mondéjar y su entorno vinatero, palacios, castillos, monasterios, ferias y fiestas, iglesias y museos, son razón permanente para captar el entusiasmo de quienes nunca tuvieron ocasión de llegarse por allí, a no ser en viaje de paso por nuestras carreteras principales y vías del ferrocarril, que, como bien sabemos, fueron trazadas por sitios y parajes en los que nada hay que ver, ni sospechar siquiera.
Conviene detenerse, y dedicar algo de tiempo para gozar del buen paño que se ofrece gratuitamente (no se vende) en el arca repleta de sensaciones que es la Alcarria; y habría que hacerlo -¡cuántas veces lo he dicho!- comenzando por nosotros mismos, por los guadalajareños de toda la vida y por los que van viniendo de otras tierras para quedarse aquí. Conviene fomentar, a la par que el turismo nacional y el regional como más nuestro, el turismo interno, el provincial, hasta que consigamos que un molinés de Alustante no se sienta extraño en las calles de Uceda, pongamos por caso, o que un mondejano se sienta completamente identificado con Milmarcos o con la Sierra de Pela, y viceversa.
Nos encoentramos en una época del año que convida a viajar. Ahí queda la Alcarria en toda su extensión, con todos sus atractivos para gozar de ella. Es un buen consejo, créanme.


(En la fotografía, "Paseo con C.J.Cela en la Alarria". Mayo de 1989)

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