Viene
a ser bastante habitual el hecho de que rebuscando entre polvorientos legajos a
los que nadie se preocupó de echar una ojeada, o repasando por casualidad las
obras escritas de los más importantes autores de otros tiempos, uno se
encuentre con normas de conducta magníficamente establecidas; con acertados
consejos que gozan, en principio, del valor que les confiere la experiencia;
con la fiabilidad carismática de las viejas filosofías. Desde las primeras
civilizaciones registradas en los anales de la Historia, pasados siglo tras
siglo en la llamada historia de la civilización, han ido apareciendo autores
expertos en moralizar a las gentes a través de la que pudiéramos llamar
Literatura filosófica, o Filosofía literaria, que tal nos da. La moralización
ha tenido siempre cabida dentro de la Literatura, y de hecho ahí está la
“fábula” en su expresión más auténtica,
casi siempre de carácter popular, utilizando como protagonistas a seres
irracionales, generalmente animales, quienes valiéndose de su natural instinto
generan la lección a la que el autor da forma, aplicable a hechos concretos y
muy comunes dentro del vivir diario de los seres superiores, de las personas,
que siempre tenemos tanto que aprender. Desde Esopo hasta Samaniego, pasando
por el Arcipreste de Hita y otros más, la fábula ha sido uno de los caminos más
utilizados para hacer reflexionar a las gentes de los últimos milenios, que en
no pocos casos acababan por aprenderla de memoria, y hacer uso de ella como
argumento válido cuando llegaba la ocasión. A los más viejos del lugar, aun en
nuestros tiempos, los solemos escuchar echando mano al viejo sistema de la
fábula, al lado del refrán que vienen a ser como su hermano mayor. De esto
hablamos hoy.
Este
manjar es dulce, sabe como la miel.
Díjole
el aldeano: "Veneno yace en él;
al
que teme la muerte el panal sabe a hiel,
a
ti sólo te es dulce, tú sólo come de él.
La
cita corresponde a una estrofa en cuaderna vía sacada de El libro de Buen
Amor, una obra en lengua romance representativa de todo un siglo, el XIV, y
escrita a retazos bajo los rigores de la tierra en la que vivimos, por un
clérigo nacido en estos valles del Henares y de nombre Juan Ruiz. El poema al
que aquí nos estamos refiriendo lo componen diecisiete estrofas de estructura
similar a la que arriba se pone por modelo, la estrofa en alejandrinos que tan
en boga estuvo cuando a la vieja Castilla se le ocurrió versificar en poesía
culta.
La
simpática historia que nos refiere el Arcipreste de Hita, habla de cómo un
ratón cortesano -mur de Guadalfajara- fue convidado a comer en su humilde
agujero por un ratón aldeano -mur de Monferrado (Mohernando)-. Por todo ágape
le sirvió un haba, que malamente se pudo comer en compañía de su anfitrión en
la paz de su pobre guarida campiñesa. El ratón de Guadalajara le correspondió
de la misma manera, invitándole a compartir vianda en su escondrijo palaciego
de la ciudad un martes, día de mercado. El rústico comprobó complacido y admirado cómo le eran servidos exquisitos
manjares (queso, tocino tierno, pan recién cocido, una talega llena de harina
blanca...) con lo que se sintió honrado y satisfecho.
Pero
he aquí que, cuando más animados andaban los dos dando buena cuenta del
banquete, la portona del palacio comenzó a sonar. Era la dueña con una escoba
en la mano. El ratón de Guadalajara huyó despavorido a esconderse en su
agujero; pero el aldeano, que no encontró sitio aparente en donde cobijarse, a
bien tuvo hallar refugio en un rinconcillo oscuro de la estancia hasta que pasó
el peligro. Luego, el anfitrión le instó a que siguiera comiendo en paz y con
buen apetito, a lo que el aldeano, trémulo aún, se negó con sabios razonamientos,
haciéndole saber que prefería la pobreza en paz de su mísero refugio pueblerino
a los oropeles y lisonjas de la vida ciudadana, hartos de peligros y de sobresaltos
como el que acababan de vivir, que convierten al individuo en un ser infeliz.
Prefiero roer habas, muy tranquilo y en paz,
que comer mil manjares, inquieto y sin solaz;
con miedo, lo que
es dulce se convierte en agraz,
pues todo es amargura donde el miedo es voraz.
La
fábula que el autor quiso situar en un escenario de nuestro entorno, es
aleccionadora y perfectamente aplicable a cada época de la vida sin pararse en
tiempos ni en circunstancias, lo mismo que el Evangelio, aunque sea mucho lo
que ha llovido desde aquellas primeras décadas del siglo XIV en las que se
escribió.
Uno,
que ha disfrutado tantas veces en agradable convivencia con hombres del campo
en su propio ambiente, en los ejidos del pueblo cargados de encanto y de
recuerdos vividos, se da cuenta de lo que tiene de trágico el arrancar al
hombre, con su ánimo a cuestas, del medio ordinario en el que ha vivido
siempre, del lugar en el que fue niño, en el que fue mozo rondador tantas
noches serenas, en donde un día vio volver a la tierra a toque de clamor los
cuerpos muertos de sus seres queridos, aquello, en suma, que con el paso del
tiempo no es otra cosa que la razón de su existencia.
Cuántos ancianos solitarios solemos encontrar sentados al sol tibio del otoño o en las medias mañanas del mes de abril, en los parques de cualquier ciudad, o sobre los bancos pintados de grafiti en las ruidosas avenidas capitalinas. Cuántos grupos de viejos derrotados, descansando sobre el escalón a la sombra de un edificio de ocho plantas en lánguida conversación que nadie escucha. Gentes de madera excepcional que hace años en su aldea fueron algo, tuvieron un nombre; sacaron adelante una familia a trancas y barrancas; para al final, a la hora impía del sálvese quien pueda y siguiendo los dictados de los nuevos tiempos, quedarse solos, como el rústico ratón de Mohernando bajo la amenaza impía del palo de la escoba que lleva el ama, o entre la garra letal del depredador de turno.
Cuántos ancianos solitarios solemos encontrar sentados al sol tibio del otoño o en las medias mañanas del mes de abril, en los parques de cualquier ciudad, o sobre los bancos pintados de grafiti en las ruidosas avenidas capitalinas. Cuántos grupos de viejos derrotados, descansando sobre el escalón a la sombra de un edificio de ocho plantas en lánguida conversación que nadie escucha. Gentes de madera excepcional que hace años en su aldea fueron algo, tuvieron un nombre; sacaron adelante una familia a trancas y barrancas; para al final, a la hora impía del sálvese quien pueda y siguiendo los dictados de los nuevos tiempos, quedarse solos, como el rústico ratón de Mohernando bajo la amenaza impía del palo de la escoba que lleva el ama, o entre la garra letal del depredador de turno.
Resulta
gratificante encontrar a cada paso en nuestra Literatura referencias a este
suelo que pisamos. No es mala cosa que a uno le recuerden de ciento al viento
que la tierra en que vive es tierra noble, aunque desde hace siglos guste jugar
con quienes en ella moran a juegos peligrosos. Juan Ruiz, Arcipreste de Hita,
hombre harto inteligente y magnífico observador que de estos menesteres sabía
mucho, aquí nos lo recuerda.
(En las fotos: detalle urbano de Mohernando, portona palaciega del Infantado y "Libro de buen amor")
(En las fotos: detalle urbano de Mohernando, portona palaciega del Infantado y "Libro de buen amor")
1 comentario:
Hola , tengo que hacer un comentario de texto con análisis y todo del poema de Mur de monferrado y guadalajara . Necesito ayuda por favor .
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