jueves, 17 de mayo de 2012

PASTRANA, 23 DE ABRIL DE 1961


            Esa es la fecha en la que el insigne académico y Premio Nacional de Literatura, don Alonso Zamora Vicente, firmó un trabajo magnífico, resultado de un viaje fugaz por la comarca divisoria entre la Alcarria de Madrid y la de Guadalajara, y que tuvo a bien incluir en una de sus obras que titula “Libros, hombres, paisajes”, siendo en el último de esos apartados, en el de paisajes, en el que el lingüista madrileño, fallecido en el año 2006, incluyó el trabajo antes referido, y del que pretendo dar aquí noticia completa si es que el espacio del que dispongo nos da para ello; supongo que sí. Tener tal texto delante de los ojos supuso para mí en su día grata novedad, sobre todo por la personalidad del autor que, como otros muchos, se fijó en la Villa Ducal para rellenar de impresiones algunas cuartillas.

            Como en tantos buenos autores, su prosa es reposada, precisa, magistral, pura escuela del bien hacer en el uso del lenguaje, como corresponde a un erudito de esa media docena, pocos más, de hombres doctos sobre los que suelen descansar los pilares de la Academia Española, palacio y meca de nuestro idioma.

            Loeches y Nuevo Baztán, en tierras de Madrid, ocupan la primera parte del hermoso trabajo del maestro Zamora Vicente. Luego se hace referencia, sólo se nombran, La Olmeda, Fuentenovilla, Escairiche, Hontova, Escopete…«Pueblos diminutos, árboles que abren con pasmo sus yemas, frutales en flor. Los labriegos queman los pastizales viejos para obtener el renuevo y llega hasta el coche el perfume de la retama ardiendo y el crepitar de las varas. Entre mimbreras agudas corre, despacio, el Tajuña. Los caseríos se escalonan por las lomas, trepando de espaldas, y la gente se asoma a los portales, gritando a los chicos palabras inexpresivas.» Una descripción general del terreno, y de todo lo que se ve y se mueve en el terreno, y luego… la Villa de los Duques.
 

Pastrana, 1961

            Pastrana, punto de mira para escritores y estudiosos de todos los tiempos desde que Teresa de Ávila anduvo por allí, podría ser un excelente punto de destino en un día de vacación académica (aniversario de la muerte de Cervantes), para un profesor universitario, residente en Madrid por aquellas fechas, y amante de los escenarios en donde se fraguó la Historia y se dio pie y razón a memorables páginas de la buena literatura. Se deja entrever en el texto del profesor Zamora Vicente, que al considerar en aquella visita la realidad palpable de la vieja villa muchos años después, desfilan por su imaginación personajes de todos conocidos, hechos lejanos que registraron los anales de la villa alcarreña en cada momento, sobre los que pasa un poco como de puntillas, olfateando el alma de Pastrana en cada persona, en cada calle, en cada rincón:

            «Pastrana trepa por la loma desde el borde de un arroyo, zigzagueando los callejones estrechos y empinados, asomándose a respirar hacia el valle por los pretiles de piedra. El viejo palacio ducal, residencia de la princesa de Éboli, está medio arruinado. La fachada noble, italianizante, se abre frente al valle, donde unos pinos adolescentes tienden su pompa al sol derretido del atardecer. Ruido de carros, alguna moto impaciente que sube por la angosta travesía. Grupos de labriegos conversan plácidamente, severo el gesto y acordada la voz, por los ángulos de la plaza».

            Pastrana se rejuvenece en las tardes de abril. Se doran las torres del palacio y las espadañas de los conventos. La villa se envuelve en los tules de vieja señora de la Alcarria, y rocía su piel con la brisa de la media tarde y con los aromas de las huertas que riega el Arlés. Las primeras sombras comienzan a extenderse por las plazas y por los caminos; el sol va dejando, poco a poco, su última luz fogosa sobre el cerro del Calvario; el campo se transparenta; la imagen del Sagrado Corazón recibe de frente los rayos de la tarde, los rayos amarillo limón de las seis en una primavera recién estrenada. Pastrana vive:

            «Las mujeres, enlutadas, sentadas junto a los portales en sillas bajas de enea, charlan, tejen, suspiran, llaman a grandes gritos a los niños que juegan por las esquinas mientras devoran enormes trozos de pan empapados en vino con azúcar. Campanas. Por los cobertizos el sol se corta, rígido, y llena de negra intimidad el interior, con sus altares pequeños de la Virgen de la Soledad o del Cristo de los Azotes. La fuente suena entre las paredes blanqueadas de la plazuela, llenándolo todo con su voz fresca y repetida.»

            La vida de los pueblos en toda Castilla, y su imagen, y los modos de ser y de desenvolverse de quienes viven en ellos, han cambiado mucho, en algunas cosas para binen y en otras no tanto. Pastrana, pongámosla de ejemplo por tratarse de la villa que hoy nos ocupa, quizás no llegue a la mitad de habitantes de los que tuvo hace cincuenta años, más o menos, cuando el profesor Zamora Vicente anduvo por allí. A pesar de todo en el pueblo se vive bien, estrenaron colegio, pavimentaron calles, han restaurado el palacio ducal, cuentan con un instituto de Enseñanza Secundaria que antes no tenían, con una feria apícola de alcance nacional y con algunos bares, restaurantes y hospederías, donde atender a los turistas como es debido. Ha perdido, en cambio, durante ese tiempo, un millar largo de habitantes, el encanto casi total de sus huertas en la vega, y el convento de Padres Franciscanos que se hubo de clausurar por falta de vocaciones. Váyase lo uno por lo otro. Queda, esperemos que sea por mucho tiempo, la esencia, lo inamovible, aquello que ni los años ni las modas le podrán quitar: el alma de Pastrana:

            «La Colegial, donde está enterrada la princesa, surge limpia, recién restaurada, y ofrece al visitante el prodigio de su museo, en el que sobresalen los espléndidos tapices del siglo XV, que representan la conquista de Arcila. Un seminarista joven, sonriente y locuaz, acompaña a los visitantes, haciendo comentarios acertados ante cada objeto del museo. Asombra esta riqueza oculta en el campo de la Alcarria, paños, orfebrería, escultura, pintura, documentos, recuerdos de Santa Teresa y de la princesa de Éboli, cuyas vidas coincidieron fugazmente en este lugar. Prodigio del lugarón castellano, de enrevesado callejero, donde un escudo en un chaflán o encima de una puerta pregona la pasada grandeza. Pueblo del color de la tierra que trepa montaña arriba, cotidiana lección de empeño de vivir.»

            Hasta aquí queda transcrito en letra cursiva y dividido en fragmentos, la totalidad del trabajo que tan reconocido autor dedicó a Pastrana. El artículo, largo fruto de un día intenso de andar y ver por tierras de la Alcarria, lleva como título “Naciente primavera”. Lo encontré hurgando a la casualidad por los modernos medios. Lo ignoraba, no sabía de él, de ahí que sea doble la satisfacción que siento al poder transmitirlo a los lectores, tanto a los pastraneros como a los que no lo son, y que viene a reforzar esa idea que mantengo desde antiguo al considerar que Guadalajara, sus pueblos y sus comarcas, son punto de especial interés para eruditos, artistas, y en general para gentes que saben distinguir lo válido de lo mediocre, lo real de lo aparente. El que tantos hombres del arte y de las letras se lleguen hasta nosotros, incluso a fijar su residencia en esta tierra, también lo demuestra. Lástima que muchos de los que aquí somos no estemos en condiciones de apreciarlo, quizás por aquello de que los árboles no nos dejan ver el bosque.

            En cualquier caso, y por estas fechas que son de asentada primavera, valgan las  palabras del docto escritor fallecido, como aliciente para tirarse al camino, para acercarse a Pastrana y a tantos lugares más: pueblos, campos, paisajes, monumentos, villas históricas de la provincia, fiestas populares y acontecimientos diversos, que son o que tienen lugar en esta Guadalajara tan diferente de lo que antes fue, pero que conserva en el medio rural y en sus históricas villas la esencia del pasado. Esta Guadalajara a la que la gente suele acudir como lugar de reposo durante los meses de verano, y que tal vez sea más considerada por los extraños que por los que vivimos aquí. Os dejo en camino.

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